El lector


No sólo cada arte tiene su gramática. También la tienen las industrias, los movimientos, los países. O mejor, las industrias y demás publicitan una gramática, una gramática que suele verse excedida por la labor de los artistas, artesanos, o cómo se quiera llamar.

La traducción de una novela al cine puede ser traumática e infructuosa, o puede ser, dado el caso, una forma de re-inventar una obra de arte (suponiendo que el libro en el que se basa la película puede soportar tal definición). El lector es la viva expresión de lo que resulta de la mayoría de traducciones, una mezcla de algunas aptitudes ahogadas por notorias limitaciones que suele conducir a que la mayoría de quienes fueron primero lectores y luego espectadores, prefieran el libro a la cinta. Esto puede ser injusto, el cine no tiene que calcar la impresión que deja la literatura. Blow up es un ejemplo de una traducción que no es fiel, pero que sin embargo deja frutos que no tienen nada que envidiar a los originales frutos literarios. Sin embargo ese no es el caso de El lector. Una película que cambia el enfoque del libro, y que aun no consigue que mediante esas nuevas premisas ser una buena película.

Pero es mejor detenerse. No sobra mirar eso de que una película que tiene como base un libro que intenta mostrar qué tanto afectó a la generación posterior al Holocausto el fardo de la culpa, venga a dar a luz hablada en inglés, por los dominios aledaños de Hollywood, que sea una cinta gramaticalmente hecha en Hollywood. Tal vez el absurdo de la película consiste un poco en que se recree la postguerra alemana con actores británicos que hablan inglés pero que pronuncian como si fueran alemanes. De hecho por momentos pensaba que si había algo significativo en El lector era eso, algo que no tendría que ser necesariamente algo a mencionar. (Incluso en alguna crítica elogiaban la verosimilitud con que los actores imitaban el acento alemán, aunque, repito, hablasen todo el tiempo en inglés).

Sin detenerse más en esos lugares vecinos, la historia: Michael (David Kross) es un joven muchacho que un día enferma en medio de la calle, una mujer que le dobla en edad (Kate Winslet) le ayuda y le lleva a casa. Tiempo después comienza con ella, con Hanna, una relación amorosa: sexo y lecturas. Michael, a petición de Hanna, le lee todo lo que se le atraviesa (incluso Huckleberry Finn con acento sureño, del sur de E.E.U.U.). Pero un día Hanna desaparece. Años después Michael es un estudiante de derecho, años en que la sociedad alemana trata de purgar sus culpas. Un profesor sabio y bondadoso (Bruno Ganz) dirige un seminario en el que sus alumnos atienden algunos juicios contra ex integrantes de las SS. Entre los integrantes está Hanna, guardiana de un campo de concentración, responsable de la muerte de centenares de prisioneras durante un bombardeo. Michael, que ha vivido bajo la sombra de la extraña melancolía que dejó esa relación, se da cuenta que Hanna es analfabeta. Por eso le pedía que le leyera. No obstante luego Hanna se incumpla por haber escrito un informe en el que se exculpaban las guardianas y es condenada a cadena perpetua. Los años siguen su indiferente curso, Michael (ahora Ralph Fiennes) se casa, tiene una hija y se separa. Empieza a mandar casetes a Hanna, casetes en que una vez más le lee. Y Hanna por fin aprende a leer. A finales de los 80 a Hanna le conmutan la pena. Michael y Hanna se vuelven a ver al final, el tiempo no pasó en vano. Hanna se suicida. Michael, un tanto caprichosamente, después de unos años, entiende que contar la historia es su terapia. Y la película termina cuando el comienza a contar esa historia a su hija.

Un lector cualquiera se podrá dar cuenta que la historia no tiene mucho de aquel conflicto generacional. La cuestión es sencilla: la película es más una historia de amor desafortunada (en más de un sentido), como mejor anota la reseña del New York Times. El cambio de perspectiva sobre la misma historia no es malo de por sí, pudo haber dado mejores resultados que el de una fidelidad más estricta. En este caso sin embargo no da buenos resultados.

La película la sustenta la consabida estructura en que un personaje viejo recuerda su cuento. Por ello Michael desde el presente recuerda largos segmentos narrativos. Este contrapunto no da el resultado esperado, es decir que al parecer el director quiere confrontar el recuerdo de Michael y su actitud del presente que irá cambiando a medida que recuerde su historia, hasta darse cuenta que tiene una esperanza (¿?) en medio de ese sombrío relato. Pero eso no resulta sólido, por lo que el final es más bien incongruente con el resto de la cinta. Después de ver las 2 horas uno nunca espera que el personaje tenga tal confianza en que el contar su historia sea una suerte de terapia. En ese sentido el artilugio es fallido. En otro es más bien fiel al libro. En el libro la historia es contada directamente por Michael, la vemos a través de su vidrio opaco. Michael distorsiona el relato, eso también sucede en la cinta. Esto incluso explica muchas de las estridencias en que llega a caer la película. El mantener el punto de vista de Michael es una virtud del filme, que en ese sentido de las sobre-explicaciones de la gramática del típico filme de Hollywood.

Pero ese no es el único mérito de El lector. Al principio de la película una secuencia excepcional se destaca –a mi modo de ver- sobre el resto: Michael inicia las relaciones con Hanna, en un montaje paralelo se ve por un lado el sexo, por otra las aburridas comidas en casa de la familia de Michael. El sonido en los planos de las comidas están amplificados. El aparato cinematográfico es suficiente para describir el contraste que siente Michael entre sus nuevas relaciones y el mundo aburrido y chato que vive con su familia. El resto de la cinta no está a esta altura, no consigue tales efectos. Y eso a pesar de que las actuaciones están bien, de que no caen tan fácilmente en los histerismos que se confunden con las buenas interpretaciones. La música no desentona, aunque tal vez esté dentro del tipo de música que tanto encaja a las películas serias.

Los problemas son profundos. Al principio hablaba de gramática. Cuando pienso en eso El lector pienso en una escena como la siguiente: Hanna se encuentra en el estrado frente a su juez, Michael entre el público mira consternado. De pronto las otras guardianas, confabuladas para hacer de ella la única culpable se levantan. El juez pregunta a Hanna con gesto furibundo. Las guardianas (malévolamente) la acusan. La señalan. Michael sufre. Hanna llora como tantas víctimas.

Si no he escrito claro lo que quiero decir es que la gramática de Hollywood es una manera de contar cualquier suceso reduciéndole a un buen número de estereotipos fácilmente identificables, a clisés seguros. Y la película frecuentemente cae en ello. Está segura convirtiendo cualquier cosa al tempo en que todo se vuelve comprensible. Por lo demás la película intenta ser tan correcta que vuelve bondadosa a la sobreviviente judía que no era tan bondadosa al final del libro. Un mundo excesivamente perfecto: en el que los objetos de una judía sobreviviente mantienen una perfecta relación simétrica con el legado de una guardiana de los campos de concentración (ya arrepentida evidentemente).

El lector es una película con virtudes, que no deja de mostrar de una oblicua manera el corazón del libro. Pero más que una traducción al cine, es una traducción a Hollywood (aunque en sus mejore momentos llega a exceder ese lenguaje), un lugar que tiene una reglas un tanto estrictas, en que todo debe parecerse demasiado a lo que finge ser.

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