Melancolía

 
El cine de Lars von Trier siempre ha tratado sobre catástrofes. Catástrofes domésticas, claustrofóbicas, ominosas y apabullantes. Incluso en El jefe de todo esto, en mi opinión su mejor película, se puede vislumbrar ciertos ecos de un derrumbamiento, así sea de ese torpe e increíble embaucador. Melancolía no es distinta. El que la catástrofe tenga lugar a proporciones planetarias no cambia el modo en que von Trier se acerca a este drama: se interna en el mundo de Justine (Kirsten Dunst) y Claire (Charlotte Gainsboroug), en sus pequeños conflictos. El mundo individual en el que al principio Justine parece fuera de lugar, pero que más tarde, ante la inminencia de la catástrofe,  Claire es quien se encuentra fuera de sitio. La inversión plantea una perspectiva interesante, y de Melancolía se puede tomar muchos hilos para elaborar largamente sobre ellos. Sin embargo, la cinta, en buena parte de su metraje, me dejó completamente indiferente. Mal signo, más cuando una mala estrella se avecina. No es que esté enfermo de melancolía; o bueno, no creo que se trate de eso; sino de que el filme de von Trier, quien tan saludablemente ha provocado tantas controversias, es incapaz de despertar de su apatía -como si la misma cinta estuviese enferma de Melancolía. Von Trier ha afirmado, reiteradamente, que sus últimas dos cintas -Anticristo y la presente- son una suerte de ejércicios terapéuticos, catárticos, curas para su depresión. Esta Melancolía parece, no obstante, estancarse en su abulia. 


Ahora bien, Melancolía es una película inteligente, esforzada, irregular y muy de vez en cuando divertida. No se trata siquiera de una broma cruel y significativa como lo es Las 5 obstrucciones. Es más bien de la reiteración de una misantropía en tono bajo que se excede en pequeñas peripecias, a veces cómicas, a veces simplemente aburridoras. Melancolía es un filme cuidadosamente elaborado -también en sus bromas- que falla a la hora de producir los efectos que supone conseguir. Al final Justine afirma que no hay que lamentar el fin de este mundo malvado, lo que es particularmente cierto del triste mundo de la nueva cinta de von Trier. No lamenté en modo alguno el final de aquel mundo. 


La cinta está dividida en un prólogo -obertura es llamada- y dos partes: Justine y Claire. Cada una de las partes se centra en cada una de las hermanas. El prólogo muestra en "tableaux vivant" una suerte de resumen de lo que será la trama, como si se buscara acentuar no ese desarrollo de la historia, sino concentrar la atención en sus personajes y en su evolución. Una renuncia a las sorpresas que puedan develar una trama, más cuando las películas sobre dichos cataclismos alargan sus historias hasta que llega la anhelada salvación: en el filme de von Trier no habrá salvación. 

 
En la primera parte se asiste a la boda de Justine con Michael (Alexander Skarsgard). Después del fin del mundo, la primera imagen anuncia el tono de la boda: una larga limunisa intenta doblar por un estrecho camino en un bosque. Una comedia de costumbres con ecos de la danesa La celebración, o buscando referente quizá más significativos, con ecos strindbergnianos. Justine, paulatinamente, actuará de modo errático, se esconderá cada vez que tenga ocasión, desquiciará a su cuñado John (Kiefer Sutherland), y se evadirá del celo protector de su hermana que se esfuerza por celebrar un banquete de bodas medianamente convencional. Una escenario perfecto para la fuerte crítica social que realiza von Trier en muchos otros filmes de modo abierto y mordaz, y que a veces ha caído en los histerismos de Breaking the Waves y Dancer in the Dark -cintas que detesto. Pero en Melancolía no es así. La crítica es meliflua, como si la melancolía la atenuase.


El cine de von Trier suele debatirse entre un realismo heredero de Fassbinder -y más soterradamente de Ibsen y Strindberg en sus obras realistas- y una tendencia a la alegoría que a mi modo de ver resulta de la forma en que von Trier ha asimilado a cineastas como Bergman o Tarkovski (no quiero decir que ellos sean realmente alegóricos, sino algo más audaz -y equívoco quizás-, que von Trier los entiende como si lo fueran), pero que en últimas se relacionan con el hecho que fundamentalmente von Trier es un director que preocupa por explorar dilemas morales. Melancolía se inclina inevitablemente hacia la alegoría: por ende la boda y sus personajes son más representaciones que personajes. Así, Jack (Stellan Skarsgard), padre de Michael y jefe de Justine en una agencia de publicidad, representa más la codicia sin cortapisas, y no a un padre, o a un gerente de una agencia de publicidad.  La alegoría permite exponer algunos planteamientos complejos que no hallarían lugar en una sencilla puesta en escena, pero también puede opacar lo que se muestra, borrar los matices para evidenciar una suerte de realidad moral. Lógicamente interpretaciones complejas se pueden derivar de esta alegoría como interpreta Peio Aguirre, pero también es verdad que la alegoría tiende a achatar la realidad para que encaje en un modelo inteligible.

