El abrazo de la serpiente


Decía Roberto Bolaño que la literatura consistía en la pelea que un samurai (el autor) emprendía contra un monstruo a sabiendas de su derrota. Saber que nos aguarda la derrota, pero aun con ello, salir a combatir, eso es literatura, decía Bolaño. Y es el verdadero arte, uno puede añadir. En El abrazo de la serpiente, Ciro Guerra ha intentado filmar lo que puede llamarse el mito de la selva. La empresa es ambiciosa al punto de rozar lo improbable, casi que uno se siente tentado a concluir. Guerra y su equipo se atreven a afrontar un relato que procura tener la escala de un mito total y, que como resultado, nos regala un largometraje excesivo y apabullante. Si bien la cinta tiene reconocibles referentes históricos, el film es más una re-elaboración que parte de la historia para fabricar una fábula. El abrazo de la serpiente tiene plena confianza en el poder de sus imágenes para inducir al espectador a un viaje hipnótico, como confianza en la capacidad del audiovisual (del arte) para cifrar una forma de conocimiento. Inmenso e imperfecto, el film busca abordarlo todo a partir de un par de historias-espejo que en conjunto terminan por cerrar un ciclo. Guerra ha conseguido tal dominio de su oficio que casi consigue traducir su ambiciosa idea en un relato incontestable. No todo suena bien en la película, es cierto, pero cuando lo hace, produce algunas de las secuencias más memorables del cine colombiano. Con lo discutible que pueda ser en otros aspectos, El abrazo de la serpiente es una auténtica obra de arte, una pieza valiente que batalla por iluminar un episodio de la historia a través de una fábula-mito.


La película cuenta dos travesías entrecruzadas que se complementan. La primera narra como un etnólogo alemán (Jan Bijvoet), terriblemente enfermo, busca la ayuda de Karamakate (Antonio Bolívar), chamán y último de su pueblo, para que prepare la curativa yacruna, planta medicinal casi desaparecida, con la que el alemán espera curarse. La segunda ocurre 40 años después cuando Evan (Brionne Davis), biólogo estadounidense, sigue los pasos del alemán para encontrar la misma planta gracias a la guía del mismo Karamate (Nilbio Torres), aunque, claro está, la narración cruzada que plantea la cinta a lo que apunta es a hacer desvanecer lo que típicamente llamamos un antes y un después. En otras palabras, el tiempo que va a soportar la cinta no será uno lineal, sino uno circular, o siendo más precisos, uno en espiral. Los recorridos de ambos científicos van a ser pretextos, además, para irle sumando al relato episodios que van desde la alegría simple cuando el alemán comparte con un grupo indígena hasta el caos delirante en que se ha transformado una misión regida por un auto-proclamado mesías. Paulatinamente, la naturaleza realista de cada una de las secuencias irá sembrando otro texto de caracter mítico que se va a ir apoderando de la narración, por momentos como algo imperioso y necesario, por momentos como algo forzado. Ya cuando la cinta va llegando a su final, en el largometraje se ha conseguido amalgamar el realismo sobrio con una fábula simbólica como si fueran un solo género. No es un mérito menor hacer surcar al film del realismo a la fábula como si tratara de una sola sustancia.


El tercer largometraje de Guerra es más cercano a La sombra del caminante, su primer film, que a Los viajes del viento -y no solamente porque ya en la ópera prima un personaje enunciara la historia que hoy cuenta. Más que una road movie, El abrazo de la serpiente es un drama que plasma el encuentro entre personajes solitarios que concluirá con una suerte de redención (algo similar ocurría en La sombra del caminante). La sanación que buscan ambos exploradores los puede redimir en un sentido trascendental y definitorio. Tanto así que la película de Guerra intenta erigirse más como relato postrero de reconciliación que como mito fundacional, una cuestión que en buena medida consigue gracias a la construcción de su guión y al esmerado trabajo del equipo. De hecho, por mencionar un punto en particular, la fotografía en blanco y negro le da la apariencia de contar una historia a un tiempo antigua y perpetua, una que no está anclada a un momento específico de ninguna cronología. La interpretación mítica de Karamakate acerca de lo que vemos en pantalla es tan coherente como la otra en que leemos al verla como un recuento realista que parte de momentos puntuales de la historia. Esto es todo un logro de El abrazo de la serpiente. Ahora, el film procura ser mucho más que ello. Procura ser un relato-total que nos conduzca a una visión entera de la selva amazónica, a partir de una historia en particular. En ese sentido, no todos los episodios contribuyen a ese catálogo que busca armar un relato-total. Por ejemplo, la inserción de una secuencia que alude al título, el mito de un jaguar y una serpiente, más parece un segmento inconexo que no se añade a ninguna de las líneas narrativas, ni está en consonancia con el tono y el acercamiento estético del resto de la cinta. Esta secuencia bien podía interpretarse como un correlato simbólico a la narración, o como metáfora que encapsula a todo el argumento; y, sin embargo, dicho tipo de interpretación es impuesta a la narrativa del largometraje en donde no parecen caber esas imágenes.


