Babadook



¿Qué nos aterroriza hoy? Si comparasemos las versiones antiguas de los conocidos cuentos de hadas con las actuales, podríamos notar el modo en que estos cuentos han sido despojados de su horror y crueldad originales. Paradojicamente hoy no se nos ocurre relacionar a esas historias fantásticas con los cuentos de horror. El Babadook es una suerte de cuento de hadas antiguo, con toda la sabiduría que esto entraña. El debut de la directora australiana Jennifer Kent es un soberbio drama horrible que no juega a los típicos sobresaltos, sino que lo apuesta todo por el terreno más ambiguo de la exploración psicológica. Carente de las usuales criaturas sobrenaturales que acechan a sus víctimas, o de la fascinación por el gore, el Babadook crea cuidadosamente un mundo cerrado cuyo terror surge de los conflictos reconocibles de nuestra humanidad. Es muy probable que el género del terror nos haya anestesiado a la hora de ver un film como el de Kent. Estamos más pendientes del efecto instantáneo que de la significación que implica el relato. El Babadook vuelve a reclamar un cine de terror como espacio donde se pueda abordar con lucidez las problemáticas de sus personajes. El terror que produce el film quizás ya no lo entendemos, ya que se ha dado por dividir la fantasía en una áridamente inofensiva y en otra de un horror reiterativamente irracional. Los cuentos de hadas antiguos no hacían tal distinción, ni tampoco la hace el Babadook.

 
Amelia (Essie Davis) vive con su hijo Samuel  (Noah Wiseman) en un deprimente aburrimiento. Samuel es un niño difícil con carácter observivo, Amelia es una mujer que vive consumida por el dolor de la pérdida de su esposo, Oskar (Benjamin Winspear). Precisamente Oskar murió cuando llevaba a Amelia para que diera a luz a Samuel. La relación entre madre e hijo nunca ha sido sencilla. Prácticamente solos han tenido que conformarse con vivir el uno con el otro. La cuestión se complica cuando, de la nada, surge el Babadook, un aterrador libro infantil que promete la llegada de un monstruo que acabará con todas sus ansias de vivir. Los días se transformarán en la insufrible e insatisfactoria vida diurna y en el insomnio lleno de monstruos de la noche. Amelia se irá deteriorando y la sobrenatural presencia del Babadook se irá haciendo visible para que de pie a crímenes. La cinta nos embarca desde la primera imagen en una pesadilla terriblemente lúcida que, con todo lo que pueda deberle al cine y al género de terror, tiene algo que decir sobre sus personajes y sobre las más esenciales relaciones humanas.


Es de destacar la realización del Babadook. Ingeniosamente la cinta combina un escenario en que conjuga la perspectiva de los libros para niños con los de un guiñol macabro. Desde la misma casa escogida como principal locación hasta el cuidado tono de colores fríos y claroscuro de la fotografía, el Babadook sobresale como la pieza de un artesano experto -algo más elogioso si reiteramos que se trata del primer film de Kent. La atmósfera, que tiene tanto de fábula como de pesadilla, recubre el desarrollo del drama psicológico de Amelia. Excepcionalmente lo humano se conjuga con lo sobrenatural en el Babadook, que tiene un acertado tratamiento artificial con notoria influencia del expresionismo alemán. De hecho, Kent demuestra una habilidad para conjugar múltiples influencias cinematográficas. Un ejemplo vale para demostrarlo: aterrada en las noches Amelia mira televisión para ponerle raya a sus temores. A veces, sin embargo, la derrota el cansancio. Sin que sepamos muy bien si es sueño o no, Amelia observa una película de Mèlies, o de alguien que lo imita perfectamente. Entre las imágenes del film se escurre el Babadook, Amelia trata de despabirlarse de ese sueño. Pero la criatura vuelve una y otra vez. No soy el primero en notar que el Babadook hubiera sido un perfecto personaje para una cinta de Mèlies. Kent sabe re-usar la tradición cinematográfica y adaptarla a su mundo personal como ya haría de manera también magistral David Lynch en su ópera prima, Eraserhead. Los sueños y la realidad son uno solo en Babadook, lo irracional convive y nace de lo racional. El relato que cuenta esta cinta va en contra de un cine de terror que ha convertido a lo sobrenatural en pretexto para alimentar efectos momentanéos, una posición en que superficialmente se intelectualiza lo incomprensible y se le reduce a lo meramente irracional. En el Babadook lo sobrenatural hace parte de un mundo reconocible y se hace un esfuerzo, además, por comprenderlo.


