Vicio propio (Inherent Vice)


Ir al cine se parece a ciertas ilusiones. Las imágenes y sonidos son sombras y fantasmas, son como rastros que iluminan en la oscuridad algo que quizás ya sentíamos, pero que hasta entonces no habíamos podido enunciar. De hecho, hay películas que se especializan, más que afirmar una historia, en sugerirnos una sensación por medio de una atmósfera. Al concluir la proyección podemos decir, con palabras, que una película nos ha provocado un sentimiento en particular. Nostalgia, añoranza, saudade, o alguna otra palabra que quizás no ha sido creada para nombrar ese específico sentimiento de melancolía sobre lo perdido es lo que yace tras Inherent Vice, traducida como Vicio Propio. Una sensación que uno descubre cuando nota que lo que perseguía no era sino una ilusión. Un fantasma que con el tiempo se ha ido desvaneciendo, poco a poco. 1970. California. Las revoluciones que se promulgaban en los 60 agonizan, quedan únicamente sus caóticos rastros en un mundo todavía más caótico. El mundo ideal para el desesperado romanticismo de un detective. Gracias a la genialidad de Thomas Pynchon ese detective es un hippie que, mal que bien, procura seguir fiel a sus costumbres, bajo una nube de sustancias que lleva años fumando. Inherent Vice es la primera traducción de una obra de Pynchon al cine. Un sobresaliente ejercicio que no es simplemente fiel al espíritu de la novela, sino que también procura un adictivo placer, a la vez hipnótico y delirante. El film es un glorioso delirio que consiste en seguir a su protagonista por un frenético deambular de lo que resulta una conspiración enrevesada. El detective, casi sin querer, resuelve los casos que le encomiendan, si bien lo que lo aqueja y lo embebe es la melancolía. Es lo que nos ha sucedido a todos, presumo. Ya sea al tratar de retener un tipo de vida ya inexistente, o al aferrarse al recuerdo de un amor perdido, Larry "Doc" Sportello transpira, en su desubicación, una sincera tristeza. No hemos de esperar compasión, sin embargo, para el alucinante y cómico mundo que habita "Doc", aunque sí una suerte de cariño por las peculiaridades de quien uno ha conocido. Hay una amargura inevitable en Inherent Vice, una que se mezcla con su vitalidad, con su humor y con su ternura. Pocos directores se le habrían medido a la tarea de adaptar la prosa de Pynchon. Paul Thomas Anderson adapta una novela más bien breve, comparada con otras del mismo autor, de forma magnifica. El resultado es una cinta con una atmósfera palpable, la de anhelos rotos y de amores perdidos, la de estrambóticos personajes que todavía palpitan por ilusiones que se les han escapado.


En la penumbra de su bungalow, Larry "Doc" Sportello (Joaquin Phoenix), hippie e investigador privado, recibe la visita de su ex-novia Shasta Fey Hepworth (Katherine Waterson). Ante la inminente posibilidad de que su actual novio, el millonario empresario de bienes raíces Mickey Wolfmann (Eric Roberts), desaparezca por una conspiración de su esposa Sloane (Serena Scott Thomas) y su amante Riggs (Andrew Simpson), Shasta acude desesperada por sus servicios. "Doc", todavía enamorado, se apresta a tomar el caso. Apenas comienza las averiguaciones se le encarga que investigue otra desaparición. Hope Harlingen (Jena Malone) sospecha que la supuesta muerte de su esposo, Coy (Owen Wilson) -famoso saxofoxinista de una banda de rock- es un engaño. Las soluciones a ambos casos llegan por caminos inesperados. En particular para "Doc" que coincidencialmente tropieza con cada una de ellas. Cada nueva escena plantea información que complica lo que sabíamos, que la contradice, o que le da un giro inesperado. Es fácil confundirse si uno lo que espera de Inherent Vice es la lógica fría y clara de la que carecen los teorías conspiratorias y los crímenes reales. La investigación de "Doc" es todo lo opuesto a lo que esa especie de contricante y compañero que es el policía Christian "Bigfoot" Bjornsen (Josh Brolin) desearía que fuera, un policía que odia los hippies, es dominado por su esposa y conjuga su trabajo con roles como extra en la televisión.  Como "Bigfoot", todo interlocutor con el que se topa "Doc" es una caricatura y un personaje con todo un drama a cuestas. La cinta está cargada de toda una galería de esperpentos inolvidables, desde la masajista Jade (Hong Chau), al abogado de "Doc", Sauncho Smilax (Benicio del Toro), pasando por el malévolo Adrian Prussia (Peter McRobbie) o el disoluto dentista Rudy Blatnoyd (Martin Short), por mencionar solo algunos. Inherent Vice es todo un cóctel que debe ser bebido sin imponerle obligaciones. No es que no narre nada -de hecho cuenta muchísimo-, ni es que no tenga un hilo conductor. La cinta tiene la violencia con que uno se enfrenta al tratar de organizar una realidad excesiva. Las complejas conspiraciones y los nuevos datos sirven para ampliar la narración. Anderson adapta el mundo de crecimiento exponencial de Pynchon, quien a su vez homenajeaba, entre otros, al de esas tramas barrocas que parecían abarcar toda la corrupción imaginable de una ciudad de las novelas de Chandler. Es natural esa sensación de incomprensibilidad que por momentos el film produce. Sin embargo, Inherent Vice dista de ser sencillamente incoherente, muy al contrario, es un film con tanta información y tantos propósitos que uno debe correr el riesgo, redituable, de perderse.


