Selma

 
El pasado sábado se conmemoraron 50 años del Domingo Sangriento (Bloody Sunday) en Selma, Alabama. La brutal reacción de la policía para reprimir la marcha de distintos activistas de comunidades negras en favor de una igualdad en el derecho al voto visibilizó la inequidad que sufría un sector de la población de EEUU. Estas movilizaciones produjeron, entonces, un impulso a la ley que dió igualdad en el voto a los ciudadanos del país norteamericano. Selma es una revisitación de ese hecho histórico. No es solamente una cinta que busca recrear la Historia, sino que también procura ejercer una posición activa en el debate político actual. De hecho, la situación de los derechos civiles en EEUU vuelve estar bajo escrutinio tras los asesinatos de varios ciudadanos negros por policías en hechos confusos,  y tras la decisión de la Corte Suprema de EEUU por limitar el acceso al voto, restrigiendo precisamente la ley que se originó tras estas protestas. Todo esta información es necesaria para entender los alcances de un film como Selma. El tercer largometraje de la directora Ava DuVernay reconstruye las marchas que tuvieron lugar a principios de 1965 desde la población de Selma hasta la capital del estado, Montgomery (solamente la última de las 3 llegó hasta la capital). Se trata de un film ingenioso y astuto que sabe ofrecer una luz aguda sobre el modo de actuar como político de Martin Luther King Jr. Sin santificar a su protagonista, DuVernay configura el retrato de un hombre en su faceta pública y privada, al tiempo que observa los mecanismos del juego político desde uno de sus bandos. Relativamente plana -con deliberación- y desigual, Selma es un jugoso ejercicio que plantea un aguda revisitación de un hecho histórico no muy representado en la filmografía de EEUU.


Selma es una cinta que tiene una posición política clara, es una especie de documento político sobre un hecho histórico. En ese sentido, debe entenderse el modo en que se acerca a la Historia. La cinta comienza con los preparativos con que Martin Luther King Jr. (David Oyelowo) se apresta a recibir el premio Nobel de la Paz en 1964. Junto a su esposa Coretta (Carmen Ejogo) habla de lo que hubiese sido su vida al margen de la agitación pública de su activismo. Luego, como si fuese una narración lineal, vemos a 4 niñas negras morir producto de una bomba puesta en una iglesia. El atentado ocurrió en realidad en 1963, pero para los efectos del discurso que DuVernay quiere enunciar, y para enfatizar el dramatismo, es mejor re-ordenar la Historia. El resto de la cinta se concentrará en la preparación y el desarrollo de las marchas que tuvieron como epicentro la población de Selma. Desde los intentos con los que King intenta persuadir al presidente Lyndon B. Johnson (Tom Wilkinson), deseoso por volcar sus esfuerzos políticos en otros aspectos, hasta los mitines de las distintas organizaciones que abogaban por igualar los derechos. DuVernay no idealiza a King ni como persona, ni como político. Por ello, King y otros líderes escogen deliberadamente a un estado como Alabama y una población como Selma. Saben que el alguacil Jim Clark (Stan Houston) y el gobernador George Wallace (Tim Roth) son propensos a usar la violencia sin contemplaciones (la violencia es una forma de visibilizar la inequidad que soportaba la población negra). King, por otra parte, no es un hombre perfecto, y de hecho en el film se muestra como sus infidelidades fueron usadas como armas para desestabilizar su hogar. Es importante en este punto acotar que, si bien King es el protagonista, la cinta es clara en mostrar que no era el único líder de los movimientos, y que entre los mismos grupos habían divergencias sobre el modo de actuar.  Selma es, en parte, una indagación de como se mueven fichas para llegar a resultados en política. Con todo lo abstracto que pueda sonar, DuVernay configura una narración que, con un claro fin político, narra una ficción emotiva; si bien, alejada de los recursos fáciles que explotan los dramas emocionales. El film es más una celebración de la lucha por los derechos civiles que un bio-pic de un líder intachable, entendiendo aquí que la perspectiva que vemos es primordialmente la de los activistas de las comunidades negras. La cinta es, en conclusión, una forma de refrescar la memoria sobre un episodio, de humanizar a los ídolos, y de indagar como el juego político interfiere en el desarrollo dramático de las marchas y las reacciones violenta para reprimirlas.


Es bueno obsevar aquí que en Selma impera el tiempo presente. Los eventos suceden con una sensación de inmediatez y cercanía, con lo que la cinta se aleja de ese tipo de filmes que solamente quieren ser reconstrucciones históricas.  Uno de los logros de la cinta radica en mostrar algo que parece estar siendo registrado hoy, y en imponerle la urgencia de un testimonio angular en la historia estadounidense. La directora es hábil en hacer confluir la vida personal de King con una revisión de los hechos políticos entorno a la marcha, así como en la puesta en escena del Bloody Sunday. Hay un balance perfecto entre unos y otros para alimentar el objeto de la cinta, no tanto para hacer un retrato de Martin Luther King, como una radiografía de los eventos de 1965. No es Selma, eso sí, una revisitación del tipo que ha hecho Oliver Stone sobre figuras políticas de la segunda mitad del siglo XX. Glenn Kenny acierta al suponer que la cinta de DuVernay es afín al Ché de Steven Soderbergh. Un film que, aunque no lo parezca, escapa a la convención y a la etiqueta. Es una suerte de mezcla entre la fidelidad a los hechos desprovista de todo efectismo -y, por ejemplo, Stone era dado a usar demasiados efectos en sus cintas-, pero al mismo tiempo se trata de un agudo retrato que busca las motivaciones para que individuos o colectivos perseveren en distintas empresas, se trata de buscar las reglas de juego -siempre tácitas- que dominan lo que llamamos política. En esa medida, la cinta de Soderbergh como la de DuVernay, evitan las convenciones del film histórico; dan pie, más bien, a las de un film político. ¿Es este el anuncio del surgimiento de un cine político de EEUU? Prematuro sería afirmarlo, y hace falta ver que tan posible es ello en la ficción dentro de la industria estadounidense. Selma podría ser el comienzo de una variante peculiar del cine político, claro está, ya no bajo el signo de Costa-Gravas.


