Roa

 
En la ficción la Historia puede ajustarse a camisas de la más distinta indole: puede ser una canónica restauración de lo que dicen los manuales, o bien puede ser una mirada subversiva que los desafía, o incluso puede ser una irreverente alteración que distorsione los hechos. Roa no es ninguna de ellas, no es siquiera una camisa de fuerza. Roa es más el modo en que los hechos se vuelven romos para que quepan en las convenciones de un cine de género. Es un melodrama que no dice mucho sobre Juan Roa Sierra, el supuesto asesino, ni sobre su asesinado, ni sobre el Bogotazo. Baiz consigue cuidar su puesta en escena para que visualmente conlleve algo de verosimilitud, aunque al mismo tiempo borra la miseria y desigualdades sociales que eran el motivo para que un líder como Jorge Eliecer Gaitán gozara de tanta popularidad. La Bogotá de Roa es límpisima, una ciudad en la que hasta los más pobres pueden vestir elegantemente. Es cierto que uno puede tomarse licencias, ajustar la Historia al género. Roa por momentos parece seguir aquello, pero al final no se decide. Antes bien, la supuesta mirada despolitizada sobre el evento sí tiene un trasfondo político en Roa, uno conservador si se me permite la palabra. No se demerita el intento por explorar un evento que ha alcanzado una significación mítica: la del comienzo de la violencia en Colombia. Más bien se señala dos puntos problemáticos: uno es la política que termina trasceniendo la supuesta despolitización en Roa; el otro es que la Historia en Roa no se ajusta nunca a una sola camisa, y lo que queda es una manga más larga que otra y un cuello extremadamente corto. Roa no es siquiera camisa de once varas, sino más bien un cajón de sastre.


El día en que nació la violencia que ha aquejado a Colombia por más de 60 años. Aquel 9 de abril ha llegado a tal punto de  significación casi mítica, por lo que es difícil que cualquier versión del evento se evada de sus implicaciones políticas. Roa cuenta una versión ficcionada de lo que pudo ser la vida del supuesto asesino de Jorge Eliecer Gaitán, Juan Roa Sierra. Baiz parte de la novela El crimen del siglo de Miguel Torres ciñediéndose solamente a la secuencia de eventos del libro. La cinta se transforma en una suerte de melodrama que sigue a Juan (Mauricio Puentes), un hombre pusilánime pero bienintencionado que anhela una oportunidad para conseguir un trabajo estable que le permita vivir con su esposa María (Catalina Sandino) y su hija, ya que María se hartó de las extravagancias de su desempleado marido. De las extravagancias de Juan, o de la obsesión que lo lleva a pensar en un plan para asesinar al Gaitán (Santiago Rodríguez) que no le dio el trabajo anhelado, el film presenta escenas de rigor sin explorar más allá de los motivos obvios. Roa, por momentos, coquetea con el film noir, con transformar el evento histórico en material de cine de género. Curiosamente no produce tantas emociones, ni produce un retrato más definido de su protagonistas. Deriva en escenas más o menos afortunadas, ya sean humorísticas o dramáticas, pero nunca con un tono definitorio. Si algo guía a Roa es la idea de que es un hombre común con pequeños ideales es víctima de un par de malas decisiones, pero sobre todo de sus circunstancias.  Podía también tratarse de una tragedia en un sentido amplio, pero su tratamiento tampoco es precisamente trágico. Roa podía bien ser, por último, una cinta mutante que pasa de un género a otro, y al final evita también esta posibilidad para ser un melodrama sobre las desgracias de un hombre que sigue siendo el desconocido que era al comienzo.


Roa es ciertamente nostálgica. Muestra una época, los 40 del siglo XX, en que la capital era una ciudad limpia y recién pintada, ordenada y tranquila. Es casi una Edad de Oro que se anhela, antes de la irrupción de la violencia. La cinta de Baiz, lo analiza mejor una lúcida crítica Pedro Adrián Zuluaga, es aséptica, ya sea en lo político, pero también en todos sus detalles. No hay mugre en ningún lugar, no hay detalles feos. Los pobres son pobres más por denominación, y la brecha que existe entre ellos y los privilegiados no se hace presente. No hay oscuridad en un relato como Roa, lo que por lo menos es desconcertante. Si uno lee que buena parte de una cinta cuenta como un hombre se obsesiona por matar a otro ya imagina que los llamados demonios han de aparecer en alguna manifestación. En Roa están particularmente ausentes en casi toda la película. Las consecuencias del tratamiento es que la erupción de violencia del final sea totalmente irracional, sin motivación alguna. Y eso es una verdadera distorsión. Al margen de las preferencias políticas, o de los idearios favoritos de cada quien, lo ciero era que la Bogotá de los 40 estaba lejos de ser el lugar que aparece en Roa, que sus gentes vivían una miseria concreta, palpable, y que tales tensiones estaban en juego desde hacía tiempo. La decisión de Baiz por omitir tales realidades termina por falsear el resultado. Poco se aprende de los límpidos escenarios que muestra el director caleño, poco se ve como ocurre en algunas reconstrucciones televisivas de momentos históricos en las que parece importante imitar vestuarios y mobilarios, aunque al mismo tiempo se hagan alusiones que históricamente no son sostenibles en tales tiempos -y en Roa como ha anotado Margarita María Echavarría Ruiz sus personajes hablan como gente de ahora y no de entonces. 


