Sicario (Tierra de nadie)
Kate Marcer (Emily Blunt) encabeza a
un escuadrón anti-secuestro que en uno de sus rescates descubre una escena
dantesca: 42 cadáveres emparedados en una casa cerca de Phoenix, todos debieron
ser torturados antes de morir. Con deseos por dar con el responsable de tal
horroroso acto, Kate acepta trabajar con Matt (Josh Brolin), un agente en
apariencia relajado del que nunca se conoce con certeza la agencia o
departamento al que está adscrito. Matt le propone que le colabore a detener al
cartel que se encuentra tras el horrible crimen que vemos al principio. Como
suerte de dudoso consultor, además, Alejandro (Benicio del Toro) acompaña las
pronto irregulares operaciones con que procuran acabar con los capos del cartel.
En contra de sus expectativas, la misión
se convierte en una muestra del papel marginal e impotente que juega Kate en
ella. La película concluye con revelaciones desagradables que casi que involucran a todos en un desenlace que a pesar de atar cabos no aplaca la sensación de desasosiego que ha plantado desde su inicio.
Narrada con precisión, el mundo
sensorial de la película se alimenta de soberbias colaboraciones, como la ya
mencionada música de Jóhannsson, o la sublime fotografía de Roger Deakins.
Villenueve sabe conjugar el trabajo de su equipo con un ritmo que avanza
inexorable hacia un final en el que las certezas que suelen guiar al género se
ven trastocadas. Si bien al sobrio relato lo guía en principio esas máximas
morales que guiaban otras narrativas (cine de acción, westerns), su
desenvolvimiento es un proceso de lenta intoxicación hasta que al final ya han
quedado esos ideales han quedado desarticulados de la acción -no hay sino un
mundo completamente banal sumergido en una absurda violencia. El personaje
inocente (Kate) queda reducida a mero espectador del desenvolvimiento de un
sórdido episodio más de la guerra contra las drogas. El largometraje, entonces,
altera los presupuestos de la fábula justiciera en que se impone el imperio de
la ley frente a bárbaros forasteros por una en que se intenta imponer un dudoso
orden con prácticas más que cuestionables. Sicario es
una película de acción que revela un mundo completamente podrido.
No es conveniente medir a la película
con la vara de lo que ocurre en la frontera. El sicario de la cinta de
Villenueve, por ejemplo, es un personaje derivado del cine de acción, demasiado
sofisticado si se compara con los verdaderos sicarios (valga acotar que estas
películas develan desinformaciones, como cuando Andrew O'Hehir
señala que la palabra sicario es slang mexicano). El largometraje no
procura ser una verdadera reconstrucción de la situación actual de la frontera,
si bien se desprende de ella. Es más una fantasía que se entiende no solo en el
contexto histórico, sino en el de una tradición cinematográfica. El rol que la
protagonista juega como inocente que descubre una horrible verdad, como su
truncado papel de justiciera, sirve para conectar la cinta con una
tradición con la que dialoga y a la que subvierte. Kate es una imagen
debilitada del héroe del Western que se enfrenta al otro (bárbaro) para dominar
un mundo salvaje. Ya no lo puede conseguir y, al estar reducida a espectadora,
solo testimonia la omnipresencia del mal. Mientras se pueden señalar como
puntos débiles esa visión etnocéntrica que mantiene (y por la que se simplifica
a México) y el que su subversión no llegue al punto de Sed de mal, el largometraje de
Villenueve logra narrar emotivamente una fábula que va en contravía de las
previsiones. Por el momento, y reconociendo que hay otras cintas que cuenta esta
historia de un modo más lúcido, nos podemos deleitar con este tóxico plato. Al
fin y al cabo, hay cierto perverso placer que se deriva de esas narraciones que
provocan malestares.
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