Le Havre

 
La inmovilidad puede ser una virtud. Una reseña tras otra uno pide novedad, pide cambios, pide versatilidad. Pero a veces que un realizador se mantenga fiel a un registro, mientras explora otras historias, resulta reconfortante. Encantador me atrevo a decir. Le Havre es una cinta encantadora. Muestra un atractivo del que carecen las en aparencia cintas bien intencionadas de hoy. Supongo que el atractivo se completa porque la nueva cinta de Kaurismaki recurre a la solidaridad de un modo genuino, y no como uno de los tantos valores que otras cintas filisteas dicen promover a pesar de su evidente cinismo. El realizador finés ha seguido sus conocidos patrones para contar una comedia sin recurrir a la sensiblería o la más burda manipulación. Es un cuento sencillo que se ajusta al estilo de Kaurismaki y que consigue ser a la vez significativo y emocionante.


Le Havre es filmada en el puerto del mismo nombre en el norte de Francia. Cuenta el modo en que Marcel Marx (André Wilms) ayuda a Idrissa (Blondin Miguel), un niño que intenta emigrar ilegalmente hasta Londres, donde está su madre. Marcel le ayudará para que no sea descubierto y que al final pueda atravesar el canal de La Mancha y llegar a Londres. Este común relato es contado por un realizador que se ha caracterizado por tener un estilo parco, catalogado como minimalista, uno de cuyos principales rasgos es la inexpresividad de todos los personajes de sus filmes. La fidelidad de Kaurismaki a su estilo daría vigencia a la hoy ya tan desprestigiada noción del cine de autor, más si se tiene en cuenta que no sólo rasgos formales sino también de contenido dan unidad a su filmografía -que también ha tenido excursiones en diferentes registros y técnicas (Juha, por ejemplo, una película silente). El argumento se ajusta a los rasgos del realizador, y no al contrario, lo que convierte a esta historia en una más de un universo que a través de las últimas 4 décadas Kaurismaki ha construido.


A lo largo de su filmografía Kaurismaki ha contado historias que se desarrollan en un entorno de pobreza, de personas trabajadoras cuyo universo no tiene perspectivas de cambio inmediato. No es distinto en Le Havre. El entorno de Marcel es el de quienes apenas consiguen dinero para vivir el día, el de Idrissa es la inmigración ilegal como único medio para hacerse con una vida un poco mejor. Una imagen de la marginalidad que existe en la Francia de hoy, si bien notando que el filme de Kaurismaki no es la realidad europea, sino el mundo de Kaurismaki. Es de notar cómo contrasta el modo en que Kaurismaki muestra el modo en que la policía descubre el container que lleva a los inmigrantes africanos, y más tarde las imágenes de televisión que reportan el mismo evento. La narración de la cinta es desprovista de cualquier efecto, de cualquier viso naturalista, mientras que la que se alcanza a ver en los televisores está en las antípodas: hambrienta de efectos y de un naturalismo afectado. El discurso de ambos tipos de imagen se opone, e implica formas diferentes de interpretar el suceso. Mientras la imagen de los medios en realidad hace ópaco el evento, el modo en que Kaurismaki narra brinda una luz distinta al mismo suceso.
Se puede llegar aún más lejos. La imagen de los medios va perdiendo toda significación pues se limita a repetir fórmulas cuya única intención es mantenerse en un territorio archiconocido. Kaurismaki ha mantenido el mismo estilo durante años, pero cada elemento de su puesta en escena pretende descubrir algo nuevo, ser significativo. El contraste se encuentra generado de tal modo en el modo en que las mismas imágenes se insertan en los discursos. La imagen de los medios en la película de Kaurismaki puede implicar un nuevo significado, y esa misma no hace sino reiterar un discurso insertada en un noticiero. Es la luz bajo la que se intente iluminar una imagen que puede añadirle significados, o quitárselos.


