El gran Gatsby



Habría que seguir los consejos de los padres y no juzgar las adaptaciones tan severamente, uno nunca sabe qué caminos han tenido que sobrellevar. A. O Scott afirma bien al decir que uno no debía dejarse guíar por las comparaciones con el original y dejarse llevar por el fluído de imágenes que pone Luhrmann en escena. Lo he intentado, pero la tentación es más fuerte. Me es inevitable comparar. Las adaptaciones son interpretaciones que pueden enriquecer los textos en modos inesperados, o empobrecerlos, según el caso. Un libro se puede leer de mil maneras, y sigamos usando lugares comunes, los libros lo leen a uno. ¿Cuál será el problema entonces de la lectura de Baz Luhrmann de El gran Gatsby? No simplemente que Luhrmann no haya leído sino que lo haya oído en audiolibro-una cuestión llanamente anecdótica, sino que la novela de Fitzgerald se vuelve una excusa para dar pie a otra película más de Baz Luhrmann. Más que la broma fácil la cuestión es que esta nueva versión de El gran Gatsby desperdicia buena parte de lo que connota el libro para mostrar un apabullante y a ratos tirante espectáculo, concentrándose casi que únicamente en el melodrama del libro, y amplificándolo al extremo.Sí, estoy comparando uno y otro, porque uno tiene derecho de juzgar, como el que juzga una traducción, conociendo uno y otro. Al ver El gran Gatsby no pude dejar de pensar que ese lugar común tenía absoluta verdad, los libros lo leen a uno, incluso aquellos que uno no ha leído.


A pesar de los añadidos, de las Transgresiones, Luhrmann presenta un nuevo Gatsby terriblemente literal. Sin asomo de ironía o sutileza, buena parte del libro se trasvasa a un espectáculo visual excesivo, con poco comentario y muchos brillos. No hay subversión en El gran Gatsby. Únicamente se encuentra una historia de amor destinada al fracaso entre el soñador y nuevo rico Jay Gatsby (Leonardo DiCaprio) y la distante  Daisy (Carey Mulligan). Un melodrama con los personajes obligados como el amigo siempre fiel, Nick Carraway (Tobey Maguire), o el malvado, racista y supremamente rico marido de Daisy, Tom Buchanan (Joel Egerton). Describo lo que se ve en pantalla, y no en el libro. Es verdad que estamos ante la lectura de Luhrmann que no solo es literal sino que se inclina a reducir cualquier matiz para que encaje en el molde de un estricto melodrama. Claro está, todo mediado por largas secuencias de barrocos movimientos de cámara  para mostrar un exuberante mundo de excesos y diversión. Fanfarrias, fiestas y juegos pirotécnicos es lo que engolosina a Luhrmann. Poco interesa al director el que al tiempoque Fitzgerald estuviera fascinado por el tipo de vida que describía, también fuese crítico de ella. Poco le interesa tantas otras cosas a Luhrmann, lo que se connota, pues hoy parece que estamos agudamente enfermos de literalidad.


Paradójicamente los conocidas características de la filmografía de Luhrmann han provocado ciertas quejas. En particular aquello relacionado con el uso anacronístico de la música, y ya no tanto la estética camp, kitsch, a la que ha sido tan devoto el director. No obstante, poca provocación puede producir hoy este El gran Gatsby. Incluir música de Jay-Z o Beyoncé en vez del Jazz o el Charlestón de entonces no tiene nada de subversivo, más cuando es lo que uno espera de una cinta de Baz Luhrmann. Es, por el contrario, ajustarse al espectáculo de rigor. En modo alguno me ofendió el que las fiestas de la cinta parecieran más una fiesta de ahora que una de los 20, el amaneramiento del tratamiento es al que nos ha acostumbrado el director. A veces el escándalo está ligado a los gestos, a la sorpresa. Una vez desprovisto de ellos, ya no hay motivo para escandalizarse. Luhrmann ha rizado el rizo, y con ello su estética se va achatando a una rutinaria sesión de juegos artificiales. En El gran Gatsby se intensifica una involuntaria sensación de inanidad frente al espectáculo pues la trama, el melodrama ya referido, es más inane aún. La historia de la cinta es más una excusa para un derroche audiovisual ya conocido, los personajes tienen apenas espacio para respirar y la historia apenas modo de avanzar. El centro de El gran Gatsby son las superficies en que ocurre, lo demás es sólo un añadido.


