La sal de la tierra
En el principio hay
oscuridad. Solo la voz de uno de los realizadores, Wim Wenders, resuena sobre la pantalla negra: reflexiona acerca del arte fotográfico. Paulatinamente, su
introducción se ve ilustrada con destellos de luz que van revelando un paisaje
sobrecogedor. El mundo nace como espectáculo sublime y terrible. Ya cuando
vemos a los obreros de las minas de Sierra Pelada, la voz del propio Sebastián
Salgado, autor de dichas fotos, es la que recuerda y reflexiona sobre estas
imágenes. Los obreros pueblan cada fotografía como hormigas enloquecidas en lo
que es, a un tiempo, un panorama hermoso y estremecedor. De pronto, entonces, la
voz se vuelve visible. De entre las sombras surge el reflejo del mismo Salgado
que observa la imagen que tomó. Autor y obra se funden en un único plano. Así,
en el mismísimo prólogo del documental, los realizadores nos presentan su
película como un espacio en el que se revive la
vida y obra de un artista. La
sal de la tierra no es únicamente un documental biográfico, sino principalmente
un retrato impresionista de un artista y sus huellas. Wenders y Juliano Ribeiro
Salgado, hijo de Sebastián, crean un documento que testimonia con palmaria
devoción los trabajos y los días de un artista excepcional. Se trata de una
hermosa revisitación de una vida de un artista que a través de episodios -unos más
efectivos que otros- explora las múltiples personas y realidades que un artista
puede crear y encarnar.
Aun cuando el
documental sigue predominantemente la cronología vital de Salgado, se encuentra
dividido en una suerte de capítulos no marcados que se concentran en momentos
específicos de la vida y obra del fotógrafo. El mismo Wenders narra buena parte
de la cinta con palpable admiración. Retoma el proyecto que había iniciado
Juliano y le confiere su propia identidad. La
sal de la tierra conjuga tres voces (las voces de los Salgado y la de
Wenders) en un solo documento, cuyo resultado es un emocionante retrato, pese a
que algunos de los episodios den la sensación de estar un tanto desconectados o
inconclusos. Con la conciencia de que cada experiencia que vivimos es
protagonizada por una persona que cambia constantemente en el curso del tiempo,
los realizadores adoptan un enfoque que procura develar las conexiones entre
vida y obra. El paso de la economía a la fotografía, sus viajes a distintas
regiones de América, África y Asia, el cubrimiento de hambrunas y
desplazamientos, la documentación de lugares donde todavía viven pequeñas
comunidades aisladas como de parajes apenas tocados por la mano del ser humano. Cada uno de estos
eventos se vuelve un capítulo que añade una faceta distinta al
protagonista del largometraje. Comparable en esto a El espejo del mar de
Joseph Conrad, recuento episódico del autor polaco sobre su experiencia con el
mar, en los dos trabajos priman los recuerdos y las impresiones, y no tanto la narrativa
corriente de otro tipo de obras biográficas. La cinta de Wenders y Salgado
emociona al revivir toda una experiencia estética con sus cimas y sus
planicies. Si bien no siempre llega a tener una solución feliz, el grueso de la
cinta es un testimonio cautivador que le da vida a un legado importante.
En la mencionada
secuencia inicial está presente la dinámica que imponen Wenders y Salgado al
film. A la apariencia convencional de la película se le suman elementos
heterodoxos como la imagen del fotógrafo que en su reflejo se funde con la
proyección de la imagen que tomó. Salgado recuerda que los obreros de las minas
de Sierra Pelada subían por débiles escaleras de madera sin percatarse que con
uno que cayera, varios podían ser arrastrados al vacío. Tal era el frenesí por
obtener el supuesto poder e independencia del oro. Uno que enajenaba a las
personas que desfilan sonámbulas en estas fotos. La sucesión se detiene en una
donde uno de los obreros se apoya en un tronco con la explotación a sus
espaldas. Wenders interviene ahora para contar que esa fue la primera
fotografía que vio de Salgado. Las voces de Sebastián y Wenders se entrecruzan
también en el documental, las perspectivas de uno y otro se mezclan como si
fueran solo una. Intencionalmente la cinta se convierte en un lugar donde el
observador y el observado comparten un único espacio. Las escrituras de luz y
sombra -actividad del fotógrafo y el cineasta- se superponen con un doble
propósito: reinventar la sensación de la obra artística y recordar que nosotros
reescribimos el mundo, un mundo que nace y muere con nosotros. Para Wenders,
dice, una de las cuestiones que lo identificó con el artista brasileño fue
percibir en Salgado a un fotógrafo que sentía verdadera empatía por quienes
representaba. El método de unión de imágenes replica la percepción que el
cineasta alemán tiene de Salgado: uno en que se conjuga sin fisuras a quien se
representa con quien lo hace, fotógrafo y modelo como creadores a un mismo
nivel. El documentalista proyecta la comunión con la persona sobre la que gira
su relato para provocar una nueva experiencia estética. El triunfo de la
cinta reside en lograr que recuerdos e impresiones emocionen, en la
mayoría de su metraje, a partir de esos seres que el mismo Wenders llama la sal
de la tierra.
