Sueño de invierno


Tu película no está hecha para pasear los ojos, sino para penetrar en ella y ser absorbida por entero.
-Notas sobre el cinematógrafo, Robert Bresson


Las películas también se viven. Se vuelven espacios en que las cintas se tornan en una experiencia para ser vivida. Pueden incluso cautivar como lo logra la absorbente Sueño de invierno, un complejo retrato de unos personajes que viven estancados en una estación invernal. Ya desde las primeras secuencias se delinea todo el relato. Un viejo actor retirado se pasea en los áridos paisajes de la región de Capadocia en Turquía. No ocurre nada extraordinario, pero ya es evidente la desolación del personaje. Solo bajo su pose de suficiencia, el actor se apoltrona en una habitación como gran señor del hotel que regenta. Pronto se levanta y observa como nieva. Sin ver su rostro podemos percibir el malestar que lo embarga. La cámara se sumerge tras su cabeza y nos abre una invitación: Sueño de invierno es una inmersión para que sintamos lo que sus personajes sienten. La ganadora de la Palma de Oro del Festival de Cannes del año pasado lo consigue a través de un relato que no sigue las formas de una narración convencional, sino que obliga a que como espectadores observemos atentamente su superficie opaca con el objetivo de comprender un poco más sobre la vida de estos personajes y, finalmente, sobre nosotros mismos. La cinta de Nuri Bilge Ceylan construye un universo cautivante que imita con precisión la sensación de vivir una realidad.


Aydin (Haluk Bilgine), el actor retirado, dedica su jubilación a manejar las propiedades heredadas de sus padres y a escribir columnas de opinión en un diario regional. En su hotel viven también Necla (Demet Akbab), hermana recientemente divorciada, y Nihal (Melisa Sözen), joven esposa de Aydin que dedica la mayor parte de su tiempo a obras filantrópicas. Las tensiones no tardan en aparecer. Ilyas (Emihran Doruktutan), hijo de uno de los arrendatarios de las tierras de Aydin, lanza una piedra contra el vehículo del ex-actor como represalia a los cobradores que han estado acechando y quitándoles bienes por haberse atrasado en el pago de la renta. Mientras Hamdi (Serhat Mustafa Kilic), tío e imán, quiere que el niño se disculpe de acuerdo a las tradiciones feudales que perviven (si bien odia a su arrendador), Ismael (Nejat Isler), padre del niño que tras estar en la cárcel permanece borracho, parece consentir la actitud de su hijo, aunque realmente no haga nada al respecto. La respuesta de Aydin frente a este problema va a develar más sobre su carácter que todas las palabras con que sermonee de ahí en adelante, o sus evaluaciones sobre la situación de su país. Esta no será la única preocupación de Aydin. Sus malhadadas relaciones con Nihal y Necla tendrán sus propios capítulos de exposición en una película en que sus eventos ocurren sin el énfasis de la dramaturgia clásica. Las acciones mínimas van revelando los odios y frustraciones que envuelven a estos personajes en el aparente estatismo con que los encierra el invierno. Sueño de invierno nos hace compartir una suerte de estado mental que surge de recorrer con fabricada naturalidad eventos como una reunión de filantropía, una discusión familiar, una reunión en la noche de unos conocidos que han tomado demasiado. Tras su aparente banalidad, Ceylan exhibe el curso del destino de unos que  personajes que van agotando sus días con la sensación de andar estancados, exhibe, si se acepta la palabra, lo esencial de su existencia.


El realizador turco ha aceptado que el germen de Sueño de invierno viene de un par de cuentos de Chéjov, cuyos títulos no ha develado (aunque puedan reconocerse) para no distorsionar la recepción de la cinta. Aquí, en todo caso, lo relevante es el modo en que un cineasta toma un precedente literario y lo moldea, lo versiona si se quiere, como hizo Antonioni con su excepcional Blow-Up  (inspirada en un relato de Cortázar) o James Gray en la excelente Dos amantes (basada en una novela corta de Dostoievski). Ceylan es afín a la poética que  practicaba Chéjov en sus cuentos y es fiel a ese espíritu, mientras que incluye otras fuentes y preocupaciones que provienen tanto de su experiencia personal como del contexto en que la película es rodada. El cine del realizador se desprende de la narrativa convencional y prefiere que sean más la sugerencia y la lectura detallada las que armen la historia. Por ende, el espectador debe jugar un rol más activo, pues debe ir tejiendo los dramas que subyacen a las escenas cotidianas o a las largas discusiones de personajes que difícilmente son honestos con sus palabras. El ritmo que escoge Ceylan es uno que sigue fielmente el modo de ser de unos personajes, y ya no tanto uno aristotélico, por decirlo de un modo. La experiencia de vivir tal situación y lo que nos pueda comunicar es el centro del largometraje. Vivir un ambiente mental, así por momentos tengamos que surcar por lo que parece una exigente recolección de momentos menores. La dificultad que propone el realizador no está exenta de suficientes recompensas como para que nos sintamos recompensados al final de la función.


