Minions


A todos nos ha pasado. Uno mira tanto un mismo gag hasta que ya no produce risa, hasta que lo vemos completamente indiferentes. Así me ocurre con Minions; de los que, valga decir, nunca he sido un fanático. La precuela de la serie de Mi villano favorito (Despicable Me) es como un largo sketch que va perdiendo gracia por extenderse más de lo debido. Minions es un producto para fanáticos, ocasionalmente divertido, se trata de un entretenimiento desprovisto de intenciones y pretensiones. Las adorables criaturas, que adquirieron una fama inesperada con las cintas originales, se vuelven protagonistas de una precuela con todo los visos de operación comercial para explotar aquello que la efervescencia de la moda ha puesto en furor. Minions es un largometraje rutinario, gracioso por segmentos, cuyo grueso expone sin mayores sorpresas, ni mayor ingenio, los tropos de la comedia. El film sufre porque sus directores, Kyle Balda y Pierre Coffin, no se deciden ni a realizar una fantasía del todo descabellada, ni a seguir la canónica fábula para provocar las emociones que suelen despertar este tipo de historias. Minions se queda entre las dos para complacer a una audencia más amplia y reducirse entonces a un producto de consumo rápido y vacío. Su existencia parece ser un ejemplo más de un esquema con la que el cine comercial intenta sacarle jugo a aquello que ya le ha dado frutos.


Los orígenes de los Minions y su naturaleza dan pie al prólogo de la película. Siempre deseosos de servir a un amo despreciable, estas criaturas tienen la propensión a hacerlos desaparecer o volverlos en su contra. Por ello, los encontramos al principio condenados a vivir en la Antártida, lugar en que han construido un asentamiento propio. Sin amo, sin embargo, los Minions están condenados a la apatía. Para resolver el problema, Kevin, Stuart y Bob emprenden la búsqueda de un nuevo villano. Su expedición los lleva a los EEUU, donde con suerte logran entrar al Villano-Con, no hay necesidad de explicar a qué se le hace un guiño. Y su suerte no se detiene allí, la más popular villana del mundo, Scarlett Overkill, los elige como secuaces para una misión que, afirma, es la más importante de sus fechorías: robar la corona del trono de Inglaterra. Lo que sigue es predecible, aun cuando los Minions siempre sean imprevisibles y el absurdo los ronde. A pesar de los giros inusuales, la trama sigue las normas de una fábula corriente y el final se ciñe a lo que dicta esta sin proveerla de mayor interés. Esta carencia de interés reside, en buena medida, en que Scarlett como villana es un personaje sumamente débil. De ahí que el conflicto para los Minions se reduzca a los absurdos y payasadas que puedan protagonizar, lo que puede entretener, pero no produce ninguna conexión emocional, ni evolución dramática. Ahora, si los directores hubieran apostado por realizar una fantasía descabellada: una caricatura que se sostuviera por lo insólito de su humor, el resultado sería probablemente estimulante. No es así. Minions se guía por una historia tópica para darle sentido a las bufonadas de sus protagonistas (cómo si necesitaran un sentido) y así la trama que debía enriquecer a la película la empobrece. La película es apenas un producto que realmente no emociona, aunque contenga algunos gags hilarantes e incluso subversivos. Minions no ofrece nada que no se vaya olvidando rápidamente al ver otras cintas parecidas.


A la larga el problema de Minions es similar al de la música que utiliza: tiene unos muy reconocibles éxitos del Rock de los 60 que se ven disminuidos por su uso aleatorio y por estar acompañados de una música original completamente olvidable. La cinta navega en una medianía que le hace daño. Coffin y Balda no siguen atentamente el ejemplo de grandes comediantes como Keaton o Chaplin: al protagonista debe otorgársele un verdadero conflicto para que podamos involucrarnos en sus peripecias. Ni tampoco siguen el ejemplo de los Hermanos Marx, y en menor medida el de Los Tres Chiflados o las caricaturas clásicas: si vamos a presentar un mundo cómicamente absurdo, lo mejor es imbuirnos de lleno en su seguidilla de gags para que no comencemos a extrañar ese aparente sentido que tiene nuestro día a día. Minions no observa este legado y apenas usa el humor como condimento para cubrir lo que no dedica a una historia no muy atractiva. La cinta termina siendo una colcha de retazos, de vez en cuando aburrida, de vez en cuando divertida. El entretenimiento que surge en ella se relaciona con las extravagancias de los Minions -no siempre tan extravangantes-, quienes continúan siendo las criaturas fantásticas que han conquistado a millones de fanáticos. El resto es solo añadidura. De todas maneras, la película seguirá arrasando en taquilla como ya lo han hecho las infecciosas mercancias amarillas que se han derivado de estos personajes. Minions satisfara a quienes buscan una diversión pasajera, así como a sus fanáticos. Por lo demás, la cinta no es sino otro ejemplo de cómo lo que era una agradable sorpresa, se convierte en una precuela innecesaria.


P.S.: De los éxitos de los 60 que usan en la película: "19th Nervous Breakdown" de The Rolling Stones 


Comentarios

  1. Por favor, justifique y separe más esos largos párrafos en el blog de El Espectador, se algo molesto y tedioso leer así. De resto, buen análisis!

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