Whiplash


Cuadro en negro. Silencio. Pronto comienza a sonar un redoble con ecos militares. No se trata de una película de guerra, pero Whiplash es ciertamente una cinta que ha capturado una forma de combate. Intensa y asfixiante, la cinta de Damien Chazelle nos envuelve con un drama atronador, efectivo y de un decepcionante final. Whiplash es un retrato ajustado de la obsesión y de una relación sadomasoquista entre profesor y alumno -no literalmente, por supuesto. No tanto así, sin embargo, es el discurso del film con que quiere reflexionar sobre una comunidad (artística y no) de nuestra contemporaneidad. Para nuestro pesar la cinta sacrifica su capacidad para intoxicarnos con una resolución fallida que tiene bastante de indulgencia. Más que concentrarse en las razonables modos en que puede concluir esa tensa relación que ha dedicado todo su metraje a construir, el director prefiere concluir con un apoteósico número que puede ser tanto provocador, como una celebración que no guarda una relación muy consistente con la historia que se nos contó en todo el film. El añadir un discurso pretendidamente crítico devalúa a lo que sería esta embriagadora película.


Andrew (Milles Teller) es un petulante y talentoso estudiante de música que aspira a llegar al Parnaso del Jazz.  Cree cumplir su sueño cuando ingresa al, ficticio, conservatorio de Shaffer. Allí, Fletcher (J, K. Simmons) , un despótico profesor, tiene el prestigio de ser toda una institución, un músico a admirar, aquel que puede proveer a sus estudiantes de un escalón para alcanzar el éxito artístico que tantos anhelan. Todo parece un sueño cumplido para Andrew cuando Fletcher lo escoje para que haga parte de su selecta banda. No es así. Su ingreso le depara el comienzo de un calvario. Fletcher es un sádico pedagogo que está acostumbrado a llevar a sus estudiantes al límite. Lo que pregona el profesor es una violenta educación en aras de la grandeza artística. Andrew resulta la víctima perfecta, apenas sociable y deseoso por obtener un triunfo artístico. La tensa relación entre ambos es lo que dará las pautas de esta peculiar educación, o mejor será decir combate. Whiplash  es una pieza contundente en lo que se refiere en plasmar la difícil relación de esta despótica autoridad con su arrogante alumno. No puede decirse lo mismo cuando la cinta concluye como si fuese una pervesa lección sobre el arte y sobre la situación de nuestra contemporaneidad.


Sin duda lo mejor de Whiplash es la fuerza electrizante con que mantiene atento al espectador a una contienda entre profesor y estudiante. Chazelle sabe administrar la información y narrar con eficiencia y economía para crear ese escenario en que la educación es otra encarnación del combate. Claro está, el director tiene en las sólidas actuaciones de Teller y Simmons una base para hacernos caer en el placer, un tanto mórbido, hay que decirlo, del enfrentamiento entre dos personas. Del mismo, la fantástica edición del film juega como un contrapunto a la vez dramático y sonoro tanto para los números musicales como para los tensos ensayos -edición, por otra parte, barnizada de leyenda con la historia de que fue hecha contra el reloj para presentar la cinta en Sundance el año pasado. Whiplash es un experiencia intoxicante. O como la definió mucho mejor Federico Furzan, es una cinta que explota los sentidos Ver Whiplash es exponerse a una  suerte de violencia, tanto a nivel sensorial como dramático. La cualidades del film se ven recortadas, sin embargo, por ese discurso que, un poco involuntariamente, termina pregonando.


Fletcher justifica sus peculiares métodos como una suerte de antídoto contra el conformismo y la mediocridad que imperan en la actualidad. Uno tiende a compartir el diagnóstico del profesor, aunque no precisamente el remedio. La cinta, en general, sabe mantener una ambigüedad al respecto de si es una creencia genuina o o una excusa para el comportamiento sádico de Fletcher, como también sabe hacer de Andrew un héroe problemático al ser un personaje antipático y engreído. Solamente en el final renuncia a la ambigüedad y termina por convalidar, de un modo un poco inconsistente con la narración el método Fletcher. Acaso tenga razón el profesor, uno podría entonces concluir, en los últimos años lo que ha faltado es un poco de eso de la letra con sangre entra. Conclusión simplista, claro. Incluso en la misma Whiplash se delinea, en mi opinión, una visión más profunda y crítica de lo que termina siendo la cinta: en una escena que no tiene tanta relevancia, Andrew discute con tíos y primos en una cena familiar. El motivo son las típicas envidias que surgen entre familiares que se ven concretadas por los logros que cada uno tiene que exhibir. El trasfondo pudo ser esa idea de competencia que empuja a personajes talentosos, pero también resentidos, como Andrew a buscar el reconocimiento. El gran cine estadounidense ya ha hablado de ese punto con lucidez en Ciudadano Kane, o en la estimable La red social.  A Chazelle no le interesa el comentario de su sociedad sino en cuanto se relaciona con el diagnóstico de Fletcher. Así como Fletcher pone de ejemplo una versión exagerada del surgimiento de Charlie Parker, en el arte hay también anécdotas de lo contrario, genios perezosos que hacían rabiar a los juiciosos aspirantes a la gloria. Paradójicamente con el celebratorio final Whiplash queda mucho más encajonada como film deportivo -sinceramente el final de la cinta tiene también algo del final de Rocky. En contra de todos los pronósticos, Andrew logra vencer el escépticismo y concluir con esa sensacional interpretación de Caravan que finalia el film. Con todo lo perverso y sádico que parezca, Whiplash concluye como una cinta en la que en contra del conformismo imperante el protagonista supera las dificultades y gana su premio. La cinta puede leerse como un aprendizaje perverso, pero también como otro film deportivo de alguien que consigue su premio con las apuestas en contra.


Whiplash es recomendable como experiencia cinematográfica. Violenta e intoxicante. No puede afirmarse eso de la meditiación que pretende sobre la situación del arte, De hecho, el film deja pasar lo que pudo ser un agudo retrato de la contemporaneidad de EEUU para confinarse con un relato que tiene tanto de perverso como de auto-ayuda. Al final Andrew es otro atleta que se sobrepuso a los obstáculos para alcanzar el Olimpo, que no el Parnaso.  Las indudables cualidades que tiene como artesanía Whiplash  se ven limitadas por el discurso simplista con el que quieren lidiar un tema, que a mi modo de ver, no hacen sino delinear de un modo borroso, como si se tratase de un añadido a lo que, en caso distinto, sería un drama perturbador. Es bueno aturdirse con Whiplash, mientras dura el drama, como también recomendable salir de la sala y olvidar esa coda innecesariamente sentimental que concluye una pieza, que de otro modo, sería una obra magistral. Aunque suene paradójico es mejor concluir con la interpretación Caravan, que fuera del contexto de la película suena muy bien.


P.S.: En español se le dio subtítulo explicativo: Música y obsesión.



Comentarios

Entradas populares