El lobo de Wall Street

(Un comentario completamente lleno de "spoilers". Recomiendo leerlo después de ver la película)

 
Jordan Belfort (Leonardo DiCaprio) cuenta a manera de chiste menor las rabietas de Max (Rob Reiner), su padre. Una de ellas se debe a que Jordan y sus secuaces en menos de un mes gastaron casi medio millón de dólares en prostitutas y en una comida. La furia de Max se reduce a sus reclamos que son respondidos con burla-al fin y al cabo Max no es sino un empleado de Jordan. Si El lobo de Wall Street fuera un fábula, el comportamiento de Jordan y sus secuaces debería cambiar, o si no sufrirían un penoso castigo con los que el público reconocería que así no se debe actuar. Pero la cinta no es una fábula, aunque incluya una especie de conversión, si bien algo hipócrita -que la mayoría de críticos pasan por alto- y un castigo. El problema de la Moral en el arte es antiguo, lo que no significa que ya no persista en el inconsciente de espectadores y críticos que piden a gritos que las cintas -y el arte- prediquen unas normas. Ya sabemos que la vida es más complicada, y que las fábulas no siempre tienen la razón a la hora de contar ciertas historias. Scorsese prefiere que su film sea fiel a la mentalidad del criminal Jordan Belfort, ya que  entiende que esta mentalidad es similar a la de muchos otros hoy, a buena parte de EEUU y de nuestra sociedad en general. Que es una mentalidad moralmente dudosa es algo que pone en evidencia El lobo de Wall Street, sin concesión y de un modo bastante directo, sin ningún matiz o sutileza. Antes que distorsionar el relato de Belfort para que se acomode con una visión moralista, Scorsese prefiere mostrar ese delirio de quien nunca da por satisfecho por su avaricia y sus excesos. Lo muestra, no lo juzga. De por sí lo que hace y promueve Jordan es suficientemente grotesco como para que sea necesario moralizar con ello. Moralizar lo que hace Jordan tiene un poco de lo que le pasa a Max con sus rabietas en el mundo de hoy. La visión de El lobo de Wall Street es pesimista, pero no por eso deja de mostrar los atractivos y las banalidades que entraña el tipo de vida que Jordan vende (y vive). El lobo de Wall Street es un brillante delirio que da testimonio de un tipo de vida con precisión, aunque a ratos se exceda -lo que parece inevitable al tener en cuenta del hombre quien cuenta.


Jordan comienza como un ambicioso corredor de bolsa que quiere escalar rápidamente para conseguir una fortuna. Sus inocentes sueños son corregidos rápidamente por Mark Hanna (Matthew McConaughey), quien le enseña que por encima de todo están el lucro y los excesos propios. Estas enseñanzas las aplica Jordan a mayor escala cuando entra a trabajar en una empresa que vende acciones de centavo a gente pobre. Jordan reconoce un modo de estafa lucrativo, y reconoce que lo esencial es venderlo bien. Junto a Donnie Azoff (Jonah Hill) y un puñado de espérpenticos vendedores crea Stratton-Oakmont, compañía que sirve para enriquecerlos a costa de quienes creen estar invirtiendo en promisorias empresas. El negocio va bien para Jordan al punto de que va adquiriendo apartamentos de lujo, yates y cambia a su primera esposa Teresa (Cristin Millioti) por la despampanante Naomi (Margot Robbie), a quien le dice con impostada finura Duquesa. Un ascenso condimentado con bromas crueles, todo tipo de drogas y sexo frenético. La cuestión se enreda cuando el agente Patrick Denham (Kyle Chandler) pone bajo lupa a la compañía, y a pesar de que Jordan pueda evitar ser atrapado con varias trampas, termina cayendo y delatando a sus cómplices para rebajar su pena: En últimas lo que quiere Jordan es salvar su pellejo, aunque les haya prometido a sus cómplices una fraternidad que iba más bien al nivel de fidelidad que se tiene a la tribu -y Scorsese es demasiado explícito en esto. Tras salir de la cárcel Jordan vive de dar charlas motivacionales a personas que quieren ser exitosas en los negocios, una caricatura del lugar que obtuvo en su compañía. Una caricatura, hay que aclarar, de otra, pues en El lobo de Wall Street todo se mueve a un nivel de esperpento de por sí. Xan Brooks sugería que El lobo de Wall Street era casi que una caricatura de GoodFellas o Casino. Si bien se trata de bestias emparentadas, la de hoy es otro monstruo que enriquece la galería que ha estado filmando el realizador estadounidense. Las estafas y los excesos de Jordan tienen su propias particularidades, y casi que representan a otro tipo de criminales que antes Scorsese no había filmado. Es cierto que comparado con las estafas de los peces gordos de los mercados bursátiles, Jordan era más bien uno insignificante. Pero valga ver en este el reflejo de otros, y sobre todo el de una sociedad que pide más y más. Y Scorsese lo suministra con una vitalidad inusitada, con, me apropio de una observación de Glenn Kenny, una rabia swiftiana.


