Tenemos que hablar de Kevin

 
Nada se olvida. Queda grabado en la memoria, más si es una tragedia, o un trauma, es como las marcas que se tallan sobre la corteza de un árbol. Tal vez con el tiempo se vean más borrosamente, pero han pasado a ser parte de ese árbol. Así bien puede decirse de la memoria, y es esa memoria cargada de culpas la que carga Eva (Tilda Swinton) en Tenemos que hablar de Kevin. Eva es prisionera de su pasado, y, como en muchas otras películas, hemos de ver por qué le resulta tan terrible recordarlo. Lynne Ramsay no nos guía de forma absolutamente lineal por el relato de los pesares de Eva, pero tampoco lo hace retroceder azarosamente, sino en un comprensible ir y venir entre recuerdos y recuerdos. Es evidente que el sufrimiento de Eva es indecible, y que ese pasado la ha llevado a ser un remedo de quién fue, mental y físicamente. Descrito así Tenemos que hablar de Kevin adquiere la forma de un relato muy tradicional, Ramsay se esfuerza en fabricar un tejido de imágenes que lo haga un tanto distinto, al tiempo que recurre a una sátira ácida de ciertos valores, aunque se disfrace a la cinta de película de terror.

 
Tenemos que hablar de Kevin es la adaptación de la novela del mismo título de la escritora norteamericana Lionel Shriver. Ramsay sustituye el procedimiento epistolar de la novela por aquella narración conocida de un personaje que recuerda su pasado, sin seguir por esto una línea completamente cronológica. La directora usa, de vez en cuando, las asociaciones que despiertan ciertas imágenes para despertar recuerdos de diversos momentos del pasado de Eva. Entretanto Eva apenas sobrevive, sujeta al escarnio por los crímenes de su hijo adolescente, Kevin (Ezra Miller). Trabaja en una agencia de viajes de medio pelo y recuerda sin consuelo, recuerda y recuerda.


Lo que recuerda es la vida alegre cuando era escribía sobre sus viajes y vivía en Nueva York hasta que queda embarazada de Franklin (John C. Reilly) sin desearlo. Esto produce una serie de cambios que amargan a Eva: deja su trabajo, deja la ciudad y se dedica a criar a su hijo Kevin. La maternidad no es satisfactoria para ella, no sólo por no desearla, sino porque su hijo, desde que es un bebé, resulta una fuente inagotable de problemas. Ya sea siendo un niño de 2 años (Rock Duer), o cuando tiene 6 años (Jasper Newell), Kevin se convierte en un completo martirio para su madre, que a pesar de sus intentos no logra congraciarse con él. Resignada, Eva pensara encontrar consuelo al tener una nueva hija, Celia (Ashley Gerasimovich), pero Kevin perpetuara su mal actuar hasta terminar en una masacre al estilo de la de Columbine. De ahí el odio a que Eva queda reducida en el presente en que recuerda sin cesar.

 
De entrada el filme nos sumerje en los recuerdos de Eva. En plena tomatina ella atraviesa sobre los brazos de algunos participantes, en tanto que  la marea roja cubre la pantalla. Los detalles son nítidos y grotescos, los detalles nos traen los recuerdos. Eva despierta de un ensueño en el que recordaba aquello, sale de su bungalow y lo encuentra completamente pintado de rojo, víctima del vandalismo. Ramsay muestra el procedimiento con el que narrará casi todo el resto de la película, si bien invirtiendo el procedimiento de la asociación que produce el recuerdo y el recuerdo mismo. Muchas imágenes con contenidos aparentemente simbólicos se irán presentando en la primera hora de la cinta, pero es importante resaltar que esas imágenes, tópicas si se les considerara simbólicas, son parte de los recuerdos de Eva. Si hay algo simbólico dentro de Tenemos que hablar de Kevin se encuentra encerrado dentro del mismo conjunto de la película, y no con referencia a reiteradas imágenes que se han usado como símbolos en infinidad de ocasiones.


Ahora, el pasado que hace sufrir tan terriblemente a Eva tiene como determinador a Kevin, un ser diabólico sin ambages. Desde su concepción el niño es un obstáculo para Eva, ya que es él quien le impide continuar con su vida tal como la llevaba. Eva se resigna a intentar ser una buena madre -no siempre en realidad, en cualquier caso Kevin resulta una criatura inmanejable. La comparación que ha surgido entre El bebé de Rosemary y Tenemos que hablar de Kevin es inevitable. Kevin es un niño-monstruo que está dispuesto a hacer cualquier cosa para atormentar a Eva. Sin embargo, hay algo de inexplicable en la maldad de Kevin, él actúa mal sin que haya motivos para justificarlo. No sobra decir que si se intentara justificar, tal como el personaje de César en Mientras duermes, dicha explicación sonaría ridícula. Kevin es una especie de demonio, y no hubiese cambiado nada si él hubiese sido criado por la mujer más maternal y bientencionada que se pudiera imaginar.


Por lo tanto no se puede justificar que la maldad de Kevin reside en el rechazo que Eva sentía por el niño. Esta forma fácil de psicologismo justifica precisamente aquello que en la cinta no tiene otra razón de ser que la naturaleza del personaje. Es importante resaltar que en su gran mayoría el filme se centra en la perspectiva de la misma Eva, y que por ende es lógico que en algún momento salga a relucir aquella idea de si el comportamiento de su hijo se debe a una mala crianza. Otra cosa es hacer de eso un absoluto, y en eso se equivocan quienes interpretan pensando más en formulaciones superficiales que opacan la particularidad de cada persona.
Es verdad que en Tenemos que hablar de Kevin se reflexiona sobre ciertas complejidades de la maternidad, pero hay que subrayarlo, todo tamizado por el punto de vista de quien lo ha sufrido -más que vivido- en carne propia.


