Birdman (o la inesperada virtud de la ignorancia)



Un par de actores recitan la historia de un idiota con ruido y furia que nada significa en Birdman. Pero no soy exacto, exagero y distorsiono. Solamente uno, un personaje anónimo, un espejo del otro, lo hace en medio de una noche para un público invisible, tratando de no exagerar. El otro, su protagonista, es el espejo de ese personaje. Es otro mal actor que vive un espéctaculo que vuelve concreto la esencia de aquellos famosos versos. Birdman es una cinta que literalmente traduce el famoso monólogo de Macbeth de un modo delirante, chato y literal. A pesar de su carácter cómico, es serio -hasta solemne- el talante del film al contar el esfuerzo del protagonista por montar una obra que lo revitalice; no en vano vemos una película de Alejandro González Iñarritu, tan acostumbrado a los escenarios desesperados. Una vida más que se pierde entre ruido y furia. Birdman plasma el mundo de un actor en crisis, un mundo en el que se está derrumbando alguien que quiere demostrar que todavía tiene mucho que ofrecer. Riggan Thompon, el actor en cuestión, busca una nueva aprobación que lo haga trascender, ser reconocido como ave fénix que renace de sus cenizas. Esta excusa sirve de punto de partida para experimentar el delirio del mismo Thomson, actor fracasado y exitoso a un tiempo. Sumergirnos sin distancia y sin empatía en los días vertiginosos en que se prepara y se estrena la obra que supone poner de nuevo en primer plano al protagonista es el centro narrativo del film. La cinta lo consigue de un modo acrítico y vívido. Se trata de una pieza inventiva, aunque se regodee en clichés,  que nos produce una sensación emocionante. Birdman es al mismo tiempo un animal extraño y un ejemplar fácilmente reconocible. Solamente sátira en su superficie, el film es más bien un patético y humorístico canto de cisne de un actor en crisis.

 
Riggan Thomson (Michael Keaton) monta su propia versión de De qué hablamos cuando hablamos de amor de Raymond Carver -una suerte de mosaico de relatos del autor bajo el título de una de sus colecciones, es lo que uno tiende a suponer viendo la película. Thomson escribe, produce y dirige un esfuerzo con el que desea reivindicarse ante el mundo cultural y ante el público. No va muy bien, sin embargo. El dinero escasea por lo que Jake (Zach Galifianakis), su agente, lo hace ver de sus estrecheces y la necesidad de éxito, la relación con Laura (Andrea Riserborough), actriz de la obra, se ha enfriado por lo que ella le cuente que puede que tengan un hijo no es una buena noticia, menos teniendo a Sam (Emma Stone) como asistente luego de salir de rehabilitación con una actitud de claro reclamo porque Riggan nunca fue un padre ejemplar. El accidente que saca un actor que para Riggan no es más que un punto flaco no se convierte del todo en buena noticia siquiera, a pesar de que Lesley (Naomi Watts) hace venir al famoso Mike Shiner (Edward Norton) en su reemplazo. Pronto Shiner demuestra ser un tipo complicado que puede hacer lo impensable en escenario. La redención que para Thomson da la obra tanto privadamente, por ejemplo con su ex-esposa Sylvia (Amy Ryan) y con el público depende de la opinión de la crítica teatral del New York Times, Tabitha Dickinson (Lindsay Duncan), una persona que parece no muy proclive a dar elogios para un actor que se hizo una celebridad encarnando a un ridículo superhéroe veinte años atrás. El colmo de todo este enredo es que la voz del personaje, el mísmisimo Birdman que lo hiciera famoso, lo acecha como una especie de conciencia diabólica que ridiculiza su intento por ser ahora un actor de teatro serio y haber abandonado las mucho más rentables cintas de superhéroes. Falta poco para que el pobre Riggan se vuelva loco. El espéctaculo carnavelesco de la preparación y el estreno mismo de la obra es el lapso de tiempo que recrea la cinta con un armazón excesivamente trabajado, ¿deliberadamente teatral?, por el que desfilan todos esos personajes que van de la caricatura al esperpento. Birdman, eso sì con indudable deliberación, evita concentrarse en la obra misma que se está montando y se concentra en el show de entretelones. Prefiere sumirse en la alucinación que para Thomson es esta serie de días e imitando una suerte de fluir de conciencia recrea el tiempo del actor en que va cediendo al delirio. Birdman construye el retrato, distante y con poca simpatía, de un actor enloquecido; construye además un sueño largo, delirante y fatigoso.


