Spectre



El cine también puede volverse una rutina. Hay películas que cumplen tareas del modo en que nosotros, empleados, los hacemos diariamente. Por más de 50 años, James Bond ha protagonizado una serie de extravagantes aventuras para preservar el orden mundial y, en contra de los pronósticos más pesimistas, su atractivo sigue intacto (por lo menos si nos atenemos a sus resultados en las taquillas). Spectre se ajusta perfectamente al patrón de la franquicia: cine de aventuras que se va actualizando de acuerdo a las tendencias en boga. A diferencia de su antecesora, el director Sam Mendes prefiere ahora no añadirle facetas nuevas a su protagonista. Se ciñe a la fórmula y elabora con éxito una fantasía absurda, si bien excesivamente larga, que cuenta las típicas andanzas del agente británico. Spectre se parece más a una corriente cinta de Bond de lo que lo hacía Skyfall: las improbables correrías del espía se sostienen, de nuevo, por una cuidadosa fabricación de acción espectacular, aunque las premisas narrativas y el desenlace tengan falencias que salten a la vista. No hay originalidad, es cierto, ni una perspectiva innovadora sobre el conocido relato. En un mundo en que sus productores intentan actualizar constantemente a James Bond para justificar su existencia, ya que pareciera no tener cabida en la lógica actual, se podría imaginar que la perpetuación de la franquicia corre peligro. Pero James Bond no se acaba nunca. Y Spectre es un espectáculo que despliega la conocida fantasía con la destreza de un talentoso equipo de producción. Sin ser un film memorable, ni uno destacable en sentido alguno, Spectre se limita, y logra, ser un entretenido y ridículo relato de aventuras.


México, Roma, los Alpes austriacos, Tánger, Londres. Bond (Daniel Craig) deambula por todo el globo para detener a la organización Spectre, cuyo accionar parece vincularse con todas las amenazas que el espía ha conjurado en las anteriores 3 películas. Entre tanto, M (Ralph Fiennes) tiene las manos atadas frente a C (Andrew Scott), funcionario de alto rango que encabeza la fusión del MI5 y el MI6 y que se propone liquidar al programa de agentes 00: todo el espionaje ya puede llevarse a cabo virtualmente, asegura. El resto es predecible. Bond impide, con la ayuda de Q (Ben Whishaw) y Moneypenny (Naomi Harris),  que el malévolo Oberhauser (Christoph Waltz), cabeza de Spectre, concrete sus planes,  y tiene el tiempo suficiente para seducir a Lucia (Monica Bellucci) y Madeleine (Léa Seydoux). Paradójicamente, y con Mendes de nuevo en la dirección, el Bond de Spectre no se parece al mismo personaje de Skyfall, sino a uno de cintas mucho anteriores de la franquicia. Se deja de lado todo intento por explorar psicológicamente al protagonista, lo que antes de ser un defecto, vuelve al largometraje en un despliegue espectacular del que deriva todo su atractivo. Bien es verdad que la película no desarrolla plenamente las premisas que pone sobre la mesa y termina por dejar más cabos sueltos que atados. Spectre no es sino otro blockbuster más con una dramaturgia de transparentes errores. Su sostén, no obstante, es la fantasía misma. Mendes se concentra para esta entrega en crear secuencias emocionantes y superficies absorbentes. Y si bien esto no es suficiente para hacer de ella una buena película, sí es suficiente para crear el rutinario divertimento que es la cinta.


