Siempreviva
El mes próximo ya
serán 30 años de los infaustos acontecimientos que ocurrieron en el Palacio de
Justicia. Y precisamente este año han aparecido un par de cintas que desde la
ficción giran alrededor de estos dolorosos hechos. Siempreviva, ópera prima de
Klych López, parte de la exitosa pieza teatral de Miguel Torres para confeccionar
un melodrama que busca revelar el drama íntimo de un inquilinato y el modo en
que afecta al microcosmos la desaparición de uno de sus habitantes. A través de una exigente puesta en escena, López procura
convenir tanto los pequeños dramas de la casa, como el peso agobiante que la desaparición
impone. Algo más acertado en lo primero que lo segundo, el largometraje
presenta un melodrama fácilmente identificable que no termina por lograr darle
una verdadera contundencia a la terrible situación que implica una
desaparición. Ahora bien, Siempreviva cuenta
con una esmerada realización que se ve minada por ciertos excesos, como el uso
redundante de una música que subraya lo que ya es evidente en escena. La
verdadera problemática del film, sin embargo, reside en que al tratar de encontrar una neutralidad política para
contar el episodio histórico, oscurece el mismo drama de los desaparecidos que
buscaba contar.
La vida de la casa se
reconoce de inmediato. Todos sus personajes son rápidamente identificables.
Julieta (Andrea Gómez), Lucía (Laura García), Victoria (Laura Ramos), Sergio
(Andrés Parra), Humberto (Alejandro Aguilar) y Don Carlos (Enrique Carrizo)
tienen rasgos definitorios que procuran volverlos arquetipos que representen
papeles comunes en nuestra sociedad, si bien por momentos ellos resulten más bien estereotipos. El largometraje narra versátilmente un periodo de tiempo que
va desde días antes de la toma del Palacio hasta años después, cuando todo ya
parece llegar a una suerte de resolución. En lo que aparenta ser un único
plano-secuencia, López y su equipo despliegan un notable esfuerzo para darle
una factura impecable a su relato. El recurso técnico, claro está, no remarca
tanto el paso continuo del tiempo, sino la procedencia teatral del texto. Su
uso resulta, entonces, similar al de Birdman de
González Iñarritu, a pesar de que aquí no pueda ser una suerte de trasunto del fluir de conciencia de su
protagonista como en la cinta del mexicano. De cualquier manera, este recurso se subordina para que
observemos en primer plano el drama de la cotidianeidad, y en el trasfondo el horror frente a una
tragedia excepcional. Por analogía, los habitantes del inquilinato y sus
dramas deberían funcionar como correlato de la población del país y sus problemas.
Una comunidad debía ser el espejo de la otra. En contraste, al aferrarse a la
convención del melodrama y al aspirar a una neutralidad, se
limita el alcance de la analogía, se limitan también sus implicaciones. El
drama de los desaparecidos va asordinándose, mientras en primera instancia
queda el relato de dramas ya muchas veces contados. El horror y el sufrimiento van cediendo
a los patrones del género, en tanto que el contenido político, limado para
quedar en un punto medio en la adaptación fílmica, crea una versión que no
revela lo que implicó precisamente esta terrible tragedia para las víctimas. Siempreviva, aun con sus buenas
intenciones, no alcanza a iluminar el sombrío episodio desde el que parte.
Pedro Adrián Zuluaga
se pregunta en un incisivo análisis si el uso del plano-secuencia no buscaría
implicar que nada ha cambiado en nuestro país en el curso de los últimos 30 años.
Zuluaga desestima tal hipótesis al juzgarla sobreinterpretación. Sin embargo,
en algunas entrevistas el director deja entrever que tal tipo de crítica estaba
dentro de sus intenciones: una que denunciara el estancamiento y la
indiferencia frente a las distintas violencias con que convivimos. Siempreviva no consigue encarnar esas intenciones, en todo caso, debido a que se decide a contar imparcialmente el drama,
con una fe ciega en las convenciones del melodrama. En conclusión, por un
lado, debe valorarse el destacable trabajo técnico, del mismo modo que algunos
genuinos momentos dramáticos. Por otro, se deben notar que los efectos excesivos (musicales y actorales) y la neutralidad le restan
contundencia a lo que debía ser su eje principal de la cinta y a la cinta en sí. Siempreviva está en
sintonía con una tendencia que supone que se puede narrar desde la neutralidad los eventos
históricos. No obstante, esta posición es insostenible, ya que el lugar
neutro (centro) es el sitio desde que les encanta cacarear a una legión de
políticos. Así, en su creencia de
que puede dejar de lado lo político, la cinta termina siendo otra evidencia más de que
la política siempre nos alcanza.
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