En todo caso, es innegable la escala de la ambición del film. La cinta intenta sintentizar en sí misma historia y mito de la Amazonía. Se puede entender, por tanto, el presupuesto que da base a la inclusión de la secuencia arriba mencionada (aunque no se conjugue del todo con el film), como de la diversidad de experiencias que los viajeros van encontrando en sus recorridos por la selva. El abrazo de la serpiente busca capturar en sí misma mucho más que una historia de redención, busca el mito mismo de la selva que, casi como una enciclopedia, pueda contener todo un abánico de episodios de los más variados registros. Y no solo eso. El film culmina con una secuencia en color, disonante con el grueso del film, que ha sido comparada con el viaje del final de 2001: odisea en el espacio de Kubrick, y que también puede tener como paragón con la emotiva coda de Andrei Rublev de Tarkovski. Guerra aspira a hacer un film de este calado. Uno en que , en este caso en particular, convierte al mito en la clave del conocimiento. Adicionalmente, El abrazo de la serpiente quiere ofrecerse como una versión alternativa a la visión que Herzog mostraba en Aguirre, la ira de dios o en Fitzcarraldo. Con esta idea en mente, es posible leer al tercer largometraje del director colombiano como una muestra de la angustia de las influencias de la que hablaba Harold Bloom. El largometraje hace parte de la tradición filmica occidental en donde quiere tomar un lugar para reivindicar unas voces que no tenían preponderancia en las cintas de Herzog. Y aunque podamos ver en El abrazo de la serpiente un complemento de lo que no era preponderante en dichas cintas, no se puede hablar de una refutación de las incisivas aventuras amazónicas del director alemán. De cualquier manera, la posición del director colombiano es valiente en su empresa, debido a que trata de convertirse en la versión de realidades de nuestro país no suficientemente visibilizadas. Probablemente la cinta, en este aspecto, se queda corta, y esto ha sido la fuente para el debate que han generado interesantes posiciones críticas como las de Pedro Adrían Zuluaga y Carlos Páramo. Este debate enriquece a la cinta y al cine colombiano mismo, si bien no debe por ello opacar al rico y complejo largometraje que la provocó.


Antes de terminar esta aproximación al film es mejor volver a la cita de Bolaño. La tercera cinta de Ciro Guerra es una muestra ejemplar de un cine que está dispuesto a arriesgarse a un combate desigual para expandir sus propios límites. El realizador colombiano cuenta una historia que ambiciosamente intenta abarcar un todo, así no lo consiga. Hay verdadero arte en El abrazo de la serpiente. A pesar de sus imperfecciones, uno debe acoger a este largometraje, no como si se tratara de la última palabra sobre la realidad de la Amazonía, sino como una fábula que quiere acercarse al meollo de lo que muestra: el encuentro entre pueblos que pueden encontrar en un conocimiento común un modo de reconciliación. Esa redención para Guerra, uno puede inferir de varias escenas, reside en el arte mismo. La discusión acerca de qué tan cierto sea tal postulado, ya es otra cuestión para otro debate. Entre tanto, podemos decir que El abrazo de la serpiente, en sus mejores momentos, nos obliga a aceptar como verdadero el relato cargado de significados que imita con tanta habilidad la forma de los mitos. No todo suena así en el film, sin embargo; hay secuencias que no logran conjugarse del todo bien con el conjunto entero y, finalmente, uno no puede decir que la cinta produzca el mito total a que aspira. Pero ya sabemos que los monstruos a que se refería Bolaño tienen una gran ventaja. El abrazo de la serpiente revela con valentía toda una realidad y la traduce efectivamente en una fábula. Es mejor, entonces, concluir ahora abrazando a esta honesta y significativa película.




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