Sicario (Tierra de nadie)


Hay un malestar que no se acaba con el final de Sicario. Tras su intencionado apego a las fórmulas, la más reciente película de Denis Villenueve presenta una sombría fábula sin resquicio para la esperanza. Los enfebrecidos 121 minutos pasan frenéticos, inmersos en parajes desoladores, acompasados por la apabullante música de Jóhann Jóhannsson. Sicario, cuyo innecesario título o subtítulo es Tierra de nadie, se transforma en una experiencia que embriaga los sentidos. El director canadiense procura escapar del esquematismo, si bien lo hace recurriendo a los mismos tópicos del cine de género para distorsionarlos, subvertirlos. En buena medida, la cinta lo consigue, sin que esto signifique que esta no pertenece precisamente al género. Sicario es un formidable thriller heredero de los westerns (en su más amplia definición) y de, particularmente, esa estimulante película noir que es Sed de mal. Bien es verdad que la de Villenueve se queda corta como narración de la compleja situación que se vive en la frontera de México y EEUU. Más que una radiografía sagaz,  la coyuntura de dicha región es el escenario que da pie para la historia, así como el motor con que se altera las fórmulas corrientes del género. El sombrío panorama del largometraje concluye con un horizonte desolador en el que ya no hay redención posible. Aunque ingenua, Sicario produce una experiencia demoledora que relata una derrota, pues la ficción gira alrededor de la impotencia de quien debíamos confiar como en héroe.


Kate Marcer (Emily Blunt) encabeza a un escuadrón anti-secuestro que en uno de sus rescates descubre una escena dantesca: 42 cadáveres emparedados en una casa cerca de Phoenix, todos debieron ser torturados antes de morir. Con deseos por dar con el responsable de tal horroroso acto, Kate acepta trabajar con Matt (Josh Brolin), un agente en apariencia relajado del que nunca se conoce con certeza la agencia o departamento al que está adscrito. Matt le propone que le colabore a detener al cartel que se encuentra tras el horrible crimen que vemos al principio. Como suerte de dudoso consultor, además, Alejandro (Benicio del Toro) acompaña las pronto irregulares operaciones con que procuran acabar con los capos del cartel.  En contra de sus expectativas, la misión se convierte en una muestra del papel marginal e impotente que juega Kate en ella. La película concluye con revelaciones desagradables que casi que involucran a todos en un desenlace que a pesar de atar cabos no aplaca la sensación de desasosiego que ha plantado desde su inicio.


Narrada con precisión, el mundo sensorial de la película se alimenta de soberbias colaboraciones, como la ya mencionada música de Jóhannsson, o la sublime fotografía de Roger Deakins. Villenueve sabe conjugar el trabajo de su equipo con un ritmo que avanza inexorable hacia un final en el que las certezas que suelen guiar al género se ven trastocadas. Si bien al sobrio relato lo guía en principio esas máximas morales que guiaban otras narrativas (cine de acción, westerns), su desenvolvimiento es un proceso de lenta intoxicación hasta que al final ya han quedado esos ideales han quedado desarticulados de la acción -no hay sino un mundo completamente banal sumergido en una absurda violencia. El personaje inocente (Kate) queda reducida a mero espectador del desenvolvimiento de un sórdido episodio más de la guerra contra las drogas. El largometraje, entonces, altera los presupuestos de la fábula justiciera en que se impone el imperio de la ley frente a bárbaros forasteros por una en que se intenta imponer un dudoso orden con prácticas más que cuestionables. Sicario es una película de acción que revela un mundo completamente podrido.


No es conveniente medir a la película con la vara de lo que ocurre en la frontera. El sicario de la cinta de Villenueve, por ejemplo, es un personaje derivado del cine de acción, demasiado sofisticado si se compara con los verdaderos sicarios (valga acotar que estas películas develan desinformaciones, como cuando Andrew O'Hehir señala que la palabra sicario es slang mexicano). El largometraje no procura ser una verdadera reconstrucción de la situación actual de la frontera, si bien se desprende de ella. Es más una fantasía que se entiende no solo en el contexto histórico, sino en el de una tradición cinematográfica. El rol que la protagonista juega como inocente que descubre una horrible verdad, como su truncado papel de justiciera,  sirve para conectar la cinta con una tradición con la que dialoga y a la que subvierte. Kate es una imagen debilitada del héroe del Western que se enfrenta al otro (bárbaro) para dominar un mundo salvaje. Ya no lo puede conseguir y, al estar reducida a espectadora, solo testimonia la omnipresencia del mal. Mientras se pueden señalar como puntos débiles esa visión etnocéntrica que mantiene (y por la que se simplifica a México) y el que su subversión no llegue al punto de Sed de mal, el largometraje de Villenueve logra narrar emotivamente una fábula que va en contravía de las previsiones. Por el momento, y reconociendo que hay otras cintas que cuenta esta historia de un modo más lúcido, nos podemos deleitar con este tóxico plato. Al fin y al cabo, hay cierto perverso placer que se deriva de esas narraciones que provocan malestares.



Acá puede oír la sobresaliente música de Jóhann Jóhannsson.


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