El árbol de la vida


¿Cine total? El árbol de la vida sería un perfecto ejemplo de ese género. Una cinta que intentase abarcar en sí misma una visión total del mundo. Del drama mínimo de una familia estadinense a la creación del universo. Todo quisiera contenerlo El árbol de la vida. Todo va bien, hasta que este vehículo comienza convertirse en un modo de exponer creencias. En ese puntoempiezan mis reservas, pues Malick muestra transparentemente las suyas. Por usar las palabras del algún reseñador, Malick (parece) cree(r) en un panteísmo que ve en la naturaleza la evidencia de la existencia de Dios. Por momentos la cinta parece bordear peligrosamente el proselitismo. Aunque hay que ser justos, Malick no es un simple propagandista, y el hecho de que El árbol de la vida sea su profesión de fe no entraña la imposición de sus creencias, más bien su exposición.


Resulta paradójico entonces ver hoy, en una sociedad que se supone secularizada, un filme como El árbol de la vida. Quizás no sea una sociedad tan secularizada después de todo, pero aquí no estamos para elaborar sobre tales presupuestos. Mejor me parece decir que una afirmación tan desnuda de un credo es lo que ha movido a decir que la cinta es amada u odiada de plano. No debería hacer falta decir también que eso es una exageración.

Ahora, Malick no crea de la nada. El cineasta es posiblemente heredero de una tradición muy propia de los Estados Unidos. Un hijo de Whitman que ha intentado conciliar con él una suma de ideas religiosas. Incluso se puede decir que El árbol de la vida es, guardando las proporciones, el Hojas de hierba del cine. Una celebración de la vida, a pesar de todas las dificultades que entraña.


Reconozco la admirable conjunción de elementos de la cinta. No es narrativa propiamente, es un conjunto con el que se va creando un gran fresco, una poesía ha dicho más de uno. La comparación que Malick hace un tanto palpable en la cinta es la de la gran pieza musical. El árbol de la vida quisiera ser música. Música celestial y polifónica. Música armónica en la que no parece no haber lugar para disonancia, para el caos -que también hace parte de esta vida.

Desde el inicio Malick anuncia el mecanismo que durante las siguientes dos horas y media guiará el filme.La idea está en la conjunción de todos los elementos, y especialmente en su fluir. Todo deviene. En el principio del filme ya están conjugados todos los tiempos, ya sea el que alude a ese relato de la creación del universo, del mundo, y  de su destrucción, ya sean los recuerdos de la vida de una familia en Waco en los años 50, ya sea el hijo mayor de esa familia tiempo después, que parece estar recordando siempre con desazón. El montaje que plantea  Mallick conjuga pues en una especie de introducción todos sus temas, los tiempos, y la reiteración de imágenes -el agua que corre, los árboles que se yerguen como evidencia de un continuo proceso de transformación- como símbolos de toda la cinta. No es al azar que se encadenan una escena tras otra, sino es más por el modo en que enfatiza la conexión de una especie de flujo universal. Incluso el movimiento de cámara suele sujetarse al vaivén de ese mecanismo. Una música invisible que el director parecer suponer rige el devenir del universo.


Como contraste Malick propone la historia que puede ser fácilmente asociada a la suya propia. Resulta irrelevante hasta qué punto sea autobiográfica o no la cinta; considero que lo esencial es que un drama en el que no intervienen planetas ni creaciones, un drama tan lejano a la grandilocuencia de ese otro relato contrasta con esa meditación sobre la metafísica. Y ese drama muestra las bondades, ambigüedades y miserias de la vida de unos estadinenses acomodados a mediados de siglos. No tan burdamente como se ha simplificado: el padre=severidad, la madre=bondad; sino con matices sutiles. La Sra. O'Brien es bondadosa, pero también infantil al punto que no es capaz de confrontar a sus propios hijos. El Sr. O'Brien es severo, pero en la medida en que él mismo es un hombre frustrado. Y Jack, el protagonista, nunca se deshace realmente de una frustración que lo va llenando -no, hasta que él conoce las creencias de Malick, lo que es un poco tramposo. La muerte de su hermano parece ser testimonio del desencajamiento de las vidas de los pequeños humanos. En buena medida este pequeño drama resulta ejemplar en la medida en que sin excesos dramáticos siembran dudas sobre el típico estilo de vida estadinense.


Hasta aquí El árbol de la vida es absolutamente admirable. Sin embargo hace falta una redención que para Malick sólo puede darse al ver el sentido de la vida. La conjunción de las visiones opuestas en un sólo fluir que la divina naturaleza ha puesto ahí para nosotros  y en la que nosotros estamos. Claro que es cuestión de fe, y desgraciadamente yo soy más bien un tanto escéptico. Por otra parte también es cierto que hasta cierto punto la poesía a la que alude Malick no es sólo transparente, sino a ratos tópica. Lugares comunes que es verdad alteran un tanto su significación cuando se le ven dentro del conjunto del filme, si bien aquí el efecto puede ser más inconveniente que en otras cintas del cineasta. No sobra añadir por demás que el cantar al universo afirmando tales creencias está en consonancia con algunas tendencias actuales -no olvidemos que en Avatar algunas creencias afines se presentaban en una historia más comercial.

Las obras de arte que celebran la existencia plantean algunos inconvenientes que a veces pasan soterradamente, pues se les acepta vergonzantemente. El final glorioso de la Novena de Beethoven es una obra musical sublime, aunque parezca descender de un mundo de cuentos de hadas. Y esta reconciliación que propone Malick es parecida, una cuestión fantástica -en un sólo sentido de la palabra.


Tal vez mis propias creencias me hagan rechazar el filme, tal vez sea cuestión de fe. Me adhiero más bien a otra tradición norteamericana, casi contemporánea a la de Whitman. Melville desciende, en Moby Dick, hasta el fondo de un universo en el que no sólo hay armonía, sino también caos y desperdicios.

Sin duda es admirable lo que consigue Malick en El árbol de la vida. Así como también es indudable que las honduras que Malick propone apenas son entrevistas en esta reseña. El sólo hecho de filmar una cinta con los ambiciosos objetivos que tiene, con los logros estéticos que alcanza, con el valor para no ceder a las convenciones de un cine más comercial, todo ello es tremendamente admirable, y todo ello está en El árbol de la vida. El discurso que promueve la cinta es lo que considero problemático. El discurso es lo que no comparto.



No obstante, me queda espacio para elogiar la cinta. Elogiarla, aunque guardando mis distancias.



Comentarios

  1. Me interesa esta película, aunque tengo bastantes malas referencias. Pero aún así la veré. Ahora, solo quiero acotar algo a lo que dijiste al principio del artículo, acerca de una "sociedad supuestamente secularizada": la sociedad actual es tanto o más religiosa que en otras épocas. Es una gran confusión por parte de los no creyentes considerar que hoy en día la mayoría de la gente es atea, solo porque en internet se despachan sin reparo. En realidad lo que sucede es que hacen mucho ruido (aunque prácticamente no hayan nueces). Dicho esto, seguiré en busca de la película a ver qué sucede. ¡Saludos!

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    1. Agradezco tu comentario. Es mejor ver "El árbol de la vida" a muchas otras películas, por lo menos es distinta. Y sí, la secularización hace más parte de algunos discursos académicos que de la sociedad. Ahora, humildemente no soy religioso.

      Saludos.

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  2. Inolvidable película!!! Esencial e impèrfecta, como la vida misma....

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