La sociedad del semáforo


I. La Polémica

Al estrenarse La sociedad del semáforo en el año 2010 se generó una insólita polémica. No sólo porque un par de críticos usaran una entrevista como medio para hacer una especie de juicio sumario a un director, Rubén Mendoza; sino porque los términos que se discutían no podían ser más errados. Esencialmente los periodistas -Mario Álcala y Rafael Rojas- decían que el filme carecía de historia, subrayaban que no había desarrollo dramático, y que, por ende, la cinta se limitaba a ser una sucesión de imágenes carentes de tales hilos conductores. De por sí esto no debería ser censurable, pero la incorreción del planteamento de los críticos reside en que aquello que asumen no existe, es parte del filme. La cinta tiene un armazón narrativo con una historia clara que desarrolla conflictos, con digresiones claramente identificables. Es más convencional de lo que parece, lo que demostraría que el juicio de los críticos es más bien apresurado: sí, la cinta tiene secuencias delirantes, pues su intención es mostrar el delirante mundo de sus personajes, pero esto no impide ver una historia contada con claridad. La ponderación sobre el éxito y el acierto del resultado final es otra cosa, pero encuentro particularmente peligrosa este tipo de asunciones después de ver la cinta. Un crítico no puede dogmatizar sobre su propio idea de lo que debe ser una película -bien valdría preguntarse si debe ser cualquier cosa cuando ser habla de arte.
La polémica derivó en un enfrentamiento personal que derivó en un espectáculo lamentable que no hace falta comentar -y mucho mejor comentar hoy La sociedad del semáforo, años después cuando tales circunstancias han pasado a segundo plano.
Una polémica sin sentido que además invoca una concepción del cine harto conservadora. Un espectáculo para olvidar.

II. La sociedad  del semáforo



Lo que se debe resaltar sobre La sociedad del semáforo es un desarrollo coherente de todo un conjunto estéctico que se sostiene sobre un armazón narrativo. La delirante vida que experimenta una persona que vive en la calle se transforma en la delirante cinta que vemos. Mendoza presenta esto de un modo más convencional: la primera secuencia muestra un trancón de ambulancias, las imágenes de estas son las fantasías de Raúl Trellez, habitante de la calle y protagonista de la historia. Al principio Trellez imagina como detener por más tiempo un semáforo en el que se congregan personas de la calle intentando conseguir su sustento diario. Pero esto no es más que una suerte de McGuffin. Lo que realmente interesa en La sociedad del semáforo no es hacer una cinta pintoresca en la que se redimen los marginados, sino mostrar una historia ficticia de unos mucho más probables marginados.


El resultado es excesivo, pero sigo subrayando, si se tiene en cuenta el mundo de marginación que quiere pintar Mendoza lo que precisamente es lógico, secamente lógico, es conducir la cinta del modo abigarrado y recargado, barroco. Es verdad que por momentos el exceso conduce a la gratuidad: Raúl anda por la calle, se detiene antes un viejo que parece vender CDs en la calle. El viejo aclara que él vende CDs en los que se ha grabado el silencio. Raúl pide una demostración. El sonido de la escena se asordina, Raúl pide que le sube el volumen hasta el punto en que no se oye nada. Raúl enfurece y destruye la grabadora en la que suena el silencio, y entonces el sonido vuelve a la cinta. Este juego puede resultar divertido, pero dentro del contexto de la película no encuentra lugar, parece un añadido que no tiene una clara relación con el conjunto. Pero escenas como estas son la excepción, pues en general todo se articula con el eje narrativo, unos cuantos días de la vida de Raúl en las calles bogotanas. 

 
Por otra parte el exceso es cuidadísimo, y responde a una auténtica imagen de la vida en la calle. En esto evidentemente influye la decisión de rodar esencialmente con los llamados actores naturales. La cinta no se convierte en una fantasía sobre cómo es vivir en la calle, sino se acerca a un fresco sobre ello, a una colcha de retazos -dicho esto como elogio. Aunque claro, los actores naturales conllevan otros riesgos: en una escena particularmente dramática la madre de uno de los habitantes (Cienfuegos) debe llorar a su hijo, al que creía muerto hace mucho tiempo. La escena resulta absolutamente inverosímil. Pero esta escena no es indicativa del resto que mantiene un nivel de verosimilitud. Ciertamente es raro para uno, que vive en Bogotá, ver una sociedad en un solo semáforo con tantos habitantes de la calle. En la ciudad no la hay, aunque acá deba recordarse que la cinta es una ficción y no precisamente un trabajo documental.



Es importante que en Colombia se haga cine como La sociedad del semáforo. Cine auténtico. Con todas sus falencias y excesos La sociedad del semáforo es un buen signo.

Comentarios

  1. Por fin me encuentro con una buena critica sobre la película. A mi en lo personal me parece una buena cinta.

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  2. Agradezco tu comentario, anónimo.
    Sin duda es una buena película. Es excesiva, pero eso es algo muy acorde con el mundo de la película. Eso sí, uno anhela que más realizadores no le temieran a los excesos, si han de ser como los de La sociedad del semáforo.
    Saludos.

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