Es bueno anotar que González Iñarritu ha sido, a pesar de todo, un cultor del melodrama trágico, y de un modo tortuoso y enrevesado Birdman es un nuevo ejemplar en el que maneja el género con genialidad. De igual manera que en sus films anteriores, el director mexicano explora historias en las que un mundo emocional rezuma a flor de piel, casi que histéricamente, con la diferencia que casi nunca simpatizamos con el Riggan Thomson de hoy. Aunque los temas no se encuadren con su modelo, González Iñarritu tiene una afinidad con el melodrama, cuando no directamente con el culebrón telenovelesco. En Birdman ese enfoque todavía está presente, si bien la relación se ha vuelto más compleja. Por un lado Thomson tiene aparentemente habilidades inexplicables en nuestro mundo, flota en el aire en el primerísimo plano de la cinta, ¿o acaso solamente alucina?. La respueta de la cinta es ambigua, lo que ha hecho que más de uno hable de realismo mágico. Por otro la cita de Carver alude a lo que se dio en llamar realismo sucio. Birdman no es ninguna de las dos. O bien, puede tener elementos de ambos que para su director son necesarios para crear todo ese delirio por el que atraviesa su protagonista. El objeto central de la cinta es el modo en que toda esta situación afecta a Thomson, emocionalmente en particular. Y como en todo melodrama el sentimiento exuda en todas partes, casi que histéricamente, para defender esa necesidad que en una entrevista el director ha señalado es necesidad de amor. En este punto resulta interesante notar una escena en que Thomson se enfrenta con Tabitha, la crítica despiadada que quiere que su obra fracase por despreciar lo que Thomson representa. Thomson recrimina a  Tabitha por intentar ponerle a todo etiquetas; ustedes los críticos, parafraseo de memoria, lo único que buscan es ponerle nombres a todo, pero se olvidan de esto, y entonces sostiene una flor como para mostrar que es un objeto irreductible y no puede ser etiquetado -creo no equivocarme al decir que la flor es una flor de plástico. Uno se siente tentado a pensar que el mismo director ha tomado a su personaje por portavoz, aunque lo desvirtue en otra entrevista muy oblicuamente. Me sorprende la importancia que se le otorga en Birdman a los críticos, casi que vital para el éxito de la obra. Más cuando en la misma cinta, tras una embarazosa caminata en calzoncillos por plena  avenida el mismo Riggan Thomson se haya vuelto un fenómeno viral en la red. Después de mostrarle uno de los videos colgados en la red, Sam le dice a su padre, con mucha razón, que eso es poder. Probablemente hoy la internet con sus reacciones al instante en Twitter, Facebook, o sitios como IMDB tiene un poder mayor que cualquier crítico de las publicaciones convencionales. La cinta cae en cuenta de una transformación de la realidad que afecta también el modo en que se promueve, y también se mercantiliza, al arte y a la cultura. Pero en su línea dramática esto no es sino un comentario al margen, superficial, como la sátira misma frente al mundo del espectáculo. En buena medida se trata del seguimiento del molde del esquema melodrámatico que necesitaba antagonistas para crear un conflicto, malquerientes que se opusieran al (anti)héroe. Por el momento he de mantener mi etiqueta, si bien es cierto que una cinta en particular es diferente de cualquier otra cinta. Es irreductible así uno la encasille para facilitar su identificación. Birdman es un melodrama histérico delicioso, aunque no sea tan bueno cuando es una sátira.