La ilumación de las escenas en los interiores de la cinta puede conectarse con la luz de los cuadros de Hopper. Una luz que muestra a esos personajes inexpresivos, solos, marginados del mismo escenario en que viven. El hacer de Kaurismaki se vuelve significativo para revelar por medio de la conexión de sus imágenes una situación de los personajes que va más allá de la que se puede implicar por la sencilla narración en la que están sumergidos. Hay que resaltar que la cinta resulta impermeable a la construcción psicológica, ya que por un lado la inexpresividad de la actuación impide realizar ese nexo, ya porque los personajes se reducen a una especie de arquetipo. Debo matizar, no obstante, mi segunda afirmación, pues Kaurismaki no permite que se entrevean motivos: los personajes actúan sin una intencionalidad muy clara, y esto da una sensación de absurdo a la cinta. Sensación que por otra parte uno podía encontrar en ese cine silente de Chaplin y sobre todo de Buster Keaton. Casi que en el mundo de Kaurismaki la psicología del personaje no es explorada porque su papel es tan reducido, que se puede prescindir de ella. Estas conclusiones hiperbólicas se matizan al tener en cuenta que los personajes son tan obtusos como los espectadores: Marcel no se preocupa por Arletty (Kati Outinen) porque ella dice estar bien, aunque rápidamente sabemos que está en un tratamiento de un cáncer el cuál tiene pocas esperanzas de superar. Las palabras son suficientes pues el otro es impenetrable.


No es raro que mientras está en el hospital a Arletty le lean América de Kafka. Mundos afines llenos de comicidad. Mundos en los que el individuo se encuentra constreñido por un aparato social. Ciertamente la visión de Kaurismaki es harto más optimista, con un dejo amargo no obstante. Los personajes de Kaurismaki se ha visto obligados a dar vueltas por un mundo nostálgico, de esperanzas rotas o incumplidas, personajes que no hacen sino vivir por costumbre. Idrissa tal vez tenga otra oportunidad en otro lugar, ahí se cifra la esperanza de la cinta. Esperanza que de cumplirse no sabremos cómo recibirla de igual modo que el Doctor Becker (Pierre Était), que trata a Arletty, no sabrá qué decir al respecto.

 
Sea este el momento para acotar que Était apareció en Pickpocket de Bresson. Su inclusión no es el único homenaje y reconocimiento de la deuda que Kaurismaki se permite con buena parte del cine francés. Buena parte del estilo de Kaurismaki nace con Bresson, que es bueno notar nace como reacción a lo que Bresson denominaba teatral, o simplemente cine. El hecho de que el actor no intente imitar los comportamientos sino que sea una especie de modelo que se ajusta a las necesidades de la película es lo que genera la inexpresividad en el cine de Kaurismaki, que dicho sea de paso se confunde con teatralidad. Como discípulo Kaurismaki ha asimilado el peculiar acercamiento de Bresson para hacerlo significativo a su manera, y por ello su cine es tan fácilmente reconocible.

 
Es importante entonces decir que la solidaridad celebrada en Le Havre no está exenta de ironía. Desde la evidente alusión a que sea Marcel Marx el personaje que en primer lugar decida ser solidario, aunque lo que dicen otros personajes nos haga ver que Marcel es a un tiempo solidario e irresponsable. Curiosamente ha pasado desapercibida una escena crucial: por azar la fecha del fin del tratamiento de Arletty coincide con un concierto que Marcel organiza para conseguir el dinero que pague el transporte de Idrissa a Londres. Marcel no visita a su mujer convaleciente sino que envía al mísmisimo Idrissa, a quien Arletty no conoce, para entregarle un vestido que ella ha pedido. Sabemos que Marcel es como un niño que no mide los alcances de sus acciones, y aun celebramos su solidaridad, así provoque sacrificios para otros. La ironía no podía ser más perfecta para describir lo que es, probablemente, la solidaridad genuina.


La sencillez del cuento de Kaurismaki puede entonces derivar en interpretaciones complejas. Le Havre es una comedia que consigue mantenerese fiel a una idea de puesta en escena, mientras describe lo que contado resulta una narración tópica. Su resultado es particularmente complejo, y paradójicamente conmovedor. El impermeable actuar de los personajes de Kaurismaki tal vez nos acerque más a certezas que los más esforzados intentos por imitar los histerimos con el que las personas reaccionan a las tragedias lo logran. Asimismo esa resistencia a no realizar filmes del modo en que todos los otros los realizan pueda dar otro cariz al cine mismo, otra sustancia que le añada un significado distinto. Las peculiaridades del cine de Kaurismaki pueden enunciarse para hacer de él un autor. Hoy, repito, esta noción no es tan valorada, pero en algunos casos sigue dando bueno frutos. Al margen de las nociones uno espera que el buen cine siga resistiendo. Así sea a punto de no cambiar, de la inmovilidad. Pero basta de tantas palabras: Le Havre es buen cine, y punto.


P.S: La música de Le Havre es variopinta: de música africana a música rock, de Bach al tango. Terminemos con el tango: Cuesta abajo cantada por Gardel.


  

  
 

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