Trance


La primera vez puede ser estremecedora. Una experiencia nueva que parece que siempre lo ha de marca a uno. Pero si se repite, una y otra vez, con el tiempo la novedad se agota e incluso, y ya depende la experiencia, es como si se hubiera vivido siempre, como si fuera parte de la vida de uno. El problema de la más reciente cinta de Danny Boyle Trance, en Colombia En trance, es que su arsenal de efectos más parecen simples hábitos sin sustancia. La suma de efectos puede conducir a la nulidad, como ocurre en este film. En buena medida el motivo por el que se acentúa es que Boyle ha escogido una historia que siendo terriblemente enrevesada y barroca, apenas nos conmueve e interesas. En Trance todo es excesivo, los giros de su historia y el tratamiento audiovisual. Boyle es suficiente audaz para plantear una cinta mutante que juega con distintas historias, ya sea una de un triángulo amoroso, el de una venganza, o el de un hombre destinado a no poder redimirse. Trance es un popurrí abultado y en el que no todo sabe bien. En particular las continuas sorpresas que van minando la suspensión de la incredulidad que uno adopta al ver tantas películas. Ya para el final Trance resulta inverosímil, tanta ambición y tanto esfuerzo se sumerjen en una intricada, e increíble suma de coincidencias. Pudo ser que Boyle delinease un fino juego con el que conectar el disímil suspenso de Hitchcock con la viscerilidadde su obra temprana, de sumarle un tono trascendental a una historia del bajo mundo. Al final no encajan, y por eso Trance podía ser un ejemplo de la imposibilidad de un estilo.


Partamos de la trama. Simon (James McAvoy) es un empleado de una casa de subastas que nos cuenta las medidas de seguridad que con el tiempo han ido teniendo que tomar dichas casas para impedir que los objetos subastados sean robados. Sin embargo, Simon nos aclara, los ladrones también van salvando aquellos obstáculos. Así es como vemos que una banda de ladrones encabezada por Franck (Vincent Cassel) roban Vuelo de brujas de Goya, y eso a pesar del aparente acto de valor de Simon, que, no es un detalle menor,  le vale un duro golpe en la cabeza. Digo aparente porque en este film de un millón de vueltas de tuerca nada es lo que parece. Cada giro devela una pieza de información falsa, la que a su vez demostraba que otra cuestión era falsa, y así. Suena alambicado, y lo es. El laberinto que propone Boyle sólo puede ser resuelto con la colaboración de Elizabeth (Rosario Dawson), experta en hipnosis. ¿Para qué la hipnosis? Cuando Franck llega descubre que Simon ha escondido la pintura lo tortura para que le diga dónde la escondió; no obstante, el golpe que le propinó ha hecho que Simon olvidé su paradero. Encontrar la pintura es sólo un McGuffin, claro está. Por medio de tal empresa Boyle nos internará en peripecias y descubrimientos al punto que la solución no será una emocionante sorpresa sino una ridícula develación. Trance roza el ridículo hasta hundirse en él.



Mas no se ha de censurarse en exceso a Trance. En la variopinta filmografía de Boyle, Trance supone un regreso a un terreno similar al de Tumbas a ras de tierra y Trainspotting. Casi diría un regreso a sus malas maneras. Trance muestra a un director que no ha perdido su inmensa energía, su curiosidad y su irreverencia. El estilo visual de la cinta es excesivo, recargado por momentos. Distintas texturas, ángulos de cámara inusuales, cortes de edición abruptos son todas partes de una artillería visual con la que Boyle se dedica a explorar lo que sería el estado de confusión de Simon. No es gratuito, por demás, que el cuadro robado sea uno de Goya. Lo grotesco vuelve a ser parte también del repertorio de Boyle, y en este sentido la elección del artista y su cuadro es un subrayado innecesario por el modo tan gráfico en que el director se recrea con las uñas que cortan en una tortura, o la explosión de una cabeza en mil pedazos. Nada de malo hay en las malas maneras de Boyle, pero sí en su subrayado. Ahora bien, no es que Trance se suceda en un mundo pesadillesco, o no todo el tiempo. Más bien el film tiene un tono de leve caricatura, y de ensueño benigno también.


Lamentablemente la irrisoria historia que cuenta la cinta convierte a la imaginería de casi toda la cinta en un efecto, el delirio se transforma en una suerte de surrealismo inane. Volvamos a una imagen, la de una cabeza que estalla en mil pedazos. Al tratarse de un delirio de Simon el hombre y lo que queda de cabeza se levanta y habla. Impresionante, aunque sin sustancia. La creatividad que demuestra Boyle procura tomar cada escena para explotar todo su potencial se ve mermada, repito, por lo endeble de la trama. Así, Trance deviene en un ejercicio de aturdimiento audiovisual, una sucesión de secuencias con sorpresas e imágenes atractivas, pero deshilvanadas. Bien puede ser que Boyle asumiera que el estado en que Simon intenta recuperar su memoria, el trance daba para tal derroche. Al final Trance no es una cinta que se decida a dejar la trama de lado para sumirse en su delirio audiovisual, porque aunque débil, la historia es la que siempre conduce las riendas de la cinta, y es la que la lleva a ahogarse en su increíble conclusión.

