Tierra en la lengua


Hay costumbres difíciles de dejar. Hay costumbres que se resisten a pesar de nuestro deseo de acabarlas. Tierra en la lengua busca ponerle los clavos a ese ataúd para terminarla para siempre.La agonía y la muerte del patriarca, una costumbre antigua y agudamente latinoamericana es la costumbre en cuestión. Una de las dos cintas que estrenó Rubén Mendoza en 2014 relata -documenta, será mejor decir- la agonía de un patriarca menor, uno al que sus nietos no quieren otorgarle la muerte que desea. Tierra en la lengua parte de lo que puede considerarse un género en el imaginario latinoamericano y le da una versión actualizada, fresca. Todavía en 2014 siguen muriendo patriarcas en nuestras tierras, patriarcas que han impuesto una ley violenta y de la que al final ya no queda nada, sino la eterna selva, inhóspita y exhuberante. Con lo reconocible que es la historia que relata Tierra en la lengua es de agradecer que se le imponga una versión renovadora, cercana a nuestro tiempos que al verla ya no parecen tan distintos a los de hace unos años.


Silvio Vega (Jairo Salcedo) se dirige con sus nietos Lucía (Alma Rodríguez) y Fernando (Gabriel Mejía) a sus tierras en los Llanos. Enfermo y sin ninguna intención de seguir tratamiento médico alguno, Silvio quiere que sean sus nietos los que lo maten, quiere que su muerte se dé en sus propios términos. Nadie quiere a Silvio realmente, menos ahora que su esposa murió. Ha disminuido tanto la autoridad de Silvio que ha tenido que servirse de las cenizas de ella para llevar consigo a Lucía  y Fernando. Tierra en la lengua comienza con un fragmento documental en que la esposa recuerda los crímenes del viejo que ahora no es capaz de terminar con su vida. De inmediato comienza el viaje a los Llanos, comienza la parafernalia destinada al fracaso de una agonía y un funeral. La ocasión solemne va a ser el espacio para se carnavalice al antaño jefe del clan hasta que por fin llegue su final, cuando ya ni se espera. La línea argumental es, por ende, sencilla y sumamente escabrosa. Se trata de filmar el final de un monstruo-que como exige tantas veces la ficción es encantador.


Intencionalmente Rubén Mendoza juega a confundir lo verídico con lo intencionalmente artificial. De la anécdota personal y el uso de material documental a las secuencias oníricas que no dejan de tener su peculiar dejo de teatralidad, Tierra en la lengua (y también Memorias del Calavero) mezcla ficción y documental como una sustancia única. De un solo flujo del que debe derivarse un retrato auténtico. Mendoza borra las barreras tal como en otras artes narrativas se ha estado haciendo -pongamos por ejemplo a Sebald y a Bernie de Richard Linklater, por poner ejemplos disímiles. La intención parece apuntar a un mensaje que nos dice que la ficción es un continúo que refleja mejor así la verdad, al sumarle a lo verídico lo claramente ficcional. El mayor logro de Mendoza es que su mezcla sirve para entregar un retrato complejo de Silvio, un patriarca que sin dejar de ser monstruo concluye siendo el personaje fascinante sobre la que gira toda la narración.


Ver cómo se derrumba el mundo que Silvio creó, ver como ha quedado reducido a un viejo enfermo al que unos apenas temen y otros desprecian abiertamente. De eso se trata Tierra en la lengua, y en eso es exitosa. En lo que no resulta tanto es en agregar personajes que son novedad en estas narraciones, pero que no pasan de esperpentos -digamos mejor, prototipos- conocidos. Ciertamente su función es hacer que el tirano vea sus deseos carnavalizados, pero no añaden más. Del mismo modo se podía notar que en Tierra en la lengua, como ya ocurría en La sociedad del semáforo- los delirios rozan el mero exceso. Pero este par de puntos son irregularidades que en nada opacan la contundencia de la cinta, ni de su eje central. Y tampoco disminuyen la capacidad que tiene Mendoza para proponer un cine único y, nunca mejor usado el adjetivo, novedoso. Tierra en la lengua consigue conjugar una cinta que flota a salvo al realizar un balance entre lo documental y lo teatral, un balance que sostiene todo lo que cuenta.


La galería de monstruos y tiranos que ha asolado a América puede sumarle a Silvio como una criatura con todo mérito. Mendoza en una entrevista alude que en el germen de su proyecto este se trataba de una "venganza adolescente". Tierra en la lengua no es eso ya. Es un ejercicio que recuerda como la violencia y la muerte han sido constantes de la vida en nuestra América -y en nuestra Colombia en particular. El drama personal y la agonía dan una perspectiva inusualmente nueva sobre esa realidad. Sin ser una cinta tradicional, Tierra en la lengua convierte a Mendonza en heredero de esa tradición, sepulturero de la misma, y finalmente en su renovador. Volvamos a las costumbres odiosas para notar que lo que hace Mendoza es tomar una herencia, innegable y propia, y enfrentarla. Es indispensable tener coraje para hacerlo, y Tierra en la lengua lo tiene sin concesiones. Mendoza revitaliza el cine colombiano gracias a su valentía y a una postura coherente con una estética muy particular -no exenta de excesos, estética que re-inventa también una pesada herencia. Es importante que haya cine como el de Mendoza, y es importante ver Tierra en la lengua.



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