Lincoln

 
Hay personas que se elevan a alturas olímpicas, se convierten en verdaderos superhombres. Mitos que para bien y para mal son ejemplos a seguir, roles modelo con los que se quiere identificar un ideal. Abraham Lincoln es el presidente estadounidense, y por qué no el estadounidense a secas, de quién más se puede decir que ha adquirido tal aura mítica. Lincoln, la más reciente cinta de Steven Spielberg, prende más velas al altar de Abe. Lo eleva a la estratosfera por medio de un recuento de un episodio corto, mas no menor: la votación que avala las 13era enmienda, por la que se acaba con la esclavitud en E.E.U.U. Spielberg no elide las mecánicas con que opera la política, corruptas frecuentemente. Pero es tal la magnificiencia y humanidad de Lincoln, que ni siquiera ello impide su divinización; porque al ver Lincoln se subraya que aunque los medios no sean los mejores, este hombre hace lo Correcto. La soberbia actuación de Daniel Day-Lewis como Lincoln hace realidad el milagro de casi convencernos de que tal cosa es posible. Esto no evita, sin embargo, que Lincoln sea una cinta intrascendente, que aún develando algunos secretos sucios del juego político, no se convierta sino en un elogio superficial sobre la democracia estadounidense, y sobre todo de Lincoln.


Comienza el año de 1865. La guerra civil se recrudece cuando se presiente que se acerca su fin. Lincoln acaba de ser reeligido y tiene prisa por que el congreso apruebe la enmienda 13. De terminarse la guerra sin dicha aprobación es improbable que tal proposición sea avalada. Lincoln muestra el proceso por el que por medio de persuasión y argucias Lincoln consigue la aprobación de tal ley. Más tarde, como colofón innecesario, se muestra el fin de la guerra meses después, y el asesinato de Lincoln. La cinta de Spielberg se centra en el no muy limpio proceso por el que se prohibe, por lo menos ante la ley, uno de los tratos más denigrantes que se han aceptado en las sociedades. Es una especie de redención de la sociedad estadounidense que, además, sirve de base para un estado, al tiempo que es una oda a un hombre mítico.


Sin duda Lincoln es una cinta ambiciosa. El nacimiento de una nación, ahora liberal y bienpensante, un nacimiento no exento de traumatismo y sombras pero que ha de conducir a la rutilante nación que respeta derechos y defiende libertades. El Lincoln mítico ha representado muchas ideas, entre ellas estas; lo que hace la cinta es refrendar el mito, celebrarlo aunque le dibuje zonas oscuras. Para ello Spielberg no hace un filme propiamente biográfico, sino que se centra en un drama legislativo, o si se quiere un thriller político en sordina. Es por medio del episodio de intrigas por los cuales se fragua un cambio social por el que debemos entender la gran estatura moral de Lincoln. No es realmente relevante que Lincoln tenga algunos inconvenientes personales, o que a veces se vea descompuesto. Una tarea titánica lo vale, parece decir la película, que no hace sino echar incienso a la figura de Lincoln.


El que Spielberg sintonice con las creencias de una nación es evidente en el tono de éxtasis con que la mayoría de la crítica estadounidense ha saludado el film. Lincoln es un film muy correcto -en más de un sentido, ceñido a la información histórica en buena medida, y con toques del inevitable almabiramiento con el que Spielberg quiere hacernos sentir empatía por sus héroes. Los desproporcionados elogios con que ha sido recibida la cinta pasan por alto las evidentes debilidades de la cinta. El exceso de metraje resulta un problema menor comparado con la simplificación a la que tiende el film para poder hacer de Lincoln un mito, como también es dudoso el paragón que intenta producir entre la política de entonces y el gobierno de hoy de Obama.


Jonathan Rosenbaum titula a una de las pocas reseñas negativas de la cinta: Spielberg's Portrait of Lincoln is a Bust (El retrato de Lincon de Spielberg es un busto), lo que resume en buena medida que la cinta no añade significativamente nada a la figura de Lincoln. No descubre una nueva faceta, ni nos hace reflexionar sobre su importancia. Es un ejercicio académico por el que se reparte loas a lo establecido. Rosenbaum subraya que Spielberg es incapaz de producir un retrato de un Lincoln unificado, el gran estadista parece ser un hombre distinto al que discute con su esposa y le amenaza con enviarla a un psiquiátrico. Es verdad que tales facetas de Lincoln no se integran del todo al personaje porque Spielberg decide darle a la intriga política preponderancia. Las escenas en las que aparentemente se muestran los demonios que persiguen a Lincoln se convierten en gargolas del magnífico templo con el que reverencia al personaje.