Debe reconocerse que Mendes incorpora una preocupación por el diseño de la imagen y el diseño sonoro que no estaban presentes con tal énfasis en la franquicia con anterioridad. El largo plano-secuencia que abre la película, fotografiado con unos tonos que casi hacen palpable las calles de Ciudad de México, no es un mero efecto técnico, sino parte de una puesta en escena que busca impresionar los sentidos con toques casi operáticos (por ejemplo, cuando se revela tras una máscara de muerto el rostro de Bond, en esta misma secuencia, suena como leitmotiv la frase musical de la serie). El oficio del director y sus colaboradores suman para que el espectáculo se sostenga, a pesar de que su relato sea visiblemente reconocible y ridículo. Uno que recuerda a una vieja canción, y que suena terriblemente similar. Desde el desempolvar a la maligna organización criminal imaginada por Fleming para mantener de moda a su agente cuando se acabase la Guerra Fría hasta ubicar la guarida del villano en un cráter que recuerda a esa otra guarida en un volcán de Solo se vive dos veces: el reciclaje es una constante de la película. Casi que el largometraje se construye fagocitando a sus predecesoras, sin intención de revisarlas o alterarlas (no hablamos, pues, de intertextualidad), sino más bien de otorgarle un aspecto contemporáneo a tópicos del pasado. Mantener a Bond en el panorama contemporáneo, sin cambiarlo, se convierte en el propósito. Spectre es una fantasía nostálgica que sigue en pie por una puesta en escena en que se sabe dosificar el espectáculo. No hay escena más tópica que la del viaje en tren de Madeleine y Bond. A partir de la entrada de la bellísima Madeleine que desfila en traje de noche,  seguida de un diálogo que rezuma lugares comunes, interrumpido, de repente, por el matón de Oberhauser, Sr. Hinx (Dave Bautista), y la ineludible y entretenida pelea a que da pie, hasta que, una vez sorteado el impasse, la pareja va a la cama. Clichés y ensoñación, claro. Spectre se vuelve el espectáculo de una fantasía reiterada, una que se alarga más de lo debido, una que se olvida apenas se termina porque, por su naturaleza transitoria, solamente existe para darle paso a un idéntico film de una larga serie.


Darren Franich planteó un final alternativo para mejorar la cinta. Imaginar que la última media hora era una alucinación de un Bond fallecido a manos del villano. Todos los errores de construcción dramática y narrativa que carga el final se subsanarían así. Esta técnica, postulada por primera vez por A. Sternbergh para darle coherencia al desacertado final de Interestelar, podría enmendar algunos de los problemas narrativos de Spectre. Sin duda el mayor problema del film reside en lo deshilvanado y derivativo que resulta su trama. Sin embargo, no debe confundirse ello con la pretendida motivación psicológica que se le quería imponer a Bond en Skyfall. De hecho, la ausencia de explicación aligera al largometraje, la liviandad está en consonancia con la estrambótica trama que delinea. En ese sentido, la referencia a las revelaciones del espionaje de los gobiernos a través de las redes se transforma en una excusa sin mayor repercusión. Lo que en otro escenario sería una problemática equivalencia entre ese espionaje reaccionario que imponía la hegemonía de una nación (el que practica Bond) con las libertades individuales y el derecho a la privacidad, se limita a ser el mcguffin de ocasión para dar inicio a la aventura. Por lo demás, las falencias del film vienen dadas por no entretejer lo suficiente las líneas narrativas, por no desarrollar con más claridad las amenazas de los villanos o los conflictos de los personajes.  El atractivo de Bond, entonces, no reside en narrar una historia sólida, ni en actualizar una serie de ridículas aventuras, ni siquiera en los devaneos por inventarle unas motivaciones psicológicas de la cinta antecesora. Reside en una ilusión más pedestre que desde el inició el personaje encarnó: un aventurero casi invencible de infinita capacidad de seducción.



"Los muertos viven", reza un intertítulo al comienzo de la película. La muerte parece permear todos los escenarios de la aventura y, sin embargo, siempre está en segundo plano. Primero está la elegancia, el estilo, la sofisticación. La amenaza que gravita sobre Bond no es la de la muerte, sino la de su descarte como fantasía obsoleta que representa algo que ya no existe (en parte cierto, Bond representa una nostalgía por el imperio británico). En Spectre, finalmente, la narrativa busca demostrar la vigencia del personaje. La habilidad de quienes producen la cinta yace en distraernos lo suficiente como para que no cuestionemos sus débiles bases y su carácter anticuado. El largometraje nos zambulle en su estrafalaria aventura, al tiempo que la adecua a las fórmulas de realización de moda. Tanto en sus cualidades, como en sus defectos, Spectre es un hijo de nuestro tiempo. Ya sea por exhibir la habilidad del director para crear emocionantes secuencias de acción con toques humor, ya sea por una narración irregular que se extiende demasiado y no cumple con las promesas que en primer momento pone en pantalla. Spectre logra su propósito, al tiempo que se caracteriza por las luces y sombras del blockbuster de hoy. En últimas, se ajusta para satisfacer el habitual ejercicio que debe llenar una cinta de Bond, como lo hace un burócrata al realizar una tarea. Esto no es suficiente para hacer de ello una cinta destacable, pero sí para repetir una rutina espectacular.




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