El lobo de Wall Street se regodea en mostrar la vulgaridad y procacidad de Jordan y su banda desde el principio: de lanzar a enanos como dardos, inhalar cocaína en el culo de una prostituta, a ofrecer 10000 dólares a una empleada para que se rape en público y luego pueda agrandarse los senos. Las memorias en que se basa la cinta, un texto escrito por el mismo Jordan, son puestas en escena como las de un cínico criminal que nunca puede parar. Una galería de horror que hace retroceder a algunos espectadores por su falta de gusto, otro problema antiguo como el de la Moral. David Denby es uno de los críticos que se han quejado de la longitud del film, afirmando que con un ejemplo bastaba para entender el sórdido y depravado mundo de Jordan. Pero la idea de Scorsese es más bien revivir el delirio de este tipo de vida, y en eso la estructura episódica, con constantes avances y retrocesos en su relato, es ideal. La vida de estos personajes se reduce a estafar para poder entregarse a su sordidez y depravación, lo que bien puede terminar produciendo asco. Asco por su reiteración, porque en determinado punto, y tal como están las cosas, la vulgaridad puede transformarse más bien en un incentivo para vender y atraer al público -no sobra acotar que El lobo de Wall Street ya se convirtió en la cinta más rentable de Scorsese. El problema del mal gusto y de la moral se conectan al vedar temas o imágenes por considerarlas nocivas o desagradables, muchos artistas ya han ido borrando tales fronteras; así que hoy se le reclame a Scorsese es más bien una evidencia de que la liberalidad de nuestros días tiene sus límites. Por mi parte agradezco a Scorsese porque es fiel al objeto de su representación y prefiere no ceder; exagero, porque Scorsese si cedió al cortar su film para que no fuera clasificado en EEUU para mayores de 21 años.


