El luchador (The wrestler)


Los relatos crepusculares, los que cuentan la decadencia de un personaje, suelen ser efectivos. Unos más sentimentales que otros, en general casi todos confrontan a sus protagonistas, qué tanto queda de los que una vez fueron sus sueños parece ser la materia central de dichas historias. El luchador es una versión más de este relato. Efectivo, por momentos profundo y revelador, por momentos sólo sentimental.

El cuarto largometraje de Darren Aronofsky es, en mi opinión, el más logrado de este realizador. En buena medida porque se aleja de sus usuales pretensiones y se dedica de lleno a contar su historia, sin hacer uso de la pirotecnia visual a la que tanto gusto tiene Aronofsky (y escribo pirotecnia en buena medida porque a ratos no tiene razón de ser, aunque en otros ratos la tenga). Después de la pretenciosa ∏ el orden del caos, la excesivamente moralizante Réquiem por un sueño, y de The fountain (película que no comento porque no he visto); Aronofsky encuentra mayores réditos en una cinta que no es el vehículo para sus vagas ideas filosófico-metafísicas. El luchador es una cinta realista, aunque como tantas con aspiraciones épicas.

Desde los créditos iniciales Aronofsky muestra como telón de fondo recortes de periódico de la época en que Randy “The Ram” Robinson (Mickey Rourke) era un luchador exitoso. La siguiente imagen: un luchador en un rincón rodeado de objetos que nada tienen que ver con su especialidad (infantiles) y una leyenda que reza: 20 años después sumergirán al espectador en el mundo de un personaje que con el paso de los años ha sido vencido. El manido recurso para la transición de tiempo (la leyenda) es simplificado por Aronofsky de modo que hace casi invisible su efecto, si bien hay que tener en cuenta que toda la prensa e información sobre la película (esta reseña por ejemplo) pone sobre aviso a muchos espectadores para que vayan preparados para ver determinada película, un poco lo mismo que lo que hace Aronofsky con ese recurso.

La película es una reconstrucción realista de algunos días de la vida de este luchador, uno que se ve obligado a dejar la lucha tras un infarto después de uno de los combates. Luego vendrá, como en tantas otras películas, el intento del personaje por redimirse, por enmendar sus errores y por rehacer su vida: en ese punto Aronofsky no es ingenuo, Randy es alguien que vive en un mundo muy parecido al de sus combates, que juega con niños a los videojuegos, un mundo de buenos que a pesar de todo siempre vencen a los malos. Por tanto actuará en concordancia, se enamorará de una stripper (otro personaje en su propio ocaso profesional) y seguirá su consejo para hacer las paces con una hija de la que se separó cuando ella era pequeña. Pero el mundo no es como las ficticias peleas que coordina con sus rivales, Randy se decepcionará por el rechazo de la stripper, volverá a equivocarse con su hija, perderá un empleo en un supermercado, el único que tiene para sobrevivir. Finalmente volverá a luchar, y a pesar de su dolencia peleará hasta el último minuto de la película.

Mejor que ese mediocre recuento es pasar a cuestiones formales puntuales, a una secuencia particularmente conseguida: se trata de la última pelea antes de que Randy sufra el infarto. Los primeros planos muestran a los luchadores comentando qué harán durante la pelea. En seguida, en corte directo, aparecen tras la pelea, ambos lacerados, agotados (en la película las heridas son verdaderas, aunque los combates sean coreografiados). Un médico va a asistir a Randy, mientras restaña sus heridas la película se devuelve (con el subtítulo 14 minutos antes, desprovisto de ironía), Aronofsky no va elidir la sangre ni la violencia, sólo retardarla. El paralelo (la curación de las heridas y el combate) procurara dejar en evidencia que aquello que en un momento se creía simplemente un simulacro, no lo es tanto. De este paralelismo, por lo demás, pueden seguir muchas lecturas, exageradas muchas de ellas, exageraciones deseadas tal vez por Aronofsky (recuérdese su filmografía). De hecho muchos comentaristas han hecho un paralelo entre el personaje y la situación de Mickey Rourke, algo que no deja de ser más un interés amarillista. Algo de eso tiene la película, pero no deja de ser algo farandulesco y que no tiene relación con la película propiamente dicha.

Otro punto muy curioso de la película es un diálogo en el bar de strippers. Cassidy (Marisa Tomei), de quien se enamora Randy, cita La pasión de Cristo de Mel Gibson, una línea en que compara a Cristo con los luchadores. Resulta sumamente atractivo una cita así (y bastante coherente dentro del mundo de la película). Sin embargo el crítico Peter Bradshaw dice que tal vez se trate de una cita de un ensayo de Roland Barthes. Con Aronofsky todo es de temer.

En cualquier caso la película cae inevitablemente en lugares comunes. Escenas como en la que Randy va con su hija a lo que fue un parque de diversiones y, al fin, terminan uniendo sus lazos. O el típico cambio de parecer de Cassidy al final de la película, cuando ella deja su trabajo e intenta salvar a Randy de una muerte segura (en el combate final). La película tiene varios momentos edulcorados que la ligan irremediablemente con un larga de cintas que es mejor no recordar.

También es controvertible el hecho de volver a un personaje como Randy un ícono, un héroe. Randy es un producto de la cultura más popular de norteamericana (piensa de acuerdo a ello). El combate que lo hizo más popular tenía como antagonista a un luchador que se hacía llamar “El Ayatollah”. Como dije, las peleas tenían como espina dorsal una narración muy simple en que un luchador bueno, a pesar de todas las trampas del malo, vencía. El convertir a Randy en un héroe, dado el estado de cosas, quizá sea una incorrección política (aunque si lo fuera, aplaudiría a Aronofsky por su audacia, no por tener alguna simpatía política con esa posición, sino porque esta incorrección es lo más coherente dentro del mundo que Aronofsky describe). El último combate de Randy es, por supuesto, en contra de “El Ayatollah”. Las lecturas alegóricas se pueden multiplicar en este punto. Personalmente prefiero que sea simplemente la historia de un luchador en decadencia que trata de no hundirse más, y nada más; lo prefiero de verdad. Pero repito, es presumible que Aronofsky usara todo aquellos detalles para que todo tipo de estrambóticos discursos se ampararan en la cinta. El caso es que la posición de Randy como héroe es discutible, pero aquello llevaría a un campo que no es el propiamente cinematográfico, un campo que por tanto evito discutir más ampliamente.

En definitiva, El luchador es una película con aciertos, una película que aún con una típica historia logra sostenerse. Se encuentra adosada con algo del, si se me permite la expresión, sentimentalismo norteamericano. Se encuentra poblada también de recursos del cine comercial, lo que me conduce a pensar que una buena parte del llamado cine independiente norteamericano no es tan distinto del de Hollywood, aunque esto merece un mayor debate.

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