Roma: Ciudad fantástica, fantasmagoría de feria
"El
hombre ha imaginado una ciudad perdida en la memoria y la ha repetido tal como
la recuerda. Lo real no es el objeto de la representación sino el espacio donde
un mundo fantástico tiene lugar."
"La moneda
griega" en Los diarios de Emilio Renzi, Ricardo
Piglia
En La moneda griega Ricardo
Piglia cuenta un proyecto asombroso y nimio: un hombre ha creado la
reproducción exacta de una ciudad en una moneda. Roma, la más
reciente película de Alfonso Cuarón, replica a su manera tal empresa. El
largometraje revive los recuerdos del realizador en un conjunto que oscila de
lo emocionante a lo insignificante. No hay duda de que el esfuerzo de
producción para crear tal copia resultó monumental, si bien no todo lo
monumental del filme tenga mucha razón en serlo. Roma es un
buen largometraje minado por sus excesos estilísticos. Por supuesto, este tipo
de filmes, ambiciosos y alejados de las fórmulas fáciles, resultan preferibles
a la mayoría de los que se encuentran en cines o en línea. Sin embargo, esto no
supone una aceptación acrítica de cualquier propuesta distinta. Así resulte
indudable que la película conllevó un arduo trabajo para recrear el México de
comienzos de los 70, y así el filme produzca emociones profundas (más truculentamente
de lo que desearíamos aceptar), esto no implica que veamos una obra
maestra. Roma es una buena e irregular película, a pesar
de todo el discurso hiperbólico que busca convertirla en un "hecho
cinematográfico único".
El largometraje parte de los recuerdos del
realizador mexicano. Se centra en Cleo (Yalitza Aparicio), una empleada
doméstica que trabaja para una familia de clase media alta. Roma relata
el trasegar de esta mujer, lo que sirve tanto para mostrar sus labores
cotidianas como para incluso entrever la masacre de Corpus Christi. Para este
efecto, los realizadores han compuesto un melodrama que sirve como excusa
para juntar tanto la imagen de una circunstancia histórica, como el relato
personal de una mujer, una historia común y corriente, emocionante y aburrida.
El largometraje logra su mejor efecto cuando conjuga su espectacular panorámica
con la fascinación de un recuerdo o con la emotividad pura que dejan las
tragedias y alegrías cotidianas. Sin embargo, el filme incluye también imágenes
de insulsa espectacularidad, el diario vivir se vuelve una excusa para
impresionantes secuencias sin mayor relación con la narrativa o dramaturgia que
plantea. Una suma de intenso drama y profundo aburrimiento como la vida misma
pensarán algunos, citando el nombre de un horrible melodrama que hasta hace
poco se exhibió en cartelera. Roma no es un filme moderno
sobre nuestra mediocre y, a ratos, trágica cotidianidad, sino un melodrama
amplificado por magníficas secuencias y rellenos aburridos presentados con
excesivo gigantismo.
La intención de revivir un pasado a partir
de los recuerdos se vuelve el centro de la producción. Con ello en mente, los
realizadores recurren, con mayor frecuencia de lo deseable, a largos plano-
secuencias que ya sea siguen a un personaje en la calle o a su recorrido en una
habitación en una imagen de 360°. Roma deslumbra y distrae por
su técnica. En escenas como la de la mencionada masacre de Corpus Christi, o el
dramático final en las playas de Veracruz, su uso amplifica el horror y da una
sensación de dramática continuidad respectivamente. No obstante, su utilización
constante termina por disminuir estas impresiones, pues casi que cada salida de
Cleo a la calle, o casi siempre que atraviesa el primer piso de la casa, vemos
un plano-secuencia o un plano de 360°. Al punto que esto más parece un tic que
alguien involuntariamente no puede evitar. Estos recursos quedan reducidos a la
capacidad impresionante de las atracciones de feria para reproducir un lugar
hasta el más mínimo detalle, sin mayor conexión con la narración del filme
mismo. Curiosamente, cuando la película no recurre a ellos, llega a ser más
evocativa. Al inicio, cuando vemos por primera vez la llegada de Antonio
(Fernando Grediaga), el padre de la familia, en un inmenso Ford Galaxy que
apenas cabe en el garaje de la casa, se muestra la fascinación que tiene un
niño pequeño al ver llegar a su padre. El mostrar por partes al carro y el
cuidado del padre da pie tanto para la ironía (pues no hay nada sobresaliente en
parquear un carro que incluso pisa un bollo de mierda dejado por el perro de la
familia), como para esa sensación de nostalgia que deja un recuerdo cierto.
Todo se ve en planos cortos. Esta escena genial no es una muestra de lo que es
técnicamente, en líneas generales, Roma. Pero si una evidencia
que la mera reiteración de una asombrosa técnica no necesariamente da un mejor
resultado narrativo.
Las virtudes de la película no se
relacionan siempre con su técnica, por ende. Roma emociona
cuando logra conjurar recuerdos, cuando hace de toda su parafernalia la excusa
para evocar tiempos idos. Por eso resulta incomprensible que se intente
justificar al filme añadiéndole intenciones que en realidad no demuestra, empezando por su propio realizador. No se
trata de una obra feminista (a menos que creamos que el hecho de mostrar que
una historia contenga el abandono de un hombre a una mujer equivalga a una obra
feminista, lo que aumentaría exponencialmente su número), ni una denuncia de lo
que sufren las empleadas domésticas. Si se entra en análisis, la película
muestra la labor doméstica como un trabajo cuasi idílico en la que se tienen
muchos menos problemas y frustraciones que, digamos, en el trabajo de oficina.
No, Roma ni vindica a la mujer, ni a la labor doméstica. Es un
filme que rememora una época, lo que implica la distorsión de aquello que
realmente ocurrió. La película exhibe buena parte de las contradicciones a que
vivimos sujetos, lo que de paso no hace que encaje en lo que se ve hoy como
políticamente correcto. La intención de hacer que el largometraje se ajuste a
esos parámetros en realidad no se corresponde con la película misma.
Comentarios
Publicar un comentario