Algunas voces han
expresado reparos sobre el documental. A. O. Scott lamenta que los realizadores hayan
desperdiciado la oportunidad de indagar sobre la posición del fotógrafo a nivel
moral e ideológico al representar la violencia. Si se tiene en cuenta que buena
parte de la obra de Salgado plasma a los marginados y las víctimas de actos de
la barbarie, bien habría podido caber una reflexión al estilo de la que propuso
Susan Sontag en Ante el dolor
de los demás. Sin embargo, Wenders y Salgado tienen otras
preocupaciones igualmente válidas que privilegian una recreación subjetiva de
una vida y un arte. El señalamiento de Scott no disminuye los logros de La sal de la tierra. No se
puede decir lo mismo del reciente análisis de Richard Brody sobre la obra de Wenders. Brody afirma que en El amigo americano se
encuentra un punto de quiebre en la filmografía del cineasta alemán en el que pasó de ser un joven
realizador radical e inventivo a uno que se satisfacía en películas nostálgicas, al punto de convertirse en el autor de cine arte por excelencia de la era
Reagan. En tanto que un análisis detallado de la obra del realizador pondría en duda
una afirmación tan tajante (una cinta como El
estado de la cosas, posterior a El
amigo americano, todavía tiene mucho de la radicalidad de En el curso del tiempo), en
términos generales sí describe una transformación paulatina de un artista
(aunque discrepe de su conclusión final, Wenders puede ser más accesible, e
incluso rozar con la sensiblería, pero no es un cineasta conformista, ni apolítico). A pesar de que le asista razón a Brody en términos generales, no se puede aplicar su juicio a la particularidad de una cinta, así incluso en fragmentos del presente documental parezca verse demostrado su examen. Es cierto, por lo demás, que la filmografía del realizador es harto irregular, pero el documental que
firma hoy con Juliano es una evidencia de vitalidad e ingenio. La cinta recupera
una experiencia estética que, a riesgo de embeberse en la veneración acrítica
de un ídolo -como ocurre por segmentos-, ilumina con genuino arte la vida y obra
de un artista excepcional como Sebastián Salgado.
Con sus luces y
sombras, La sal de la tierra produce
un revelador retrato de un humanista y un artista comprometido con su oficio; retrato múltiple, además, ya que sabemos que cada episodio de nuestra vida es
protagonizado por una de esa múltiples personas que somos a lo largo del
tiempo. Salgado es tanto ese hombre que rabiosamente afirma que los hombres son
animales terribles, tras recordar el horrible genocidio ocurrido en Ruanda,
como el que con esperanza descubre a todo un planeta que no ha sido alterado
por la acción humana. No todos los episodios son tan certeros, es verdad, ni
todos añaden significativamente al documental. No obstante, esa división
episódica surge de la necesidad por dar una impresión de totalidad y fragmentación, una sensación compleja y paradójica comparable a la que provoca
la fotografía de Salgado. La sal de la tierra, con los
reparos que se le pueda poner, es un testimonio que convierte la vida y obra
de una persona en un objeto vivo que provoca una genuina emoción. Volvamos al inicio para concluir,
cuando comienza la película se nos alude a la creación y cuando llega el final, la imagen de una selva cubierta por la niebla, uno tiene la sensación de presenciar
su conclusión. La historia de una vida es la historia del mundo. La sal de la tierra es un estimable recordatorio
de la capacidad de un artista para ser fiel a sus intereses. Es
un recuento, un testimonio, y, sobre todo, un modo de compartir las complejas
sensaciones que nos deja vivir en un mundo horrible y asombroso.
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