En el camino


Estamos muy lejos de esos años en los que la revolución y los cambios parecían al alcance de la mano. Entonces las transformaciones sociales parecían acechar el viejo orden. Hoy las aspiraciones son más humildes. Hoy aspiramos a vivir esas revoluciones de antaño, además. No es de extrañar que en los últimos dos años se hayan realizado por los menos tres films distintos sobre la generación Beat. Hoy que somos más nostálgicos que revolucionarios. Walter Salles realiza una adaptación fidelísima de la conocida novela de Jack Kerouac, una adaptación levemente crítica, una cinta que provoca una preocupante indiferencia. En el camino es el resultado de años de esforzada investigación tras la cual no se re-descubre un valioso tesoro sino que se repite un rutinario hábito. Valdría la pena preguntarse si esta adaptación añade algo nuevo al voluminoso material que ha producido la novela. Probablemente el hallazgo es el del fin de la inocencia, ya no se puede creer en tantos idealismos, o en loas a la libertad. Pero más agudamente lo que se descubre viendo En el camino es la reducción de la rebeldía a gestos. Más que una vida de experiencias excesivas la cinta imita expresiones para el teatro de Oklahoma, porque ciertamente Kafka fue lo terriblemetne visionario como para ver que el problema con que tenemos que lidiar no es el de la libertad, sino el de encontrar una salida.


Desde hace tiempo se habían concebido planes para la adaptación de la novela, empezando por el mismo Kerouac que imaginaba un film en que Marlon Brandon interpretara a Dean Moriarty. Salles, por fin, pone en escena el viaje en que Sal Paradise (Sam Riley) cuenta los años de travesía y vagancia en que conoció a Dean Moriarty (Garrett Hedlund). Son años de aprendizaje, son años de exceso por los que se anuncian cambios definitivos. Sal quiere convertirse en escritor, y son sus viajes los que ha de terminar convirtiéndose en materia prima. Ya irán pasando Carlo Marx (Tom Sturridge), Marylou (Kristen Stewart) y Camille (Kirsten Dunst), Galatea (Elizabeth Moss) y Ed Dunkel (Danny Morgan), Jane (Amy Adams) y Old Bull Lee (Viggo Mortensen). Salles se esmera porque en medio de su no muy matizada veneración estas presencias recobren algo del aura que transformó el libro de Kerouac en un documento icónico para sus seguidores. No ocurre ya. Los tiempos distorsionan esa aura, distorsionan lo que originalmente era provocación. Lo que vemos es a actores envanecidos -generalizo lamentablemente- que escenifican algo ya ilegible. En el camino, la cinta, es testimonio de nuestros tiempos y un destacado representante.


Con todas sus peculiaridades, En el camino sigue la larguísima tradición del relato del viaje como modo de transformación. Y claro, lo que encuentran el Sal de la novela no es lo mismo que encuentra el Sal de la cinta. A decir verdad poco descubre el Sal de la película, del que casi podemos decir que ya lo sabe todo. Ni los E.E.U.U. desconocidos, ni lo que entonces eran transgresiones de las costumbres pueden sorprender a estos jóvenes que ya parecen haberlo visto todo. Salles se esmera por dar una tremenda verosimilitud a cada uno de los lugares por los que van vagando Dean y Sal; el realizador muestra su admiración acompañada de cierto matiz levemente crítico ya que la irresponsabilidad de Dean y Sal tiene consecuencias. No obstante, aquellos sobre los que giran los avatares del viaje son más modelos que con un leve cansancio van haciendo todo aquello que se supone hicieron. Para nosotros como espectadores no hay aquella vana iluminación de tono ligeramente romántico como la de la novela de Kerouac, para ellos no hay sino acciones que pasan y pasan sin dejar huella alguna. Ciertamente los viajes cuentan transformaciones y cambios, las travesías dejan huellas. No es así en este En el camino.


Paradójicamente esta versión es mejor cuando es llanamente un film de Walter Salles y no una adaptación literaria. Hay una gran película que vive intermitentemente por los meandros de En el camino. Una película que naufraga entre la falta de espontaneidad con que vemos aquello que Kerouac creyó era el impulso del momento en que escribía. No es que sea equívoco el que Salles haga de la travesía un esfuerzo por calcular cada detalle, sino el modo en que las acciones parecen desprovistas de la vitalidad y audacia que un día las pudo iluminar. Las ocasionales divagaciones del texto original pierden cualquier eficacia cuando son recitadas por jóvenes para los que poco signfica lo que dicen, ni lo que hacen. Todo se transforma en gesto, en imitación, es un paso de lo que fue provocación a lo que hoy es coreografía. Otra paradoja más de esta versión fílmica. Más tenue quizás en la medida en que ya había algo de gesto en la postura de Kerouac, significativa en la medida en que muestra a lo que condujo esas transformaciones. Ahora, lo censurable no es el gesto, ni la coreografía; sino la indiferencia que exudan quienes ingresan al escenario -no todos los actores de la cinta, pero sí los esenciales. Los ánimos ya no son los mismos para los rebeldes, y solo quedan los fanáticos como Salles que añoran ese pasado, y que intentan ser lo más fieles posibles a su legado. Y al ser fieles traicionan ese legado.


