Efectos secundarios

 

¿Quién no ha sido víctima de un engaño? ¿Quién no se ha visto envuelto en consecuencias que no esperaba sufrir? Efectos secundarios parece un thriller psicológico al que se le podrían aplicar tales preguntas en varios sentidos. Digo parece, pues Efectos secundarios es más otro tipo de cinta, una que se enmascara de un género pero pertenece realmente a otro, o incluso una suerte de cine mutante que potencia algunas cualidades de varios géneros, pero que carga también con inevitables deformidades. El engaño funciona por partida doble en Efectos secundarios, y también las consecuencias que no sólo asaltan a su protagonista, sino que también sorprenden al espectador, ya sea en lo bueno y en lo malo. La cinta, que carga con el peso autoimpuesto de ser la última de Soderbergh para las salas de cine, se convierte en un juego de géneros que describe la mentalidad y vidas de buena parte de la sociedad estadounidense. Sin embargo debo compartir que el literal dolor de cabeza que me dejó la función se alivia con una receta convencional que Soderbergh suministra para resolver todos los males. Lo convencional convive con el carácter mutante de Efectos secundarios. El canto de cisne de Soderbergh, de ser cierto, es una arriesgada aunque insatisfactoria cinta, cuyos rescatables elementos la hacen más que un simple divertimento.


La trama aparente cuenta como Emily (Rooney Mara) sufre de una depresión por las angustias que le ha supuesto el que su esposo Martin (Channing Tatum) haya sido encarcelado por tráfico de información privilegiada. Por ello se ha visto obligada a partir de ceros dejando de lado los privilegios que comenzaba a disfrutrar al casarse con Martin. La salida de Martin de la cárcel acentúan los sufrimientos de Emily, quien poco después intenta suicidarse. Jonathan Banks (Jude Law) es el psiquiatra que empieza a encargarse de Emily, para quien receta distintas pastillas con el fin de hacerla superar sus males. Banks consulta a la psiquiatra que consultaba Emily, Victoria Siebert (Catherine Zeta-Jones), quien de paso le recomienda una nueva droga para tales casos, Ablixa. La pastilla parece milagrosa, si bien entre los efectos secundarios se encuentra el sonambulismo acompañada de las más distintas actividades. Esta es la base de la cinta, pero desde la primera secuencia sabemos ya de un crimen. Soderbergh sabe sorprender al espectador con la escena del crimen a pesar de anunciarla desde el principio; escena que denota a su vez la transformación del film de un género a otro, pues de ahí lo que parecía thriller psicológico muta al cine negro y a una trama del tipo whodunnit principalmente -en Efectos secundarios el espectro de géneros es más amplio. Sin embargo, los giros y vueltas de tuerca son tan forzosos y barrocos que lo que debía ser el centro de la revelación que la terrible verdad resulta casi risible. Tanto sorprende y tanto cambian las expectativas que, como ya sabemos, hemos de preveer lo imprevisible -y por qué no lo inverosímil.


La ambición de Efectos secundarios es contar dos historias usando las recursos del cine de género. La de la publicidad esconde otra que nos debe revelar una terrible verdad. Soderbergh intencionalmente nos guía por un camino equivocado, al tiempo que siembra escasas pistas de a dónde debemos dirigirnos realmente. La dosificación de la información no ocurre en Efectos secundarios, que al principio oculta mucho y al final revela demasiado. Se debe reconocer el riesgo que asume Soderbergh para alterar los mecanismos de juego e intentar distorsionar al máximo los procedimientos con que vemos el cine de género. Infortunadamente por momentos Efectos secundarios en tal tratamiento es mucho más afín a la lógica de las series de televisión en las que todo misterio se resuelve en los últimos cinco minutos con largos parlamentos explicatorios o secuencias demostrativas. No significa, sin embargo, esto que Efectos secundarios sea televisiva -excepto en este punto. Más bien es para notar la desproporción entre la atractiva y enganchante primera historia y su resolución que parece pequeña e inocua al compararla. El guión de Scott Burns y la dirección de Soderbergh siembran, repito, pocas pistas para que luego el espectador hile por sí mismo; pero con temeridad Burns y Soderbergh hilan por el espectador unas explicaciones enrevesadas, casi que estrambóticas en comparación con lo visto. ¿Hemos sidos víctimas de un engaño al ver Efectos secundarios? Diría que no, Soderbergh intenta convertir una cinta convencional en una cinta de aspiraciones monumentales. Lo que olvida, añado, es que si se ha de engañar al espectador, hay que engañarlo absolutamente.


