El Hobbit: Un viaje inesperado

Más real que la realidad
 
Hacer sueños y fantasías realidad, dicen que es el objeto del cine. No de todo -afortunadamente, pero sí una parte de él. Los avances tecnológicos son parte del desarrollo natural del cine, y cada tanto aparece uno nuevo, que como el cine mismo no se sabe muy bien para qué sirve, y que con el paso de los años se usa y va, más tarde, cayendo en desuso. Últimamente, sin embargo, la tecnología no parece corresponder sino a una angustia por el terreno pérdido: ya el cine no es la novedad que manda la parada, ya ni siquiera las estrategias de publicidad son suficientes para atraer al grueso del público que tiene a su disposición medios más económicos y, por qué no, atractivos. El 3D, el IMAX, innovaciones que parecen desesperados gritos, pues no hay mucha razón para utilizarlos, con excepciones claro está -como en Hugo en la que se aprovecha el 3D. Para El Hobbit Peter Jackson ha decidido sumarle al 3D una proyección de 48 cuadros por segundo, o HFR (High Frame Resolution). Dicen que el efecto es contraproducente, pues como la tecnología de Televisión HD cambia la textura de la imagen para convertirla en una especie de documental sobre la realización de la película misma. Digo dicen. pues salvado quizá por la falta de tal tecnología asistí a una función en la que ni siquiera hubo 3D. El caso es que si el efecto es similar al de la televisión resulta paradójico que Jackson utilice para una cinta de fantasía un tipo de imagen que nos muestra algo que parece tan distante de lo fantástico. Para hacer de esa fantasía algo más real que lo real, algo que curiosamente resulta terrible.
Bien puede ser que los espectadores nos acostumbremos al cambio y que, con el tiempo, encontremos anacrónico la proyección a 24 cuadros. Por el momento me resisto a creerlo. De alguna manera la imagen de 24 cuadros daba una textura distinta a la realidad, es casi una convención con la que se señala un mundo distinto. Ver una película para mí en HD ha resultado una experiencia chocante ya que me ha desligado de la cinta inmediatamente, como si la imagen no fuera verosímil.  Claro que no es sino una opinión, quizá ya nadie ponga en duda su efectividad en unos años. Por ahora, lo dudo.
El Hobbit

 
Diez años después de completar la trilogía de El señor de los anillos, Peter Jackson vuelve a la Tierra Media con una inesperada trilogía.Ya no se trata de adaptar una larga trilogía sino una novela más bien corta, ligera además. Después que se le hubiese elogiado por lograr condensar la trilogía de Tolkien, Jackson ahora dilata un relato sencillo que, incluso ya en esta primera entrega, da señales de fatiga. El Hobbit no parece ser el material conveniente para una nueva épica. Otra travesía por la Tierra Media ya no resulta un descubrimiento sorprendente, ni emocionante. Es más bien rumiar lo conocido. No significa esto que El Hobbit sea una mala película,  sino más bien aburridora para alguien como yo que no es seguidor ni de Tolkien, ni de Jackson. Diez años después el regreso por los lares del mundo ya no son tan afortunados.


Bilbo Bolsón (Martin Freeman), 60 años antes de que su sobrino Frodo emprendiera su travesía, vivió la propia. Gandalf (Ian McKellen) involucra al dócil y hogareño Hobbit en una aventura que en modo alguno quiere participar: los Enanos han perdido su reino Erebor por la codicia. La acumulación de ingentes cantidades de oro atrajo al dragón Smaug -en la Tierra Media los dragones son atraídos por el preciado metal,  que arrasó con la fortaleza de los Enanos y los obligó a vivir su propia en el exilio. Gandalf se une al heredero del reino, Thorin (Richard Armitage) junto con doce enanos más. El Hobbit: Un viaje inesperado solamente cuenta el comienzo del peligroso viaje que emprenden los enanos, Gandalf, y el, al principio, escéptico Bilbo para recuperar el reino que les pertenece a los enanos.


Desde el subtítulo se plantea que el relato es aquel del viaje como aprendizaje, como forma de madurar y de conocer quién es cada quien. Bilbo hasta entonces se ha resguardado en la Comarca, pero ahora va a descubrir lo que puede llegar a ser. Este recurrente relato ha de conducir, se sospecha, a hallar como el indefenso reconoce en él -o ella- cualidades para enfrentar los más increíbles obstáculos, o a que el apocado se transforme en el extrovertido centro de la fiesta. Ya en El Hobbit ocurre un poco eso, pero no del todo, porque recuerden, esto es una trilogía. Bilbo pasará de ser el manso Hobbit al (in)esperado héroe de la función.