Llama la atención que una de las pocas alteraciones que propone Salles sea el orden del relato. El realizador prefiere comenzar in media res, para más tarde seguir linealmente a la novela. Vemos los pies de Sal andando por un terreno pedregoso, metáfora del viaje y del sentido de viajar. Casi que el realizador quiere que sus imágenes hablan antes que sus actores. Después seguirá el periplo de Sal con fidelidad, omitiendo escenas como en cualquier adaptación. La travesía sigue avatares impredecibles, como casi cualquier road movie su estructura es abierta. El relato de los viajes, en contraste con el de un policiaco -digamos, permite que ocurra prácticamente cualquier inflexión. Lo inesperado aguarda también al que emprende estas historias. A diferencia del relato que busca responder a una inquietud concreta, los viajes son en sí mismo el objeto, y no se puede pedir que ellos tengan necesariamente un propósito identificable -o mejor, no se puede hacer del mismo modo que se espera que se descubra a un asesino o a que una pareja consuma su amor. Sería injusto ver como un error esta aproximación de Salles, que por lo demás ya nos ha contado viajes mucho más memorables y significativos.


Aunque ya esté dicho no sobra aclararlo: el centro de En el camino fue Dean Moriarty, y Salles lo sabe bien, pero en su cinta ya no lo es. Sal no sólo recorría Estados Unidos y México, sino que giraba alrededor de la fascinación que le producía Dean Moriarty. Ni el Dean de Hedlund es tan magnético como debía ser, ni el Sal de Riley está realmente encantado por conocer a Dean. Ciertamente Salles sabe demostrar que la relación entre ambos desbordaba la mera amistad, sin que esto implique inventar situaciones por fueras de las que cuenta la novela. Así también da una idea más ceñida de los personajes de Old Bull Lee y Jane gracias a las interpretaciones de Mortensen y Adams. No así, reitero, con Hedlund y Riley, para los que no hay aprendizaje alguno. No hay motivo para obsesionarse con este nuevo Dean, mucho más pendiente de su imagen que de ser ese personaje con cierto viso irreal. Contribuye también el que Salles termine optando por una perspectiva que va volviéndose más objetiva. En el primer segmento el realizador reiteraba imágenes de los lugares por los atravesaban los personajes desde la perspectiva de quien va sentado en un carro, un modo de tratar de ver lo que veían esos personajes, de resucitar su mirada. A medida que avanza la cinta este tipo de estrategias van pasando a un lado para que las acciones sean vistas por ese espectador invisible que puede estar en cualquier ángulo, y eso nos distancia de ellos, más al ver que no hay nada fascinante, ni provocador en sus protagonistas. El sexo y las drogas que entonces podían resultar transgresores son ahora comunes, y si bien, como comenta Juan Luis Caviaro, Salles los muestra con justa naturalidad, rozan peligrosamente el convertirse en simples condimentos.


Semanas después de ver En el camino sigo recordando al Golden Gate contra un fondo grisáceo que parece prefigurar una aparición fantasmal; imágenes como ella surgen de tanto en tano durante el recorrido del film de Salles y anuncian una cinta sublime que nunca termina por formarse. Tanto la selección de Jazz de entonces como la música compuesta por Gustavo Santaolalla son formidables, y suponen configurar un verdadero placer. En el camino es una cinta fallida, sin embargo. Glenn Kenny señala que es la falta de impulso narrativo lo que hace que la cinta se convierta en una disipada función con destellos de verdadera belleza. Más que impulso, la cinta se torna en ese correr que aguarda algunas recompensas y mucha indiferencia ya no existe lo que dé vida y esperanza a la visión que Kerouac narró. Kenny describe lo que precisamente es la cinta, pero Salles prefiere atenerse a su fuente, lo que no es una condición para que falle. Los motivos son muy otros, y el fracaso de En el camino es más una evidencia de hasta el punto en que nuestras sociedades han sido conducidas.


¿Qué fue de los hijos de la revolución? ¿Quiénes son los herederos de los que se anunciaban como rebeldes capaces de cambiar el mundo? Si vemos su resultado no puede ser sino amargo. Y aún en una película irregular como En el camino se puede percibir vagamente cierta desolación. Los años de gloriosa juventud dieron paso a una inesperada adultez. Hasta cierto punto tiene razón Dharma Bummer al afirmar que lo único que descubre la cinta de Salles es que Neal Cassidy -quien inspiró a Dean Moriarty- se convirtió en mero instrumento para volver a otro en reconocido escritor. Digo que hasta cierto punto, pues como afirmación es discutible, pero también porque el film de Salles descubre involuntariamente el estado actual de cosas. Entre las posibles y parciales lecturas de Los detectives salvajes cabe también la de una versión paródica y amarga de En el camino. Bolaño es más lúcido y agudo para contar no sólo los sueños de antaño, sino el modo en que con los años se fueron transformando hasta volverse fantasmagorías. Salles se aproxima como un cultor más cándido y el mundo de hoy saca los dientes para triturar su nostálgico sueño.


Con todo su carácter de fallido, vale la pena revisar y sopesar esta adaptación de En el camino. Una cinta minuciosa que adora como los fanáticos, pero que le da  espacio a cierto cuestionamiento y críticas sobre su fuente -muy particularmente en lo que concierne a los roles a que se someten a las mujeres de Dean. Las buenas intenciones de Salles, la fotografía de Eric Gautier, la música de la cinta, todo ello naufragaba en el teatro de Oklahoma. Los gestos vacíos simplifican lo que se suponía la provocación de lo inesperado y vamos viendo una vez más una nueva muestra de la rutinaria rebeldía. En América todos hemos de terminar condenados a ese escenario previsto por Kafka, al parecer. Lo que inició como un periplo heroico para recuperar un tesoro paso a convertirse en una cinta más sobre una época en la que transgredir las costumbres era visible y, sobre todo, significativo. En el camino nos dice más de hoy que de ese entonces -cada vez más parecido a una Edad de Oro. El ahora es de los nostálgicos, falta ver si pronto puede ser de los rebeldes.




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