En la casa


Hay que decirlo todo. Desnudarlo hasta que se vean las costuras. Es posible que así uno pueda vivir más libre, bajo el amparo de un lugar en el que los destinos más crueles son espejismos que mueven a la piedad y al terror. Consignas de este tipo deben de ser el motor de En la casa, una de las recientes cintas del prolífico realizador francés François Ozon. Casi que puede decirse que se formula toda una poética en el film, con los más y los menos que cualquier poética puede acarrear. Pero En la casa no es sólo eso. También es un drama cómico, relativamente satírico, y por otra parte todo un ejercicio de estilo en el que Ozon quiere mostrar su capacidad para torcer una y otra vez los elementos de su cinta con el fin de ser leve y terrible al mismo tiempo. Y aunque el objetivo parece al alcance de la mano, En la casa se queda a medio camino de todo lo que plantea. Cuando llega el inevitable desenlace, el resultado parece mínimo ante las expectativas que la misma película ha ido sembrando. Casi como si no estuviese a la altura de sus ambiciones, En la casa fracasa deliciosamente, espléndidamente. Uno está a punto de desear que cuando se traten de fracasos, se traten como los de esta cinta. Por más irregular que resulte, el film provee de todo repertorio para analizar, pero sobre todo para dejarse llevar.


Todo empieza con el aburrimiento. Germain (Fabrice Luchini) es un profesor de secundaria en el Liceo Gustave Flaubert -ya podemos decir que en estas ficciones nunca hay coincidencias. Su vida se ha estancado y uno puede comprender su ansia por sentir la emoción de la que carece su vida laboral y su vida con Jeanne (Kristin Scott Thomas). El revulsivo llega en una forma inesperada y común. Dentro de los obligadas redacciones de sus estudiantes, Germain descubre una que tiene la vitalidad y seducción de un entretenido folletín. Claude Garcia (Ernst Umhauer) es el autor que cuenta su fascinación por la vida mediocre de su compañero Raphäel (Bastien Ughetto) y especialmente por la madre de éste, Esther (Emmanuelle Seigner). Germain se rinde a esta narración, si bien con reparos. Los reparos le dan una nueva motivación, ser maestro para que Claude se convierta en un escritor notable. Pero lejos de ser un idilio, la cinta de Ozon destila malas intenciones -dicho esto como elogio. Más cuando la narración de Claude se entreteje con la realidad, y en las porosas líneas entre ficción y realidad  las historias paralelas de la familia de Raphäel y la de Germain han de volverse espejos inesperados e invertidos. En la casa se mueve entre la comedia negra, la sátira y un drama, se retuerce terriblemente, al punto que cuando llega el sencillo final que junta alguno nudos y deja desatados otros uno siente esa desilusión por descubrir que aquello que parecía tan fastuoso como una mansión no era más que una casa.


En la casa aborda de modo frontal las peligrosas relaciones que pueden surgir entre ficción y realidad. Una necesita de la otra, en una sus lectores pueden enloquecer, como ya la misma ficción nos advertido. Ozon hace una exposición que no deja lugar a los sobreentendidos, incluso esta ambigua relación debe verse con cristalina transparencia: la una alimenta a la otra, la una altera a la otra, y una es el espejo lúcido en que los deseos se ponen en primer plano. De hecho es el deseo lo que mueve a los personajes del film y a la trama. Las fantasías sobre las que escribe Claude y que revisa Germain guían la acción, y al mismo tiempo dan pie para que Ozon exponga modelos de una poética: cómo se ha construir un personaje, qué elementos pueden construir una buena historia, cómo se ha de evitar una idea fija o se ha de volverla atractiva, etc. Es verdad que la cinta tiende a la simplificación, que está fascinada por el mundo mediocre que satiriza. Una poética del deseo podía ser la descripción fácil y deseable de lo que se plantea con En la casa, una poética chata  y anodina también. La dificultad de la cinta es que, como en tantas ficciones, la ficción anda demasiado ligera mientras su realidad intenta alcanzarla a torpes zancadas.