Ciertamente es inusual realizar una cinta de terror con un enfoque tan marcado en el drama humano. El conflicto entre madre e hijo es el centro sobre el que gira la cinta. A su manera, el Babadook puede ser visto como una versión contemporánea en clave de terror del magnífico cuento de Juan Rulfo, La herencia de Matilde Arcángel. La cinta plantea esta problemática para ahondar en cómo trastoca las típicas relaciones madre-hijo, pero también como una suerte de cinta terapeútica que exorciza demonios. Con acierto A.A. Dowd nota que la cinta tiene esa cualidad terapéutica. Este rasgo se transforma en un triunfo de Kent en la medida en que la mayoría de cintas de terror fracasan en hacer del monstruo, o demonio, algo más que  el hacedor de maldades. En este tipo de filmes suele haber un descenso en la tensión una vez se revela al malhechor, una entidad malvada sin matices en la mayoría de los casos. Tanto así que a los realizadores se les obliga a que la cinta haya tenido que producir tensión tal que el desenmascaramiento final del monstruo se convierta en una liberación. El Babadook funciona de un modo un tanto distinto, ya que la revelación tiene una función en el drama central de los personajes. Lo sobrenatural en la cinta de Kent es una encarnación que tiene relación directa con el drama, y por eso se humaniza de una manera mucho más contundente al monstruo. En ese medida vale preguntarse hasta qué punto el Babadook emociona a los amantes de este tipo de cine hoy. El Babadook es una cinta en la que horror no sustrae, por otrar parte, pasajes de humor grotesco, y en la que su efecto no está tan mediado por lo que aparece en pantalla, sino por las asociaciones que provoca, como también por lo que revela de la naturaleza del ser humano. Posiblemente esto último se dice de muchas cintas de terror, cuando solo se las juzga en su superficie. En el Babadook la superficie y el fondo nos conducen a un mismo sótano; su revelación no busca aprobación, es el corolario inevitable de la historia que cuenta.

 
Volvamos a la pregunta inicial ahora, ¿qué nos aterroriza hoy? A diferencia de las rentables cintas de terror que desfilan cada año, el Babadook prefiere una narración en la que monstruo tiene una explicación más plausible, aun cuando conserve el elemento sobrenatural. Evidentemente es más fácil fabricar una historia en la que el mal tiene una explicación metafísica, o se trata de algo meramente irracional. Hay mayor horror, si se medita, en el mal que tiene una motivación -así sea bastante retorcida. El Babadook indaga sobre el malestar que produce el crimen, sobre sus causas. Es como si nos enfrentasemos a las noticias de crónica roja inmersos en el delirio, y ya no con el salvavidas de una criatura fantástica que ha de convertirse en chivo expiatorio. No digo nada nuevo al afirmar que las criaturas sobrenaturales fueron creadas para soportar el horror del crimen y de actos que juzgamos como horribles. Con todo esto hay que subrayar también que la cinta es tanto un drama aterrador como una suerte de terapia de reconciliación. Esta fábula tiene también fe en que incluso podríamos cohabitar con esos monstruos. A la usanza de los viejos cuentos de hadas, repito. La cinta no niega el mundo irracional que nos rodea, sino que lo utiliza para crear un relato sublime y atemorizante. Es toda una revelación la cinta de Kent, una pesadilla lúcida que sabe narrar, como casi nunca se hace, la conflictiva relación de una madre y un hijo. Un logro nada menor.


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