El que Roa sea un film de época importa en la medida que aspira a ser una versión alternativa de los hechos. Los perdedores también cuentan la historia, reza la publicidad del film como un peso muerto. Sinceramente la versión de Roa es difícilmente la de los perdedores. Baiz ha afirmado que intentaba alejarse de las interpretaciones políticas del asesinato de Gaitán y del Bogotazo. Y sin embargo Roa es excesivamente política en la medida en que omite toda una realidad que fue fermento para el populismo que encarnaba Gaitán. Los hechos del Bogotazo parecen una orgía absurda de violencia, y no se entiende que tras ella había toda una compleja realidad social que terminó produciendo esas terribles repercusiones. Mostrar por qué ocurre un conflicto no es lo mismo que afiliarse a uno de sus actores; explorar las realidades políticas de un hecho histórico no es lo mismo que tomar bando a favor de unos u otros. Baiz equivoca su aproximación, creyendo que al evitar algunos aspectos las cuestiones políticas desaparecen. Olvida que no hay inocencia para estos eventos, y su Roa se vuelve más bien una versión conservadora en la que unos irracionales dan pie a una matanza sinsentido. E incluso, más allá del modo en que muestra el Bogotazo, uno bien podía preguntarse por qué existía un líder como Gaitán en el mundo que plantea Roa. La fantasía de Baiz no es verosímil en la medida en que el modo en que presenta a su relato desvirtúa buena parte de lo ocurre en él.


Más paradójico que el que Roa tenga implicaciones políticas a pesar de querer evitarlas es que lo que se supone el descubrimiento de la vida de un hombre diga tan poco de ese hombre. Juan Roa Sierra es un interrogante del que paulatinamente se ha ido llenando su  cascarón, aunque siga siendo un misterio. La novela de Torres precisamente trataba de definirlo, de darle una profundidad como persona. Roa parece no interesarse mucho en su protagonista, y aun cuando la interpretación de Puentes es más que correcta, el Juan Roa Sierra del film no gana profundidad nunca. Al principio puede parecer un pusilánime con creencias megalómanas que desarrolla una obsesión, pero en cuanto consigue un empleo más o menos estable pasa a ser un hombre común sin mayores defectos o cualidades. Un hombre sencillo que parece no tener que ver con el que vagamente se dibujaba al principio. Roa sufre terriblemente por esta incoherencia, pues  finalmente Roa es un personaje al que le pasan cosas, una víctima de circunstancias. No hay tragedia posible aquí, no hay nadie tratando de forzar su destino en contra de lo escriturado. Roa tiende más a la farsa, a la parodia cruel. Su protagonista permanece finalmente enigmático porque hemos visto toda una cinta sobre él sin conocerlo. 


Un mundo de estatuas es lo que exhibe Roa. Durante la cinta se juega sensibleramente con un pasamiento familiar en que María, o la hija de Roa también, le dicen a Juan "Estatua". Juan debe quedarse quieto hasta que le permitan moverse. Y al Roa de la cinta apenas se le permite moverse para descubrirse. Es un muñeco que protagoniza un evento que trasciende en la mentalidad como el origen de la violencia, casi que como el origen del mal. Nadie es culpable en Roa, sin embargo; o quienes lo son oscuros agentes del Mal. La Historia de los perdedores según el film es una en la que la violencia surge por una triste coincidencia. Es una Historia que como analizaba Zizek en Reds pretende que el relato de un individuo nos acerque el frío hecho histórico. Se supone que así se nos vuelve comprensible y cercano el pasado. Mas como afirma Zizek tal tipo de acercamiento distorsiona vulgarmente lo ya ocurrido, lo falsea al proyectar un imaginario que no se corresponde en nada con esa Historia que supuestamente se recuerda. Roa recurre al melodrama para guiarse, pero también para constreñir los eventos históricos, y así lo que ocurrió aquel 9 de abril se sujeta a las convenciones como cualquier otro escenario. La problemática del 9 de abril queda reducida al problema de Roa por consiguer trabajo y vivir con su familia. Zizek en un breve análisis del clímax de Reds ironizaba en cómo en montaje paralelo se mostraba la relación sexual entre sus dos protagonistas al tiempo que escenas de la revolución de Octubre. La revolución es buena en la medida en que permite que una pareja puedan consumar su amor, concluye irónicamente Zizek, y Roa sigue este tipo de lógica al reducir un hecho histórico a un problema doméstico.


