No



¿Qué hace el mimo?, pregunta, parafraseo delicadamente, uno de los clientes al publicista René Saavedra. No hay respuesta. El mimo, sin embargo, aparece dos veces más en una campaña distinta, ya no de gaseosas, en una campaña para derrocar al dictador Augusto Pinochet. La ironía que permea No es afilada, aunque no siempre evidente. Por momentos la nueva cinta de Pablo Larraín parece más cercano a un ditirambo de la democracia, por momentos parece más cercana a un melodrama infeliz. No es ambas, y además es una sátira inteligente, irónica y feliz. Se trata, ya se sabe, de un relato sobre el plebiscito de 1988 que supuso el fin del regimen de Pinochet. Las reacciones que ha provocado son predeciblemente divididas, porque si bien la crítica en general ha acogido al film con elogios, en varios sectores chilenos se ha criticado lo que consideran una simplificación de lo que realmente ocurrió entonces. Larraín propone un tipo de cine histórico provocador, nunca mejor usado el adjetivo, entretenido y renovador. La versión del plebiscito de No ciertamente no es aquello que ocurrió, sino una reinvención desde la ficción cuyo fin es iluminar de un modo distinto los muy mentados hechos históricos.


No es una adaptación de la obra de teatro de Antonio Skármenta, El plebiscito. La historia del ficticio publicista René Saavedra (Gael García Bernal) es el centro del relato mediante el que se muestran los entresijos de la campaña en contra de otro período de 7 años de Pinochet en el poder, al menos en cuanto a la publicidad se refiere. Larraín no se conforma con una precisa reconstrucción en los tonos que vemos hoy, sino que filma su cinta con una cámara U-Matic, lo que le da una textura similar al de las imágenes de televisión de entonces. El realizador afirma que intentaba subsanar la diferencia entre las imágenes de las películas históricas que se producían al insertar material periodístico o documental; sí se hubiese filmado con una cámara de ahora aparecería una interrupción entre una textura y otra. Al mismo tiempo Larraín dice que le interesaba jugar con un film que se movía entre el documental y la ficción. El efecto que consigue es efectivo en tanto que lo que vemos es una re-invención de los hechos, la mezcla de uno y otro le da una carga verídica, que sin embargo Larraín salva con cierta distancia con la que nos presenta su historia. No se parece mucho a las imágenes del plebiscito de entonces, y agrega un nuevo significado a lo ocurrido; sin que esto implique un reemplazo de los documentos históricos.


Las cintas históricas, para bien o para mal, re-escriben la historia. Son versiones que en el mejor de los casos pueden mostrar una perspectiva inédita, o concretar una visión alternativa al discurso oficial. O bien puede quedarse en tono laudatorio o admonitorio repitiendo lo que los manuales de Historia enseñan. Evidentemente ningún film reemplaza la Historia, y No no intenta tal. Pero el malentendido es extendido, y a veces estas versiones pueden ser confundidas, con intenciones de la más distinta índole. Suponer que la influencia de la publicidad, o del material televisivo, fue tan decisivo para la campaña del plebiscito es simplemente obtuso, y en alguna medida le da la razón a políticos y otras voces que se han declarado en contra del film. No obstante, se debe subrayar que Larraín más que proponerse una descripción más amplia, se ha fijado en un punto en particular para re-significar lo que cuenta. En esta medida las acusaciones con que se ha tratado de buscar intenciones en Larraín por las filiaciones de sus padres -ambos comprometidos con la derecha chilena e involucrados con la campaña del Sí a la continuación de Pinochet- son injustas. Más si se tiene en cuenta que las dos cintas anteriores de Larraín exploraban los traumas que dejaron los horrendos crímenes que se sucedieron en el regimen de Pinochet.