Más importante que dichas interpretaciones es el hecho que en buena medida la cinta se plantea como una sátira, precisamente, de ese bien-pensar que tiene fe en consignas bonitas y vacías tal como hay que dar cariño para recibir cariño. Desde el principio el mismo personaje de Eva es el de una mujer que simplemente lo quería pasar bien, pero que al nacer su hijo debe asumir una responsabilidad que detesta. Franklin es también un ejemplo de esa visión satírica:un hombre bonachón que no sabe muy bien qué hacer ante los problemas que Kevin provoca. Tenemos que hablar de Kevin ha sido catalogada insistentemente como cinta de terror, más que eso es una sátira de costumbres, y sobre todo, de todo un imaginario en el que todo se puede remediar con frases fáciles y cursis. Es, en últimas, una sátira perfecta para nuestro presente.

 
Y aunque la sátira es efectiva, al intentar sumarle a ella una crítica a un ensalzamiento de la violencia por parte de los medios de comunicación, el filme se tambalea. Pasada la mitad de la película, Ramsay se aleja de la perspectiva de Eva momentanéamente para mostrar a Kevin como una figura que casi le habla al público. Con sorna Kevin nos dice que es a él a quien vamos a ver en la televisión -o en el cine, dependiendo del caso. Esta inclusión interrumpe toda la narración sin que tenga una justificación dentro del mundo de la película, y por eso no me parece defendible. Por lo demás, tal tipo de asunciones son tan simples como esas otras que satiriza toda la cinta. Ramsay decide contar una historia con una voz, pero al dejarla en este breve segmento, lo que dice Kevin suena aleccionador, chato. Bien puede ser que el comentario de la directora tenga relación con uno de los temas que toca el filme, pero el modo en que lo incluye es torpe, al punto de que tal declaración no parece oportuna sino anexo a toda la historia.

 
A su vez el detallismo de algunas imágenes, o la reiteración de ciertas imágenes -Eva lavándose la cara desde un perspectiva que sería la del desague del lavamanos- carga en exceso el tramo final de la cinta. Es como si Ramsay fuese abandonado esa narración tradicional por una serie de imágenes que ya no se asocian con los recuerdos, sino que semeja una floritura despojada de significado. No es la disolución de Eva lo que está mostrando en imágenes Ramsay -porque además el personaje parece resurgir de la cenizas a medida que avanza el metraje, es un ejercicio que más parece retórico, y cuyo fin último no me resulta muy identificable.


A pesar de tales excesos, la cinta es muy efectiva en lo que busca: poner en escena a un personaje acosado por sus culpas. Eva siente que el presente terrible al que se ha visto abocada a vivir es en buena medida su responsabilidad. El dejar las comodidades y empezar a sobrevivir en condiciones adversas se suman en una suerte de redención para ella -es en esto en que más diverge de un cinta de terror. No hay disolución alguna al final, sino una suerte de reconciliación con ella misma. El espectador, quizás, pueda juzgar tal corolario como equivocado, pero hay que resaltar que el fin de la cinta es experimentar ese proceso desde el punto de vista de Eva. Ramsay no convierte esto en un punto final, e inteligentemente deja que cada uno saqué sus conclusiones.
Antes de que Kevin perpreté su gran matanza hay una larga secuencia, irónica y horrible, en la que Eva invita a su hijo adolescente para que compartan una tarde juntos. Ramsay subraya en la secuencia el asombroso parecido entre madre e hijo: ambos ligeramente andróginos, fríos, cerebrales. Hasta ese punto la historia era la de una madre víctima de un niño-monstruo. Tras esa larga secuencia se refuerza aquello que dice el mismo Kevin, él no es más que heredero de su madre. Así que el mal siempre estuvo en ella también, pero desde su perspectiva no se podía saber. Esto haría comprensible el por qué Eva siente que debe pagar sus culpas, pues, en últimas, ve en Kevin algo que ella también es -no es por ser mala madre que sufre. Tal vez al final sienta que no es sencillamente así, tal vez la cinta se trate de un proceso como se enfrenta un trauma, y como se supera. Eva se ha reconcialido. Un final ambiguo, en definitiva, y muy adecuado desde mi propia perspectiva.


Tenemos que hablar de Kevin es una interesante cinta sobre la culpa, la maternidad -no deseada-, y una sátira incisiva sobre los discursos facilistas con que se quiere encajar la vida de familia. No lo es tanto cuando intenta ser una crítica de cierto  tipo de violencia -como la que horriblemente ocurrió hace unos días en Aurora. Sus excesos no opacan sus virtudes, que como muchos reseñistas han señalado se encuentran en buena medida en las excelentes interpretaciones del elenco, en especial de Swinton, de Miller y de los dos niños que interpretan a Kevin en las distintas etapas de su crecimiento. Al final, además, la cinta consigue mantener un malestar latente, lo que es más derivado de esa ambigüedad del desenlace, y por eso resulta más que efectiva. En conclusion, Tenemos que hablar de Kevin es una cinta sobre alguien que ha aprendido a vivir con las marcas que su pasado le ha dejado.



P.S.: Chris Marker murió este domingo. Para no olvidarlo dejo una fragmento de La Jetée.



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