Pero El Hobbit no cuenta sólo el aprendizaje de Bilbo. Es también el cuento de cómo la codicia y la avaricia roen a los humanos -así sean acá los enanos, al punto de llevarlos a la caída. Caída literal, pero principalmente caída moral. Es sabido la profunda religiosidad de Tolkien, y es por tanto inevitable ver en este relato una alegoría, un cuento Moral que nos advierte de los peligros de los deseos y ansias fuera de control. Jackson es fiel a ese espíritu en esta nueva entrega, aunque tales dilemas no sean explorados a fondo, porque recuerden, esto es una trilogía. Habrá que esperar dos entregas más para que la advertencia sobre lo horrible que es la codicia sea completamente enunciado.


No olviden: El Hobbit es una trilogía. La adaptación de obras literarias suele conllevar el problema de la condensación, qué ha de eliminarse y qué ha de quedar tras el cedazo del guionista. Son más reducidas las cintas en las que a falta de material se dilata o se agrega en vez de condensar. La adaptación de cuentos es el caso típico de ello. Por poner un ejemplo injusto con Jackson, El gatopardo -si bien elimina el capítulo final de la novela- muestra como se sigue fielmente una novela relativamente breve dándole un mayor realce a escenas que no resultaban tan centrales en el libro. Visconti extendía el baile final pues le permitía captar ese aire de inevitable decadencia que escondía el fasto de la reunión, pues ese sentir que el mundo se derrumba es tanto el centro del libro como de la cinta. Jackson decide extender El Hobbit sin un objetivo claro. El añadir escenas le da un tono épico que según tengo entendido no tiene la novela. Así, por ejemplo, extiende la primera reunión del grupo de enanos y Gandalf en la casa de Bilbo para coronarla con la canción en que los enanos recuerdan nostálgicamente su reino. No obstante, la dilatación de la escena parece no ir en ninguna dirección sino hasta el final, lo que hace de la escena más irritante que profundamente emotiva.


Jackson añade otras escenas más desafortunadas. Poner al viejo Bilbo (Ian Holm) escribiendo su libro mientras Frodo (Elijah Wood) realiza los preparativos para el cumpleaños de Bilbo es un modo descarado de satisfacer a los fanáticos de la trilogía fílmica. Escenas como estas rellenan la película como para dar unidad a ambas trilogías, aunque tienda más bien a convertir a El Hobbit en una innecesaria secuela, que no es, según entiendo. Sin añadir nada a la narración tales cameos continuarán, supongo, como para aclarar que los ires y venires por la Tierra Media son una terruño familiar al que nos podemos plegar otra vez.


Sin embargo, no todo son fallos. Y repito otra vez, El Hobbit no es una mala película. De hecho en la cinta se encuentra como Jackson ha resuelto mejor secuencias hoy que en la trilogía de El señor de los anillos. En la escena en que Bilbo se encuentra con Gollum (Andy Serkis), Jackson no utiliza el embarazoso plano/contrapano para mostrar la personalidad fracturada de Golum, sino que lo presenta en un solo plano. El conflicto interior de Smiggle/Gollum es más contundente y, también más verosímil. La fractura de su personalidad queda mejor evidenciada así. Por lo demás, las mejoras en la tecnología dan un mayor realismo al Gollum hoy que al de hace más de una década. Lo cierto es que Jackson muestra un aprendizaje en el modo en que planifica de un modo más efectivo hoy, si bien esto no salva la extremada prolongación del relato.


Se debe destacar, también, las buenas interpretaciones del reparto. En particular de Martin Freeman, quien ha sido elogiado merecidamente por su rol. Así como también ha de resaltarse la esmerada labor con la que el equipo de Jackson vuelve a traer a la vida a los habitantes y los escenarios de la Tierra Media. Jackson tiende a presentarnos, de tanto en tanto, panóramicas que han de deslumbrarnos al concretar los fantásticos paisajes del mundo de Tolkien -ya no tanto, pues inevitablemente El señor de los anillos ya los mostró bastante. En El Hobbit se revive voluntariosamente la fantasía de Tolkien de un modo vívido, lo que no deja de ser un logro menor.


Sin embargo, la cinta se empantana en escenas que no parecen conducir a ninguna parte, y que para legos sobre Tolkien como yo, no emocionan ni interesan lo más mínimo. El Hobbit desperdicia tiempo y aburre en buenos tramos de metraje. Es cierto que la escena entre Gollum y Bilbo casi vale toda la cinta, o que Jackson sigue demostrando su habilidad técnica para construir todo ese mundo fantástico -y esto a pesar del HFR, según dicen. Pero sus cualidades se pierden en una dudosa prolongación que casi tiene como objeto agradar a un  buen número de fanáticos. Lo más decepcionante de El Hobbit es que ni siquiera llega a emocionar genuinamente. Más bien parece un espectáculo que recicla efectos antaño exitosos sin mayores sorpresas. Viendo El Hobbit uno siente que ya ha visto esa película. Así no sea mala, si uno no tiene cierta afinidad por el tema, es mejor no empezar con esta nueva trilogía. La perspectiva de un par de entregas más de más 3 horas es apabullante. Por lo menos para mí estos asuntos con El Hobbit ya están terminados.



 



 

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