The Master

 
Es el momento de rendirme. Sucumbir a los persuasivos e hipnóticos pláceres que produce The Master. Ciegamente somos conducidos por los laberintos en que Freddy Quell y Lancaster Dodd se encuentran y se separan. Al final hemos de tener la sensación de que se nos ha comunicado algo urgente, vital, verdadero. No se trata de una consigna sencilla lo que transmite The Master, no es un cine de mensajes. Es un cine que nos hace compartir una experiencia compleja de un mundo ópaco y misterioso. Uno puede renegar de un tipo de cine o de otro, pero para todo feligrés que asiste a la sala de cine The Master no deja de ser un acontecimiento. Lo digo yo, un seguidor convencido. Antes de comenzar no sobra anotar que siempre que se ve una película se firma una suerte de pacto, uno ha de aceptar ser guiado por la cinta, y de no hacerlo la experiencia no será sino tortuosa. Es cierto que no todas las experiencias son necesariamente sencillas, no todo es ver como un sonámbulo -aunque hay un cine tan enamorado de tal pasividad. The Master nos hace mirar a dos hombres que apenas sobreviven en un mundo en que no hay sino amores fallidos, hombres que sobreviven a una vida en que a pesar de todo no llega nunca a satisfacer del todo, aún con sus buenos alivios. Valga decir, además, que The Master no es realmente una cinta sobre la Cienciología, o lo es de un modo transversal, como podría serlo de cualquier otro culto de los tantos que han nacido en E.E.U.U. Esta excepcional cinta es una pieza íntima que abarca a un mundo entero.


Todo empieza después de la guerra, Freddie Quell (Joaquín Phoenix) regresa a casa visiblemente afectado. No se trata de un hombre común. Freddie cede a sus impulsos con facilidad: obsesionado con el sexo y permanentemente borracho por un cóctel de las más diversas sustancias que él mismo prepara, no hay correa que pueda sujetar a Freddie. Su vida tras la guerra va al garete: de un trabajo a otro sin poder asentarse con ninguno, fotógrafo de un almacén o recolector de verduras. Freddie siempre se va escapando. Hasta que casualmente se embarca en un yate que ha alquilado Lancaster Dodd (Phillip Seymour Hoffman), líder de un nuevo grupo que se autodenomina "La Causa". Dodd queda fascinado por el indomable animal que es Freddie y lo acoge bajo su ala. Freddie desde entonces será, por unos meses, su protegido y su conejillo de indias, en palabras del propio Dodd. El errático comportamiento de Freddie comenzará a generar las suspicacias de los personas cercanas al errabundo grupo que dirige Dodd. La controladora esposa de Dodd, Peggy (Amy Adams),  instigará a que Freddie sea transformado en un hombre manejable o se vaya.  No habrá manerar de cambiar, y Freddie seguirá viviendo a la deriva, mientras que Dodd se convertirá en el líder de su creciente grupo. No habrá climáx ni estruendoso final tampoco. Hay historias como The Master, historias que nunca terminan.


El tratamiento narrativo de The Master es intencionadamente anti-climático. Lo que constituye la típica construcción dramática es evitado intencionalmente en la cinta. Anderson prefiere seguir a sus criaturas, dejarlas vivir y contar un momento de sus vidas. Ya antes había insinuado tal tipo de aproximación en Punch-Drunk Love y en There Will Be Blood. Más narrativas que The Master, las cintas no lo eran del todo. Mientras en Punch-Drunk Love había secuencias de imágenes en que figuras y formas sugerían emociones,  en There Will Be Blood se incluían grandes segmentos en que la acción avanzaba no tanto atenta al desarrollo dramático sino concentrándose en el flujo de acontecimientos. Anderson no narra sino muestra, atenido al flujo de presente. Lejos de la simultaneidad altmaniana de Magnolia, el director ha encontrado su voz concentrando la mirada en lo que ocurre en un lugar particular y adecuando lo que sería una narración convencional a una experiencia que deja impresiones profundas. The Master es un paso que continúa por esta senda de un modo más radical: la trama se achata todavía más y el paso de los acontecimientos tiene cada vez más semejanza al del tiempo recordado. Las elipsis de la cinta se suceden no únicamente por motivos de narración, sino por los recuerdos que despierta en los personajes uno y otro evento. El ritmo de The Master evoca constantemente otro tiempo, como si se viviese un ensueño alcoholizado y terriblemente melancólico.