 
Sin embargo, lo que aburre especialmente en esta primera parte es el andar desorientado de la trama, semejante, curiosamente, a esa imagen que muestra a Justine enredada por hilos de lodo (?) que le impiden caminar. Innecesariamente von Trier incluye una escena explicativa de dicha imagen: Justine le dice a su hermana Claire que su actuar errático se debe a que siente que hay un hilo que tiene entre las piernas que no le deja caminar. Al margen de la posible broma, mostrar una imagen antes para que un personaje lo diga resulta en últimas, incluso si es una broma, torpe. Más sugerente todavía es la alusión a la Ofelia de Millais que encuadra perfectamente con la atmósfera alegórica y "romántica" que el mismo von Trier (min 5:08) dice querer haber dado al filme.
El caso es que está primera parte avanza a trompicones. Termina por convertirse en una narración episódica, de escenas que no parecen tener final y que aburren, más que deprimen o escandalizan.


La segunda parte se titula Claire y cuenta los últimos días de la tierra para la misma Claire, su esposo John, su hijo Leo (Cameron Spurr) y, por supuesto, Justine. Es Justine quien llega en pleno ataque depresivo a la mansión de Claira para recuperarse. Con el paso de los días, y con la cercanía del gigantesco astro Melancholia,  Justine se va recuperando. Mientras tanto, Claire va ir sufriendo un progresivo pánico, la inminencia de la destrucción la aterra. Von Trier invierte los roles: el aparente pesimismo infundado de Justine tiene un fuerte asidero ante la catástrofe. Mucho más fluída y satisfactoria resulta esta segunda parte, en buena medida porque la alegoría adquiere un escenario más adecuado -la boda en la que se desarrollaba la primera parte no lo era en absoluto. La desolación de Claire contrasta inevitablemente con la filosófica aceptación de Justine, quien además como si fuera una filósofa moral, o como profeta de la calamidad, justifica eventos de tal índole: merecemos morir por nuestra maldad. No obstante, antes del fin, en una escena sensiblera Justine mostrará algunos matices y rídiculamente aceptara un juego insensato para recibir al planeta que barrerá con la tierra. Un final que podría ser satíricamente genial en otra cinta de von Trier, aquí no encuentra lugar, pues la película se ha decantado acentuadamente por la alegoría.


Von Trier ha preferido realizar películas  que presentan dilemas morales en que sus heroínas escogen aquello que suele estar mal visto. Por eso he dicho que es un cineasta moral que suele tener una gran cualidad para criticar mordazmente a la sociedad. Dogville es, más que una crítica a Estados Unidos, una crítica a una moral que se arrodilla ante las abyecciones de los otros. Melancolía no es diferente, los seres humanos son perversos, la vida es de por sí mala, no se debe llorar por su desaparición. Pero Melancolía es menos radical que otros filmes: Claire y Leo son seres sin mayor tacha. La misma Justine no es una mala mujer. El discurso grandilocuente de Justine no guarda relación con el mundo apesadumbrado del filme. Sin la histeria el mundo no parece tan perverso. Ante la radicalidad de algunas frases más de un comentarista ha asentido, la abyección reina en el mundo. En la cinta no es del todo así. El mismo von Trier ha dicho que no le ha satisfecho lo suficiente Melancolía. Buena razón tiene en decir ello, pues un director tan acostumbrado a morder tan frecuentemente, parece haberse encontrado en esta cinta con los dientes romos.


En estos días me he dicho, como para justificar a Melancolía, que la cinta describe tan fielmente ese estado que intenta hacerlo como cinta misma. El filme como una muestra de lo que es la melancolía en toda regla. Lastimosamente ese argumento no rescata a un filme que se empatana en excesos. Es verdad que el control de von Trier de su estética es atractivo, como también ese humor ambiguo al colocar un hoyo 19 en el prólogo, y más tarde incluir una escena en el que el personaje de John repite enfurecido la pregunta de cuántos hoyos tiene un campo de golf; 18 responde Justine indiferente. Indiferencia excesiva, quizás ese es el problema. Melancolía es una película extrañamente mesurada para ser una película de von Trier, e increíblemente yo anhelo al von Trier desenfadado. Mejor termino ahora señalando lo que encuentro más problemático -y estimulante- del filme, el uso cacofónico del preludio a Tristán e Isolda de Wagner.


El preludio: Durante prácticamente toda la cinta la única música que suena como acompañamiento es el preludio mencionado de Wagner. Este parece apropiado para el tono fantástico y ligeramente nostálgico de la cinta. Un tono que se permite ese largo prólogo de imágenes alegóricas algunas, excesivamente cuidadas todas. O también esa extraña escena de Justine desnuda bajo el planeta Melancholia como si se ofreciera a él. Estos tonos fantásticos funcionan muy bien. Otra cosa es la reiteración un tanto azarosa del preludio. Cada vez que quiere enfatizar un momento emocional suena un fragmento del preludio, y con el paso de los momentos la música se transforma paulatinamente en un sonsonete dulzón, molesto.
He supuesto que bien podía tratarse de un juego con la idea de leitmotiv, más cuando la trama se desenvuelve -especialmente en la primera parte- como esa melodía wagneriana sin fin. Esos reflejos encerrarían un uso juguetón de Wagner y su estética para transformarlo en un molesto acompañante. Pero la cinta no da pie a certeza alguna. Von Trier es definitivamente una esfinge, y también es la esfinge sin secreto de Wilde: en esta cinta a partes iguales. Lo más estimulante que me dejó Melancolía es ese ambiguo juego.


P.S.: Lo más escandoloso que produjo Melancolía no estuvo en la cinta, sino en la conferencia de prensa en Cannes. Repito, von Trier tiene tanto de esfinge, como de esfinge sin secreto.



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