Volvamos al mimo. Larraín decide narrar en un tono leve, teñido de ironía, de modo que evita solemnizar, ponerle ribetes épicos a lo que cuenta. Mas importante aun, así puede dar paso a la sátira. Ciertamente el paso de la dictadura a la democracia era deseable, lo que no significa que nuestras democracias sean necesariamente sistemas ideales. No juega sagazmente con la idea de que la democracia es también un producto, algo que incomoda al afirmarse pero que no deja de tener su asidero en la sociedad en que vivimos. Tales asunciones se circunscriben, digamos, al zeigeist, a una mirada especializada en materia de comunicaciones y medios publicitarios. Ver solamente esta parte del espectro es negar más lógicas que también son determinantes para conformar lo que es la democracia. El film de Larraín, no obstante, al centrar su mirada en la publicidad se permite satirizar nociones que parecen ciertas. René presenta todo producto con el mismo discurso: este producto está diseñado para los tiempos que vivimos -zeitgeist otra vez; René repite tres veces el discurso durante la película lo que le va quitando su significado. Igual que el mimo que siempre aparece sin mayor razón. ¿Y qué de la democracia? Otro producto que vender del que no se sabe gran cosa, pero que es mejor, sin duda, a lo que tenían en Chile en 1988.


Es significativo el cambio del René de la obra de teatro y el del film. Mientras que el de la obra era un cuaretón, casado y con ciertas notas de idealismo, el del film está en sus 30, si bien se mantiene en una especie de juventud, es separado y sus ideales se sujetan más al pragmatismo -aunque esté René en últimas sea otro tipo de idealista. La transformación es crucial en la medida en que le añade otra dimensión a la película: el relato de un hombre que vive un desdichado amor. Larraín usa la sabida historia del personaje con tal tribulación, sin por ello redimirlo al fin. Comparemos mejor: en Argo el Tony Mendez de Affleck vive una separación temporal de su esposa que al final se resuelve al tiempo que el agente de la CIA rescata a los empleados de la embajada en Irán. En No René vive con su hijo al que su ex-esposa Verónica (Antonia Zegers) visita cada noche. A pesar de que la campaña del No resulta victoriosa esto no supone que Verónica vuelva con René, no hay redención -mágica- como en Argo. La historia de René no va en la misma dirección que la Historia, y esto es una afirmación más profunda que una celebración fácil de un evento histórico ejemplificado por una historia de un personaje.


La discordancia entre historia e Historia es menor ante la problemática que plantea No como documento histórico. El uso de la cámara U-Matic y el cuidado con que Larraín y su equipo reviven a quienes se ven en la publicidad de la campaña y el espacio televisivo por momentos hacen indistinguibles al film de ahora y a la publicidad de entonces. Por supuesto, No es una ficción; pero una en que se re-utilizan los materiales verídicos para añadirles otra mirada. Las ficciones son, a su manera, documentos históricos que no presumen de fiabilidad y certeza, pero cuya contribución puede darnos otras luces sobre lo ocurrido. El esfuerzo de Larraín por imitar la textura en parte también se debe entender como el realizador revisita todo este material original para ponerlo en otra perspectiva. Imágenes que son revisitadas e ironizadas en el film, una provocación evidente que saca al espectador del seguro terreno de sus supuestas certezas, una provocación que trae nueva luz a lo ocurrido en el plebiscito de 1988.


¿Qué nueva luz descubre No?  La de una sociedad que se había transformado al punto que para algunos la democracia era otro producto que debía volverse atractivo como otros. En ese sentido es ejemplar la secuencia en que en casa de José Tomás Urrutia (Luis Gnecco), uno de los dirigentes de la campaña del No, los creativos de publicidad vagan, comen, descansan en lo que se supone su reunión de trabajo. Urrutia, que hace lo mismo que los demás, no deja de preguntar si debían estar trabajando. Algún personaje le responden que lo hacen, hasta que por fin dicen haberle dado con la solución a la estrategia de venta: la alegría, a todos nos gusta la alegría. Y esa vaguedad es con la que deciden hacer algunos de los spots publicitarios, una vaguedad que se conecta con una noción de democracia, igualmente vaga y optimista, y por qué no imperante. Una sátira afilada es No, aunque por momento parezca recurrir al elogio fácil. Se debe reiterar que tal simplificación no es fiel a los hechos, ni a nuestra realidad. Pero aquí en No sirve para ver, para descubrir rasgos de la sociedad chilena de 1988, y rasgos de nuestra sociedad también. No demuestra que a veces la simplificación suma también. Una cinta que no es fiable como Historia, pero sí como ficción.

P.S.: A continuación un video de la campaña original y el del trailer. 




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