 
Soderbergh diseña cuidadosamente toda su cinta para involucrarnos en la primera historia. Así la fotografía, que el mismo Soderbergh realiza bajo el seudónimo de Peter Andrews, nos sumerge en un mundo que parece verse tras un vidrio empañado -torpe metáfora del conseguido efecto de la cinta. Pero la fotografía no alude a la primera historia, sino a la revelación. La droga de que habla Soderbergh es la codicia, un tipo de vida que para quienes las viven parece justificar cualquier comportamiento o acto. Ya antes en cintas tan dispares como Sexo, mentiras y video o The Girlfriend Experience Soderbergh había abordado tales temas, sin tratar de darles un tono moralista a su aproximación. En Efectos secundarios no es diferente, el director no se ampara en maniquiesmos fáciles. Vadim Rizov nota que finalmente la cinta se acerca más a la pesimista visión de Mientras Nueva York duerme (While the City Sleeps) de Fritz Lang. En sus mejores momentos Soderbergh ha diseccionado los valores y contradicciones de un buen sector de E.E.U.U., y de su mentalidad. Probablemente Efectos secundarios no es un ejemplo memorable, pero conjuga muchas del preocupaciones del director, quien si se me permite se establece entonces como un cineasta moral.


Es importante señalar a su paso que la ambigüedad moral que pone Soderbergh en escena pertenece a sus personajes. Todos, en esta última cinta, no son precisamente modelos a la hora de actuar. Es quizás en este punto en que Efectos secundarios soporta sus inverosímiles giros. La excepcional actuación de Rooney Mara sostiene prácticamente al film, ya que ella con cambios mínimos pasa de ser un tipo de personaje a otro, casi que una femme fatale delicada e inofensiva -valga el oxímoron. Jude Law por su parte se adecua a su rol de psiquiatra ambicioso envuelto en una trama inesperada, así como su esposa Deidre (Vinessa Shaw). Channing Tatum cumple una función más de presencia que se conjuga bien, mientras que no ocurre lo mismo con el personaje de Catherine Zeta-Jones que termina en una caricatura que se define más por la utileria y el vestuario que lleva. En todo caso Soderbergh hace de la mayoría de su bestiario una creíble muestra de lo que ocurre hoy en la posible vida de tantos estadounidenses. Bestiario que corona Mara que deja una profunda impresión como una persona que esconde muchas facetas en su rostro frágil y delicado.


Volvamos una vez más a los géneros. El cruce de géneros no es, claro está, una propiedad de Soderbergh. Uno puede citar rápidamente hoy a reconocidos directores como Almodóvar, Tarantino, los hermanos Coen, o incluso, siempre le encuentro campo, a Godard cuando ya en los 60 decía de Le mépris que quería hacer una película de Fellini pero filmada por Antonioni, parafraseo de memoria. Efectos secundarios conjuga el film noir con las cintas de paranoia y conspiración, al mismo tiempo que cruza a estos con el  thriller psicológico. El repertorio de recursos de cada género va sumándose a medida que la trama se va desenrollando, mas no tanto para convertirse en una summa soderberghiana, sino para revelar con redoble de tambores la inesperada y cruda realidad, sórdida ciertamente, pero que suena casi a invento. Soderbergh plantea alcances inesperados para el truculento relato de Burns, lo que consigue es un fallido muestrario de audacias. Hay que recordar que en su prolífica carrera Soderbergh ha tenido puntos altos como también cintas verdaderamente mediocres, y en ese sentido Efectos secundarios bien puede ser un resumen de su carrera.