El método con que trabaja el realizador turco alcanza madurez en Sueño de invierno. Ceylan funde una narración en apariencia desprovista de cualquier efecto con imágenes cuidadas que sugieren múltiples significados, imágenes poéticas digámosle a falta de una mejor denominación. En un solo flujo narrativo, cada una de ellas suma para dar cuenta de las mezquindades y profunda humanidad de los personajes en escena, de su dolor y su desolación. El alejamiento de la convención no implica una propuesta no-narrativa, en todo caso. Sueño de invierno sigue siendo un relato de ficción que se sostiene  por un molde distinto al corriente y en el que todos sus elementos juegan para convenir un drama interior y una forma de percibir una realidad. El uso de la música es un ejemplo palpable del tipo de aproximación de Ceylan: en la cinta solamente suena unas pocas frases musicales de la Sonata para piano No. 20 de Schubert. Se oyen como un ritornello que semeja un eco perdido e inconcluso, una suerte de canto añorante por un mundo que parece irrecuperable en el insoportable presente. El recurso añade una dimensión expresiva fundamental para comprender la realidad que viven los personajes del film. Sueño de invierno presenta a un realizador que ha sido capaz de amalgamar la aguda observación del drama íntimo de Bergman con otras tradiciones. Su genealogía no incluye únicamente a Bergman, Antonioni y Tarkovski, sino también a Ozu, Bresson, Akerman y Kiarostami.  De hecho, hay quizás una gran afinidad entre el proyecto del realizador turco y la filmografía del director rumano Christian Mungiu: películas en la que una suerte de fidelidad a lo que ocurre en la vida diaria rompe con las convenciones narrativas en tanto que el objeto de estas cintas es hacernos experimentar  tal situación, y no seguir modelos narrativos consolidados. Sueño de invierno es una pieza de cámara que nos imbuye  en una realidad y que intenta dar tal resonancia que de drama íntimo se transforme en obra total. Ceylan sabe convenir certeramente todos estos elementos al punto de elaborar una compleja y hermosa cinta.


En definitiva, la reciente película del realizador turco se acerca a ese ideal que expresaba Bresson en una de sus notas sobre el hacer cinematográfico. De hecho, esta puede ser la mejor guía para acercarse al cine de Ceylan. En Sueño de invierno, Aydin se va descubriendo como un hombre frágil en tanto revela una faceta realmente detestable, aunque sus gestos nos produzcan una leve simpatía. Las palabras de las que tanto abusa, como lo hacemos todos, nos lleva a equívocos, y por eso debemos tener una mayor concentración, para no perder de vista a cada personaje y discernir cuál es su verdadera naturaleza. El largometraje de Ceylan abarca una visión total de la sociedad turca que parte de un pequeño grupo, un espejo en el que se reflejan sus problemáticas -y también las nuestras-, así por algunos segmentos la cinta roce el exceso. Tal como anotaba Glenn Kenny, el logro del realizador radica en comunicar el sabor agridulce de una realidad por medio de unas certezas que emergen de lo que se sugiere entre las imágenes. Antes de concluir, una imagen es ejemplo suficiente: luego de que Ilya ha roto el vidrio del carro de Aydin, Hydayet (Aybert Pekcan), su empleado, arrastra al niño hacia el vehículo. La cámara de repente cambia de foco y revela que lo que veíamos era el reflejo en uno de los vidrios, y tras este se ve el rostro de Aydin que, con una mirada entre incómoda y atónita, vigila la escena. El interior del personaje y el exterior se funden en una sola imagen entonces, la pieza de cámara íntima y la narración social, el drama interior y el problema de la comunidad. Ceylan consigue en este momento fundirlo todo como logra que su Sueño de invierno nos traslade a una realidad y nos haga partícipes del drama menor de un mezquino y talentoso señor feudal. Puede que suene a poco, y sin embargo, como bien muestra Ceylan, contar una pequeña historia es como contar el universo. Con todo el exceso que pueda tener, Sueño de invierno es todo un triunfo.



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