Godzilla


La rutina absorbe y enmudece, elimina la sorpresa. Adormece el asombro. Ya sea en el trabajo al que diaramente asistimos, ya sea en el consabido espectáculo del desastre. Godzilla, esta nueva re-edición del famoso monstruo, resulta una exhibición apegada a las normas, un desastre en la que no falta pirotecnia, pero sí un motivo de atracción o sorpresa. Se trata del intento por rectificar la errónea imagen con que se resucitó al monstruo en la versión estadounidense de finales de los 90. Vindicar a Godzilla, para que no se le encajara en esa versión de lagarto nuclear sacado de un parque jurásico para que destruyera a Nueva York à la King Kong. Este Godzilla se parece más al que fue creado en los 50, si bien ya no carga con todo ese sino de advertencia que el de entonces cargaba sobre sus hombros; la amenaza nuclear ya no parece algo tan urgente y catastrófico. Esa vindicación resulta desequilibrada, sin embargo. Se trata del habitual desequilibrio del cine comercial. Así, por un lado, vemos fugazmente al monstruo, que efectivamente parece una criatura casi mitológica, el justo centro de la acción -he de decir de la confusa acción. Y por el otro estamos los humanos, pobres y diminutos, cuyos dramas no se distancias de los tropos más reconocidos. Godzilla es un cine derivado de lo que por momentos Steven Spielberg supo encajar, pero que Gareth Edwards imita meramente como alumno aplicado. Estamos claramente en el terreno del drama sensiblero, pero apenas se puede hablar de drama con estos mínimos humanos. En buena parte del metraje se anhela al monstruo -los monstruos, digamos de una vez; el resto apenas es un escenario intercambiable y apenas tiene importancia. Lamentablemente Godzilla no es ni la historia del monstruo, ni de los humanos que los sobreviven.


Este nuevo Godzilla se ajusta más al que viera por primera vez en 1954. La intención es ajustar, al mismo tiempo, el monstruo para que se reditue en una jugosa franquicia. Después de un montaje en que aparecen detonaciones nucleares seguimos al Dr. Ishiro Serizawa (Ken Watanabe) y a Vivienne Graham (Sally Hawkins) a las Filipinas, año 1998. Rastros de unos animales gigantescos se encuentran en una excavación. El lugar muestra rasgos de radiación. Apenas observan asombrados -relativamente es lo que harán en el resto de la película, además de dar alguna aclaración de rigor. Pasamos a territorio japonés. Joe (Bryan Cranston) y Sandra Brody (Juliette Binoche) son una pareja que trabaja en una planta nuclear. Unas desusadas señales inquietan a Joe que pasa por alto los preparativos de su cumpleaños hechos por su esposa y su hijo Ford (CJ Adams, cuando niño). Ese día en un extraño accidente Sandra muere dentro de la planta. La ciudad es clausurada por la radiación. Pasamos a la actualidad. Ford (ahora Aaron Taylor-Johnson) vive en San Francisco con su esposa Elle (Elizabeth Olsen) y su hijo Sam (Carson Bolde). Ford rechaza a su padre que está embebido en lo que parece ser teorías paranoicas con las que consigue soportar la muerte de Sandra. Ford se ve obligado a viajar a Japón para sacarlo de la cárcel. A pesar de su reticancia, Ford se deja arrastrar por Joe con suma facilidad a la ciudad donde quedaba la planta. Allí, el hijo descubre que el padre no está loco. La planta se ha transformado en una especie de nido en que crece un MUTO -una especie de mantis religiosa gigante- bajo la mirada estudiosa del Dr. Ishiro y Vivienne. El MUTO despierta y emprende vuelo hacia E.E.U.U. Allí, en el estado de Nevada, otro MUTO también despierta. Son hembra y macho y buscan reproducirse. Se alimentan de material radiactivo. La actividad de los MUTOS despierta a un tercer monstruo, Godzilla, que se enfrenta -aparentemente porque es un depredador alfa- con el MUTO de Japón en Hawaii. Toda está actividad produce la injerencia de los infaltables militares, encabezados por el almirante William Stenz (David Strathairn). Ante la perspectiva de una catástofre lo que se les ocurre a los militares es llevar como anzuelo una bomba nuclear a San Francisco -el Dr. Ishiro nos ha explicado a todos convenientemente que estas criaturas se alimentan de radioactividad. En dicha ciudad viven, recuérdenlo, Elle y Sam. ¿Sobrevivirá a la batalla esta pobre familia? ¿quién vencerá: Godzilla, los MUTOS, o los militares? No hace falta ser un genio para adivinarlo. Tampoco es que importe demasiado. Si el tenúe drama humano apenas parece conjugarse en esta torpe sinopsis, no es únicamente problema de mi comentario. En Godzilla no se conjugan ni el drama de los humanos ni la pelea de los monstruos en realidad.


Paul MacInnes resalta la poca relevancia que tiene el drama de los humanos en Godzilla. En esa medida señala como un elenco de muy buenos actores son reducidos a meros estereotipos de película serie B. Es bueno afirmar aquí que parte del poco interés en la historia humana se debe a que su personaje más interesante, Joe; cuyo drama podía enriquecer más la acción; muere en el primer tercio de la película. No se puede negar la audacia con que el guión que filma Edwards incluye estos giros,  no tan comunes en otras películas comerciales. Lo paradójico es que la audacia aquí boicotea el asomo de drama humano que contenía la cinta. Los humanos persiguen a la acción y la enredan tratando de hacer desaparecer a los monstruos; pero no hay sensación de urgencia o drama con verdadera relevancia en Godzilla. Nada parece sorprender excepto algunas de las apariciones de Godzilla, que, hay que decirlo, producen el aura de mostrar como un ser mitológico vuelve a visitar el orden artificial de los humanos para mostrar lo insignificante que es. El desorden que producen los monstruos, no obstante, es casi idéntico a otros desórdenes de desastres fílmicos pasados. Y las vidas que van acabando los monstruos son convenientemente anónimas. Ni siquera la posible muerte de Elle, Sam o Ford nos interesa en lo más mínimo. Salidos de un molde de personajes que sobreviven a catástrofes uno tiene la certeza que su buena estrella los ha de acompañar, no como a ese Joe que dio una que otra muestra de salirse del molde. Joe muere rápidamente, y Godzilla sigue tercamente hasta la batalla final sin volverse entonces una cinta sobre monstruos, sino sobre secuencias y personajes acartonados.


