Elena

 
Hay películas en las que se nos invita a contemplar. Ya sea como simple prólogo, o porque hará de esa mirada el constante centro en que hemos de concentrarnos en todo el metraje. Elena empieza así, dos cuervos sobre las ramas desnudas de un árbol en pleno invierno, las habitaciones de un lujoso apartamento en una zona exclusiva de Moscú, una mujer ya en sus 50 que se levanta de un sofá con un rostro vacío, vagamento melancólico.  La tercera cinta de Andrey Zvyagintsev no será contemplativa, lo que vemos como introducción es la exposición con la que entraremos en el contexto de una historia que, si bien los críticos han notado se puede conectar al cine negro o al cine de Chabrol, está tambíen tremendamente cerca de algunos de los relatos y novelas de Dostoievski. El ritmo no será el de un thriller convencional tampoco, ni los personajes serán justificados del modo superficial con lo serían en cualquier otra película con la trama de Elena. Zvyagintsev invita al espectador a mirar a estos personajes a los que observa incisivamente, sin indulgencia alguna. Elena es un sombrío relato, complejo y contenido, más convencional de lo que en principio parece, un relato que es a un tiempo una punzante radiografía de la Rusia de hoy como la de una Rusia que recuerda a la sociedad ya retratada.


Elena empieza así para señalar también que nosotros como espectadores hemos de ir descubriendo las distintas relaciones de los personajes, más que ser instruidos de ellas de un modo directo. La mujer que vemos levantarse al principio es Elena (Nadezhda Markina), quien comienza las labores cotidianas a renglón seguido. No sabemos si se trata de la mujer del servicio del rico anciano que duerme en una cómoda habitación, de una familiar, o de su esposa. Paulatinamente hemos de saber que Elena y Vladimir (Andrey Smirnov), el anciano, están casados. También que ambos tienen hijos de matrimonios anteriores, y que Elena, que antes fuera enfermera, conoció a Vladimir cuando él sufrió una peritonitis. Hay que resaltarlo, la cinta nos expone dichas situaciones sin subrayar quién es cada quién, o qué papel ha de cumplir en la historia. El espectador es un jugador más activo en este tipo de cine, no tanto por el modo en que Zvyagintsev devela la historia, sino porque el modo en que se juzgará a sus personajes depende más de la propia posición del espectador, y no de una que nos imponga el director.


Con los minutos sabemos que el hijo de Elena, Sergey (Aleksey Rozin), es un desempleado que se encuentra más cómodo ahora que su madre lo mantiene a él y a su familia gracias al reciente matrimonio de ella con Vladimir. O que Katerina (Elena Lyadova), hija de Vladimir, es una mujer que se dedica a las drogas y los placeres a expensas de su padre. Todas estas situaciones van apareciendo poco a poco, con el paso de los eventos que a su vez traen el nudo: el hijo de Sergey, Aleksander (Igor Ogurtsov), deberá prestar servicio militar a menos que Vladimir les dé el dinero para sobornar a quien es necesario para impedirlo. El reticente Vladimir sufre un ataque cardíaco antes de tomar una decisión al respecto. Tal evento provocará que Vladimir decida cómo ha de repartir su cuantiosa herencia y que Elena vuelva a hacer de enfermera por un tiempo. También provocará el crimen, lo que no es difícil de dilucidar en cómo ocurrirá. Hay que recordar que en Elena esta intriga no es lo principal, sino el medio con el que se descubren otras cosas.


Es bastante palpable la preocupación de Zvyagintsev por la Rusia actual. No para decir con ello que Elena es un panfleto político, sino que las motivaciones de la historia parte de tal preocupación. Lo que se descubre viendo la película es el modo en que la inserción al capitalismo no supuso el arreglo de los problemas que ya sufría la extinta URSS, sino la aparición de una fiebre por el dinero fácil. En Elena los signos no son los de una sociedad sana, sino de una decadente, inmersa en una especie de estatismo paradójicamente. Es notoria la enorme diferencia entre Vladimir y el hijo de Elena, la brecha entre ricos y pobres es gigante, y no parece que nadie esté preocupado por remediarla en la cinta -de no ser por un golpe del azar. Zvyagintsev se ha pronunciado en contra de tal situación, mas no convierte a Elena en un modo de filmar sus opiniones, sino de exponer como ve a Rusia hoy.


Me resulta curioso en las distintas reseñas que apenas Peter Bradshaw mencione en un diálogo con Xan Brooks y Catherine Shroad a Dostoievski, cuando la presencia del autor ruso es determinante en Elena. De hecho, la Rusia que dibujó -como la que dibujó Gogol, es una que vive concretamente en la cinta de Zvyagintsev. El conflicto que enfrenta a Vladimir y a Elena por sus orígenes sociales ya recuerda a humillados y ofendidos de antaño. Así como el que los dilemas suponga crímenes que se ven a una luz más amplia, trascendental anoto por no encontrar mejor palabra. Zvyagintsev también incluye lo que Bajtín llamó en Dostoievski polifonía: con gran habilidad el director sabe contraponer perspectivas de distintos personajes al punto de negar la esquemática confrontación entre buenos y malos. Elena conjuga todos estos elementos con una realización muy púlida que solamente usa en una secuencia cámara en mano -por razones estrictamente narrativas. Una película narrativa con una base casi convencional, con lo que supongo Zvyagintsev quiere mostrar que no es sólo un epígono de Tarkovski. Si bien su excepcional El regreso mostraba la notoria influencia de Tarkovski, Zvyagintsev para su tercera cinta escoge un tema sumamente terrenal que alcanza trascendencia por los alcances en que un drama doméstico lo hacía en los libros de Dostoievski, y no por la mirada trascendental con que Tarkovski dota a sus filmes.


