Philomena / Nebraska



De vez en cuando la obsesión por la vejez sale a flote, de vez en cuando aparecen en imágenes de sus trabajos. Tanto en Philomena (2013, Stephen Frears) como en Nebraska (2013, Alexander Payne) se retratan dos viajes de dos ancianos, dos búsquedas de protagonistas que, ya sea explícitamente o no, intentan recuperar algo que han perdido. Ambos filmes se aproximan con relatos convencionales a distintas realidades de la vejez, ambos alteran las convenciones para que las historias no sean simplemente un patrón al uso, aunque haya un patrón claramente identificable. Philomena narra la búsqueda de una madre que fue separado de su hijo, mientras que Nebraska parte de una excusa: Woody Grant, un viejo alcohólico y con señales de senilidad, cree haber sido el ganador de 1 millón de dólares y para hacer efectivo el premio debe viajar a un pueblo de Nebraska a reclamarlo, un viaje que termina por descubrir el pasado de Woody como sin quererlo. Dicho esto podemos entonces acumular lugares comunes: las cintas tratan sobre el pasado perdido que atormenta al viejo que ya no hace sino recordarlo, o sobre los males que surgen porque el cuerpo y la mente ya no son los de antes, o incluso sobre la ya ineludible cercanía de la muerte como una realidad a la que pronto se ha de sucumbir. Tales realidades son presentadas o aludidas como parte constituyente de los trabajos que han de soportar sus protagonistas, más en Nebraska que en Philomena. Vemos en primer plano el destino que nos aguarda la, presumiblemente para muchos hoy, temida tercera edad. Dos cintas correctas, más Philomena para bien y para mal, que cumplen con ese objetivo, y que iluminan, más Nebraska, la situación a que se enfrenta quienes han llegado a la edad provecta.


El viaje de Philomena parte de los reportajes conocidos como historias de interés humano, así como de las manoseadas y reiterativas historias basadas en hechos reales. Philomena Lee (Judy Dench) es una enfermera retirada que ha guardado como secreto un hecho que le remuerde: tuvo un hijo sin estar casada del que fue separada pocos años después de que naciera. En ese entonces Philomena había estado internada con monjas que recibían a jóvenes en su misma situación a cambio de que trabajaran por ellas. Los niños eran separados de sus madres y ya nunca los volvían a ver. Pasaron casi 50 años para que Philomena se decidiera a averiguar qué pasó con su hijo. Por intermedio de su hija, Philomena conoce a Martin Sixsmith (Steve Coogan), periodista caído en desgracia. Martin desprecia abiertamente las historia de interés humano, pero al estar desempleado lo toma como opción obligada. Philomena recicla una vez más la versión de la pareja dispareja que emprende un viaje, de la misma manera en que el Quijote y Sancho lo hacían. La cinta de Frears no está exenta de ironía, aunque a la hora de exprimir la sensiblería no tenga freno. El viaje que se emprende descubre la maldad y pequeñez de la sociedad del pasado y del presente, el hecho de que incluso los cínicos tienen su corazón, y el destino de un hijo, que fuera el fuera, ha de llevar a caudalosas lágrimas. No obstante, el film sabe eludir la relación esquemática de dos personas distintas que al juntarse mejoran, y nos muestra más bien el modo en que una pareja improbable se ayuda sin por ello hacer del otro mejor persona. Ni Martin, ni Philomena cambian por conocer a esa otra persona, sino que siendo quiénes son se colaboran en la medida en que le es posible. Frears juega a no caer en el terreno fácil mientras sigue a sus personajes, y así evita hasta cierto punto que su film sea otra historia de interés humano. Sin embargo, cada vez que enfrenta el dilema central cae en el más decidido de los sentimentalismo. Philomena es un film que se estanca en un tibio medio.


En comparación, el viaje de Nebraska es más azaroso. Woody Grant (Bruce Dern) está empeñado en ir a Lincoln, Nebraska, pues recibió una publicidad que le anuncia haber sido ganador de un 1 millón de dólares. Woody tercamente cree a pesar de los reclamos de su esposa Kate (June Quibb) y sus hijos Ross (Bob Odenkirk) y David (Will Forte) que lo tratan de convencer del engaño evidente de la publicidad. Sin embargo, el mismo David, quien vive una crisis propia, decide emprender el viaje con su padre como una especie de reencuentro con quien ha mantenido una relación distante toda su vida. No ocurre exactamente así, ya que Woody es un viejo parco y alcohólico que parece completamente inmerso en sus pensamientos. Tampoco llegan directamente a Lincoln, un accidente se convierte en excusa para que David y Woody se detengan en Hawthorne, el pueblo del que es originaria la familia. El reencuentro con la familia y los viejos conocidos no resulta encantador, y se distorsiona todavía más cuando todos creen que Woody realmente se ha vuelto millonario. Nebraska se torna por una lado en descripción de la vida del medio oeste de EEUU, y por otro en una revisitación de las relaciones con el pasado y todos los lastres que pueden acarrear. Nebraska es una comedia con rostro desolador en la que se ve lo que es el final de la vida para muchos de sus personajes. Lo que no significa que esté exenta de consuelos y de uno que otro trago empalagoso, sin que eso signifique que Payne endulza de más de la cuenta a su relato.