Pero generalizo. La espectacularidad de las secuencias en que el primer MUTO despega de la planta nuclear, creando un verdadero caos, o en la que Ford y el sargento Morales (Victor Rasuk) vigilan el avance del tren por entre un puente en la niebla acechado por un MUTO, entretienen y demuestran el talento de Edwards. Demuestran, también, como apunta A.A. Dowd, que Godzilla es un homenaje consciente al cine de Steven Spielberg. De hecho, por momentos es más homenaje al cine espectacular de Spielberg, y no a las cintas que los estudios Toho realizaron con Godzilla. Dowd menciona el modo en que Godzilla se nutre de la filmografía de Spielberg desde la planificación de sus secuencias al modo en que va creando un ambiente de amenaza de cintas como Tiburón o Jurassic Park. A decir verdad Dowd no va lo suficientemente lejos, ya que el drama humano es harto similar al que se presenta en muchas de las películas de Spielberg: un hombre -o niño- con una relación problemática con sus padres -usualmente la madre en Spielberg, aquí con el padre- consigue por medio de la inserción de la inesperada aventura reconciliarse con ellos y una suerte de redención. Es un argumento sentimental muy en línea con un modo de sentir de buena parte de la población, sirve para tranquilizar la conciencia y dar la idea de que con la segunda oportunidad se enderezará todo aquello que haga falta. Serge Daney en un texto sobre E.T. daba más luces sobre lo que implicaba esto en Spielberg y yo solamente tomo la idea para compararla con este nuevo monstruo. En Godzilla este conflicto apenas aparece delineado. Ford tiene una relación conflictiva con Joe, y de hecho la muerte de Joe hace imposible la reconciliación -si bien cómo ha de esperarse hay una especie de redención, y el hecho de que Ford no repita el drama de Joe ya es de por sí una forma, algo torcida, de salvación. Se trata sólo de un esbozo que no se desarrolla en lo que prosigue de metraje. A continuación está la acción de los monstruos, la idea de salvar a un familiar en peligro. Todo muy ruidoso y sin consecuencias para ese drama. Godzilla tal vez resulte el ejemplo más patente de una dirección que ha tomado una forma de cine con sus consiguientes implicacones. Un cine no tan sentimental como en otra época, pero cuyo pretexto para traer espectacularidad se va haciendo más tenue. Godzilla homenajea a Spielberg como precursor del cine comercial de hoy, achatándolo donde se debe y mejorándolo en el estruendo de la catástrofe.


No deja de tener algo que fascinante las transformaciones que ha sufrido Godzilla, y en particular el enfoque para el que ha sido usado. De una inicial preocupación por la amenaza nuclear -elevada a un amenaza concreta en la fantasía, ahora pasamos a un enamoramiento por el desastre entretenido y sin mayores consecuencias; desastre que a larga dejará al espectador indiferente y tranquilo, sobre todo muy tranquilo. El nuevo Godzilla es un híbrido que retoma con esmerado respeto y fidelidad a este monstruo para ponerlo en un horizonte donde se paga tributo al padre fundador, Spielberg. Bajo su signo Edwards despliega sus habilidades para crear algunas secuencias entretenidas y muestra las limitaciones de un historia hilvanada para que apenas superado un traumatismo, olvidemos el resto. La muerte de Joe es un evento sin relevancia en últimas, y casi que por momentos uno pensaría que se trata de un cine comercial radical, que no nos concede ni un héroe ni una historia, sino la inevitabilidad del desastre. Godzilla no es eso, no obstante. Es la inevitabilidad de los lugares comunes que ni siquiera a los fanáticos de Godzilla les permite ver una cinta enfocada realmente en el monstruo y sus avatares. Es la inevitabilidad del espectador pasivo que ante la televisión observa las tragedias de cada día sin inmutarse porque apenas son breves imágenes con diminutos humanos que pronto llegan a desaparecer. Godzilla es un ejemplo de la sensibilidad de nuestra época frente al desastre que constantemente aparece en los medios. La atmósfera que por momentos crea no se concrenta nunca y termina por convertirse en una sucesión de eventos casi que intercambiables. Incluso Godzilla es ejemplar en que lo mejor de la cinta se reserva, pero seguramente exagero, a la publicidad con que se creó expectativa sobre el film. Edwards es un director con habilidades, pero permite que su monstruo vague de un lado a otro hasta que llegue el ineludible final, más por rutina que por otra cosa. Una rutina a la que uno se acostumbra, casi como la de comentar cintas que lo dejan a uno indiferente. Lo que se puede reprochar con mayor vehemencia a esta nueva versión no es que abandone el temor de una especie de venganza de la naturaleza por el actuar inconsciente del ser humano -postulado vagamente en la cinta en un par de parlamentos que el Dr. Ishiro recita- de las cintas originales, sino el abandono al que somete al espectador para que presencie la ensordecedora persecución de un monstruo que de cuando en cuando se muestra, pero cuya acción nos deja convenientemente dormidos.




Trailer


Comentarios

Entradas populares