Es imperioso escribir sobre ese logro que es esa imagen sin cortes que finge un fluir de conciencia en Birdman. El gran protagonista de la cinta es el director de fotografía y camarógrafo Emmanuel Lubezki que, junto con una producción muy rigorosa desde la concepción del guión, produce la sensación de ser un largo plano-secuencia ininterrumpido. La perspectiva casi siempre móvil que gira en los estrechos corredores y camerinos del teatro St. James en la mayoría del metraje provoca la sensación de un sueño alucinante y opresivo. Sueño que acompaña la música de Antonio Sánchez con un constante golpeteo, a veces indistinguible, o a veces reconocibles fragmentos de sinfonías de Mahler, Tchaikovsky y Rachmaninoff. Casi que Birdman simula un universo paralelo en el que el cómico y doloroso vagabundear de Thomson por el teatro del mundo. El teatro del mundo. Uno puede ociosamente relacionar a Birdman con el teatro del siglo de oro español. Desde el juego del teatro en el teatro hasta el virtuosismo de esa cámara que continuamente se utiliza como una extensión de la mirada, Birdman es una cinta barroca que condensa preocupaciones actuales y que repite, probablemente de modo involuntario, una tradición. El mismo hecho en que fantasía y realidad se vuelvan una sola para concluir en una especie de reflexión metafísica está presente en Birdman. Claro está, las diferencias entre las obras del siglo de oro y la cinta de González Iñarritu evidencia que la historia de hoy es la de alguien más abiertamente escéptico y cuya deseada trascendencia más parece un deseo egoísta por mantener su estatus de celebridad. Birdman es cruel con su personaje y hasta en eso se parece a sus antepasados españoles -claro que la de González Iñarritu tiene su dejo sentimental. Traigamos acá a colación la metanarración, que fácilmente se ha identificado en la cinta, partiendo desde la escogencia de Keaton para interpretar al actor que ganó fama mundial por hacer de superhéroe alado. Más que eso la presencia de Keaton constituye un acierto al dar con el tono perfecto para ese personaje fuera de lugar que busca redención creyendo en su valía. Es bueno ver  otros funcionamente de esa misma metanarración que se incluyen en Birdman como puro juego, y en eso la cinta es genial. Pongamos por ejemplo a la música de Sánchez que en dos escenas pone en escena a un baterista, en una como un músico incidental en la calle, y en otra que es parte del delirio mismo -o del subrayado del director que nos recuerda que esto no es más que un espectáculo. La música y la cámara son dos ejemplos del modo en que González Iñarritu ha construido el universo de Birdman, un mundo de arabescos como el barroco cuya relevancia radica en ser formas de construir la experiencia de realidad de Riggan Thomson. Es una suerte de barroco expresionista para añadir otra etiqueta. La cinta es fantástica cuando es lúdica y quizás no lo es tanto cuando se torna dramática o cuando tuerce demasiado hacia la farsa. El delirio en que Thomson vuelve a ser Birdman y vuela por las calles de Manhattan es un momento feliz que contrasta con la patética realidad de entretelones que debe soportar -el realismo "sucio" de su nuevo proyecto. Ambos se complementan bien hasta que se procura analizar el detalle de la sátira. Sin embargo, y en favor de la cinta, hay que resaltarse que si el objetivo es hacernos expermentar un mundo desde la perspectiva de un actor, una sátira afilada y distanciada quizás no corresponda con la historia que contamos. Curiosamente, eso sí valga señalar, cuando González Iñarritu se deja llevar por la fantasía torpe de su protagonista regala secuencias mucho más originales que en otros momentos dramáticos que uno cree ya haber visto en otra parte.


Ya sabíamos entonces que la vida es una ilusión, que la vida es sueño. Las máximas de ese teatro antiguo se actualizan modestamente en Birdman. Ya no tendremos la trascendencia metafísica de ese teatro antiguo, sino el melodrama concreto de emociones desesperadas de unas pequeñas criaturas abandonadas. En la cinta de González Iñarritu la trascendencia casi que es un macguffin que sirve para crear el retrato del protagonista, que sirve de excusa para el delirio. Birdman recrea la mente de su personaje sin trascender su perspectiva. Se aferra en ella y con esta consigue sus logros y dibuja sus falencias. Por tal motivo lo que tiende a ocurrir es que la crítica que podría postular el film, o la que algunos desean ver como crítica, se achate irremediablemente y se ajuste a los intereses de estos mezquinos personajes.  Los grandes logros de la cinta también marcan su medida. Repito entonces que la cinta pone en pantalla una vida en crisis de alguien que desesperadamente lucha por no hundirse. En la cinta no sólo a Keaton lo podemos asociar con la situación de Riggan Thomson, sino al propio director -que de hecho lo hace en la entrevista del enlace de arriba. Para mí en todo caso se trata de la mejor cinta del mexicano. Una cinta ambiciosa que no vuela alto para poder compartir con su (anti)héroe sus dolencias y fatigas, y que vuela mejor cuando evita la intelectualización. Birdman es el feliz derrumbe, histriónico, de un actor no muy relevante. El film es un retrato perfectamente vacío que quizás exagere la importancia de ser exitoso. En conclusión: un delirio divertido, un retrato certero, una crítica superficial, tres etiquetas que calzan bien para esta entrenida cinta.



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