Al azar Baltazar

Advertencia: Entrada lamentablemente experimental

Quiero pensar que no hay azar, sino sentido entre las involuntarias conexiones que intento sacar de mis lecturas y de las películas que veo.



En La luz díficil de Tomás González:

El hombre se llamaba Anthony y hablaba inglés con mucho acento extranjero. Resultó que era de Rusia y había llegado de diez años a Estados Unidos, pero no se consideraba ruso, a pesar del acento, y no le gustaba hablar ruso, pues se definía como estadounidense. (...) Anthony vendía y compraba discos de acetato. (...)
 -Rolling Stones -dijo, señaló una esquina próxima del tapete, y ahí estaban, en efecto, el burro con los tambores y el hombre vestido de blanco saltando con las dos guitarras. (105-106)

 


Es fascinante el modo en que Al azar Baltazar guía su historia por una suerte de conexión entre sus sonidos e imágenes más que por un hilo narrativo que subsuma a toda la película. No significa esto que no haya trama alguna, que no haya una historia de fondo. Simplemente que el espectador contribuirá a contarla un poco más que si la dicta un narrador invisible en escena. 
Al mirar la tenúe conexión que imágenes y sonidos daban a la película quise justificar entonces el que Bresson se pronunciara admirador de Solo para sus ojos (Minuto 2:14 - 2:54)



Claro que para eso es más instructivo aquello que menciona Jonathan Rosenbaum -entrevistado junto a Kent Jones sobre Bresson y Godad- de cómo para Lancelot du Lac Bresson intentó persuadir a Burt Lancaster y Natalie Wood de ser sus protagonistas con el propósito de conseguir fondos para su película. Romantizar a los ídolos no es bueno, ni mucho menos salir a ser más papistas que el Papa. 


Ahora que se ha estrenado la muy entretenida y perfectamente olvidable Skyfall -de la que pronto aparecerá mi larga y aburridora reseña, creo que al darle más densidad y narración a James Bond, Sam Mendes tal vez haya estropeado el encanto que Bresson vió en Solo para sus ojos. Es decir, ese mundo absurdo que se guiaba buenamente por conexiones de sonidos e imágenes. No es que Mendes haya descuidado su oficio, pues me atrevo a decir que la secuencia final tiene imágenes bellísimas. Es sólo que se acerca más al teatro del que proviene Mendes, y del que tan buena -y un tanto inconsecuentemente- denostó Bresson.



Tampoco es que haya de renegar de lo teatral en el cine, ni del entretenimiento que películas tan traídas de los cabellos -más antaño que hoy, pueda producir. En todo caso me parece más divertido y más profundamente signifcativo el modo en que Bresson daba, en últimas, una percepción de realidad, infinita e inabarcable, y muy viva y silenciosamente monstruosa.


Claro que tal vez no haya unode llegar al extremo de comparar la realidad con dragones de Komodo. No siempre es así. Más bien la realidad de uno se parece a la de Anthony, una en la que a uno le satisfacen la música en que la mitad de los instrumentos son llevados por un burro.


De La luz difícil : 

 Lo que son las palabras. Ya había ensayado yo a escribir poesía y cuentos, cuando era muy joven, y no lo había hecho mal. En aquellos días parecía tener más aptitud para eso que para la pintura, pues me venía de familia, en la que había habido escritores. Y ahora que vuelvo a hacerlo después de tantos años me asombra otra vez lo dúctiles que son las palabras; lo mucho que por sí solas, o casi por sí solas, expresan lo ambiguo, lo transmutable, lo poco firme de las cosas. Son iguales al mundo: inestables como casa en llamas, como zarza ardiente (115-116).

No solo las palabras. El buen cine también muestra lo poco firme de las cosas. Como Al azar Baltazar
Por desgracia soy todavía lo terriblemente romántico para creer en obras y no decir, como David, el narrador de la novela de González, que solamente las palabras - y yo añado las imágenes, los sonidos y sus conexiones- son suficientes para transmutarse en inestables indicios de una casa en llamas.


P.S.: Los fragmentos de La luz difícil de Tomás González son de la primera edición publicada por Alfaguara.

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