Sans Soleil


Uno puede no ver nada extraordinario al andar en un bus en tarde soleada y solo distinguir la sombra del pasajero sentado que duerme impasiblemente. Una cuestión trivial y corriente nada más. Una imagen que se parece tanto a esas de Sans Soleil en que trabajadores japoneses somnolientos sueñan con los monstruos de hace siglos mientras viajan en metro.  Sin duda las coincidencias se dan en los lugares que menos se imagina, y días después de ver Sans Soleil estuve maravillado de ver aquello en un anónimo bus bogotano. Lo asombroso no es sinónimo de mágico o extravagante sino que se vive cada día. No añado nada al decir que Sans Soleil es una obra total, una película que al partir de lo mínimo sabe ser mucho más lúcida sobre la Historia, la Memoria, la Vida y la Muerte, todas ellas con sus vanidosas letras mayúsculas. Chris Marker no parte de los grandes eventos, de la Historia que todos recuerdan, sino la historia de uno mismo, ficcionada como siempre sucede cuando se cuenta. Un cambio de perspectiva que deja ver como uno puede conectar las más disímiles anécdotas e historias, ya sea que una ocurra en Islandia u otra en Guinea Bisáu, ya sea el rito con el que un par de japoneses rezan por la suerte de su gato perdido, ya sea un realizador ficticio que encuentra que los escenarios de Vertigo sí se encuentran en San Francisco. No en vano dice la voz del realizador ficticio, mediado por su lectora, que le resulta chocante aquella instrucción que dan en las escuelas de cine de que la gente no mire a cámara. Un despertar de la mirada es lo que produce Sans Soleil, que emociona por la fugaz  y genuina mirada de un mujer que intenta evitar el ojo de la cámara.


Partir de los detalles es casi la consigna que sigue el film. Sans Soleil documenta toda una multitud de pequeños eventos, de relatos que no se centran entre los  más reiterados de los manuales de Historia. Disímiles y sin aparente conexión, todo cabe en la obra abierta que propone Marker porque todo se conecta con el camarógrafo Sandor Krashna que escribe cartas a una destinataria desconocida durante más de dos décadas. La participación activa del narrador también acerca al espectador que sigue la guía de la voz de una lectora (Florence Delay en la versión francesa) que lee las digresivas cartas-diario que recuentan experiencias y reflexiones alrededor del planeta. No se trata de otro documental que consigna evidencias desde el lugar indeterminado de la llamada imparcialidad, sino la voz de alguien que experimenta. Un documental intencionalmente subjetivo, parcial y comprometido con una visión personal. Así, mientras la destinataria lee como en el Japón del siglo XI las cortes llegaron a un refinamiento tal que desarrollaron un gusto por las contemplación de las cosas pequeñas al mismo tiempo se ven imágenes de la carrera espacial y armamentista de siglo XX. ¿Dialéctica sobre la misma empresa de Marker? Más bien ceñirse a una idea que el cine sirve para despertar la conciencia, más que adormecerla.


Ahora, Sans Soleil es sobre todo un modo de revivir la memoria. Una memoria que el mismo realizador dice que sólo recuerda las cicatrices, cuando los seres queridos ya no están y sólo queda su ausencia, eso es lo que se recuerda. Y eso es en buena medida lo que hace Sans Soleil, recordar a los que no están en este mundo siempre mudable y transitorio. En ello la Historia que recuerda la cinta, la de las revoluciones fracasadas de Guinea Bisáu, es un testimonio de un fracaso, y también del horror. Marker ilumina más en esos breves segmentos la naturaleza de la Historia que las más o menos convencionales recreaciones históricas que cambian uno que otro dato, ya  que mira sin reservas, comparte honestamente sus obsesiones y va hasta las últimas consecuencias, coherente con su visión. El resultado es terriblemente doloroso. Marker no interrumpe la horrible muerte de un animal que es cazado por un hombre que apenas se ve. Parte también de nuestra historia. Sans Soleil es casi una crónica del fin de algunas ilusiones que empujaron el siglo XX.


Pero hay mucho más. La música electrónica que re-intrepreta al Mussorgsky de "Sin Sol", o las imágenes transformadas por video-sintetizador de Hayao Yamaneko -la "Zona"- son también una crónica de las transformaciones que se han ido viviendo en nuestros tiempos. Ya son 30 años de Sans Soleil, y hoy sumergidos en imperio de imágenes digitales se extraña la distorsión intencional y evidente llena de significado que Marker utilizaba en su cinta. No es que Marker simplemente sea un pionero en el uso de nuevas tecnologías, sino que encontraba en tales recursos expresiones para los tiempos que vivía.  Ver las imágenes de Sans Soleil hoy tiene algo de resucitación, realidades que parecen tan distantes como aquellas modas de la juventud japonesa de comienzos de los 80. Casi que son un reflejo de ese itinerario por la San Francisco en el que Scotty busca infructuosamente a Madeleine. Ese mirar imágenes del pasado es como revivir de entre los muertos aquello que todavía duele porque ya no existe. Toda una poética del cine está enunciada en Sans Soleil.


Jonathan Rosenbaum nota que como F for Fake, Sans Soleil es una suerte de ensayo autobiográfico que utiliza la ficción de modo truculento. El objetivo de Marker es crear, dice en un breve texto el mismo Rosenbaum, un poema multidimensional encontrado en una cápsula de tiempo. Sans Soleil es una obra que engloba temas y preocupaciones de modo que se le puede nombrar obra total sin inconveniente. También es una cinta innovadora que juega tanto con las herramientas tecnológicas como con los modos de narración y la intertextualidad que plantea. El uso de un narrador que se parece mucho al autor, mediado a su vez por otra voz, plantea un acercamiento al espectador, al tiempo que pone en escena una borrosa línea entre ficción y documental. Más que etiquetar a la cinta, o que ligarla a una tendencia u otra, lo mejor es dejarse llevar por ella, paladear cada bocado con suma fruición. Puede que parezca por algunos de mis comentarios una cinta sombría y oscura, pero no es así. Sans Soleil es un deleite. Una cinta audaz, única y coherente con una visión hasta las últimas consecuencias. Es extraordinaria, y ya uno puede luego salir y volver aquella imagen tan corriente y descubrir en ella toda una riqueza, o una conexión inesperado. Todo se conecta, y uno está presente para ver parte de todo ese espectáculo.


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