Vale la pena discutir entonces de qué hablamos cuando hablamos de trama. Uno podría enunciar la de Inherent Vice: "Doc" Sportello es encargado de resolver dos casos de desapariciones que al final descifra. Por qué entonces lo que casi únanimente reza la crítica es que la cinta tiene una trama incomprensible. Probablemente porque la idea subyacente de trama es una guía clara sobre un relato que propone sus creadores. O, usemos una metáfora, es el número de dioptrias que necesitamos para que podamos leer un texto. Ni Pynchon, ni Anderson nos imponen esa guía. Al contrario, nos imbuyen en un mundo y nosotros mismos somos nuestra guía. Este enfoque tiene múltiples predecesores. Es suficiente resaltar unos que son fácilmente comparables con Inherent Vice. The Big Sleep de Howard Hawks y The Long Goodbye de Robert Altman. Ambas adaptaciones de novelas de Chandler, las dos tenían tramas que fueron calificadas como casi incomprensibles en su momento. Esto no debido a que no tengan una, sino a que era tal el número de inflexiones y de giros que el objeto de la trama podía perderse de vista fácilmente. Las cintas de Hawks y Altman, por momentos, se iban concentrando, además, en una atmósfera, de por sí significativa, y en imitar esa sensación de agobio que debe a embargar a alguien sumido en mundo de corrupción y crimen. Pynchon y Anderson recorren la misma senda, con la diferencia que no es sólo la corrupción lo que habita el mundo que construyen. En el mundo de Inherent Vice también hay dosis grandes de paranoia y de melancolía. La adaptación filmica consigue traducir con maestría estos elementos, si bien se enfoca en unos en particular. El eje de la cinta es la búsqueda de un amor perdido. En eso las dos desapariciones juegan como espejos y como soluciones opuestas al mismo problema: son dos líneas que conducen ya sea a la pérdida o al reencuentro. En el drama personal de dos parejas Anderson  hace girar su cinta. La conclusión de lo que les queda a esas parejas es una asunto en el que debemos intervenir ya que el film como la novela plantean una realidad compleja y opaca. No es que no se cuente un par de historias de amor y desamor en Inherent Vice, es que se cuentan sumergidas en el infinito mundo de una realidad que se hace cada vez más difícil de leer. Antes que preferir la sintesis, que inevitablemente conduce a una simplificación, la cinta nos hace cambiar de objeto. Inherent Vice es una imagen del malestar, de la melancolía, y de la desorientación. Y todo ello dejando la trama a un costado, porque todos sabemos que el cine es mucho más que tramas.


Si analizamos elementos específicos de la realización es más claro como Anderson construye la atmósfera. La mayoría de la cinta está filmada con primeros planos o planos cerrados. Rara vez hay una plano general. Incluso en las conversaciones no es muy frecuente encontrar a los personajes hablando en el mismo plano. Antes bien, la posición de la cámara está casi siempre metida en la acción, como si imitase el punto de vista de alguien que no puede ver con claridad todo el panorama. Esto se refuerza con acciones en pantalla que ocurren por fuera de cuadro, hay personas que pasan al lado, o gente moviéndose en el cuarto que no se alcanzan a ver -pero de la que estamos conscientes. El resultado es una sensación de desorientación, como también de constante movimiento. En todo momento algo sucede, aunque escape a nuestra mirada -una forma plástica de concretar la sensación de paranoia. Esa paranoia, reforzada por la sinuosa y sugerente música compuesta por Jonny Greenwood, es contrastada por la melancolía abierta de los temas de Neil Young, como por los ritmos psicodélicos del grupo Can. La música es elemento constitutivo del desarrollo de Inherent Vice, por momentos casi operático en la medida que la música adiciona, como una suerte de contrapunteo, un sentimiento a una secuencia. Así, cuando se incluye en un flashback Journey to the Past de Neil Young. "Doc" recuerda, por la mención que hace Shasta en una postal,  una tarde en que con base en un supuesto mensaje de una tabla Ouija fueron a buscar un expendio de droga. El expendio resulta ser un lote sin uso. La tarde es lluviosa. El recuerdo es sin duda romántico y triste, en el ahora de "Doc". Y es una pista también. Al volver al lugar el terreno baldío ha dado pie a una gigantesca construcción. Anderson repite los movimientos de cámara del flashback y la investigación -un pequeño travelling- como para reforzar la sorpresa que tenemos frente al edificio, mientras la canción sigue sonando. El aura de melancolía no desampara a "Doc" nunca en su investigación. El uso de la música que impone un tono emocional no es nuevo. Aparece por primera vez en Mean Streets de Scorsese en el cine estadounidense según suposición de Glenn Kenny -si bien el crítico reconoce cintas que anteriormente realizaron algo relativamente similar. Anderson hereda esta estrategia y la adapta para crear matices más complejos en su narración -la paranoia y la melancolía no es lo que uno tiende a juntar como sentimientos afines. Matices complejos que son por otra parte una forma de crear una suerte de universo mental. En ese sentido vale la pena reflexionar sobre la inserción de Sortilege (Joanna Newsom) como narradora. El personaje ya existía en la novela, pero en la cinta se le otorga el papel de narradora -o mejor sería decir de una suerte de conciencia de "Doc". De hecho, al primer personaje que vemos es a Sortilege hablando a cámara, como quien reflexiona sobre lo sucedido. Esto, que parece un recurso dudoso, es una genial parodia-homenaje al narrador en off de tantas películas de detectives. Usualmente  se utilizaba como comentario de la acción que complementaba lo que veíamos en pantalla, En contraste, a Anderson le sirve para trasvasar directamente buena parte de la prosa del mismo Pynchon. Da pie, a su vez, al mundo de delirio que domina a "Doc" y a Inherent Vice. En otras palabras, se transforma en un recurso para el juego que da un tono, añade información, y da una dimensión estética distinta al manido narrador en off de tantas otras cintas. Así podemos seguir, analizando escena tras escena de esta abigarrada y rica cinta. Pero, infortunadamente, debemos poner en algún momento punto final.


