Una paloma se posó en una rama a reflexionar sobre la existencia


La paloma está disecada. En un museo, un par de pálidos visitantes la miran con asombro, acaso con incomprensión. El detallado plano revela un mundo reconocible y extraño, uno tan claramente distinto al nuestro y, sin embargo,  uno que lo retrata con suma fidelidad. Con un agudo humor, la desolación que sienten los personajes se plasma palpablemente en la cinta. En sus planos vemos concretarse una visión perspicaz e irónica de una realidad tragicómica. Una paloma se posó en una rama a reflexionar sobre la existencia cierra la trilogía que el mismo realizador sueco, Roy Andersson, filmó para explorar en qué consiste ser humano. Mezcla de comedia de costumbres y de delirio, la película pone en pantalla el peculiar estilo con el que el realizador revela una cotidianidad que da lugar a situaciones que parecen tomadas del teatro del absurdo. Andersson ha desarrollo una estética propia que conjuga con naturalidad elementos dispares y que ofrece una amalgama que presenta incisivamente a la sociedad sueca y, por qué no decirlo, la tan manoseada condición humana.


Antes que seguir una trama corriente, Una paloma se posó en una rama a reflexionar sobre su existencia avanza por una serie de sketches, a veces conectados, a veces no. El largometraje se transforma en un espacio moldeable que incluye tanto 3 breves escenas bajo el título de encuentros con la muerte, como el risible drama cotidiano de  Sam (Nils Westblom) y Jonathan (Holger Andersson), un par de sombríos vendedores de artículos de bromas. La cinta es comparable por su flexibilidad a La vía láctea, o a El fantasma de la libertad de Buñuel. En ninguna de las tres, la trama se traduce en un obstáculo para incluir escenas sin conexión narrativa evidente. Los rasgos surrealistas que suelen adjudicarse a Andersson se relacionan con el uso de una fantasía en la que un anacronismo del tipo de hacer entrar a un bar de la actualidad al rey Carlos XII de Suecia con toda su corte es presentado con plena naturalidad. El film se vuelve un lugar que permite toda conexión, la fantasía no se constriñe por una trama realista, sino que se entrega a una imaginación que no se rige por preocupaciones dramatúrgicas.  El largometraje se constituye entonces en un desvarío lúcido que revela nuestra contradictoria naturaleza.


Motivos recurrentes dan unidad a la película. Por ejemplo, las anodinas conversaciones telefónicas en que distintos personajes repiten maquinalmente: "Me alegra saber que estás bien", ya sea recitando la frase en pijama, o mientras trabaja en un laboratorio en que se experimenta con monos, o incluso con un arma en la mano en un despacho solitario. Andersson se concentra en una cantidad de pequeños sucesos para dibujar el modo en que se relacionan las personas, todas ellas inmersas en una profunda soledad. A través de tales motivos se guía a la cinta, como si estos fueran una suerte de McGuffins, si queremos así denominarlos, para concentrar la atención del espectador. La brillante destreza de Andersson reside en que sus personajes, tanto caricaturas de George Grosz como clowns tristes de Beckett, comunican con sorprendente precisión lo que significa ser humano. Nada más cruelmente cómico que los ires y venires de Jonathan y Sam repitiendo rutinariamente que buscan divertir a la gente al dedicarse a la industria del entretenimiento, nada más humano también. El realizador presenta en ese drama de los vendedores una sátira transparente que se conjuga con toda una visión irónica y empática de un diverso grupo de criaturas.


Ahora, la aparición del rey Carlos XII de Suecia no se limita a ser un juego de fantasía, también exhibe una preocupación que recorre la cinta. El lazo que existe entre nuestro presente y un pasado plagado de arbitrariedades y crímenes. Casi al final, uno de los vendedores sueña con una suerte de gigantesca caldera en la que son introducidos un grupo de negros por parte de soldados ingleses con uniformes de explorador. Tras cerrar la caldera y encender el fuego, la ponen a girar para que produzca una suerte de melodía. El horror no lo disipa la distancia, ni la ironía. Dentro de la fábula, se señala los cimientos de una historia que detrás de nuestra contemporaneidad olvida un conjunto de vejámenes y crímenes sobre la que se ha construido nuestra actualidad. Una paloma se posó en una rama a reflexionar sobre la existencia se erige como una obra compleja  en la que la manoseada condición humana es, a un tiempo, la descripción de una gris cotidianidad y, a otro, el resultado de conexiones con un pasado infame.


Al modo en que oímos que nuestra vida es una historia contada por un idiota, lleno de ruido y furia, la cinta incluye a una niña con Síndrome de Down que recita con contención e indulgencia un poema sobre una paloma que se posó en una rama a reflexionar sobre la existencia. Después de Shakespeare y de Faulkner, Andersson se une a la tradición para develar un panorama dominado por tonos grises y ocres que con profunda ironía y empatía nos representa. Cada imagen de la cinta ya es una síntesis de lo qué significa vivir hoy para nosotros. Y, a pesar de la melancolía y lobreguez que atraviesa toda la película, hay también una diversión (dolorosa) que  permea este sobresaliente largometraje. No puedo menor que celebrar el meditado y emocionante arte con que Andersson da testimonio sobre qué es ser humano.



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