Esta aproximación da como resultado el que los personajes sean más muñecos con los que dar pie a la función. Sus conflictos no acaban de plantearse del todo, aunque lo veamos todo, aunque Luhrmann incluya todo diálogo que se encuentra en el libro. Qué tiene de trágico la empresa idealista y romántica de Gatsby, qué tiene de ridículo. Por qué al final Nick Carraway detesta tanto a los Buchanan, o a Jordan Baker (Elizabeth Debicki). Literalmente la cinta de Luhrmann muestra todo ello, pero no se ve prácticamente nada. Es cierto que Luhrmann sea quizás un maestro en esas superficies exuberantes y excesivas, y que algunas secuencias de El gran Gatsby son muestra de ello. Pero la reiteración ha hecho invisible el espectáculo. Glenn Kenny observa en este sentido que los trucos de Luhrmann ya no sorprenden, pero sí enfatizan en exceso aquello que señalan: así la primera aparición de Daisy es subrayada por una cortinas que vuelan blanquísimas en la mansión de los Buchanan. Es un efecto obvio, literal; pero además, añado, convierte en insignificante la aparición de Daisy misma que involuntariamente parece atrapada en un comercial de cortinas -o detergentes.


El colmo de tales efectos se encuentra casi al final cuando se cita literalmente del libro sus últimas líneas, que se ven antecedidas por copos de letras en forma de letras - ya la han etiquetado a este efecto como sopa de letras, y que por último se atreve a escribirlas en letra verde en el cielo. Pura literalidad, puro kitsch sin ironía. Luhrmann se mantiene hechizado por el presente de su espectáculo, por la presencia de esas imágenes. Mientras Nick y Gatsby hablan del pasado la novela es nostálgica, a diferencia de la cinta en la que aquella conversación no encuentra mucho lugar. La memoria es un peso que los personajes cargan, mientras que acá solo es un vehículo para que el hórrido azar pueda provocar el drama. Hay que recalcar lo huecas que suenan todas aquellas citas en la cinta de Luhrmann porque no se corresponden con lo que muestra, con lo poco que cuenta. El vacío que deja la evidencia de la transitoriedad en la cinta es poco menos que una excusa, porque estamos hipnotizados por el lujurioso fluir de imágenes coloridas y extravangantes. El azar es la única divinidad que puede interponerse como en todo melodrama canónico. No hay tiempo para reflexionar sobre la naturaleza del amor de sus protagonistas, o sobre si es sólo la obsesión de uno y su voluntarismo. La novela de Fitzgerald todavía anhelaba tiempos en los que uno no se plegara con tanta aquiescencia a un presente vertiginoso. Es verdad que todo aparece en la cinta, apenas aparece, si bien ruidosamente; mientras tanto en el libro todo ello resuena.


Es bueno preguntarse qué atrajo al director australiano, ya que si bien es evidente algunas de las afinidades con el libro, su filmografía no había destacado por ciertos tonos tan presentes en la novela de Fitzgerald. Qué melancolía puede uno percibir en el ensordecedor ejercicio de Luhrmann, uno se pregunta. El director ha afirmado interés por la época, o quizás más puntualmente por el estilo de vida de un grupo social muy particular. Efectivamente algo de ello se encuentra en esta versión. Pero para ello no había de recurrirse al relato de Fitgerald, cualquier melodrama podía haber hecho las veces de excusa para este malabarismo. Malabarismo que pasan por encima de los mismos juegos que plantea Scott Fitzgerald en su libro. Al contrario, lo que hace Luhrmann es encajarlo dentro de un molde más estereotípico. Supongo, pero eso ya es sólo mi conjetura, que el añadido que convierte a Nick en un alcohólico en tratamiento que usa la escritura de sus memorias como método curativo va en esa vía. No es que este añadido sea totalmente censurable o no tenga relación con alguna sugerencia de la novela; pero el que al final el relato de la cinta sea el de una curación se ajusta perfectamente a tantas otras películas con tal esquema: de la crisis a la sanación. El problema con el añadido es el mismo del resto de la película, es más excusa que motivo. En otras palabras, por qué al principio Nick está enfermo y se cura escribiendo. Viendo este nuevo El gran Gatsby no se puede decir.


