Ruido rosa
Ruido rosa es una estimulante propuesta porque se aleja de muchos estereotipos -no de todos- a la hora de contar una inusual -al menos en el cine- historia de amor. Flores Prieto se esmera en construir un mundo adecuado para su relato, uno propio para una fábula desolada y silenciosa. Afin a cinematografías como las de Kaurismaki, o con la excepcional cinta uruguaya Whisky, Ruido rosa se constituye en la construcción de una voz propia cercana a la de un cine alternativo que no se rige por las reglas comunes a las cintas comerciales. Ya en esta película podemos reconocer a un director que busca hacer de su film una herramienta para contar historias particulares con un estilo que escape a un formulismo fácilmente identificable. Lo mejor del film se encuentra en albergar a un par de seres solitarios en unos confines que parecen delimitados por el aura melancólica que permea la cinta. Así como el cuidado en la puesta en escena y la notable actuación de Mabel Pizarro contribuyen para darle verosimilitud y autenticidad a la historia que cuenta la cinta. Tales elementos sirven para enfatizar el estatismo en el que viven sus personajes y son, además, síntomas de una "realidad" que Ruido rosa quiere proyectar.
En contraste con sus logros, la cinta queda corta al conseguir amalgamar los dos ejes que propone: la radiografía de las soledades de dos personas mayores como la historia de amor que surge cuando ellos se encuentran. Infortunadamente Ruido rosa no termina de cuajar. Flores Prieto no le primacía al estilo para este distorsione lo real -como hace Kaurismaki, ni tampoco logra la mirada reveladora que Stoll y Rebella imponen para descubrir la naturaleza de los personajes de Whisky. Ruido rosa termina con la sensación de que faltó la exposición del sentimiento sobre el que debía girar -y eso aun cuando se cuenta con un plano de los dos protagonistas mojándose bajo un terrible aguacero como dicta el lugar común sentimental. En definitiva, la cinta ni es un completo anti-melodrama, ni tampoco un romance distorcionado por las peculiaridades de un estilo. En la indecisión el film se mantiene a flote, aunque no llegue nunca a un destino concreto. No disminuye esa situación, sin embargo, las cualidades palpables que son fruto de una dirección métodica y estricta, así como tampoco disminuye la revelación de un mundo que escapa a la mirada típica del caribe colombiano y al estereotipo de cómo actuan sus habitantes. Enriquece una cinta como Ruido rosa no solo la filmografía colombiana, sino la reflexión y la mirada sobre lo qué es ser colombiano.
Ruido rosa es una estimable película que revela a un director en búsqueda de una voz propia. Un director que por lo demás tiene una ética muy clara. En distintas escenas los protagonistas van al cine. De fondo se oyen las voces caricaturizadas de cintas comerciales -voces que no son tomadas, supongo, de otras cintas por cuestiones de derechos. El efecto cómico que producen es efectivo, aunque haya un dejo exagerado en la caricaturización, una parodia que parece hacer irreconocible a lo parodiado. A su manera, esas escenas también son una declaración de principios: el inevitable contraste entre el mundo en que nos ha sumergido Flores Prieto y los tonos exagerados del cine comercial dan una idea al respecto de lo que entraña el cine de uno y otro. Ruido rosa no es posiblemente el mejor ejemplar del que nos pueda proveer Flores Prieto, pero sí da luces suficientes de una voz nueva y diferenciable. Se trata de un cine que tiene rasgos definibles: una apuesta por un cine más pendiente del detalle del orfebre y no del efecto que remplace al contenido. En conclusión, la cinta es una prueba de una de las múltiples variantes del cine colombiano de hoy. Una variante que está en pleno desarrollo. Debemos estar atentos a los nuevos proyectos de Flores Prieto, que con este Ruido rosa demuestra ser un púlido artesano.
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