Quizás no es inocente que dentro de la cinta el engaño tenga como uno de sus medios unas fotos, o que sus personajes actúen una pantomima para engañar a otro y consiguir algo a cambio. ¿Se trata de una perversa versión del juego de cine en el cine? Pura elucubración mía, una lectura muy sutil de las típicas historias en que se intenta encubrir un crimen, chantajear a un posible enemigo, o apabullar al contrario. Soderbergh confiere a su entramado el tono de una denuncia sobre los corruptos tiempos en que vivimos, cuando al principio, ya decía, parecía ser simplemente un crimen íntimo, que de hecho se resuelve como crimen íntimo. Rizov ironiza sobre este punto al señalar que el director pierde de vista su eficiente realización para convertir su cinta en una especie de denuncia de muchas cosas a la vez: la industria farmacéutica, la avaricia imperante hoy, el cinismo de personas que prefieren sus comodidades sea el precio al que sea. Harta razón tiene Rizov ya que por más que Soderbergh tenga razón en sus denuncias, lo que vemos en la cinta no parece soportar tales afirmaciones. Al final Efectos secundarios termina pareciendo un crimen muy menor demasiado enredado para el que hemos gastado demasiado tiempo resolviéndolo.


Pero mesuremos. Decía que la sola interpretación de Rooney Mara sostenía la cinta. Las sorpresas se ocultan bajo su delicado rostro-si bien también ahí hay exageración. Soderbergh no tiene problema de introducir audaces giros en su trama como lo hizo ejemplarmente Psycho, y hasta cierto punto lo hace con la misma precisión que Hitchcock. Es cuando muta que la cinta empieza a perder el interés inicial por la necesidad de explicar y explicar cómo, cuándo y quién hizo qué. Hitchcock nos manipulaba en sus cintas con un hilo bien delineado que podía como en Psycho saltar de una historia a otra sin esfuerzo. No pasa lo mismo con Efectos secundarios, ya que la trama se va multiplicando en temas, y esto hace que la ya muy mentada revelación final quede reducida a un colofón extraño con el que el orden ha sido restaurado -así esto tenga sus aristas moralmente dudosas. Y ya que vengo refiriéndome a Psycho se me ocurre que quizás se trate de otro ejemplar notable del cine mutante que pasa, no es una paradoja intencionada, de un sórdido relato de traiciones y robos a una especie de thriller psicológico.


No se puede negar que Soderbergh sigue siendo un cineasta, o siguió si es verdad lo de su retiro, interesado por explorar nuevos caminos y por construir una filmografía variopinta y alejada del camino seguro de las fórmulas. En Efectos secundarios intenta, sospecho, hacer un resumen de sus temas y preocupaciones dentro del corsé de los géneros.Un perfecto muestrario de sus altos y bajos es esta última cinta. Mutante, entretenida y excesivamente truculenta. El sórdido mundo contemporáneo que se vislumbra en Efectos secundarios se ve tamizado por lo que parece ser un crimen demasiado retorcido y simple al mismo tiempo. El cine arriesgado que explota las nuevas posibilidades del formato digital puede lindar con el terreno de las más que conocidas series televisivas policíacas y detectivescas. En todo ello hay un elemento de provocación que me resulta interesante. Elemento que se añade a la música tenue de Thomas Newman, a la meticulosa producción, fotografìa y dirección de Soderbergh, y al excepcional interpretación de Mara. Sin ellos se habría visto un entretenimiento completamente indistinguible de otros. Al final sentí una vaga sensación de un engaño simple, de haberme visto envuelto por la típica restauración del orden como terrible consecuencia final. Efectos secundarios es un híbrido con novedades realmente atractivas pero que no puede ocultar las muchas deformidades que lo hacen un muy peculiar punto final.





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