La sirga

 
No debe ser una coincidencia que en las semanas en que se estrenó La sirga en Bogotá soplase un viento gélido que nos hiciese sentir en una desoladora y fría ciudad. Sería una coincidencia excesiva el que una cinta atmosférica esté en consonancia con nuestro tiempo atmosférico. Pero del mismo modo en que los marineros antes sirgaban para conducirnos a un lugar desconocido, La sirga descubre un país desconocido en el que resuena la harto sabida violencia y una terrible desazón. Por tanto, no es que haya coincidencias, sino que esta nueva cinta colombiana ha conseguido mostrar con precisión parte de la desolación que genera la realidad colombiana. Eso sí, los mecanismos que usa William Vega son oblicuos, refractarios a la común sobre-exposición que en los medios de comunicación se hace sobre lo que ocurre aquí. El realizador prefiere usar una fábula para intentar transmitir las huellas que producidos por una violencia absurda, no el hecho desnudo de un asesinato o un combate. A pesar de algunas dudas iniciales, La sirga configura un paisaje que ejemplarmente expresa nuestra desolación.


La fábula comienza con Alicia (Joghis Arias) y la laguna de la Cocha. Alicia apenas se tiene en pie hasta que Gabriel (David Guacas) en su barca la lleva hasta dónde su tío Óscar (Julio César Roble), uno de los últimos familiares vivos de Alicia. El tío vive en un hostal que se cae a pedazos que evidentemente se llama La Sirga. Alicia busca resguardarse de una violencia de la que ya ha huído, pero ni siquiera en estos lugares tan distantes la violencia se ausenta.Tanto Gabriel como Fredy (Heraldo Romero), el hijo de Óscar, se han alineado en bandos que se enfrenta en un combate que no conduce a nada. A pesar de ello, Alicia tratará de hacerse un espacio contra las inclemencias del climas y del lugar; a pesar también de que ello resulte una tarea sin sentido pues ese mundo de La Sirga, el hostal, simplemente se está derrumbando. Finalmente la violencia misma hará que Alicia tenga que seguir vagando sin tener certeza de encontrar hogar alguno.


Resulta tan relevante la fábula como el lugar donde ocurre. La laguna de la Cocha y las orillas en que viven estos personajes no es simplemente el escenario en que transcurren las acciones, sino que su presencia constante, sus colores gris, ocre y azul, protagonizan la película. Son inseparables de Alicia, Fredy, Óscar, Gabriel, y Flora (Floralba Achicanoy). La realización de Vega ralentiza las acciones de sus personajes para mostrar a un mojo atravesando la laguna, o para mostrar las orillas lodosas en las que una sonámbula Alicia entierra una velas. Más que simples imágenes tienen un valor doble: por un lado ejercen una función dentro de la narración de la cinta, por otro dan otra connotación a lo narrado, otro significado. En buena medida la sensación de pérdida y decadencia está conectada con los lugares en que ocurre La sirga, y sobre todo en conexión con las imágenes frías y melancólicas de un mundo que parece visto a través de un vidrio ahumado. Un mundo que se está hundiendo en oscuras profundidades.

 
Y mientras estos escenarios están tan presentes, la violencia que está acabando el mundo de estos personajes es intencionalmente -casi- invisible. Siempre presente pero de modo oblicuo, callado. Vega consigue que las consecuencias de la violencia sean el eje de su film, sin por eso reducir a la violencia a la caricatura en que gente mala mata a gente buena. Lo que La sirga muestra es el desastre que deja esa violencia. El recurrir a esta fábula pesimista es un ejemplo en cómo Vega se sirve de la Levedad de la que habla Calvino. Para describir a los monstruos de hoy quizás, aunque no siempre, es más conveniente ver su reflejo; La sirga es más precisa en develar los traumas de nuestro conflicto que otras cintas que utilizan la violencia en bruto sin ser conscientes de los alcances de esa violencia.


La latente amenaza de la violencia se genera por medio de la atmósfera en que ocurre La sirga. Sonidos que se reiteran sin saberse muy bien a qué corresponden son las señales de que una amenaza envuelve este lugar. Los planos que utiliza Vega son usualmente largos, ya sean travellings o fijos, lo que contribuye a configurar un tempo en el que la apacible vida junto a esta laguna es compatible con esa atmósfera que muestra tanto la decadencia como el aviso de un inminente catástrofe. Así, la realización de Vega está claramente orientada a una narración sólida en la que todos los elementos significan como parte de la historia. Equivocadamente se podía pensar que tanto el paisaje lacustre como el cuidado en su fotografía harían de La sirga cine contemplativo. No es así pues para Vega la narración es el centro de su film, cada imagen y cada sonido se encuentra conectado con una necesidad narrativa.


Si  hay alguna debilidad en La sirga se encuentra en que el comienzo parece tambalearse como su protagonista. El plantemaniento de la historia no se ajusta al lento tempo en que van transcurriendo las imágenes: Alicia aparece de plano en su huída, pero su andar es contado por lentas imágenes que no parecen corresponderse con su narración. Sin embargo, pronto la cinta ajusta tempo e historia y con ello da un aire de autenticidad y certeza a su narración. La cinta va creciendo hasta que vemos un sueño de Alicia: el hostal casi completamente hundido en la laguna del que sólo sobresale el techo, el viento sopla fuerte, Alicia observa impotente. Esta es una de las imágenes más poderosas del cine colombiano, no tanto en cuánto imagen, sino en su significación al estar perfectamente apoyada en la narración en que aparece.

 
La película se transforma en una especie de metáfora entonces, ya no sólo representativa de sus personajes sino de la realidad del conflicto colombiano. La sirga muestra un mundo fallido que está siendo devorado por la violencia, y eso se puede trasponer a muchos de los desastres que ha producido el conflicto. Si la cinta se redujera a plantear tal metáfora, no obstante, se reduciría a un vehículo para la proclamación de dichas ideas. No ocurre así pues tal imagen está lo suficientemente enraizada dentro de la realidad del filme como para que se simplifique a un discurso. Las metáforas de La sirga emocionan como la verdadera poesía, pues no es un simple recurso retórico para trasvasar ideas, sino que se enlaza con la expresión auténtica de quienes realizan la película y de quienes retrata.


Hace falta todavía decir que la autenticidad de La sirga nace de mostrar a personajes con impulsos, dudas, bondades y mezquindades. Vega permite que todo el mundo de estos personajes se recree ante nosotros con sus ritmos y sus peculiaridades. Otro realizador  narraría con personajes carentes de sexualidad, personajes que simbolizarían a las víctimas abnegadas e inocentes. Vega no intenta convertir a estos personajes en ángeles, ni demonios. Ellos son personas de un mundo que por diferentes circunstancias se está extinguiendo. Especialmente significativa es de ello la secuencia en que los conocidos de Óscar visitan el hostal. La música es festiva, los personajes celebran, y, sin embargo, es inevitable ver en la escena un aura de nostalgia, como si lo que tocara no fuese aquella música sino una especie de réquiem.


El lugar al que nos ha llevado esta sirga es frío y melancólico, un lugar moribundo en el que sobrevive los restos de un mundo fallido. Tal desolador panorama no debía satisfacernos. La sirga es una victoria sobre esa desolación, y es una recuperación de aquel mundo que se está hundiendo. No es habitual que una cinta colombiana con tanta fuerza logre emocionar y al mismo tiempo configurar una imagen auténtica sobre nuestro país. Es por eso que hay que celebrar por La sirga, verdadero buen cine.




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