Llegan entonces los días en que se reconoce el malestar del final de las ilusiones. Desde el tono de la primera conversación entre "Doc" y Shasta, entre arrepentido y rencoroso, se presiente que el objeto del film es mostrar, debajo del delirio, la sensación de frustración que conllevó el final de lo que se promocionó una vez como revolución. Tal como el libro de Pynchon, en la cinta vemos asociaciones que cuestionan las certezas fáciles y las catalogaciones al uso: por ejemplo, la amistad entre un miembro de las Panteras Negras y otro de la Hermandad Ariana. El mitificado mundo de los 60 se derrumba y lo que queda son relatos personales en medio de complejas conspiraciones de una realidad que va más allá de lo que se creía estar revolucionando. La violencia de la familia Manson es un elemento más en el sombrío comienzo de la década de los 70, uno que es contado con notable riqueza en esta Inherent Vice. Un relato sobre lo que quedó de un idealismo que chocó con una realidad compleja y a ratos incomprensible. Anderson realiza una encomiable adaptación en que concentra esa desilusión o redención en el relato de unas relaciones amorosas -o de lo que quedó de ellas. Como es explicado en la misma cinta, "Inherent Vice" es un término en derecho marítimo que se refiere a una propiedad inherente de los bienes transportados que provocan su daño, deterio, incluso su destrucción. Este sombrío panorama es el que se abate sobre el film, uno que narra una trama de conspiraciones de lo que queda tras un naufragio. La narración se tiñe de un tono siniestro y de una complejidad todavía mayor. Antes que las generalizaciones, la ficción se concentra en la especificidad del relato, o de los relatos. Las peculiaridades de las relaciones de Shasta y "Doc", o de Coy y Hope, son en buena medida lo que determinara como se enfrenta la realidad excesiva que se les ha dado en vivir. Estas peculiaridades suman a las generalizaciones, a esa reflexión inevitablemente amarga, y nostálgica también, sobre ese periodo de la historia. Podemos preguntarnos aquí si Inherent Vice es parte de una suerte de reflexión histórica sobre EEUU que Paul Thomas Anderson empezó con There Will Be Blood, y continuó luego con The Master. Puede que sí. Aunque esa idea es más un distractor. Más que eso, Inherent Vice es un gran film disfrazado en cubierta de obra menor. Entre lo que semeja una obra incomprensible, vive una vital revisitación del final de una época. Por todo el tono amargo, por toda la melancolía, tanto Pynchon como Anderson muestran un amor profundo por estos personajes. Uno no puede menos que querer al desubicado detective que es "Doc", del mismo modo que uno tiende a asentir frente a los ideales que se proclamaron en los 60 como una gran revolución. No ocurrió así. Inherent Vice es un testimonio de sus secuelas, una historia sobre alguien que descubre que la ilusión que perseguía no era sino eso, una ilusión, un fantasma. Con todo y ello es mejor concluir aquí como hace la cinta, o como inicia la novela: Bajo los adoquines, la playa.



P.S.: Más allá del dolor de cabeza que producir traducir el título con su implicación legal, hay traducciones como la española, Puro Vicio, que de por sí le cambian el sentido a su título. Mejor en ese caso Vicio propio. Y por qué no,Vicio inherente simplemente.


Trailer.


Como es obvio me encantan los posters oficiales de la película...










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