Misión imposible: nación secreta


El espectáculo debe continuar. No parecen ser suficientes casi 20 años de franquicia, ni las dos series para televisión que creó una legión de fanáticos. Siempre se necesita más. La quinta entrega de Misión imposible no trae nada inesperado, ni particuparlmente novedoso. Entretiene efectivamente y logra su objetivo acertadamente, aunque se trate de una fantasía que frecuentemente roce el absurdo. Misión imposible: nación secreta resulta similar a un espectáculo circense que, sin crear nada, divierte pasajeramente. Funcional y vacía, la mayor ventaja de esta secuela reside en saber concentrar la atención del espectador en controladas secuencias de acción, como en sorprendernos de cuando en cuando con algún truco ingenioso. El trato hábil en estos puntos del director Christopher McQuarrie salva un relato que apenas es un tejido de variaciones genéricas. Probablemente, entonces, no sea de extrañar que la amenaza a que se enfrentan los héroes de la cinta consista en una organización que busca alterar el orden mundial. Los cambios que propongan algo distinto a la rutina con que la Fuerza de Misiones Imposibles (FMI, si creen que es un chiste, no lo es) resuelve los casos, deben ser impedidos. Mejor mantenerse en el mediocre mundo de lo conocido. Dicho esto, hay que reconocer que la secuela sabe reciclar elementos del cine de acción para ofrecer aquello para lo que fue creada, mero entretenimiento.


A la manera del programa de televisión, el largometraje abre con una secuencia que no está relacionada directamente con la trama central: Ethan Hunt (Tom Cruise) y Benji Dunn (Simon Pegg) recuperan unas armas que iban a ser llevada en un avión para un grupo terrorista; la promocionada imagen en que acrobáticamente Cruise aparece colgado de un avión (en cada nueva cinta parece que el malabarismo debe ser más temerario, como para evitar la pérdida de asombro del público). Ya introducido el tipo de acción que veremos, viene la trama como excusa: la oscura organización de Sindicato atrapa a Ethan como parte de un enrevesado plan para crear el caos. Al mismo tiempo, Alan Hunley (Alec Baldwin), jefe de la CIA, consigue la absorción del FMI y el aval para atrapar a Hunt, de quien cree es un agente que se ha vuelto peligroso para el orden mundial. Cuando Hunt puede escapar gracias a la dual y bella espía británica Ilsa Faust (Rebecca Ferguson), tiene que enfrentarse tanto a ser perseguido como ser perseguidor del Sindicato y su líder, Solomon Lane (Sean Harris). Nada es imposible para Ethan, en todo caso, y con la ayuda de Benji, Luther (Ving Rhames) y Brandt (Jeremy Renner) tratará de acabar con el Sindicato y restituir el FMI (menos mal no estamos hablando de economía). El desarrollo tiene un par de secuencias absorbentes por su suspenso, en particular la que tiene lugar en la Ópera de Viena -con inevitables paralelismos hitchcockianos. El desenlace, sin embargo, no demuestra tal habilidad y se limita a ser la solución que dicta el esquema, una que es un tanto acartonada y apresurada. Misión imposible: nación secreta es una cinta que recicla con toques de ingenio y efectividad el corsé del cine comercial de acción. Para una muestra, podemos tomar un juego interesante que propone McQuarrie al utilizar los intertítulos con que se identifican cada una de las ciudades que aparecen en la cinta para sorprender al espectador con una información que no ha visto. Esto no es constante, no obstante, La cinta más bien recurre a modelos conocidos y también a homenajear el pasado mítico de Hollywood. Por ello la espía Ilsa va a una misión en Casablanca. Lo cierto es que el pasado no solo sirve de guía, sino también de regla. En la película obedientemente las convenciones se siguen sin chistar.


La supervivencia de las cintas de Misión imposible tiene sus visos sorprendentes. Lejos del contexto donde eran otro relato de aventuras propagandístico, la franquicia se ha mantenido como un relato conservador que trata sobre conspiraciones que cada vez más rayan con un absurdo similar al de las estrategias con las que atrapan a sus villanos. Aun así, la variación que cada director ha introducido al contenido esquemático de las cintas es un elemento positivo, desde la marca casi autoral de la primera que hiciera De Palma a la aproximación pragmática de McQuarrie hoy. Eso sí, siempre con una dosis de las acrobacias circenses, escrito no como crítica, que Cruise se obliga a realizar para cada entrega. Ahora, quizás las aspiraciones del film vayan más allá de mero entretenimiento. Recurrir a la música de Turandot como contrapunto en la escena del teatro vienés, la mejor de la cinta, afirma que se trata de una suerte de ópera de acción. El resultado es más bien opereta de acción. Un film deliciosamente entretenido y olvidable, un film apegado celosamente a su esquema. Valga terminar anotando que la primera cinta de la franquicia desafiaba un poco, solo un poco, el esquema al volver al querido agente Jim Phelps de la serie en el villano de ocasión. Una sorpresa que inauguró la serie y que ya no está presente. Inalterable ha seguido el espectáculo en el que nada se transforma. Mientras Hunt y su equipo impidan lo contrario, casi como si fuera una metaficción, y nosotros estemos dispuestos a aceptarlo, estaremos a salvo de la alteración del orden (del relato). No se entienda esto como queja a la presente secuela, en todo caso. Misión imposible: nación secreta funciona bien como una película de mero entretenimiento. Lo que no está de más es recordar que hay otros cines que son cada vez más infrecuentes dentro de lo que ofrece el cine comercial estadounidense, cines que se alimentan de la sorpresa y los cambios.



P.S.: La traducción del subtítulo es particulamente equivocada. Rogue y secreto no tienen mucho que ver.






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