Gravedad
Gravedad, por lo demás, sigue fiel a la búsqueda estética que Cuarón comenzó en films anteriores. Si bien el director mexicano está lejos de proponer un ejercicio formal radical del tipo, por mencionar ejemplos fáciles, La soga o El arca rusa, en la realización prefiere las tomas largas en la que los personajes son seguidos alternativamente en cada uno de sus movimientos. La recurrencia en el plano-secuencia encuentra en Gravedad un terreno perfecto, la continuidad que conjuga dos acciones que en planos separados no producen una sensación de unidad tan vívida como cuando no hay cortes es especialmente efectiva para dar una sensación de inmersión en el decurso de acciones que están ocurriendo. Para Cuarón se trata de un elemento narrativo que añade un aura de experiencia a lo que filma, y que quizás, una paradoja, tenga afinidad con el largo plano final de El pasajero de Antonioni en el que la continuidad sirve para revelar que lo que uno cree haber visto no es del todo así. La no interrupción de la toma en Gravedad es una invitación a sumerjirse en el presente, a dejar el pasado atrás -con demasiada literalidad en la cinta.
Bien puede ser que Cuarón comulgue con la idea de Tarkovski de que el público buscaba alimentarse por el cine -o mejor será decir ahora con los medios audiovisuales y con la tecnología- con la experiencia que no podían obtener en su propia vida. El cine como sustituto de las experiencias pérdidas. Lo mejor de Gravedad es precisamente la sensación de estar imbuido en eventos que nos persuade de su existencia. El trasfondo, no obstante, rebaja la efectividad de la cinta a un mensaje claro: hay que superar los traumas, dejarlos atrás y seguir viviendo porque la Vida es maravillosa. Lugares comunes que además Cuarón enfatiza con recursos obvios como el plano de Ryan en posición fetal tras alcanzar una abandonada estación rusa. No solo hay experiencia sino una interpretación a la que seguir, entonces el relato se vuelve lección. El centro de Gravedad es una pesada enseñanza; pero no debe lugar a tantas quejas, Cuarón no nos obliga a concertarnos en ello, sino que prosigue con su anécdota hasta el final. Una experiencia con moraleja, pero experiencia en últimas.
Todo puede renacer, todos podemos resurgir, las experiencias traumáticas son oportunidades para ello. Suena como un viejo ritornello. Gravedad es una cinta de autoayuda, dicho no sólo como crítica sino llana descripción. Autoayuda para el mismo cine y sus cineastas, o mejor, para los que han perdido la fe en el cine comercial y sus nuevas tecnologías. Se puede resurgir y volver a las viejas enseñanzas del Hollywood dorado y adecuarlas al movimiento perpetuo de quienes andan por la estratosfera, y así se puede revivir esos espacios que parecían tan gastados y chatos como el espacio sideral -no sólo hay ironía en mi comentario. Gravedad es una cinta sobre la fe, bella sobre lo concreto de lo que pueden producir imágenes y sonidos, y grandilocuente cuando se refiere a aleccionar, a dar mensajes sobre la Vida. Es como si Cuarón fuera un cineasta bifronte que exhibe su mejor y peor rostro: el elocuente lleno de superficial sabiduría y el parco que se concentra en el desnudo avanzar de una trama sencillo. Prefiero el parco. Con todo y ello Gravedad está muy bien.
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