Esa terrible melancolía, un anhelo por una vida distinta, permea a los protagonistas de The Master. Personajes que no están dispuestos a dejar de ser lo que son. Precisamente el movimiento que dirige Dodd afirma ser capaz de sanar los traumas que cualquier persona pueda haber sufrido en esta vida u en otras -"La Causa" tiene su particular versión de la reencarnación. Resulta interesante que antes de convertir la cinta en una diatriba fácil, Anderson juega ambiguamente con el "proceso" del maestro Dodd, ya que si bien es un charlatán, parece tener un genuino interés por todos los temas que usa para preparar su embutido. Embutido, por otra parte, que es un espejo del cóctel tóxico que prepara Freddie, pues estos dos hombres son más similares de lo que parecen. Anderson nos embriaga por un lado, y nos somete a las tretas de Dodd por otro, a sus cuestionarios -lo que llaman el "Proceso", a sus métodos; bajo ambos polos nos muestra las relaciones entre estos dos hombres, su atracción y su rechazo es lo que va subyaciendo del film. Esta relación podría deshacer los traumas de la guerra, una esperanza se asoma en el admirable flash-back que sigue al "proceso" a que Dodd somete a Freddie. Un flash-back al que nos conduce Anderson como muestra de las ilusiones que albergan este par de personajes. Pero estos animales son intransformables, la sanación no es una posibilidad en The Master. 


Relativamente pronto resulta evidente que Freddie no va a cambiar. Mientras "La Causa" es cuestionada, justificadamente, Freddie se va convirtiendo en una rueda suelta y un estorbo. Los miembros cercanos a Dodd, y en particular Peggy, lo presionan para que tome medidas. La terapia que ha inventado se vuelve una forma de presión, una torturante práctica cuyos resultados son solamente transitorios. Que Freddie mantenga a raya al monstruo que lo posee, o que se vaya. Inteligentemente Anderson evita cuestionar unas creencias con base en escándalos, y simplemente señala la imposibilidad del aliento que nominalmente mueve a grupos similares a "La Causa". En un hombre indomable como Freddie las prácticas del grupo se vuelven no sólo inanes, sino contraproducentes. Simultanéamente vemos a Freddie anhelando a una mujer que nunca conseguirá, y a Dodd aguardando a un discípulo y un fiel que nunca será. Si no se desea al Otro, él es inalcanzable, y esto vale más que los discursos más elaborados. Anderson toma el riesgo de optar por una perspectiva introspectiva al abordar unos temas que se dan tanto a la grandilocuencia. The Master se constituye como un film que tomando poco ilumina mucho. 


La decisión de utilizar muchos más primeros planos o planos cerrados es comprensible por el tipo de cinta que es The Master. Anderson decide filmar en 65 mm, formato que se ha utilizado para explotar panóramicas o planos más abiertos dado su mayor definición. El espectáculo de The Master ocurre en los rostros de sus personajes: el demacrado rostro de Phoenix, la contención del de Adams, la astucia del de Hoffman, y eso es lo que nos muestra Anderson; lo que ocurre interiormente en los personajes es el centro del film, y por tanto no es bueno distraerse con imágenes que no nos comunican nada, en este caso. La cinta deriva su tratamiento audiovisual conforme a sus peculiaridades, y si bien en There Will Be Blood, una suerte de épica viciada, era más relevante la constante presencia de las áridas explotaciones petrolíferas del oeste de E.E.U.U, en The Master estos escenarios son más escasos porque lo que está en juego está dentro de los personajes. Únicamente el mar aparece como un leit motiv, una especie de símbolo no del todo descifrable que cifra el destino de Freddie y compañía.


El movimiento en la cinta es un vaivén que no parece responder a un objetivo preciso. Detalle no menor para un film que se enfrenta con la manipulación de unos sobre otros, sobre el intento de imponer una voluntad. El maestro Dodd no decide durante la película casi nada, aunque se trate del maestro que todos debían seguir. Antes bien, parece que Peggy o sus benefactores decidan a donde se va a dirigir Dodd a continuación. Freddie, por su parte, vaga de principio a fin, y mientras está con Dodd se debe más porque ha encontrado el amparo de alguien. Paradójicamente Dodd le dice a Freddie, como para sacarlo de su error, que no se puede vivir sin servir a nadie. Todos han de vivir bajo el yugo de algo. La cinta sigue el azaroso derrotero que le ha asignado Anderson, quien se cuida para que no la veamos como una sucesión inevitable de eventos. Lejos de la tragedia, en la que lo inevitable daba dimensión trágica a los personajes que la sufrían, en The Master los personajes no abandonan la ilusión de saber dónde van, sin tener idea de hacerlo. Es la desorientación lo palpable en The Master, y Anderson se cuida de que lo percibamos claramente.


