La cacería


Hemos de disfrutar de una nueva sesión del drama espectacular. Una pequeña mentira ha de desencadenar el más indignante asedio, vamos a la sala para sufrir y emocionarnos con un nuevo inocente que ha de carga con infundadas culpas. Y sí, La cacería nos conmueve efectivamente con su mezcla en la que Strindberg se une a la narración Hollywood. Thomas Vinterberg sabe muy bien que los pequeños dramas son suficientes para mostrar los horrores que viven en la aparente calma de una sociedad acomodada, como también sabe que con la dosificación adecuada, y con un balance entre provocación y sentimentalismo nos habrá de arrobar, nos hará partícipes del injusto calvario que le es dado vivir a Lucas. La habilidad y la astucia del director danés convierten el convencional relato que cuenta La cacería en una vibrante historia, a pesar de todas las concesiones que se les dan al espectador biempensante. Y lo subrayo, ya que si hay algo que hace un tanto distinta y terriblemente común a La cacería es la ligera provocación que pone en escena, un modo de desafiar levemente esa ideas preconcebidas en las que caemos con tanta facilidad. Probablemente se trate de una provocación para nosotros hoy, y probablemente con los años aquello pase a ser una nimiedad incomprensible; sin embargo, ahora ellos es suficiente para satisfacer.


Vayamos al drama: Lucas (Mads Mikkelsen) es un profesor en mala racha que tuvo que aceptar un trabajo en un jardín mientras consigue uno que se adecue a su profesión. Acaba de separarse y está a la espera de poder vivir con su hijo. Con todo y ello Lucas está comenzando a reorganizar su vida: tiene un nuevo trabajo a la vista, su hijo lo prefiere e intenta a su madre a que acepte que esté una temporada con su padre, y Lucas empieza una relación con Nadja (Alexandra Rapaport). Pero ha de llegar la mentira. Klara (Annika Wedderkop), hija del mejor amigo de Lucas, Theo (Thomas Bo Larsen), se infatua de Lucas, quien rechaza tales muestras de afecto. Al ocurrir esto Klara inventa que Lucas abusó de ella. Grethe (Susse Wold), la director del jardín, cree a pie juntillas a la niña, y así comienza el martirio. Lucas se verá forzado a un encierro en el pueblo porque los que al principio eran sus amigos creen haber descubierto que se trataba de un abominable criminal. Los niños nunca mienten, y los adultos desean creer en los infundios; al punto que cuando Klara quiere deshacer el problema ya casi todos están convencidos de cuál es la verdad. Al final el drama se resolverá felizmente, y eso aún el giro final que trata de dejar abierto aquello que parece cerrado.


La cacería renueva la conocida historia del acusado injustamente para explorar el modo en que una persona es víctima de los mecanismos sociales. Vinterberg se interesa en cómo el comportamiento de una comunidad se altera cuando creen encontrar un terrible secreto. Los prejuicios afloran pronto y la latente violencia va desencandenándose. Quizás muy conscientemente Vinterberg recurre a la costumbre de la caza, a su carácter ritual para darnos un paragón demasiado obvio entre ella y lo que sufre Lucas. Aun así, La cacería va descorriendo el velo con precisión para mostrar como una comunidad puede ser un hogar y a la vez un monstruo devorador. Hay reglas más fuertes que las consignadas como leyes. El romperlas conlleva su castigo. El director danés, sin embargo, quiere que nos indignemos ante un flagrante error, y para ello además lo refuerza haciendo del victimario al que comúnmente se identifica como víctima. Ya se sabe que las preconcepciones están tan arraigadas que son las primeras en impedir mirar; a Vinterberg le fascina ponerlo en primer plano, como para recordar que la retórica que se enorgullece de su civilidad suele ser equivocada.


Pero pongámoslo en perspectiva. Más que desafiar, Vinterberg es un alumno fiel que sigue una tradición de dramaturgos como Ibsen y especialmente Strindberg. Si se quiere La cacería es una nueva actualización del drama realista de finales de siglo XIX, un modo de volver a las preocupaciones centrales en el contexto de la sociedad danesa de hoy. La radiografía del director revela una sociedad que con todos los cambios ha mantenidos unas costumbres arraigadas -para bien y para mal, eso sí, sin el ánimo de escandalizar sino ya como un sosegado hombre mayor. Un hombre que abraza no sólo la tradición dramatúrgica nórdica, sino también la tradicional narración de Hollywood, el brío con que ha de llevar el drama a un clímax que se relaja por un par de escenas sentimentales para darle respiro al pobre Lucas y por uno que otro contrapunto humorístico. No sobra aclarar que cuando digo Hollywood me refiero al de la época dorada, al que se permitía riesgos argumentales que hoy no tan comúnmente ocurren bajo su producción. Cintas como La cacería es lo que haría Hollywood de seguir existiendo. No sobra también decir que de la época posterior a Hollywood han aparecido cintas como Perros de paja de Peckinpah, que compartiendo preocupaciones con La cacería es más audaz, incisiva, y provocadora.


