La teoría del todo
No hay debilidad más grande que realizar una cinta sobre una persona que excede las expectativas. Más si se combina esa historia con otra, la revelación de lo ocurrido en la trastienda de un personaje famoso, o de una celebridad. La teoría del todo conjuga ambas historias en una cinta correcta y cuya ambición se ve frenada por su apego al esquematismo. Relatar el primer matrimonio de Stephen Hawking no es el enfoque al que usualmente se le daría a un biopic de alguien tan reconocido. El director James Marsh decide concentarse desde el principio en la vida íntima del famoso científico y con ello hacer de sus famosas teorías los comentarios al margen que van apareciendo, ineludiblemente, a medida que el film avanza. La compleja relación de Jane Wilde, luego Hawking, y Stephen es el centro de la cinta, y en ese sentido Marsh tiene todo el derecho a ficcionar sobre esa relación, y en poner a un costado la opción obvia de centrarse en sus carrera científica -si bien la cinta no lo deja de lado absolutamente. Dicho esto hay que aclarar que La teoría del todo apenas consigue darnos indicios de la peculiar historia de amor de los Hawking, apenas nos da idea de las complejidades a que estas personas se enfrentaron al intentar mantener su relación con una enfermedad como la que sufría Stephen de por medio. La teoría del todo no consigue sino navegar superficialmente sobre el drama, delineándolo con cierta perspicacia, pero en últimas pasando por encima para cumplir con el esquema de recuento de momentos esenciales -ya fuera una fiesta de cumpleaños, la presentación de una tesis, etc. Aun teniendo en cuenta que el film presenta unas destacadas
interpretaciones de sus protagonistas y con un muy correcto trabajo en
su producción. Tan esquemático es que concluye por convertir una inusual historia de amor en una típica. La teoría del todo busca abarcar mucho más de lo que termina por mostrar al aferrarse a lo que telegráficamente puede condesar; el drama que debía surgir de los momentos concretos de la vida íntima no es fácilmente atrapable en la secuencia de postales, valga la exageración.
Marsh basa su cinta en el libro Travelling to Infinity: My Life with Stephen de Jane Hawking. Si bien no se trata de un recuento totalmente apegado a lo que el mismo libro cuenta, Marsh condensa toda la relación que surge entre Jane (Felicity Jones) y Stephen (Eddie Redmayne), alterando la cronología de eventos con miras a una evolución dramática. Así, y a pesar de que desde el inicio Stephen muestra ya algún que otro síntoma de la enfermedad que lo aqueja, ambos comienzan inocentemente su romance creyendo en un brillante futuro hasta que llega el diagnóstico. La esclerosis lateral amiotrófica, le dice el doctor anónimo de rigor a Stephen, tiene una expectativa de vida de dos años. Esto no será obstáculo para que Jane persevere en su amor. La pareja se casa y tiene su primer hijo. Los años pasan, nace un nuevo niño con las expectativas más que superadas. Stephen ya se ha graduado y ha postulado algunas de las teorías que más tarde lo convertirán en un icono pop de la ciencia. Con los años la enfermedad ha avanzado lentamente, Stephen ya postrado definitivamente a su silla de ruedas. El idílico matrimonio que nos narra secuencias que imitan la cinta 8 mm ya no lo es tanto. Para Jane el cuidar a un enfermo y sus hijos ha derivado en la monotonía, supongo un tanto yo porque en la cinta no es muy claro. En busca de ayuda Jane se inscribe para cantar en el coro de la iglesia donde conoce a Jonathan (Michael Cox). Pronto Jonathan hará parte de la casa de los Hawking y será evidente el posible affaire de él con Jane. Los problemas se multiplican. Tras una traqueotomía, Stephen pierde la capacidad de hablar, lo que obliga a los Hawking a contratar a Elaise (Maxine Peake) como enfermera. Este suceso, junto con el nacimiento del tercer hijo, pondrá un fin parcial a la posible relación entre Jane y Jonathan. Pero ya todo ha cambiado, sigo suponiendo. La aparición de Elaise y Jonathan, el desgaste de los años y la enfermedad ham afectado la relación de los Hawking irremediablemente. Casi con la publicación de Una breve historia del tiempo en la cinta se da pie a la escena del divorcio más idílico de todos los tiempos -sigo la cronología de la película. Los Hawking se separan, Jane se casa con Jonathan, Stephen con Elaise. El resto se puede conocer por Google -del mismo modo que lo que cuenta La teoría del todo. Con una coda de reconciliación al aceptar un honor de la reina Isabel II finaliza el film, como para darle un final feliz.
Marsh evita hacer otro típico biopic de superación, pero no consigue infudirlo de verdadero drama. Al condensar toda la relación el director se aboca a hacerlo por medio de unos esquemas que imponen un estilo telegráfico a la cinta, una cuestión que, repito, impide que surja el drama, que apenas figura en La teoría del todo. Delinear un drama es muy distinto a experimentarlo, o a narrarlo. El sufrimiento de la enfermedad y los problemas que conllevó para la relación de amorosa de Stephen y Jane no se resumen solamente en un par de escenas. Enunciar una problemática no es lo mismo que darle expresividad en el audiovisual, o que contarla si seguimos la conservadora fórmula que rige a La teoría del todo. Marsh sabe evadirse de la sentimentalización fácil de la relación, si bien no así con la enfermedad misma de Hawking. Se evade demasiado, me siento tentado a escribir. Finalmente la cinta lo que hace es apuntalar la figura pop científica que es Hawking, sin la irreverencia y facilidad de comunicación que lo caracterizan. El tratamiento subraya el idilio inicial y apenas permite entrever el modo en que su relación se fue deteriorando. La teoría del drama es un frustrado drama que resume con facilidad toda una vida, pero fracasa en poner en imágenes el drama mismo. Es una correcta cinta y también es una oportunidad perdida.
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