Y al margen también quedan la aguda perspectiva con que Scott Fitzgerald miraba a una clase de su tiempo, a su país. Luhrmann tiene un interés por ello incidental, o menor. Una que otra escena con algún comentario o que marca por un lado la diversidad racial de Estados Unidos como el racismo de algunos miembros de las clases dominantes de los 20. Basta de comparar ahora digo, los vericuetos en que las complicadas y no siempre satisfactorias relaciones, que generan las adaptaciones, pueden continuar hasta el infinito. Hacer adaptaciones que transformen radicalmente el texto original en el cine ha dado obras geniales como Trono de sangre o el reciente y maravilloso melodrama Two Lovers de James Gray. Gray supo trasvasar el mundo de Dostoievski a la Nueva York contemporánea, y al tiempo hacer una cinta personal. El problema de las adaptaciones que se quedan en un ejercicio más manierista como este El gran Gatsby es que vuelve a todos aquellos lugares comunes sobre una y otra formas artísticas ciertos. Aun así también se debe rescatar algunas elementos, como notan en una conversación llena de elogios para la cinta, Dana Stevens y David Haglund se deleitan con la pericia de Luhrmann y sus excesivas secuencias de fiestas y riqueza. Y está bien, aunque eso ya se conozca de sobra. Pero El gran Gatsby era más que lo que hoy es en las manos de Luhrmann, que sólo ha leído la superficie del texto, y que en consecuencia aquello nos entrega.


Después de más dos horas de excesos visuales salí con la sensación de haber derrochado el tiempo en una experiencia perfectamente vacía. Quizás, en últimas, la cinta de Luhrmann es fidelísima al espíritu de Scott Fitzgerald, así lo sea involuntariamente. El gran Gatsby de hoy es un espectáculo apabullante y plano, sin matices. Una fórmula que ya conocemos demasiado bien, y para la que cualquier asomo de escándalo ya  se ha perdido. Conviene decir que no es que se trata de una cinta detestable, sino vana y muy ruidosa. Es un melodrama más, cuando el otro espectáculo lo deja ser melodrama y no show de titiritero. Si en algo fracasa es, y vuelvo a ello, a aquello que no se reduce a fiestas salvajes o a un melodrama obvio. Cuando Luhrmann concluye con las frases finales del libro estas suenan huecas, extrañas, ridículas. Es casi, por mencionar otro caso, el modo en que tan mal se traduce la literatura de García Márquez al cine. En esta película la razón reside en que no hay espacio para esas líneas finales de la novela, todo el metraje no da pie para que podamos pensar que tales frases son la conclusión de la historia. Eso sí es un fracaso de Luhrmann, y en eso no se puede sino comparar la fuente y la cinta. Lo mejor sería ver El gran Gatsby dejándose llevar por su fluir de imágenes en extremo cuidadas y perfectamente olvidables. No lo puedo hacer. Tengo un pasado que cargar a cuestas, y todos sabemos que los recuerdos del pasado tarde o temprano nos acosan con sus fantasmas. Y esto a pesar de los consejos de nuestros padres.


P.S.: Vale la pena revisar la siguiente reflexión de Glenn Kenny sobre Julien Temple, un posible precursor del estilo de Luhrmann, que después de todo no se ha inventado su estilo por sí solo.



Comentarios

Entradas populares