La habitación azul (La chambre bleue)
Las películas no solo
cuentan historias. A veces es suficiente con delinearlas y concentrase en una
atmósfera o un estado mental. La
habitación azul parte de un relato de Georges Simenon para recrear los
efectos traumáticos que tiene sobre su protagonista un affaire de malhadado
final. La cinta de Mathieu Amalric es un ágil ejercicio de estilo que, a pesar
de su brevedad, se extiende un poco más de lo debido. Sugerente y evocativo, el
largometraje presenta con convincentes matices un relato psicológico con un
balance entre un conocido drama pasional y el misterio que solamente se
encuentra ante el surgimiento de la opacidad de lo real. Bien puede catalogarse
como un film moderno que reelabora la tradición del cine negro en la vena que
lo hiciera el maestro Claude Chabrol. Su dificultad reside en
una irresolución, desde el segundo tercio de la cinta, en que parece mutar a
una narración policíaca o una sátira, sin hacerlo del todo. Ese defecto no
opaca el conjunto, claro está, pero sí convierte a algunas de sus secuencias en un exceso
que disminuye los logros de la película. De todas maneras, La habitación azul se
erige como una pieza elaborada que nos hace vivir la
experiencia de uno de sus protagonistas.
El affaire y sus
consecuencias rozan lo trillado. Julien (Mathieu Amalric) mantenía una
apasionada relación extra-matrimonial con Esther (Stéphanie Cléau) hasta que un
crimen lo tiene ahora en el banquillo de los acusados. Amalric comienza la
narración in media res: combina
astutamente el presente en que Julien es acusado con sus recuerdos de tardes
que pasaba con su amante en la habitación azul. Los pequeños detalles son esenciales
para sondear las motivaciones y personalidades de cada uno de los personajes.
El realizador prefiere sugerir antes que enunciar abiertamente. Descubrir lo
qué ocurrió se transforma en una suerte de McGuffin con el que se le da pie a
Amalric para explorar la psicología de Julien. La trama se vuelve más una
excusa para guiar dicha exploración que el objeto sobre el que gire el film.
Una vez pasada la mitad, Amalric inserta algunas secuencias con los que el film
parece mutar a un género más convencional, un policiaco o una sátira, sin hacerlo del todo, ni añadir mayor
información. Sin embargo, la cinta concluye como inició, con un dejo de
inconclusividad y misterio. Hasta el final somos fieles a la perspectiva de
Julien y a su limitación. El estado mental que experimenta resulta vívido, así
como los efectos de su propio drama. Aun con sus irregularidades, La habitación azul se
sostiene por el estilo. La historia pasa a ser un hilo para conducirnos por una
cuidada puesta en escena que remite al cine negro, tanto el de los EEUU como el de películas afines en la filmografía francesa. El trabajo de Amalric se construye
efectivamente e incluso con sus defectos logra dar una idea de la pérdida y la
ensoñación que gravitan sobre Julien.
Nostalgia y zozobra
se convierten, pues, en las sensaciones rectoras que dan una muestra palpable
de un estado mental frente a un evento traumático del protagonista de la cinta. Revelar quién es el culpable
o cómo ocurrió el crimen son vehículos con los que se guía el interés del
espectador, pero no se intenta llegar a las típicas conclusiones que develan
todos los secretos de la narración detectivesca. El misterio, como en nuestra
vida, permanece. Amalric toma una historia sumamente relatada y la convierte en
excusa para enfocarse en una narración en que el recuerdo y la culpa se unen en
una sola sustancia, el presente y el pasado son un solo material que avanza opaco y está abierto a nuestras interpretaciones. El centro de La habitación azul estriba
entonces en, como en su magnífica secuencia inicial, recrear la experiencia de
un protagonista tras un trauma, con los efectos emocionales que conllevan
revivirlo. Cuando la cinta parece virar a una de un género más reconocible, y
no lo hace del todo, pierde temporalmente ese encanto que ha construido en los
minutos iniciales. El desenlace concluye con un tono gris concordante con el comienzo, final que quizás decepcione
a quienes aguardan una solución del caso, ya que se prefiere terminar con la
ambigüedad con que vivimos nuestro día a día y no la certeza moral absoluta de
las ficciones fáciles. Lamentablemente, al intentar añadirle otras facetas,
como una débil sátira de la Francia rural de hoy, el largometraje no logra
emular lo que con tanta naturalidad consiguió, por ejemplo, Chabrol. En todo caso, La habitación azul sabe
combinar el placer sensorial de una cuidada puesta en escena con una narración
cuyo traje de convención esconde uno que es de más difícil catalogación. No es
un film novedoso, y aun puede verse como un derivado de otras tradiciones,
pero, con todo y ello, se trata de uno que sabe producir una atmósfera e imitar
un estado mental. Un film que sabe, además, mantener un grado de misterio en
contravía de un buen número de narraciones hoy, tan encantadas con la
sobre-exposición y la literalidad.
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