La desorientación que dejó la II Guerra Mundial se mueve en el aire de los E.E.U.U. de posguerra. En varias entrevistas Anderson ha señalado que le interesaba la recurrencia de historias que involucraban viajes en el tiempo que procuraba redimir las heridas, o el de historias de fantasmas que recordaban tiempos pérdidos. The Master no se propone exorcizar aquellos fantasmas como lo hacían dichas historias, sino verlos, comprenderlos un poco más. Casi como un síntoma nacen los grupos como "La Causa" en dicho contexto. Hábilmente The Master conecta estos temas para crear todo un fresco sobre un momento de la historia de E.E.U.U. Se trata, obviamente, de una ficción que desde hoy imagina el pasado. Ya con There Will Be Blood nos encontramos a un director que trata de configurar una imagen distinta sobre aquello que se creía conocido. El interés que muestra por las incipientes ideas que luego darán pie a la Cienciología se supedita a cómo estas ideas surgen de un momento de la historia de este país. Historia fértil en sectas y grupos religiosos como lo testimonia la escrupulosa genealogía que dibuja Kent Jones en una reseña sobre la cinta.


No obstante, más que la Historia, el interés de The Master es que sigamos a sus personajes, que compartamos sus vidas, y que ellas nos resulten más cercanas. Anderson nos propone una obra abierta, no ya aquella que Umberto Eco enunciaba, sino una que parte de la narración convencional mezclada con otras tradiciones como el cine de arte y ensayo. Anderson narra tradicionalmente cada vez menos, si bien su film no deja de servirse de dichos recursos para emprender sus búsquedas. The Master no se rige sino por los sinuosos derroteros de personajes, no por las reglas de manual de un guión. El azar, los recuerdos y los imprevistos están a la orden para transformar el caparazón narrativo convencional que cubre  a la cinta. Jonathan Rosenbaum afirma injustamente, en mi opinión, que The Master carece de coherencia; posiblemente esto se deba a la fachada clásica del film. La coherencia de la película reside en no desviarse de sus propósitos, es decir de contar un periodo breve en la vida de unos personajes. O mejor, la coherencia es ejemplificada por aquella larga secuencia en que Freddie es forzado de ir de una pared a una ventana como parte de la terapia de Dodd. La secuencia es un espejo de ese ir y venir al que nos somete Anderson, un recurso clásico utilizado como si fuera una herramienta del cine moderno. El balance es completamente ajustado, The Master es un film intrísicamente moderno que sigue los parámetros de la narración más convencional -clásica.


Un soberbio híbrido es The Master. Con los días uno no deja de oír sus ecos, que ya en la cinta resonaban de tanto en tanto. Las voces de los personajes se sobreponían y se entrelazaban, en medio de ellas un charlatán terriblemente inseguro intentaba descifrar el por qué le fascinaba la martirizada faceta de un veterano de la guerra. Por más que intentase manipular su comportamiento hay algo indescifrable del animal humano, y esa indescifrabilidad la mantiene la cinta en otro terreno. Somos manipulados cada vez que asistimos a una cinta, a veces se nos persuade, a veces lo rechazamos visceralmente. A veces se nos hipnotiza al punto de hacernos sentir que hemos visto un fragmento vivo y necesario cuyo significado no nos es enteramente comprensible, y este es el caso de The Master. Lógicamente tal efecto se debe a la magnífica fotografía de Mahai Malaimare Jr., a la reconstrucción exhaustiva de la época por parte de todo el equipo de realización y producción, a la excepcional música de Jonny Greenwood y al gran trabajo sonoro, a las más que sobresalientes interpretaciones del reparto. Anderson demuestra que es un artesano excepcional. Con todo eso no sería suficiente para producir el aura de necesidad que transmite la cinta, y ahí donde reside la maestría del director. No se ha de esperar una solución a lo que muestra Anderson, tan similar a la vida, cuyo comienzo y fin son tan difícilmente de discernir. Asistir a la función de The Master me hizo caer en un sueño hermoso y terrible profundamente conmovedor. Lo dice un simple seguidor convencido y ferviente, como el de cualquier otra ilusión -y eso también es notado como si fuera una novedad por esta película.


P.S.: Un reconocimiento aparte merece la excepcional música de Greenwood. Aunque mantiene el aire de permanente amenaza de la música que compuso para There Will Be Blood, la de The Master es más introspectiva y contenida. Las repeticiones aluden ahora más a esa sensación de hipnosis que produce la cinta. Ambas partituras describen delirios, pero mientras uno era abierto, el otro es el del encierro. El contraste es perfecto con las canciones de la época, esas canciones tan sentimantales y tan curiosamente delirantes. La aguda contribución de Greenwood ha elevado todavía más a las cintas de Anderson. Como muestra, primero Greenwood The Master Score Application, y luego una canción de los 50, No Other Love de Jo Strafford.










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