Rosenbaum observa que la cinta celebra abiertamente la aprobación de la 13era enmienda, aunque buena parte de la cinta trata sobre el modo en que se han comprado a representates demócratas y en que Lincoln ha tenido que recurrir a más de una argucia para convencer a los representates republicanos. Lincoln muestra el clientelismo como una especie de picaresca en la que W. N. Bilbo (James Spader), Robert Latham (John Hawkes) y Richard Schell (Tim Blake Nelson) son contratados subrepticiamente para ofrecer las dádivas que han de comprar los votos. Spielberg implícitamente nos indica que debemos aceptarlo en la medida en que, digamos, este es Clientelismo Filantrópico. Las buenas causas merecen todo esfuerzo y aunque las herramientas no sean las mejores, hemos de aceptarlas. Resultaría insultante y falso que Spielberg no hubiese mostrado cómo se consiguen aquellos votos, pues la política y la democracia en que vivimos no hacen sino repetirlos una y otra vez. Más dudoso, no obstante, es hacer de ello una simple comedia en la que los vicios nos han de servir para los buenos propósitos. La euforia abolicionista de Spielberg lo hace celebrar algo que detesta, irónicamente -una ironía involuntaria.


En lo que históricamente ya Spielberg no se atiene es en mostrar otras motivaciones por las que Lincoln pudiese estar interesado en aprobar tal enmienda. El film transforma a Lincoln en un hombre preocupado por la liberación de los negros, lo que no cuadra del todo con los registros que se tiene, o con la vida que vivió antes de dicha aprobación -Lincoln tenía esclavos como cualquier hombre blanco de cierto nivel. Acá hay que señalar que Lincoln está basado en el libro Team Rivals: The Political Genius of Abraham Lincoln de Doris Kearn. Spielberg toma del libro aquello que le sirve para su visión idealizada de Lincoln, y excluye el que por ejemplo Lincoln estuviese más preocupado por mantener a la Unión y no por combatir la esclavitud. También se pasa por alto el que el componente económico relacionado con la esclavitud -mano de obra gratis en la que se basaba parte del poderío económico del Sur- formase parte de la decisión que Lincoln tomaba. Rosenbaum señala que tales ausencias se deben en buena medida a que a Spielberg le interesa más el modo en que una historia interese y emocione a los espectadores, pero también he de decir porque no son compatibles con el mito que se está contando. Es mejor que haya filantropía pura, así tenga orígenes espurios.


Spielberg y su guionista Tony Kushner intentan darle otra perspectiva a su hagiografía al dibujar un débil paralelo entre la figura de Lincoln y la del fiero representante abolicionista Thadeus Stevens (Tommy Lee Jones). La presencia de Stevens es menor frente a la casi omnipresencia de Lincoln, y a pesar de que el Stevens de Jones está lleno de gracia e inteligencia; su radicalidad es vista como un defecto. Stevens debe aprender a atemperarse para que podamos vivir en una sociedad balanceada, o en términos más sencillos: Stevens también ha de aprender de Lincoln a moderarse, pues se debe ser progresista en límites razonable, clama Lincoln. Sirva este punto para decir que las actuaciones de todo el reparto son destacables, si bien todas quedan a la sombra de la impresionante personificación de Day-Lewis. Aun con ello los papeles de Mary Todd Lincoln (Sally Fields), esposa de Abraham, y William Seward (David Strathairn), secretario de estado de entonces. Ambos y la interpretación de Jones sobresalen en la cinta, lo que no evita que por momentos caiga en el almibaramiento al que es tan dado Spielberg cuando trata la Historia. Precisamente a la hora de poner en escena el asesinato de Lincoln, Spielberg decide astutamente mostrarlo de forma oblicua. La escena se centra en la obra que mira Tad Lincoln (Gulliver McGrath). La función la interrumpe la noticia de que le dispararon al presidente, lo que es contestado por la imagen de Tad gritando como en tantas otras cintas gritan cuando el héroe es herido o asesinado. La simple inclusión de la escena es discutible en la medida que no vemos una biografía de Lincoln sino el modo en que se aprobó la 13era enmienda, pero Spielberg dota a la escena de un sentimentalismo que busca dar más dramatismo a lo que de por sí es dramático.