La violencia del Bogotazo se transforma en una subrayada respuesta salvaje y absurda de un pueblo prácticamente invisible. Sentimentalmente Juan recuerda el Estatua que su mujer le decía esa mañana, momentos antes de ser linchado hasta morir. Inevitablemente se nos hace odiosa el horrible fin de Juan, pero en el contexto y de acuerdo con el del melodrama de Roa. En otras palabras, la cinta descontextualiza un hecho histórico para poder asimilarlo al género. Una cuestión que, repito, carga con un significado terriblemente político a la secuencia. Descontextualizar un hecho histórico es también contextualizarlo. Baiz se perfila como un realizador conservador que anhela otros tiempos en que todos vivíamos bien y tranquilos. Es clave que omita los detalles feos y sucios de la realidad de entonces, como también el que minimize las facetas oscuras de su protagonista. Hemos de simpatizar con él en lo superficial, hemos de simplificar para ver como se ha hilado parte del hecho dentro del corsé de las convenciones. Y aquí es importante remarcar que la historia sencilla de la lucha de un individuo que cuenta Baiz no es realmente interesante, ni emocionante. Es una historia común y corriente sin más.


Y es que Roa no funciona como melodrama tampoco. Baiz suma secuencias de distintos tipos que no suman a una imagen final que nos lleve a comprender mejor a Juan Roa Sierra, ni que haga de sus sufrimientos los nuestros. Antes bien, Baiz utiliza muchas escenas para aludir al terrible final de Juan con humor negro, con una crueldad que desvirtúa el melodrama que el grueso de la cinta parece buscar. En ello es ejemplar la escena en que Juan intenta suicidarse en el Salto del Tequendama. Su intento es interrumpido por un fotógrafo (Héctor Ulloa) que toma fotos de suicidas antes de morir para que su familiares lo recuerden. Bien podía tratarse de una escena kafkiana, mas no lo es. Es más como si se hubiese insertado una escena de Don Chinche en la película, con toda su gramática televisiva. Hay que decirlo, la escena es divertida, pero afecta a Roa que se vuelve una cinta incoherente. Qué busca Baiz con su protagonista, uno se pregunta. ¿Homenajearlo, describirlo, burlarse de él? Tal vez todas ellas, pero sin decidirse por ninguna. Por más convincente que sea la actuación de Puentes, reitero, su personaje está encuadrado en un conjunto que suma pedazos de un género a otro sin encajarlos del todo, ni siquiera como si se tratara de cine mutante. Es todo un Frankenstein este Roa.


Precisamente antes de los créditos la cinta incluye un intertítulo explicando que desde entonces comenzó la violencia que todavía nos aqueja. Luego, con los créditos, vienen fotos del Bogotazo, casi que subrayan la distancia entre el escenario de la película y el evento histórico. Estas aclaraciones suponen balancear la aproximación a la que Baiz se ciñó para Roa. El efecto es más redundar y enfatizar la involuntaria carga política del film. Para colmo no se trata de una cinta atractiva, nunca puede definir el cine de género al que pertenece para que nos conmueva el horrible final de Roa. La suma de efectos es idéntica a la de un sastre que desordenadamente guarda los más dísimiles instrumentos y retazos en su cajón. Es un desastre, si bien podemos decir que sea estruendoso ni negar sus aciertos. Con todo la falla más grande del film es que ahonde el hueco que deja ese personaje oscuro que fue Juan Roa Sierra. Un perfecto desconocido que después de la cinta se reduce a un hombre común con una faceta oscura sin explorar. Roa no escribe la historia de los perdedores. Ellos no tienen espacio en la cinta que los ahoga entre convenciones e imágenes sin mancha.


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