La polifonía que incluye Zvyagintsev nos enfrenta a preguntarnos hasta qué punto Elena es la heroína-víctima de tantas historias de opresión, o sí es de alguna manera la víctima que propicia su propio encierro. Vemos que tanto con Vladimir como con su hijo ella asume el rol sumiso y dependiente, mientras para ellos ella representa un modo de conseguir determinados fines. Zvyagintsev nos pregunta insistentemente por quién es verdaderamente ella. Bradshaw nota con precisión que tal es el objeto de un toma larga en que con zoom vemos en una pared en la que se enmarcan fotos de Elena y su familia a una foto de ella más joven, como si se nos urgieran a tratar de buscar en su imagen lo que se esconde en ella. Los juicios sobre quién es cada uno de los personajes no resultan tan sencillos, y el director nos enfrenta, del modo en que Dostoievski lo hacía con sus lectores, con la complejidad de sus personajes.


En buena medida el director nos enseña la naturaleza de Elena por sus hábitos a la manera en que Jeanne Dielman. El espectador se enfrenta a una imagen opaca, imagen en la que las meras acciones son resultados que más tarde ha de explicar el espectador por su propia reflexión. Zvyagintsev no va tan lejos como la genial cinta de Akerman, sino que prefiere concentrarse más en un relato en regla, más contenido que la mayoría, pero que cuida las convenciones de comienzo, nudo y desenlace, por más borrosos que parezcan cada uno. Los hábitos que vemos en Elena son señales con los que más tarde habremos de configurar la imagen de esa mujer que es Elena. No arruinaré nada al decir que Elena es una especie de símbolo de la Rusia de hoy, como de lo que merecería ser salvado, si aquello fuese posible. En el mundo sombrío del film no es así, pues puede que hoy ya no haya castigo institucional, pero sí hay encierro en una sociedad despreciable.


Es tan narrativo Zvyagintsev que utiliza como falsa pista la de un caballo que es atropellado por el tren, que ya no como en Tolstoi prefigura una muerte similar, pero sí señala malos auspicios. La narración va seleccionando cada momento pues en cada uno se añade un detalle más al relato. Cada secuencia está seleccionada ya sea para darle un mayor perspectiva a lo que vemos, o para contraponer ideas y visiones de sus personajes. En la secuencia de cámara en mano vemos que Aleksander no es solamente el joven indolente adicto a los video-juegos, sino también un joven que sale por las noches con su pandilla para pelear con otras pandillas, secuencia que tiene una mayor resonancia por el punto que en la narración ocupa. Resulta interesante ver como en algunas reseñas se ha amplificado las posiciones que expresa Katerina, cínicas y pesimistas, sobre la sociedad y sus congéneres, al punto de adjudicársele al director. Zvyagintsev no busca una portavoz, sino que nos propone distintas miradas, unas más persuasivas que otras. La posición de Katerina es como la de Raskolnikov, la de un personaje más, si bien puede ser sopesada por nosotros. Esa tarea sí la podemos asumir, ya que el cine de Zvyagintsev no está pregonando Verdades, sino está compartiendo experiencias.




Si algo resulta insatisfactorio de Elena, sin embargo, es el uso que le da a la música de Philip Glass. Jonathan Robbins nota en su discutible reseña que por momentos la música no parece corresponder con aquello que se ve en pantalla, disminuyendo tanto a la cinta como a la música. Curiosamente en casi la mitad de la cinta se incluye una escena en la que Vladimir dubitativamente cambia de emisora, de una de música clásica a otra de rock, y así. Este simple acto es más efectivo que el acompañar una escena como la de Elena en camino a casa de su hijo con la música de Glass, ya que entonces la música tiene casi como objeto rellenar un momento en que no hay narración. En todo caso he de señalar que la reseña de Robbins me resulta equivocada pues quiere acomodar la cinta en un tipo de cine que no es; si bien narrativa, Elena no es un drama encendido sobre la herencia de un hombre, o sobre la horrible avaricia. Es un cuento complejo sobre una mujer atrapada y atada a un modo de vida.


Ya he señalado de sobra que Elena expone la situación de la Rusia de hoy. Mas la habilidad de Zvyagintsev hace de tal film trasplantable a cualquier otro lugar, por ejemplo Colombia. Ciertamente las peculiaridades de la sociedad rusa están puesta en escena, mas el grueso de lo que cuenta es suficiente para que reconocer comportamientos conocidos y ciertos, aquello que tan exageradamente se llama universal. La cinta es una exitosa  mezcla entre el film noir con un cine como el de Jeanne Dielman de Akerman. Es un fresco complejo en el que hay tanto de comentario social, drama íntimo e intriga. Lamentablemente el inadecuado uso de la música resiente a Elena.Una cinta para ver con ojos abiertos, pues el cambio que narra bien puede expresarse comparando el plano inicial con el final: ambos de ese árbol en pleno invierno, a las afueras de donde vive Vladimir, al principio una ve a un par de cuervo, al final ya no.




   

Comentarios

  1. Bajo una apariencia gélida, 'Elena', de Andrey Zvyagintsev, esconde calientes vericuetos emocionales, sobre la familia, la generosidad, el amor, el deber o la mezquindad. Se admiten diferentes puntos de vista y el resultado es del todo desasosegante. Merece la pena. UN saludo!!!

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    1. Agradezco nuevamente tus comentarios.
      Es verdad que en un principio una puede pensar en gelidez por la aproximación formal de Zvyagintsev. No obstante, la cinta posee una tremenda afinidad con el mundo de las pulsiones de Dostoievski. Si algo se debe resaltar es que en ese punto "Elena" es un triunfo. Lamentablemente algunos elementos como el uso de la música no me hicieron disfrutrarla del todo. En todo caso una muy buena película.
      Saludos.

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