Para que emerja la mitológica figura de Lincoln todavía hace falta una pieza: un entorno que es creado cuidadosamente por la fotografía de Janusz Kaminski. Predomina un claroscuro muy marcado al punto que a veces los personajes en sus habitaciones son sombras que la rutilante luz del día ilumina en cuanto se acercan a las ventanas. El invierno es gris y azul, casi ausente de colores, y la votación y la celebración tras la aprobación de la enmienda se llena de color. La simbología que se esconde tras los cambios de iluminación no es difícil de descifrar. Rosenbaum crítica justamente no sólo el evidente simbolismo -de la oscuridad en que se vivía al aceptar la esclavitud a la luz al abolirla-, sino también el uso exagerado de tales recursos que simplifican su eficacia al punto de hacerlo un simple añadido retórico. Antes señalaba que Spielberg está contando el nacimiento de E.E.U.U. como país progresista y defensor de los derechos individuales, y para tal hace parte de tales herramientas hasta el cansancio.


La ambición de Lincoln tiene otro capítulo aún: la cinta de Spielberg implica una comparación entre Obama y Lincoln para que se haga eco de la necesidad de unir a la nación en cambios que suponen un progreso indiscutible para la sociedad. Pablo Muñoz señala en una lúcida crítica sobre Lincoln lo corto que queda hoy ese paragón: por un lado obvía las diferencias entre ambos líderes, no sólo de carácter sino el de sus ideas políticas -y es que uno era republicano y el otro demócrata no en balde-; sino que es muy conscientemente un film que aboga en favor de las políticas de Obama, algo que no tiene que ver precisamente con el mundo en que Lincoln vivió. Muñoz es bastante crítico de la aceptación de cierta corrupción, así sea con vista a fines enteramente deseables, más cuando al proceso mismo le da un cierto tono épico - lo que bien puede producir malentendidos. Spielberg simplifica el juego político en aras de un progresismo un tanto chato, y es en mi opinión esto está en consonancia con la faceta de leyenda con la que quiere revestir al difunto presidente. Creo que en Lincoln Spielberg plantea intenciones gigantes que se ven disminuidas por sus evidentes contradicciones, y por reflexiones que tienden a la superficialidad. La corrupción no es un juego picaresco simplemente, o el mundo no se divide entre luces deslumbrantes e interiores sumergidos entre sombras -o entre bondad y maldad, que es a lo que parece apuntar la simbología que plantea la cinta.


Lincoln rezuma ambición: el retrato de un hombre-leyenda, el comienzo de un estado, el modo en que hábil estadista puede manejar los sucios entresijos del poder. Spielberg conjuga estos elementos con trucos ya conocidos en otras cintas con las que se supone se ha de entender lo que sienten esos personajes, si bien en la cinta es mucho más sobrio de lo usual. Es verdad que casi al final, cuando se ha firmado la paz, Spielberg en un primer plano muestra el rostro envejecido de Lincoln, un hombre que entendemos sufre tangiblemente por la magistral actuación de Day-Lewis. Este plano vale toda la cinta. Pero también vemos al mísmisimo final una especie de coda con la que se recuerda un discurso de Lincoln visto por filtro como la entonación patriótica que pretende ser el film. Lincoln es una hagiografía correcta e intrascendente en realidad, pues toda su ambición se ve truncada por todas las contradicciones y flaquezas en que incurre la cinta. Quizás el complejo mundo gris de la Historia no es el adecuado para la entretenida épica de héroes en blanco y negro a las que tan dado es Spielberg.


P.S.: Los malentendidos no se hacen esperar, más cuando los buscan. En la revista Semana se ha escrito un artículo comparando el dudoso proceso con el que se aprobó la 13era enmienda con el más que dudoso proceso con que se aprobó la primera re-elección -y la re-elección en Colombia- de Álvaro Uribe.  Supongo que a este artículo seguirán replicas similares con los que no muy audazmente se intente probar que los fines exceden a los medios. El paragón es desafortunado por lo menos. Ya en la misma lógica no es lo mismo que una persona tuerza las reglas para mantener el poder a otra que lo haga para cambiar una ley que afecta a millones de personas. Pero lo más insultante es cómo se descontextualiza tan fácilmente una y otra situación en el artículo, así como se pasa por alto que en nuestras democracias tales prácticas han sido más bien cómunes -me pregunto entonces por qué comparar esos dos trámites y no tantos otros. En la reseña notaba que Lincoln propiciaba tales malentendidos, lo que no significa que ambos contextos históricos sean realmente comparables. Los animales políticos están siempre listos a devorar a sus presas, sin importar la antigüedad de los cadáveres.


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