En este punto hago ecos a lo que han reiterado casi todas las reseñas sobre la cinta, a lo que refrendó el festival de Cannes de 2012 al otorgarle el premio a mejor interpretación masculina a Madds Mikkelsen. El motivo por que hagamos nuestro el drama de Lucas se debe a la veracidad con que Mikkelsen se transforma en la víctima que no está a dispuesta a ser llanamente acorralada por un infundio.Ciertamente el guión del mismo Vinterberg contribuye a que nos centremos en Lucas, e incluso cuando no está presente se siente que dichas escenas parecen más un forzado paso que nos ha de llevar a la nueva aparición del protagonista. El drama en La cacería tiende inevitablemente a la simplificación, por más que Vinterberg procure matizar a los acusadores, por más que intente no convertir su film en una disputa de héroes y villanos. Repetidamente hemos de ver que el perro de Lucas ladra furioso al oír el nombre de su ex-esposa, repetidamente Lucas y sus amigos se sonreirán de ello, y esa es la posición que se nos pide aceptar. Para dramatizar hay que reducir ciertas complejidades, en La cacería los matices pasan a segundo plano. Lo que está en juego, el calvario de Lucas, es lo que nos interesa. Lo demás no pasa de puro acompañamiento.


En su última secuencia, no obstante, Vinterberg prefiere abrir el relato, no simplificarlo todo a un final feliz como para dar a entender que una acusación ha de pender para siempre, sea cierta o falsa. Casi que es un modo consciente de darle la espalda a todas las concesiones que La cacería nos ha otorgado, o casi que una forma de afirmar que el sencillo drama esconde un mundo complejo. Vinterberg no cede frente a su tema central, a el modo en que un inocente es sometido a un escarnio injusto e insoportable. El ver a Lucas tener que agarrarse a golpes con los empleados de un super-mercado porque ellos han decidido no venderle supone una intensa confrontación en la que Vinterberg apela no sólo a la piedad y el temor, sino también a una reacción más instintiva. La indignación que provoca La cacería tiende a que el espectador comulgue con una respuesta violenta, no tan radical la de -otra vez la misma comparación- como Perros de paja, sino justificable e incluso razonable. El que por momentos La cacería juegue con la dificultad -y la obscenidad- del castigo, no significa que no evite caer en un sentimentalismo simple, como ese de un amigo que siempre se mantiene fiel, o incluso el disponer que sea Theo, el mejor amigo, el padre de la acusadora. Lucas es el hombre perfecto para ser nuestro héroe, rabiosamente inocente y con una capacidad para soportarlo todo sin dejar de ser el buen hombre de siempre. Mikkelsen nos lo hace verosímil, y en buena medida es por el oficio de Vinterberg que nos emocionamos, pero no deja de ser una historia sumamente convencional, aun con sus provocaciones.


Más el que sea convencional no es una censura, sino una mera descripción. Uno puede imaginar la historia de La cacería en muchos otros lugares o estaciones, pero qué bien se ajusta ese otoño e invierno danés al martirio y la indignación de Lucas. Gracias a la fotografía de Charlotte Bruus Christensen, Vinterberg le da un tono crepuscular a la cinta. De un modo muy hábil los invernales paisajes y las casas apenas iluminadas se van tornado en un mundo opresivo, asfixiante. La cacería es un film excepcional que muestra como el encierro no se limita a los espacios cerrados sino que puede producirse en todo lugar. Una vez la comunidad decide que uno de sus miembros debe sufrir un castigo, el animal humano reacciona en consecuencia. La violencia latente de la cinta estalla únicamente por momentos, pero siempre está presente, y, reitero, el mostrar la caza es subrayarla como presencia, quizá excesivamente. Falta poco para desatar la violencia, ya lo sabemos, y La cacería no es una excepción. Vinterberg prefiere terminar con un final feliz, no alucinanmente violento como Perros de paja, un final como el del viejo y feliz Hollywood.


Podemos darnos por satisfechos con esta sesión del drama espectacular. Desafía una que otro prejuicio de los biempensantes, pero sin irrespetar demasiado. La cacería es un drama justo, emocionante, tradicional. El film es un Strindberg que pasa por el cedazo de la narración Hollywood.Vinterberg es suficientemente hábil como para poner en primer plano las contradicciones de una comunidad que se ensaña con un inocente, para mostrar lo poco civilizado del ser humano ante lo que parece desafiar sus normas. La rabia que produce unívocamente La cacería es casi que una respuesta automática, efectiva como pocas es esta nueva cinta de Vinterberg. Probablemente se trate de un Vinterberg menor, amoldado a las normas y costumbres -paradoja no menor, eso sí, en una cinta que enfatiza sobre algunas costumbres. Mas por qué ha de resultar peor que se trata de una obra menor. La cacería es una buena cinta al fin y al cabo.


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