 
Es de notar que en ambas cintas el viaje no se convierte en una forma de transformación. Philomena y Woody recuerdan, descubren y reconocen, pero no cambian. Parece ya no haber tiempo para ello. Por tal motivo se debe subrayar que en Philomena la revelación de qué ocurrió con su hijo y los motivos por lo que sucedió no produce una alteración de la posición del personaje. Las ideas fijas de lo que es el mundo para Philomena importan más que sus revelaciones. Philomena es un viaje ortodoxo en el que una pareja dispareja se colaboran por necesidad. Martin y Philomena son una nueva versión del Quijote y Sancho, y también de Jacques y su amo, o de Tristram y su tío Toby. El humor de la cinta en buena medida se alimenta de la tradición que de manera ligera reflexionaba sobre los supuestos temas trascendentales. Lo distinto aquí es que en la cinta hay poca reflexión, y el tema central es un enigma de interés humano. Ignatiy Vishnevetsky anota que la cinta no logra combinar el uso de fragmentos verídicos que se filmaron con 16 mm con el verdadero hijo de Philomena y el resto de la cinta, filmado en digital. El efecto desigual va más allá de una mera diferencia formal, ya que en buena medida el material verídico es como el enigma que sale a la luz tras la búsqueda de los personajes no revela mucho en realidad. En la cinta el enigma se reduce a un revelacion que roza los ribetes tópicos y sensibleros, mientras que el film mantiene una ironía sobre el modo en que se relacionan sus protagonistas. Los hechos reales son nuevamente un material excesivo para esta ficción, porque acá la ficción no puede hacer nada para contestarlos. A pesar de ello uno debe aceptar que Philomena es un cuento lacrimosamente correcto.


No hay inspiración en hechos reales en Nebraska. El viaje de Woody es pura ficción de la que A. Dowd se quejaba porque simplifica casi a todos sus personajes -excepto los protagonistas- a meros estereotipos. La comedia de Payne recurre a ellos pero para mostrar un panorama inusual. El viaje de Woody y David es otro correlato del de Quijote y Sancho, como señala A.O. Scott. Una locura más parca y común es la que sufre que Woody, pero también una que redime de las insatisfacciones de toda una vida. Ingeniosamente el guión de Bob Nelson desvía a su protagonista para que su fantasía se vea contrastada por el mezquino presente y por los fantasmas del pasado. Woody no quiere rescatar a princesas o pelear con dragones, llanamente desea una nueva camionate y un nuevo compresor que reemplace el que se quedó su antiguo socio Ed Pegram (Stacy Keach): y en ese contraste yace quizás el comentario más elocuente de las aspiraciones de nuestra sociedad. La situación de Nebraska deriva en la comedia cruel cervantina, si bien sin ser tan afilada y reemplazar la dura ironía por una aceptable afirmación de los lazos afectivos de la familia. No solo ha Cervantes uno puede entrever en Nebraska, Dana Stevens ve a un nuevo Lear, y David Denby ve el mismo terreno de Beckett -sin sus alcances metafísicos, nos dice. Ambos tienen razón, pero convengamos que Payne no procura llegar a las cotas de esos referentes, porque hasta cierto sus ambiciones son equiparables a las del tenaz Woody Grant. No quiero con ello criticar con esto a Payne. De hecho el film es particularmente elocuente en un par de escenas: una la visita al cementerio protestante del pueblo y en otra la casa en que se crió Woody. En la primera Kate no para de hacer comentarios soeces sobre los muertos mientras el mudo rostro de Woody mira el inevitable prospecto que nos espera, ese mismo rostro que al volver mira la casa derruida de los padres y que apenas comenta que cuando niño le era prohibido entra al cuadro de los padres. Un rostro lo puede decir todo y el de Woody denota desolación. Esta desolación, en todo caso, se encuentra enmarcada por escenas de índole cómico, incluyendo algunas en las que Woody recibe el necesario consuelo. Payne prefiere terminar su viaje en una nota alegre y no como Cervantes en un lecho de muerte, pero es indudable su afinidad con la lúcida visión del autor, de la que también bebe el film de Frears, con tragos mucho menos copiosos a decir verdad.


Los dos film no se resisten a mirar a la vejez, la ponen en primer plano -si bien con alguna que otra idealización. Puede sonar ya ahora contradictorio que afirme que tras las cintas se puede leer un comentario con mayores alcances a las historias convencionales que cuentan. En Nebraska A. O. Scott notaba que el film casi que partía de los supuestos valores de las generaciones pasadas para descubrir que nunca existieron: los ideales que tenemos de nuestros padres se derrumban para David, y probablemente entonces la escena en que visitan el monte Rushmore es mucho más significativa. La mezquindad de las monjas y su codicia en Philomena puede hacer de correlato al desegaño del otro film al postular la desconfiaza ante una institución como la iglesia católica, aun cuando la protagonista se aferre a sus creencias y tradición por encima de lo que encuentra. Si bien las reacciones son opuestas el desengaño es un elemento común a Philomena y Nebraska. Un desegaño que no significa que ambos directores desconfíen de la narración tradicional a la que se aferran y de la que distorsionan algunos elementos para no filmar una simple fórmula. Las cintas no son visiones artísticas radicales que nos descubran un nuevo terreno. Estamos muy lejos de Béla Tarr. No obstante, se trata de un par de film correctos y disfrutables. Son films que se aferran a una tradición. Mis preferencias están claramente marcadas por Nebraska ya que, intencionalmente o no, están cerca del espíritu de Cervantes. Claro está que para ello siempre es mejor volver a Cervantes directamente y sin intermediaros, y claro está que para disfrutar este par de cintas no hay que aspirar a tanto. Finalmente no es sino un signo de nuestra época después de todo.

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