El niño de la bicicleta

 
Aceptar ciertas realidades no es sencillo. Es doloroso. Para comenzar El niño de la bicicleta es una fábula sobre la aceptación, pero resulta incompleto describir así la cinta. Además, es una celebración de una inesperada bondad. Aceptarlo no es sencillo. Más en una realidad contrastante, en la que pareciera no haber lugar para la bondad. Sin embargo, he de anotar que sí hoy se celebra un número de películas que implicitamente -o a veces no tanto- afirman que el Mal no necesariamente tiene una motivación, por qué no se ha de celebrar una en que la Bondad surge como de la nada. De hecho los hermanos Dardenne así lo piensan. Aún hay que aclarar que el cine de los realizadores belgas no es uno que defiende tesis, o proclama doctrinas. El niño de la bicicleta es una cinta magnífica porque narra un cuento emotivo, un cuento más allá del Bien y del Mal.

 
El niño de la bicicleta comienza con Cyril (Thomas Doret). Llama tercamente al número de su padre. Pero nunca va a contestar; se ha mudado de apartamento, se ha llevado su bicicleta. Cyril no cejara en sus intentos por encontrarlo. Primero encuentra a Samantha (Cécile de France), una peluquera que vivía cerca de su casa, luego a su bicicleta, para por fin dar con su padre. Ya desde el principio se intuía que Guy (Jérémie Renier), el padre de Cyril, lo rechazaría, y así ocurre. Cyril se ha de resignar a aceptar a Samantha, la bondad misma, como madre sustituta. Sin embargo, como en las cuentos de hadas, el protagonista es tentado por el mal, encarnado acá por Wes (Egon Di Mateo), quien casi lleva a Cyril a la delincuencia. El final será ambiguo, no obstante, a diferencia de los cuentos de hadas, pues la fábula de los Dardenne se asemeja más a la realidad.


El cine de los Dardenne se ha caracterizado por un acercamiento desnudo a historias cotidianas de una clase social trabajadora. Realidades crudas que hacen parte de la vida cotidiana de la Europa actual. El niño de la bicicleta es de sus cintas la que se acomoda mejor, no obstante, en un mundo de fábula. A pesar de que las imágenes sean tan transparentes, de que las actuaciones nos recuerden tanto al modo en que las personas se comportan día a día, hay que recordar que esta es una ficción, magnífica repito, pero ficción nada más. Antes documentalistas, los Dardenne son deudores del ya añejo neorrealismo, pero principalmente son deudores de Bresson -moral más que formalmente. Han demostrado con sus filmes una capacidad para mostrar filmes convincentes sobre realidades ocultas al ojo del gran público, pero desde La promesa en el campo de la ficción y el artificio, y hoy más que nunca en su nueva El niño de la bicicleta.


Lógicamente se ha notado una conexión entre la nueva cinta de los Dardenne y la fabulosa Ladrón de bicicletas. Las similitudes saltan a la vista. Más significativas me parecen, empero, las diferencias. Mientras que la cinta de De Sica narraba la travesía en que un padre buscaba con su hijo la bicicleta que usaba en su trabajo, Cyril busca al padre, a veces andando en su bicicleta. La bicicleta es un medio presente en el filme de los Dardenne, allí donde estaba ausente en De Sica. Allí donde faltaba la bicicleta, hoy falta el padre. En ninguna de las cintas dicha ausencia será llenada, pero el cambio de papeles es significativo en la medida en que las sociedades se han transformado. Por otra parte ha de resaltarse que el énfasis que hacen tanto De Sica como los Dardenne es distinto: para el primero había una necesidad primordial en mostrar los conflictos que surgen en la sociedad italiana de posguerra; para los Dardenne de El niño de la bicicleta lo primordial reside en las emociones, en esa búsqueda sentimental del padre. No se entienda mal, no digo ni que De Sica haga radiografía social carente de emociones, ni que los Dardenne no se preocupen por retratar la sociedad belga actual. Señalo entonces un cambio de prioridades, que varían según los contextos -y hay que recordarlos sobre todo hoy, pues pronto pueden cambiar por la reciente crisis económica europea.

 
La sencillez del filme contrasta con el complejo cuadro de la sociedad que consigue. Una sociedad en la que perviven conflictos a pesar de que todos sus formalismos estén dispuestos para salvarlos. Cyril se encuentra al principio en una suerte de orfanato -escribo desde mi lamentable ignorancia, equivocándome seguramente. Dicha institución supuestamente debe suplir a unos padres. El conflicto que vive Cyril demuestra que esa institucionalidad no consigue resolver para la que supuestamente ha sido creada, y por esto la cinta resulta más crítica de lo que pareciera; claro que eso es sólo mi interpretación.
En todo caso los Dardenne son lo suficientmente hábiles como para presentar un relato auténtico que puede conmover más allá de la sensiblería. No dramatizan aquello que no es dramático, pero tampoco eluden las escenas incómodas. Cyril, por ejemplo, no es un niño simpático en modo alguno. Fieles a sus personajes y a su historia los realizadores filman un notable cuento sobre una resignación y una enmienda, reitero, un cuento auténtico. 


¿Qué es lo auténtico de las imágenes en este filme? No es sencillamente las semejanzas con la llamada realidad. No es únicamente renunciar al uso excesivo de la música, o a los efectos generados por computador. Es la convicción con que se presenta esta pequeña historia, y sobre todo, es el modo en que los Dardenne filman para que la relación entre imágenes y sonidos conecte con el público.
No puedo evitar mencionar aquí la excesivamente promocionada serie de televisión sobre Pablo Escobar. Tanto esmero por imitar fielmente las fotos, por ceñirse a los documentos históricos, que en últimas no creo que den claridad a ese pasado. En contraste los Dardenne prefieren mostrar lo que conecte mejor con la historia, no imitar al dedillo las imágenes impresas en los periódicos, o en la red. Y mientras la serie se reduce a un moralismo acartonado, El niño de la bicicleta produce la sensación de una historia verdadera. Parafraseo de memoria a Bresson que lo resumió mejor: el cine, y yo me atrevo ampliar el espectro a todo lo audiovisual, no es (sólo) una cuestión de las imágenes, sino de lo que pasa entre las imágenes.


P.S.: El título original es Le gamin au vélo. Tengo la impresión de que  El niño de la bicicleta no es precisamente lo mismo. Claro que puedo estar equivocado.




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