 
Con todo ha de verse Trance bajo un prisma un tanto más benevolente. Aunque la cinta se anuncia como un thriller psicológico típico con un héroe inesperado, la cinta pronto muta en otro tipos de relatos. En principio Trance se inhibe de resoluciones fáciles, hemos de saber que no hay certezas sobre lo que se enuncia al comienzo. Boyle mezcla géneros sin escrúpulos, todo es susceptible de introducirse en este nuevo engendro. Si hay algo que puede ejercer de centro es el no muy dibujado triángulo amoroso que se plantea entre Elizabeth, Franck y Simon. Mas esta es otra tenue historia de las que muestra Trance, ninguna tiene el suficiente, y a pesar de ello todo el film depende de esa historia. Trance es una mutación fallida, cuyas buenas intenciones se ven eclipsadas por lo poco que finalmente dan como recompensa. Decía que Boyle se inhibe al principio de soluciones fáciles, sólo al principio resalto. La complicadísima solución final es aún peor que el lugar común, Trance es un híbrido sin descendencia a la vista.


El ejemplo patente de los fallos que carga Trance se ven en el modo en que intenta integrar un reflexión sobre la memoria al tiempo que intenta explorar posibilidades visuales para mostrar los estados de hipnosis. Boyle ha afirmado que intentaba realizar un film al estilo de Memento o Eterno resplandor de una mente sin recuerdos. Una cinta de género que convierte en su eje a los meandros de la memoria y la consciencia. Audaz en su propuesta, Boyle toma la guía de Hitchcock para homejanear su métodos y desbaratarlos también. Trance re-utiliza los trucos de Hitchcock y los subvierte de un modo insatisfactorio. Peter Bradshaw señala que la suma de falsas notas y excesos impiden cualquier asomo de la sutileza con la que Hitchcock dotaba de sustancia a sus filmes. Boyle sólo imita al maestro en los gestos. Finalmente es contraproducente el uso de tales estrategias porque le dan irrelevancia a la memoria y la consciencia, simple vehículos de la desangelada trama de Trance.


No se ha malentender, ni generalizar, sin embargo. No es que Trance se dedique a abusar de imágenes que no le aporten a lo que cuenta todo el tiempo. En ese sentido es ejemplar el modo en que una escena en que Elizabeth aparece desnuda para exhibir que no tiene vello es crucial para la resolución de la historia. Lo que se censura no es lo gráfico que es  todo en Trance, sino los níveles de absurdo a los que llega la cinta. Por mencionar uno Zachary Wigon puntualiza que si quiere ver una cinta en la que una experta en hipnosis le diga a una banda de gángsters al comienzo de su sesión: "Hablemos sobre el asesinato" para tranquilizarlos, Trance es la cinta para ver. Y no es sólo una broma, en Trance cada tanto vemos escenas representadas seriamente que parecen involuntariamente sacadas de su parodia. La atractiva posibilidad de que Trance vendiera un supuesto thriller psicológico para mostrar a seres que se ven reducidos a sus instintos, a sangre, sexo y arrebatos violentos se ve minada por todo un relato que ya parece parodia de otro, no tan ruidoso probablemente, pero sí ilegible. El estilo que pide Trance es una imposibilidad, por lo menos como hoy lo plantea Boyle, porque no puede encajar tantas intenciones y efectos.


El experimento del que hoy se presencia su resultado no ha sido fructífero. Boyle intentó mezclar demasiados elementos, efectos, y al final sólo dejó ruido sordo. La música que atronadoramente acompaña prácticamente toda la cinta es una metáfora de lo que pasa con Trance. Puede gustar los primeros cinco minutos, una hora después ya se convierte en una molestia, cuando no en ruido de fondo sin mayor repercusión. Lo que pudo ser una brillante exhibición del ingenio audiovisual del director, o el modo audaz en que combino géneros e influencias en apariencia irreconciliables, o el giro que plantea la cinta al ubicar una suerte de reflexión transcendental en los bajos fondos, no es sino un fallido híbrido. Trance produce un efecto inesperado para una cinta que lidia con la hipnosis, pues ya a la mitad uno deja de interesarse en lo que es sencillamente inverosímil. Paradójicamente Trance nos despierta dejando un mal sabor de boca. No obstante, son preferibles estos fracasos estruendosos en los que un realizador ha dedicado tanta energía, ha conseguido algunas imágenes memorables. Prefiero a estos realizadores que se han dejado llevar por los Jekylls que los habitan. Prefiero estos malos modales a aquellos directores que cumplen anodinamente con lo que se espera sea una cinta meramente entretenida; así, en últimas, sea para despertar de un pesadilla nada memorable. De todas maneras hay que aceptarlo, estas cintas ruidosas dejan impresiones, al menos la primera vez que se ven.



Comentarios

Entradas populares