Ineludiblemente el modo en que se recrea el Bloody Sunday es crucial para un film sobre lo ocurrido en Selma. En su primera marcha al tratar de cruzar el puento Edmund Pettus los marchantes fueron violentamente sofocados por la policía del condado. La cinta muestra la secuencia con ciertos toques líricos, parte de planos cenitales y pasa luego a unos que en cámara lenta muestran la violenta acción de la policía sobre los manifestantes que huyen entre la niebla que producen los gases lacrimógenos. David Denby elogia la secuencia comparándola con algunas de Pudovkin y de Eisenstein. Una comparación que desfavorece a Selma, si tenemos en cuenta que algunas de las secuencias de los cineastas rusos mencionados son de las más brillantes de la historia del cine. La secuencia que nos presenta hoy DuVernay es emotiva y correcta, pero está lejos de la plasticidad y contudencia de la secuencia de las escaleras de Odessa en El acorazado Potemkin. La directora usa recursos de nuestro tiempo para enfatizar la barbarie, más confiada en el hecho filmado que en la capacidad expresiva visual; en otras palabras, en las diferencias entre Eisenstein y DuVernay reside el abismo entre poéticas opuestas. En la secuencia de Selma, por lo además, la presencia de los medios y, por ende, de los espectadores, es vital. De un modo que ya es corriente en el cine, lo que es televisado pasa a ser visto por una multitud de espectadores, que al unísono responden ante la inmediatez del hecho. Los medios como caja de resonancia y como elemento de comunicación absoluto. DuVernay tiene fe en el efecto de los medios, como lo tuvo, según la película, el mismo Martin Luther King, al notar que la violencia en pantalla iba a dar el traste la violencia invisible que había sufrido la población negra durante décadas. Esa fe, claro, tiene también un elemento acrítico. Los medios son vistos en el film como meros transmisores -y por supuesto, no son solamente eso. De cualquier manera, el film evidencia que, por la sagacidad de los activistas, los medios son usados como instrumentos con fines políticos para producir un efecto: acelerar el trámite de la ley que les dio igualdad a la hora de votar. Es interesante acotar aquí que la fe de DuVernay es, a su vez, reflejada con la película misma. Selma es un modo de visibilizar la injusticia y de mover a la acción; se trata, en otras palabras, de un clamor del pasado que alude al presente también. No es un film único en ese respecto. La reciente Fruitvale Station cuenta la desoladora tragedia del asesinato de un ciudadano negro en la estación de tren del mismo nombre en San Francisco. Lo que estamos presenciado es como el cine se vuelve instrumento para ser testimonio de una historia que no siempre redunda con la oficial.


En definitiva, Selma se constituye en la revisitación de un episodio luminoso y sórdido de la historia de EEUU, y a un tiempo en un llamado a la acción de acuerdo a la conyuntura que hoy vive este país. No es un detalle menor notar que hasta ahora Martin Luther King no había protagonizado una cinta de tanto presupuesto en EEUU. La realización de Selma puede ser leída tanto como señal de cambio, como indicio del conservadurismo que ha imperado, en líneas generales, en el cine comercial de ese país. Más que una convencional biografía, la cinta apunta a un episodio concreto para analizar el modo en que ocurrió, y para implicar de éste una posición frente a la actualidad. La directora no solamente buscaba mostrar la derrota de una palpable injusticia, sino quería indagar el mecanismo tras ese suceso. El contraste con los recientes casos de violencia elevan una sombra de duda de lo que parecía terreno ganado en cuanto a derechos civiles. Repito, el film es también llamado la acción. El convencimiento con el que el film nos persuade de la necesidad radica, por otra parte, en evitar la santificación y el sentimentalismo fácil sobre aquellos que protagonizaron estas protestas. La sobriedad y el tono neutro imperan en toda la cinta, con la excepción del final, excesivamente jubiloso quizás. El optimismo de la conclusión tiene tanto de celebración de ese éxito pasado, como de anhelo sobre lo que no ha ocurrido todavía. La cinta puede ser leída como comentario sobre el EEUU de hoy, comentario que pone el dedo en la llaga, pero que confía en que la transformación pronto se mateliarizará. Han pasado 50 años después de estos hechos, sin embargo, y solamente con el tiempo veremos los resultados. Dicho esto, en nada reduce la realidad al ejercicio interesante de indagación en que se constituye este film. No está de más terminar acotando: al cine le hacen falta cintas del estilo de Selma.



Comentarios

Entradas populares