 
Pero es hora de matizar. Ozon nos antepone a su transparencia un tramo de distancia. No hay elemento que no sea visto sin ironía, no hay planteamiento de Germain que sea susceptible de ser visto con un gesto espético. Al fin y al cabo lo que dicen nuestros personajes proviene de sus mediocres experiencias, y como ello ha de ser entedido. No es una coincidencia, ya lo dije, que el colegio en el que trabaja Germain se llame Liceo Gustave Flaubert, ni tampoco lo es que la pareja vaya a ver Match Point de Woody Allen. Las fuentes que inspiran al realizador son mencionadas como padres protectores, espíritus bajo lo que quisiese guiarse el discípulo Ozon -más el de Allen que el de Flaubert. Invisible, eso sí, se encuentra el origen teatral del film, que está inspirada en El chico de la última fila de Juan Mayorga. Tras ella bien puede encontrarse una tradición literaria en la que la cinta de Ozon se alinea, si bien el realizador francés no termine siendo tan juguetón como digamos Pirandello. En la casa  comparte toda una tradición que utiliza las convenciones de arte como objetos para armar el juego, y que al mismo tiempo reflexiona sobre su mismo hacer. En esta película bien parece tratarse casi de una revisión de temas, de una actualización que no añade tanto, pero que divierte durante un buen rato.


Y no sólo En la casa se entronca con una tradición literaria, sino con recursos cinematográficos que han servido tanto para evidenciar como alguien está narrando, como para concretar las huellas que deja el pasado sobre aquellos personajes que recuerdan. Ya casi cuando va a llegar el desenlace vemos a Germain introducirse dentro de la fábula que narra Claude para alegarle por su falta de verosimilitud. Una situación que se parece mucho a otras de cintas de Woody Allen en la que los personajes están en posición para alegar por el modo en que se desenvuelve el drama. Pero esta interrupción también nace, y esto lo digo yo, cuando en Fresas salvajes el profesor Isak Borg revive sus recuerdos como si fuese un espectador de ellos, e incluso interactúa con ellos. En la cinta de Ozon no hay recuerdos que desafíen ni a Germain, ni a Claude. El pasado, sin embargo, asalta como un espejo ópaco. Germain, alguna vez aspirante a escritor, se ve reflejado y atraído por Claude. Más arriba también había dicho que la vida familiar de Germain guardaba cierto paralelo a la de la familia de Raphäel,  y en eso presumo que exista una conexión nada inocente: la memoria y la ficción como primos inseparables. Es posible que Ozon pudiera llegar a plantear una poética, discutible claro, en la que todo relato sea de un modo u otro correlato de una experiencia vívida. En la casa se detiene en el umbral de mencionarlo, se queda en el seguro e inofensivo terreno del juego obediente de la convención.

 
Aún con ello se puede decir que En la casa delinea de modo superficial cuáles han de ser los conflictos que muevan a todo relato, que características han de tener los personajes, y cómo se han de resolver. Un manual que sin embargo no previene al maestro para ser víctima de su propio invento. Germain se deja llevar por la fiebre de la narración, por su seducción. Lo más estimulante que se puede ver en la cinta es una nueva escenificación la ambigua relación que puede surgir entre maestro y discípulo y el modo en que sus relaciones de poder pueden invertirse, del mismo modo que la lección deja huellas en el maestro como es ya sabido. Paradójicamente se puede añadir que En la casa se constituye en una empresa que puede leerse siguiendo la teoría de las influencias de Harold Bloom. El propósito de Ozon bien podía ser usar el legado del maestro para distorsionarlo al punto de haber podido creado su propio espacio, de hacerlo hablar como si fuese el maestro mismo pero para hacerle decir sus propias preocupaciones. No es este el caso quien dentro de la teoría de Bloom encajaría entre los numerosos poetas que han intentado infructuosamente rebelarse contra el legado poético que han amado. Ozon repite a sus maestros y ellos lo devoran.



Como conclusión el tramo final de En la casa intenta poner en una balanza nuestra adicción por las historias como el terrible peligro que puede creer quien se involucra seriamente con ellas. No sólo solaz sino también un latigo es lo que ellas nos dejan. No es tarde para elogiar el que Ozon decida teñir de una tenue sordidez su relato, alejándose de tanta metaficción limpia y planamente fabulesca como por ejemplo Más extraño que la ficción. El cine, se repite, es un medio para dar rienda libre a perversiones, el voyeurismo la más obvia; y En la casa es su celebración obligada, irregular y levemente divertida. Es cierto que al final queda un sinsabor de lo que pudo ser, de las perspectivas que el planteamiento aventuraba por momentos. Las fórmulas y convenciones inundan el film y lo hacen caer en un recorrido más bien predecible que repite los viejos adagios ya conocidos. Ozon, entretanto, sigue siendo un realizador prometedor, que parece va a darnos deliciosos frutos que probar; no obstante algunos como En la casa no parecen haber tenido suficiente tiempo como para madurar.


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