Dallas Buyers Club (El club de los desahuciados)
El relato cuenta la lenta transformación que sufre Ron Woodroof (Matthew McConaughey) al sufrir los rápidos efectos del SIDA. Woodroof es un prototipo de gañan que cree respresentar lo que es un cowboy; enfrentado a su enfermedad y los prejuicios imperantes en mitad de los 80s debe cambiar algunas de su preconcepciones para seguir viviendo. Ron no se va a dar por vencido, está decidido a probar que el Dr. Sevard (Denis O'Hare) y la doctora Eve (Jennifer Garner) están equivocados al pronosticar que le quedan sólo 30 días de vida. En principio Ron consigue que le vendan ilegalmente AZT, droga experimental que se está probando en pacientes con el virus. Pero ya moribundo cruza hasta México donde el Dr. Vass (Griffin Dunne) le da un tratamiento alternativo que tiene mejores efectos en Ron. De inmediato Ron se vuelve un creyente y descalifica el AZT, y casi de inmediato se le ocurre además que para sobrevivir ha de vender estas drogas, prohibidas en EEUU. Su iniciativa no tiene acogida al tener que lidiar con clientes, en su mayoría homosexuales, a los que Ron desprecia abiertamente. Solamente hasta que toma como socio al transformista Rayon (Jared Leto), Ron puede obtener acceso efectivo a su mercado. Ron utiliza la figura del Club para evitar la legislación estadounidense, que impide la venta de medicamentos por fuera de ciertos cauces. Entretanto se ha aprobado únicamente el AZT para tratar a los pacientes con SIDA, la droga de la que se opone vehemente Woodroof. Los efectos beneficiosos del tratamiento alternativo hacen que Eve, de la que Ron está interesado sexualmente de un modo platónico, pase a defender sus intereses. La competencia es desigual entre Ron y las malvadas compañías que se amparan con la ayuda del gobierno, pero Ron, que vive 8 años más después de ser diagnósticado, va dejando atrás sus prejuicios. Un vencedor frente a la penuria que en un comienzo se le presentó con la enfermedad. Dallas Buyers Club cuenta una historia antigua en la que es fácil discernir quién es el héroe, quiénes los villanos, quién el amigo fiel y quién la amada fiel, valga la redundancia.
Lógicamente las reducciones no ayudan. El director Jean-Marc Vallée se esmera en mostrar el lento proceso de cambio de Ron, de ser ese macho que se vanagloria de su estilo de vida al hombre de negocios que termina por sentir empatía por aquellos que al principio despreciaba. El cambio, sin embargo, es motivado por la necesidad y por el espíritu empresarial que vive en Ron. Más que la salud de otros pacientes portadores del virus, lo que anima a Ron son las ganancias que puedan obtenerse de este mercado sin explotar. Vallée satiriza la posición de Ron y de los personajes que lo rodean. En Dallas Buyers Club no se inicia por subrayar la idea de redención, o por querer conmover con el sentimentalismo fácil. Ambas llegan, pero casi naturalmente, como una consecuencia inevitable de la fábula. Por momentos, en todo caso, Dallas Buyers Club es una oda acrítica al espíritu empresarial, así sea a costa de moribundos; dado que quienes inician el negocio son un par de moribundos, y que por lo menos en la versión fílmica todo es hecho por el bien de los enfermos. De ser así nos hemos de conformar con tal empresa. Es una obviedad que no merece replica, una obviedad al nivel de la comparación del rodeo con la faena que lleva a cabo bajo las tribunas Ron con un par de prostitutas. En el mundo de la cinta quien se oponga a la iniciativa de Ron y Rayon no merece sino el rótulo de villano, así como el malvado gobierno que regula la venta de medicamentos. Reduzco el film con injusticia, así como la película reduce los hechos reales para contar una historia. No sobra repetir una vez más, las reducciones definitivamente no ayudan.
En la medida en que estamos viendo una historia bajo, palabras que ya encuentro terribles, hechos basados en la realidad, el acercamiento de Vallée es filmar con cámara en mano, imitar cierto cine en aparencia documental, pero completamente alejado del documental. Cada escena, cada plano ha sido compuesto para transmitir información, para ir llevando el relato. Es bastante común que hoy se disfrace a la ficción -a la fábula en este caso- con las estrategias visuales del documental, y Dallas Buyers Club no hace sino una eficiente utilización de esos recursos para saciar las necesidades de un buen número de espectadores que buscan relatos que vengan de la realidad, pero que sean completamente fabulescos. La trama se complica, sin embargo, si hemos de comparar los hechos en los que se basa Dallas Buyers Club con la película. Si resultan ciertas las acotaciones de Alex von Tunzelmann, la cinta traiciona conscientemente su fuente ya que el verdadero Ron no era ese desagradable estereotipo machista homofóbico -incluso algunos alegan que tuvo sus encuentros homosexuales, sino que el mostrar el tratamiento con AZT como dañino y el alternativo vendido por Ron como benéfico es una falacia. De hecho, el artículo de la periodista sugiere que las recomendaciones del buen Ron pudieron acelerar las muertes de algunos enfermos al cortar con el tratamiento con AZT. Lógicamente hacer una película en la que no se puede distinguir al héroe del villano, o en la que este no es un personaje claramente definido sexualmente, o en el que no existe ni una doctora Eve para ser el objeto del deseo del protagonista, ni un Rayon que sea su compañero de aventuras, nos lleva a un mundo gris que es más difícil de contar. El mundo real, digamos. Pero no sobra decirlo una y otra vez: Dallas Buyers Club es una fábula, el film se detiene cuidadosamente allí donde comienza lo real.
Cabe ahora la pregunta de qué tan benéfico es ver una cinta como Dallas Buyers Club. Al verla uno se siente involucrado porque McConaughey se transforma en ese personaje machista que cambia en el curso de su enfermedad, y porque Vallée sabe hilar con eficiencia un relato de redención sin las concesiones típicas de tantos otros filme, e incluso vuelve aceptable el recurso fácil de mostrar en una escena al Ron enfermo montar en un rodeo: la evidencia de un triunfo a pesar de la llegada cierta de la muerte. Las historias de redención son deseables, pero que en su proceso se distorsione la historia en que se basa, o que parezca más un relato que se esmera por elogiar sin matices una iniciativa empresarial las tornan un tanto dudosas. Mejor sería evaluar a Dallas Buyers Club como una fábula, la elevaría como un film convencional pero efectivo y convincente. Sin embargo, eso de los hechos reales torna la fábula en un corredor que arrastra un costal de plomo. Más que expandir su material, el film lo achata y disminuye, lo hunde. Claro que estas observaciones poco son para esta temporada de premios que aman tanto las cintas que muestran estas redenciones improbables, como no alejaran una buena porción de espectadores que se irán satisfechos después de ver el triunfo y la transformación de un hombre. No les falta razón y uno se contentará con el mundo real si así fuera, si sólo así fuera. Ya sabemos que no lo es.
Trailer.
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