El hombre de acero


Hasta los íconos de la cultura pop han de madurar. Ya ha llegado el día en que no se les acepta, tan cándidos como nacieron, sino que han tenido que crecer, envejecer. Al volverse viejos sus seguidores también les exigieron una mayor solemnidad, un drama más agudo. El hombre de acero es una versión en que se ajustan los orígenes de Superman a la versión más solemne y, no se puede evitar decir, oscura del superhéroe. Reinventar las viejas historias para adecuarlas a los nuevos tiempos sería el meollo de esta revisitación. No llega a tanto El hombre de acero, sin embargo. La versión que propone el director Zack Snyder no es significativamente distinta, y en últimas carece de la imaginación y del conflicto del que parece presumir por segmentos. Por más que se plantee, más hipotéticamente que en una cuestión concreta, el que Superman es un sufrido extraterrestre buscando su destino, en últimas aquello no es más que un añadido. El centro de El hombre de acero es el de siempre: todavía con aquellas dudas nuestro superhéroe puede derrotar el terrorismo interplanetario. Poca invención añade Snyder en tanto que su chato relato que se funde dócilmente con el molde del héroe sufrido y relativamente ambiguo que hoy está tan en boga. Juiciosamente Snyder copia una plana en la que narra una historia a la que le falta convicción.


El hombre de acero suma en producción a Christopher Nolan con el ya mencionado Zack Snyder en la dirección. Como en la trilogía de El Caballero Oscuro se plantea ahora que también Superman hubo de pasar por sus propias penas hasta descubrir que su destino era salvar el mundo.Un Krypton rocoso al borde del colapso es el escenario en que Jor-El (Rusell Crowe) y Lara Lor-Van (Ayelet Zurer) preparan el despegue de su hijo recién nacido Kal-El. El niño es el primero en ser dado a luz en mucho tiempo. La salida del planeta se debe a que por el mal uso de sus recursos, el planeta dejará de existir. A esto se le suma la insurrección del general Zod (Michael Shannon). Jor-El y Lara Lor-Van tendrán que vencer sus propias dudas y distintos obstáculos para hacer salir al bebé. De este largo prólogo se deriva un horizonte que nunca se termina de llenar, pues los conflictos que parecen delinearse aquí nunca terminan de consolidarse. De hecho, sí hay un segmento lleno de una imaginería prometedora en El hombre de acero se trata de este desaprovechado comienzo. El resto sigue de un modo más rutinario.


Después de ese planeta fantasioso Kal-El llega a la sombría realidad de la Tierra. Pasan los años, y al ir soportando sus extraordinarias habilidades a Clark Kent, su nombre terreno, le es difícil vivir la vida de un ser humano corriente. Por eso ya vemos al Clark adulto (Henry Cavill) pasar de un trabajo a otro intentando descifrar su destino. Claro está que esto es un decir, ya que en El hombre de acero este drama no pasa de ser un trámite obligatorio. Ciertamente el centro de la cinta es paralelo al de Batman Begins, la diferencia radica en que hoy es Superman y no Batman el héroe que está en su suerte de educación sentimental, así sea terriblemente superficial. Por ello no podía faltar la pronta aparición de Lois Lane (Amy Adams), que tarda poco en enterarse de la naturaleza distinta de Clark, como tampoco podían faltar la figuras paternas putativas, Martha (Diane Lane) y Jonathan (Kevin Costner) que aleccionan a Clark sobre la naturaleza del bien y del mal. Y dado que estamos frente a un superhéroe poco tiempo después llega también el villano de rigor, el ya mencionado Zod, acompañado de sus seguidores listos para arramblar contra los débiles terrícolas. Pocas cosas aprende Kal-El, incluso cuando descubre su identidad. El trasfondo de El hombre de acero se plantea como el descubrimiento de uno mismo. Cuando la cinta concluye lo que parece haber aprendido Kal-El es que de una u otra forma todos los héroes han de preservar el Orden, y en particular es que aquello del heroísmo no ha dejar de ser una obligatoria rutina.