La cuestión central de El lobo de Wall Street es la perspectiva: Scorsese nos plantea, repito, sumergirnos en la visión de Jordan y como tal hemos de tener que soportar su vulgaridad y corteza de miras, pero al mismo tiempo crea una distancia para darle otra dimensión al relato. Desde el mismo comienzo Jordan se ufana de la cantidad de drogas y entre ellas pone en su pedestal al dinero, droga que lo ha convertido en mejor persona, dice, y uno no puede dejar de sonreír ante tal simpleza y ante la evidente contradicción. Scorsese ironiza sobre su personaje, exhibe su pequeñez mientras él cree estar demostrando que es el rey del mundo. La cinta no invita a compartir el estilo de vida Jordan, ni sus ideas; ciertamente se regodea sensorialmente en ese mundo de excesos, y más que enjuiciar, muestra e ironiza. Se atiene a la voz de Jordan que en el guión de Terrence Winter divaga de un episodio a otro, y a veces aparecen signos ominosos: Glenn Kenny observa que el suicidio de uno de los empleados que se casa con una secretaria, que se acostaba con casi todos en la oficina, no es presentada en el mismo registro visual que el delirio de Jordan: son fotos desagradables muy parecidas a las que ilustran crímenes en lo que era la crónica roja. Todo un abismo se abre bajo la fantasía macabra de Jordan, él no lo ve, pero hay una realidad que interfiere el discurso amañado del personaje. Pablo Muñoz crítica duramente a la cinta porque la encuentra vacía, una reiteración que no descubre nada; ni de su psicología, ni de la mentalidad. No obstante, hay que resaltar que El lobo de Wall Street no es un film psicológico, ni pretende plantear hipótesis sobre una forma de vida. Lo que quiere mostrar el film es una forma de vida y sus contradicciones, el fondo de una forma de pensar que impera de muchas maneras en nuestra sociedad, digo yo, y no solamente para aquellos que fungen como corredores de bolsa o empresarios. Por otra parte es injusto reducir la película de Scorsese a un despliegue visual que satiriza de modo simplón, o que se extasia de ello. De hecho, Scorsese se arriesga para comentar de un modo casi invisible; a veces, eso sí, cayendo en una fascinación de los sentidos por lo que muestra -en uno de los discursos en que Jordan arenga a sus empleados, él les tira un reloj y a continuación en cámara lenta se ve el reloj caer entre las ávidas manos que se pelean el reloj mientras suena únicamente un tic-tac sin mayor relación con la escena; pero el director lo hace sin dejarse llevar por el comentario fácil, o por un moralismo chato.


El comentario de Scorsese se entiende mejor con ejemplos: al final vemos al agente Denham volver a casa en el metro. Es otra corta secuencia que parece corresponder con la gris vida de quienes no se regodean en los lujos y los excesos, desde el punto de vista de Belfort. Uno recuerda entonces como antes, cuando Jordan intentaba sobornar a Denham, le ofrecía salir de esa rutina. En el metro Denham parece preguntarse qué habría sido de su vida de aceptar. Y vemos entonces el final, Jordan en bus temiendo la prisión, luego jugando tenis alegremente cuando descubre que allí todo se compra. Y por último Jordan le da una charla para enseñar las claves de las ventas a una audiencia, estudiada parece, de una clase acomodada sin duda. Ninguno, sin embargo, sabe cómo vender un esfero, lo que sí hacen sus viejos esperpentos, pensaría Jordan. Hay cierta nostalgía en Jordan. También ironía en la visión de Scorsese que, comenta, y aquí interpreto yo, que la mayoría de la sociedad están aspirando a poder hacerse ricos rápidamente como lo hizo Jordan Belfort. Nadie quiere volver en metro a su hogar. Todos prefieren el atajo. Scorsese inunda el film con un pesimismo oblicuo porque no ve que haya nada más. Claro que uno puede conjeturar que tras toda la palabrería de Jordan se esconde una especie de sustituto de la religión: la realización personal como culto. Scorsese filma a Jordan en sus discursos como si este fuera el pastor y sus empleados los feligreses. El lobo de Wall Street puede ser un film teológico después de todo, y en eso este es un film menor que acompaña a otras visiones más lúcidas como las de Paul Thomas Anderson en There Will Be Blood y The Master. Son reconocidas las preocupaciones religiosas de Scorsese, y bien puede ser que El lobo de Wall Street se trate del film de un místico que presenta los avatares que sufre un culto. Al margen de lo errada que pueda ser mi interpretación, considero que El lobo de Wall Street es una película destacable. Pero mejor dejar las conjeturas para otro momento y terminar con una canción.



P.S.:  En un par de textos mucho más lúcidos  -una ya con enlace más arriba, el otro aquí- Glenn Kenny comenta sobre el film y las polémicas que ha generado. Kenny prefiere el film de Scorsese a American Hustle, lo mismo que yo. Sus argumentos son bastante más razonados, así que prefiero que se remitan a ellos para que se hagan a sus propias ideas.



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