Sherlock Holmes (2009)


La nueva película de Guy Ritchie, Sherlock Holmes, es una película perfectamente irrelevante. Una película de acción que se compra como también se compra un manojo de promesas rotas. Una variación de un mismo tema en el que sólo se han cambiado las circunstancias (y un poco los efectos, y un poco todo lo demás).

La nueva versión intenta transformar al famoso detective en una suerte de héroe de acción que, sin saber muy bien cómo, se ve envuelto en una intriga de resonancias planetarias (no es una exageración). En otras palabras: uno podría cambiarle al héroe su nombre a James Bond, la cosa no cambia nada. O sí cambia, en la circunstancias: Holmes se supone genial y atormentado, enamorado sin fortuna (ya sea para los subrepticios matices homosexuales para los que “aguzan” la vista, ya sea para la obligatoria relación con la bella y esquiva Irene para la galería), etc. Pero en realidad la cosa no cambia mucho.

Quizá más relevante sea comentar el modo en que técnicas formales se tornan vacías al ser usadas en el cine comercial (o en la industria de masas, o como se le quiera llamar): Los planos ralentizados que usaba otrora Ritchie se incluyen una vez más en su versión de Holmes como un condimento para una ensalada de por sí excesivamente condimentada. Los toques personales de Ritchie no son más que otro manierismo típico del cine comercial pues no añaden nada a una historia que de por sí no dice nada.

Ahora, la cuestión quiere aparecer como muy esotérica, como muy posmoderna. No llega a tanto. Con lo de esotérico me refiero a la trama en la que al principio se grita furiosamente sobre demonios, brujos, etc.; un caso que se supone retará el cientifismo de Holmes. Ya en el primer tercio los ánimos se han atemperado, es claro que no había ni diablo, ni demonios, y que tampoco hacía falta gritar. Mientras que con lo de posmoderno me refiero a la no muy elaborada re-lectura de Holmes que apenas alcanzaría para hacerla un sombra enana (literalmente) de James Bond.

En conclusión, no hace falta ver Sherlock Holmes. Uno puede leer los libros de Conan Doyle si le gustan, o ver las películas de James Bond si le gustan. Uno puede comer embutidos si eso es lo que le apetece. Pero hay popurrís de los que es mejor abstenerse.

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