Dunkerque
Los
relatos de supervivencia suelen producir fascinación. En el estilo que hoy se
prefieren son "inmersiones" que pretenden que nos ubiquemos en los
zapatos de los sobrevivientes. Dunkerque es un ambicioso, diestro y
extenuante largometraje que pertenece a este grupo. Antes que una película de
guerra, el filme narra el modo en que sus personajes buscan salvar sus vidas
frente a una inminente aniquilación, lo que por supuesto permite mostrar el
heroísmo y la mezquindad con que las personas reaccionan ante dicha situación.
Christopher Nolan quiere presentar la experiencia cruda, quiere
involucrarnos en la acción. Dunkerque a veces es más una simulación de
realidad virtual, que no tanto un relato. Vívido, que no visceral, verosímil,
que no veraz. Los realizadores se esfuerzan por mostrar la crudeza de la guerra
en términos aceptables para que la película pueda ser vista por mayores de 7 años. Se
trata de un soberbio espectáculo, chato y limitado también. No deja de ser
admirable el modo en que lograr recrear el rescate de las tropas británicas,
aun a riesgo de contar una historia más convencional de lo que a primera vista
aparenta. Dunkerque es una película que amplifica lo que narra, una que agiganta
todo, desde los héroes anónimos hasta la vibración de un avión. Incluso el más
mínimo ruido es parte de un espectáculo que aturde. El filme es un éxito al
sumergir al espectador en medio de la acción. Sin embargo, con ese estruendo se
narra una épica tan reconocible que no es descabellado afirmar que con
el paso de los días pase a ser otro espectacular relato de supervivencia
más.
La
película conjuga tres historias y tres líneas de tiempo distintas. En primer
lugar, Tommy (Fionn Whitehead) intenta escapar tras una batalla perdida junto a
otros soldados en el curso de una semana. En segundo, el Sr. Dawson (Mark
Rylance), George (Barry Keoghan) y Peter (Tom Glynn-Carney) cruzan el canal en
un bote con la misión de rescatar a los soldados que puedan durante un solo día.
Por último, Farrier (Tom Hardy) busca auxiliar dicho rescate con su avión de
combate en una pelea desigual con combustible suficiente para volar por una
hora. Las tres historias se funden en un solo presente. A diferencia de otras
películas de Nolan, el uso simultáneo de estas distintas líneas temporales
tiene un transparente objetivo dramático: dosificar la tensión para que vaya
creciendo hasta llegar a un clímax. En principio este ingenioso mecanismo da
frutos, mas se reitera como un efecto monocorde hasta hacerse una pesada carga.
Más si se tiene en cuenta que el final es previsible y no guarda sorpresa
alguna. Ahora bien, al escoger el punto de vista de sus personajes, Nolan
achata cualquier amago de perspectiva distinta a la que tiene un testigo preso de la acción e ignorante de sus causas. Por otra parte, los personajes no son sino la encarnación de un arquetipo, cuando
no de un estereotipo. De esta manera, el largometraje hipnotiza por su
sensorialidad, por la suma de efectos con que intenta imitar la realidad,
y no por las tramas genéricas en la que personajes unidimensionales se limitan
a cumplir con su papel. Dunkerque es la milagrosa recreación de un
evento histórica pintado con una sola dimensión. De ahí que, aunque sea
admirable como espectáculo, el filme tienda a agotar a medida que avanza. Sin
duda es elogiable el deseo del director por llevar los formatos al límite, como
su capacidad para conjugarlos para crear lo que es prácticamente la simulación
de una experiencia. Dunkerque fascina inicialmente como diorama,
así termine por convertirse en una experiencia monótona.
Con
más frecuencia de lo que se supone, en el cine se reciclan los recursos que una
vez se usaron. La mezcla de tres líneas temporales tiene como precursor el
Griffith de Intolerancia (quien no unía 3 sino 4 líneas argumentales,
distanciadas enormemente en el tiempo). La simultaneidad en Dunkerque
tiene como objeto único crear una tensión que se va elevando hasta que llegue
el desenlace. Nolan adapta el recurso para que se convierta en un modo de
narración dramático y deja de lado las aspiraciones que procuraban enlazarlo con una visión total como ocurría en la película de Griffith. El director inglés
no es ni tan audaz ni tan romántico como lo fuera el norteamericano. Su deseo, en
contraste, pareciera ser capturar un momento histórico con tal vividez que nos
diera la ilusión de estar resucitando un pasado ya inexistente. Y debe
reconocerse que por momentos lo consigue. Pero los propios excesos limitan la
película y la transforman en una sobresaliente recreación que va cansando por
ese repetitivo uso de su montaje paralelo triple. Por lo demás, esta recreación
da pocas luces sobre el mismo evento, pues su narrativa sirve al modelo de
heroísmo de verano, uno que se satisface con narrar una Historia en que
supuestamente se excluye lo político para celebrar la valentía y la
perseverancia de unos buenos hombres.
Una decisión política, evidentemente. En
realidad, Dunkerque repite la versión oficial británica de la batalla en
términos atractivos para las audiencias contemporáneas. El filme vuelve,
entonces, a la Historia un espectáculo sorprendente hasta cansarnos.
Comentarios
Publicar un comentario