El prólogo en Krypton definitivamente afecta al film. Hace imaginar que de aquí se prefiguran conflictos que luego apenas se tejen en el grueso de la cinta. Es palpable esta carencia en particular en lo que concierne a Zod y su rebelión. El aparente propósito que lo mueve a la insurrección en Krypton, por lo que es castigado, como las razones para buscar un nuevo hogar para los sobrevivientes de la catástrofe son apenas relevantes para la cinta. Zod quiere recuperar el tiempo pérdido, quiere también darle un nuevo hogar a los pocos kriptonianos sobrevivientes. Sus motivaciones son los de tantos villanos, justas al enunciarlas e invalidadas por sus métodos. Se trata solamente de un necesario peaje para que la cinta ocurra, pero que no importa en realidad. Casi como apenas importa la relación amorosa entre Lois y Clark, que apenas es una relación. Conflictos y drama se configuran en El hombre de acero, raramente pasan a ser dramas vívidos.


A pesar de todo su ruido y acción, El hombre de acero es una cinta monótona que se alarga innecesariamente en una pirotecnia visual. A nada se ancla el drama que por un momento desfila en escena, en buena medida por las estrategias que utiliza Snyder y su guionista David Goyer. A Clark no lo vemos creciendo como un niño que tiene que convivir con sus peculiares características, sino ya adulto en plena encrucijada existencial. La cronología se rompe para que cada tanto se expongan en breves flash-backs los traumas de infancia y adolescencia, cual si se tratara del recurso de una serie televisiva que explica un trauma con un ejemplo al azar. Todo se vuelve explícito, pero poco significa para el presente de Kal-El. Al ver El hombre de acero uno siente que la cinta flota en una especie de estasis, de quietud que impide que todas las escenas de acción tengan otra motivación que ellas mismas. Esa falta de drama es lo que aburre en El hombre de acero, que para colmo añade una explicitísima comparación entre Jesucristo y Superman. El burdo paralelo convierte a esta cinta en una historia más de auto-superación en la que los conflictos y traumas han de ser redimidos cuando se alcance la revelación de quién es cada quien.


Ciertamente el cine de Zack Snyder no se ha destacado por su sutileza. Lo que ocurre en pantalla es básicamente el principio y el fin de la cosas. Esto no es censurable de por sí, pero sí lo es cuando se afilia tan ceñidamente a la defensa del Orden contra los agentes del Caos. El mensaje conservador de un héroe que protege a la sociedad de quienes quieren crear la confusión y el desorden se ajusta perfectamente a la visión de Snyder. No sobra recordar que Snyder se dio a conocer con un remake de El amanecer de los muertos. La versión original de George Romero le servía para hacer una sátira evidente del consumo al localizarse en un centro comercial. Para Snyder el centro comercial era un sitio divertido para los sobrevivientes hasta que los zombies los obligaban a escapar. Es más, dentro de los créditos puedo decir que se asimilaba al zombie con la amenaza terrorista árabe. Snyder utilizaba un mismo material para dar un mensaje opuesto, reaccionario si se quiere. Con un héroe como Superman bien podía sentirse perfectamente en casa. Lo preocupante es que al esperado patrioterismo uno lo recibe en esta cinta con absoluta indiferencia, lo realmente es alarmante que incluso esta cinta tienda a lo meramente anodino.


De hecho, El hombre de acero es un ejemplo agudo de como las escenas de acción puede convertirse en un perfecto somnífero. Ni siquiera aquellos abruptos zooms con los que de vez en cuando Snyder adorna las secuencias en que vuela Superman pasan de manierismos que se han de repetir una y otra vez, secuencia tras secuencia de acción. A uno poco a poco no le va importar si es Superman quien descubre su capacidad de vuelo, o si es una pelea de él con Zod, o con Faora-Ul (Antje Traue), o con los dos al mismo tiempo, etc. Todas se asemejan terriblemente. El uso del zoom abrupto recordaba a la candida comparación de Superman con un avión, y El hombre de acero es como si uno hubiera vivido en la cercanías de un aeropuerto al punto de ya no sorprenderse por la aparición de otro más. Uno que con su habitual velocidad surca los aires majestuosamente. Lógicamente el problema no es sólo de Snyder. Ya no es tan fácil arrobarse con las simples fantasías de antaño. Ni los trajes, ni los efectos, ni la producción pueden ser de por sí la razones para concentrar la atención en este nuevo divertimento. A El hombre de acero le hace falta drama, le hace falta oscuridad, si se quiere ajustarlo a ese modelo. Por no tenerlo el film va cayendo en una insondable indiferencia.


No sorprende que la cinta sea también una manera de mostrar cómo se ha superado el trauma que generó el 9/11. En Metrópolis la destrucción que provocan Zod y sus secuaces tiene un claro eco al de la destrucción de las Torres Gemelas. Ya en Los vengadores, como en otras cintas recientes, lo que durante casi una década fue un terreno prohibido, volvió a ser material con el que elaborar fantasías más o menos similares. El hombre de acero suma una nueva versión en la que este Cristo inexpresivo y desprovisto de conflictos salva a los hombres de unos inesperados invasores extraterrestres. A Snyder no le interesa mezclar creencias en realidad, o distorsionar el cómico para darle un nuevo sentido. Prefiere que la fantasía de un superhéroe salvándonos de una conocida catástrofe se ponga en escena. Llegados a este punto vale decir que incluso un superhéroe tan chato, a mi modo de ver, como Superman da para juegos más ingeniosos como el que plantea Tarantino en Kill Bill 2. Juguetonamente Tarantino invierte con su verborrea las ideas y lugares comunes sobre el superhéroe, y quizás no se trata de un diálogo tan llanamente superfluo el que ponga decir a Bill que Clark Kent es un disfraz con el Kal-El critica las debilidades humanas. El trasfondo del discurso de Bill en la película de Tarantino es la certeza de que no se puede ir en contravía de la naturaleza de uno mismo, y en lo que se toca esto con El hombre de acero es en que son cintas que giran entorno a un personaje descubriendo quién es, reconociendo su identidad. En esta última encarnación Superman se queda limitado a los gestos de manual, a los sufrimientos nominales y a satisfacer a adeptos fáciles.



Lo terrible de este El hombre de acero es que recita una canción que recuerda otras. Inevitablemente la conexión entre Nolan y su trilogía salta a la vista: un modelo en que el superhéroe se ve abocado a luchar con demonios internos que en las primeras y cándidas versiones sus creadores ni siquiera tomaban reparo en imaginar. Bien puede deberse al momento en que vivimos esa reiteración en alterar este tipo de historias para torcerlas a un  relato más oscuro. El hombre de acero se vuelve una fórmula que no resulta en buena medida porque tal molde se ajusta como una camisa de fuerza. Así uno ve la fragmentación del tiempo como una cuestión arbitraria que no ayuda a esclarecer los conflictos que vive el impertubable Kal-El. Es más, El hombre de acero se constituye en un ejemplo del cine que por su auto-consciencia se devora: o en otras palabras, los realizadores conocen con tal detalle sus propias estrategias que no olvidan por un segundo que se trata de un artificio, y así todo tiene un aire de premeditación y falta de autenticidad. Muy elocuentemente la cinta termina con un ademán ridículo, casi como si se tratara de satisfacer a fans que no perdonarían no ver a Clark Kent como un reportero pusilánime. El giro es un tanto incomprensible y es particularmente ridículo. No parece caber entre los histéricos dramas de gente impasible que se ha sufrido por dos horas y media. Después de eso ya no hay energía para la candidez que tendría tal broma. El hombre de acero es una cinta fallida, a pesar de sus ocasionales aciertos, y es sobre todo una obra de un estudiante que juiciosamente repite la plana de su profesor -y valga decir que el ser profesor no implica verdadera maestría.


Comentarios

Entradas populares